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Historias mínimas, vidas íntimas:
oralidad y escritura en las cartas de amor de Juan Rulfo

Fresneda,Teresa
Universidad Nacional de Salta

 

La carta, como género particular que se configura como una interacción in absentia y que trata de mantener las características de la orakidad, se construye dentro de un contexto social determinado y de una situación particular que la motiva.

Este género, que ha sufrido transformaciones desde sus orígenes, tanto en su estructura como en sus paradigmas de lectura, se sitúa al margen de la producción literaria, ya canonizada, de Juan Rulfo. Son textos en los que se pueden leer otras historias, vinculadas no sólo con la relación amorosa entre dos sujetos, sino también con experiencias de vida y de escritura.

Al formar parte de la llamada literatura íntima, la carta comparte una serie de rasgos con otras formas discursivas en primera persona, como las memorias, los diarios y las autobiografías. Sin embargo, presenta componentes y características que las distinguen y definen.

Como forma narrativa particular, la carta se aleja del relato tradicional a favor de lo fragmentario y lo discontinuo, lo que dificulta reconstruir totalmente los contextos o comprender lo que sólo es comprensible para los sujetos que interactúan en ella y que dan cuenta de una parte de la vida de ese yo escriturario que se dice frente a otro ausente.

Es un género discursivo que permite a la vez expresar todo sin ser interrumpido, exigiendo la reciprocidad al intentar comprometer una respuesta, pues se escribe para comunicarse con el otro, y esto conlleva una respuesta necesaria.

Este vaivén, que quiere recobrar recuerdos.,proyectar deseos o anular ausencias, es tal vez la metáfora de una presencia que uno reinventa con nostalgia, o la corporización del deseo de esa misma presencia que se plantea imposible.

La carta le devuelve al que escribe la presencia del otro, que es en el fondo el hueco y sustancia de su propio yo, y rescata fragmentos de su vida desde un presente netamente escriturario. Es un yo que inscribe lo que le falta (un ), en una distinta situación de comunicación: “puesto que no estás, te hablo”, y la escritura en tal circunstancia es el único nexo con el otro, y su importancia es salvadora: “Es la cosa que yo me moriría de gusto al tener noticias tuyas” (p.30)

Su escritura impone entrar en un juego de reglas o convenciones aceptadas por ambos interlocutores a modo de pacto social. La verbalización del tiempo y el espacio, y la presencia del yo y el tú, a la vez que instauran el discurso en una situación comunicativa, le confieren una fuerte estructura dialógica que aproxima este género a la conversación cara a cara.

La carta íntima (particularmente la de amor) es una opción que permite al escritor concretar su intenso deseo de establecer un contacto con alguien distante en el espacio. En este caso particular es Juan Rulfo quien se inviste en el rol de sujeto enunciador e inicia su relación epistolar con Clara Aparicio (quien luego será su esposa), para expresar sus sentimientos.

Estas cartas privadas hechas públicas tratan varios asuntos, además del amor, los escritos del yo, su palabra, su discurso, reflejan también la personalidad del enunciador, y pueden convertirse en documentos valiosos cuando carecemos de otros datos. Son un testimonio importante para comprender y entender la personalidad humana y literaria del autor: “No sé, a veces, cuando me pongo a pensar que tengo que venir a vivir aquí, siento un cosquilleo muy raro en el estómago (tú sabes que esas cosquillas son mi falta de decisión” (p.47); “Tu sabes como soy yo de despilfarrador, como ando por aquí y por allá comprando cuanto libro o papel encuentro.” (p.126).

Todo texto revela una “lectura” de la realidad, una toma de partido, un modo de sentir, evaluar, percibir, donde se plantean valores, pues entre la vida del escritor y su obra hay una relación que las significa a ambas:

 

Te estoy platicando lo que pasa con los obreros en esta fábrica, llena de humo y olor a hule crudo. Y quieren todavía que uno los vigile, como si fuera poca la vigilancia en que los tienen unas máquinas que no conocen la paz de la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho a ser esa especie de capataz que quieren que yo sea (p.53).

 

Los temas abordados dentro de las cartas tienen una fuerte carga significativa, declaran en forma explícita desde qué posición escribe el destinador y al determinar sobre qué escribe, manifiesta quién es o quiere ser, y quién piensa que es su destinatario: “Por eso no dudo y menos aún ahora, de que los dos juntos seremos más fuertes para aguantar el amor o la alegría o la tristeza o lo que venga” (p.166).

La presencia de intercambios confirmativos y reparadores determinan la interacción que la carta actualiza. En este sentido, encontramos intervenciones que ratifican la existencia del vínculo afectivo entre locutor y destinatario: “sabía que, ya conociéndote, podía contarte las cosas que le dolían a mi alma y tú me darías el remedio” (p.29).

La carta, parafraseando a Barthes, reúne el cuerpo amoroso en el cuerpo textual, y en su interior caben sentimientos, confidencias, banalidades con palabras a veces tan herméticas que se plantean como incógnitas para el lector, pues son parte del código privado de los sujetos textuales y que convocan un mundo de hechos, de anécdotas y recuerdos que sólo conocen y entienden los sujetos epistolares: “Muchos de “aquellos” para ti” (p.61).

Los epistolarios dirigidos siempre a un solo receptor concreto, condicionan al autor y su escritura, y lo esencial en ellos es la aparición de este “yo” doméstico moderno, que cuenta sus experiencias comunes, humildes, sus historias mínimas, lejos del héroe épico; es un héroe singular, privado, que narra sus vivencias, un yo que se dice simple, en sus emociones, en su vivir:

 

Como te decía ayer, ya volví a los viejos tiempos de la escuela. Me desayuné con dos manzanas y una coca cola, porque aquí también la gente sabe ser floja y a las siete de la mañana no hay quien le dé a uno su desayuno (p.48).

 

Yo me he portado bien. No me he emborrachado y siempre que se trata de caminar camino derecho. No he dicho sino unas cuantas malas palabras; la gente con quien estoy no se presta para decir malas palabras. He tenido malos pensamientos, pero poquitos (p.50).

 

Esta correspondencia sostenida a través de varios años (1945/1950) va construyendo el perfil de Juan Rulfo, en donde el enunciado de cada carta narra en detalle el empleo de su tiempo, para hacer sentir su presencia más intesamente. Están también presentes sus ideas personales y en forma variable y reiterativa, un mismo mensaje: su amor por Clara: “Clara Aparicio, no te enojes, pero tengo ganas de hacerte pedacitos y comerte toda entera. De eso tengo ganas. Y de verdad y de darte muchos abrazos, pero muchos. Y de estar contigo siempre, junto a tu amor” (p.190).

Esta polifonía a dos voces es compleja, si queremos dar a cada uno (destinador y destinatario) un lenguaje y un estilo diferente, pero más sencilla desde el punto de vista narratológico, pues existe entre las cartas una relación causa-efecto que suprime el valor referencial.(Del Prado,1994: 622).

Estas cartas muestran cómo Juan Rulfo construye su amor a la distancia, le habla a ella de su amor y se presenta bajo la faceta de sujeto enamorado: “yo soy un desequilibrado de amor” (p.29). Aunque no figura la respuesta de su amada hay marcas que permiten reconocer y reconstruir al otro sujeto de esta diálogo escrito: “¿Te acuerdas del día en que nos dijo que no nos tenía confianza?” (p.28).

La elección de los temas tiene una fuerte carga significativa, que son el certificado de su existencia, que a través de una sutil estrategia de devoción y pedidos, reclama amor y proclama su amor: “No te escribo más para no enfadarte; sólo quería que supieras que todavía estoy vivo y ... nada más por ti” (p.40).

No obstante el respeto por las reglas convencionales básicas del género, Rulfo, sujeto discursivo, atraviesa las fronteras de la norma, manifestando su creatividad, para hacer de sus cartas un discurso que transita ambiguamente de la realidad a la ficción, y  que se incluye en otros géneros. De este modo es posible leerlas como una especie de texto dramático.

El escritor da tesitura oral al texto escrito a través de diversas expresiones que se encarnan en el papel “tantita es tu bondad”, “Ah!; “¿Qué idea se hará ella de tu fragilidad, de ti, pobre corazón que la quieres tanto?”; “me vine piense y piense”, preguntas, exclamaciones y repeticiones que, debido al grado de intimidad de los interlocutores, transforman la escritura en lengua de la proximidad al tener afinidad con lo fónico.

Para finalizar, tomo las palabras de Alberto Vital quien prologa el texto Aire de las Colinas. Cartas a Clara, “[...] la alquimia de Rulfo da tesitura oral al texto escrito y trascendencia poética a viejas voces e historias oídas, inventadas o vividas de niño, las cartas a Clara son un ejercicio con el cual la mano se relaja, toma confianza y se mantiene ágil y con el cual algunas expresiones populares, hijas de la boca y del tímpano, se aclimatan al papel, cuya dimensión ausente, el volumen -el volumen de la vida- resurge justo gracias a la feliz pertinencia del estilo” (p.11).

 

Bibliografía

Barthes Roland (1998) Fragmentos de un discurso amoroso, México. Siglo XXl

Del Prado, Javier,(1994) Historia de la Literatura Francesa, Madrid, Cátedra

Dorra, Raúl. (1997) Entre la voz y la huella, México, Plaza y Valdéz

Rulfo, Juan,(2000) Aire de las Colinas. Cartas a Clara, Madrid, Debate

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