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Rafael Gutiérrez Girardot y el pensamiento latinoamericano.
Breves anotaciones sobre el oficio crítico. [1]

 Foffani, Enrique
UNR -UNLP

 

No sería desacertado comenzar este breve ensayo sobre la trayectoria intelectual de uno de los críticos de la literatura hispanoamericana más importantes de la segunda mitad del siglo XX (el otro es, a nuestro juicio, Angel Rama) con la reflexión que le suscita a  George Steiner la figura de Georgy Lukács: “no resulta fácil para un hombre honesto ser crítico de literatura en el siglo XX”. Con la ironía que lo caracteriza, Georg Steiner agrega a renglón seguido: “Hay muchas cosas más urgentes que hacer”.  Con semejante planteo moral sobre la crítica literaria   —que nos recuerda otra escena moderna de nuestra historia latinoamericana, esto es, la angustiada confesión martiana frente al temor ya no de Dios sino de la grandes ciudades en tanto sitios donde se pierde la honradez— el catálogo de imposibilidades no podría ser considerado irrisorio: los requerimientos sociales, las demandas políticas, el deber ciudadano, la desazón del ocio en tiempos de indigencia y el dominio de las ciencias que exigen la demostrabilidad de todo resultado son, de algún modo, las legítimas urgencias con las que quedan definidas las prioridades sociales, económicas y políticas del sujeto en la modernidad. En verdad el conjunto de estas razones atenta contra la honradez intelectual porque —escribe Steiner—   “si es honesto consigo mismo, el crítico literario sabe que sus juicios no tienen validez duradera, que pueden invertirse mañana. Sólo una cosa puede darle a su trabajo una medida de permanencia: la fuerza o belleza de su estilo real. En virtud del estilo, la crítica a su vez puede llegar a ser literatura”.[2]

         En el caso de Gutiérrez Girardot, la fuerza del estilo reconocible por muchas inflexiones de las que trataremos de dar cuenta en este trabajo es, también, la contracara de una confirmación: si hay una premisa en sus libros, si hay un principio que oficia de causa, si hay un fundamento en sus trabajos críticos, éste no es otro que su pasión por el texto y la asombrosa lucidez de concebir la crítica como una de las formas de la literatura.  Este es, en términos de Steiner, el estilo real de Gutiérrez Girardot: una marca en la escritura que se propone resistir el paso del tiempo, aun cuando se advierten los vertiginosos cambios en la historia de las ideas. El lector de sus libros no tiene dudas de su posición, de la dirección que le imprime a su trabajo analítico, del lugar desde donde habla como sujeto intelectual. Esta falta de ambigüedad en el discurso demuestra hasta qué punto era primordial para Gutiérrez Girardot el saber situarse frente al objeto: se trata de un tomar conciencia que no es meramente un tomar partido sino el más problemático pero no menos riesgoso ejercicio de tomar posición; si aquél es, por tanto, una forma de la ortodoxia, éste último implementa la ruptura de todo dogmatismo.  A propósito, su libro aparecido en mayo de 2004 lleva por título Heterodoxias –título que, por muchas razones, puede considerarse una feliz condensación de su pensamiento crítico. En él  Gutiérrez Girardot hace transparente esta conciencia al afirmar que “la crítica literaria es literatura sobre la literatura”.[3]

No es difícil descubrir los orígenes de esta concepción moderna en la lectura de Friederich Schlegel, perteneciente, como sabemos, al primer Romanticismo de Jena, en cuya obra encuentra el fundamento que sostiene unos de los libros más deslumbrantes que se han escrito sobre la literatura hispanoamericana, esto es, Modernismo. Supuestos históricos y culturales.[4]  Por muchas razones, esta obra se ha vuelto el libro de cabecera en los estudios sobre el Modernismo Hispanoamericano. Es posible leer allí el gesto intelectual de Rodó pero no solamente por la resonancia continental que alcanzó sino porque, más allá del despliegue erudito de lecturas y de obras europeas del fin de siglo XIX, se trata de un libro implícitamente dedicado a los estudiantes en un esfuerzo por rescatar la tradición literaria y filosófica y por abrirle paso, además, a la escena moderna, seguramente con el propósito de inscribir en ella la historia cultural hispanoamericana. De este modo Gutiérrez Girardot traduce lo juvenil del Ariel en términos de la formación de la figura del estudiante universitario (una suerte de Bildungsroman de la crítica) y a la ficción idealista de la sala de Próspero, descripta en el marco ficcional del ensayo, le opone el teatro estético de la modernidad.

En una entrevista que le hiciéramos hace años, confirmaba los aspectos más entrañables de lo que Schiller denominó “la educación estética del hombre” y no sin ironía diferenciaba dos sujetos académicos en colisión: “Generalmente escribo para el público estudiantil porque escribir para los colegas es inútil. Los colegas no van a cambiar jamás (...) Walter Benjamin escribió que convencer es infructuoso. Cuando se escribe en cambio para los estudiantes y se escribe críticamente, cuando se encuentra necedades, el simple hecho de formularlas provoca la risa y el humor”.[5] Los aspectos formativos de la juventud que cristalizan en la figura del estudiante universitario es, también, una lección extraída del magisterio de Pedro Henríquez Ureña, el cual completa así los espacios simbólicos en juego: el aula del profesor y crítico dominicano equivale a la reformulación del ámbito sacro del uruguayo. Esta doble filiación se materializa en la experiencia concreta de Gutiérrez Girardot en la cátedra universitaria que ocupó por más de cuarenta años en el ámbito académico alemán.

No cabe duda de que la crítica de Gutiérrez Girardot es un pensamiento joven en el sentido apuntado por Rodó y también por Henríquez Ureña. Al mismo tiempo, sus trabajos críticos establecen una estrecha filiación con la obra de Walter Benjamin y, sobre todo, en la línea del juvenilismo, con dos ensayos que posibilitan un diálogo con la tradición hispanoamericana. La relevancia de un ensayo como “La vida de los estudiantes” se debe al hecho de que este texto asocia la juventud estudiantil con una concepción filosófica de la historia que es una de las preocupaciones más recurrentes en la obra de Gutiérrez Girardot. El otro, cuyo título es “Metafísica de la juventud”,[6]  completa la tesitura teórica acerca del juvenilismo/estudiantado desde presupuestos filosóficos que se inscriben en el horizonte del Idealismo alemán y su vertiente educativa (en el sentido que adquiere la palabra “Bildung”: formación).  A su vez, hay un aspecto altamente significativo en este último ensayo citado de Benjamin porque, al poner en escena la relación del hijo con el padre, es posible leer este vínculo en el interior de las contiendas que suelen debatirse entre las generaciones. Pero es así como la obra de Gutiérrez Girardot se presenta de modo tan erudito como profundamente díscolo, aproximándose tanto al pensamiento adulto como acercándose de modo escandaloso al juvenil. Y éste en la medida en que puede considerarse la protoimagen de una postura anarquista y rebelde tal como lee en un autor como Ernst Jünger y en la tradición latinoamericana en los tonos virulentos e iracundos del ensayismo de Manuel González Prada, fundamentalmente en la línea de “Propaganda y ataque” que funcionan emblemáticamente como los dos rasgos más significativos de la obra del colombiano: difundir la literatura hispanoamericana sin dejar, por ello, de arremeter contra ciertas posiciones ideológicas que resultan absolutamente inaceptables. 

         Este doble movimiento está en el centro de la escritura-Gutiérrez Girardot y puede devenir ejemplar en muchos aspectos pero sobre todo en uno: en el de la dialogicidad con la que se traman sus textos críticos.  Esta aparece, por un lado, como apelación a la cultura universal y el derecho de pertenecer a ella en calidad de latinoamericanos (si el ensayo borgeano que nos viene de inmediato a la memoria es “El escritor argentino y la tradición”, no menos convocante es el antecedente de éste en la obra pionera de Alfonso Reyes) y, por otro lado, como anclaje en la historia cultural hispanoamericana con sus peculiares inflexiones. 

         Uno de los centros de gravitación de la obra crítica de Gutiérrez Girardot es su sumersión en la cultura alemana, fundamentalmente en la literatura y la filosofía, instancia que suscita de forma permanente un contrapunto no entre literaturas nacionales sino, como lo indica el subtítulo del libro mencionado de 1983, según los presupuestos históricos y culturales que son las dos series privilegiadas que escanden el objeto-literatura. Esta premisa pone en entredicho los límites políticos a favor de categorías como fronteras o periferias orientadas a hacer visibles las insuficiencias semánticas de la noción de literatura nacional. Su dominio en el campo de la filosofía y la literatura germánicas  —dedicación compartida con la tarea de traductor—  ha podido consolidar menos lo que podríamos llamar una comparatística que una permanente confrontación entre proposiciones estético-ideológicas a las que no somete a ningún tipo de jerarquías repositorias de modelos centrales que copiar. La presencia activa de la biblioteca germánica vuelve permeables las estaciones de su obra y le confiere a ésta, al ritmo de un auténtico trabajo intertextual, los diversos tonos de su discurso crítico. Entre ellos —y sólo a manera de ejemplo—  puede citarse el recurrente tono correctivo de sus artículos y ensayos con respecto al análisis de la “teoría de las mediaciones”, según la perspectiva marxiana del paradigma sociológico. A partir de ella, puede leerse la tentativa de Gutiérrez Girardot por fundamentar una historia social de la literatura hispanoamericana a la que se ocupa meticulosamente de insertar en su preciso contexto problemático, esto es, en la red de dilemas y cuestionamientos inherentes al sistema literario en su relación con la serie historiográfica. Esta corrección no es meramente un gesto discursivo vaciado de contenido, más bien responde a la necesidad de que la crítica en tanto fruto de una investigación no deseche el rigor metodológico y sea concebida como un saber, de allí la insistencia en las precisiones terminológicas (con frecuencia propone otra traducción al español de ciertos términos alemanes ya instalados en el medio intelectual) y el deseo de poner un  saludable freno a devaneos sin sentido con los que la crítica literaria se deja arrastrar con cierta frecuencia. Es notable el modo como la obra de Gutiérrez Girardot, aunque apoyada, como veremos, en el uso del humor, repele el sinsentido. Se trata de una obra crítica capaz de ironizar, de tomar el pelo, de volverse sarcástica pero nunca un discurso expuesto al vacío de la significación. Lo político de los textos luchan contra este mal que muchas veces Gutiérrez Girardot adjudica a varias causas: ya sea por el uso erróneo de la teoría (lo que Harold Bloom denomina “misreading”), ya sea por los saberes que se ponen de moda (saberes de superficie en la medida en que desconocen sus propios fundamentos) o por el olvido de la Historia que, en la estela de la famosa novela de García Márquez, suele denominar a menudo “la peste del olvido”. 

         De este modo, retomando la cuestión del estatuto literario del saber crítico, el nacimiento de la literatura coincide con la irrupción de la modernidad y esta ligazón histórica equivale, en el crítico colombiano, a una auténtica declaración de principios. La conciencia de lo literario en su ejercicio de lectura y escritura no puede separarse en Gutiérrez Girardot del Texto y sus alrededores, de ese vasto territorio de asociaciones que revelan, de un modo contundente, la atención por la letra y sus infinitas variaciones de sentido. Desde la perspectiva de la cultura alemana se debería tener en cuenta dos nombres propios en la medida en que pueden considerarse los formadores de su estatuto crítico: de un lado Schlegel, porque inaugura el principio-ironía como el fundamento de lo moderno y, del otro, Nietzsche, porque otorga lo que falta —la quimérica verdad se hace trizas cuando la modernidad ilustrada encuentra, apenas surgida, su propio límite en el límite de la racionalidad— para que el saber se constituya en una lección. Esto es: menos afinidades electivas que lectivas desde el momento en que la definición del modo de leer es para Nietzsche una  “filología” y ésta no a la manera tradicional sino a la manera moderna: entre el saber y el poder, he allí “la question”.  Tal vez sea este campo en tensión entre el saber y el poder el motivo por el cual Georg Steiner piensa que la tarea del crítico se vuelve dificultosa en la contemporaneidad. En la reedición en México de hace unos pocos años de otro de sus libros más notables, Nietzsche y la filología clásica, Gutiérrez Giradot describe los alcances del Neoliberalismo en términos de un proceso basado en “una interpretación ahistórica de Platón, Hegel y Marx” que repele toda concepción filosófica de intención sistemática y totalizante a la cual equipara de manera errónea “con una praxis política totalitaria”.[7]

Como crítico, es indudable que Rafael Gutiérrez Girardot ha promovido de manera ininterrumpida la divulgación cultural, ese ámbito donde se fraguan las lecturas anticipadas y siempre pioneras de una época, a espaldas del ritmo dictado por la moda y el comercio con que suele moverse la industria editorial. A él le debemos la creación de los Estudios Alemanes, un fondo donde los latinoamericanos (y los españoles también claro está) pudimos leer por primera vez a Walter Benjamin, Jürgen Habermas, Marcuse, los trabajos críticos de Beda Alemann, las traducciones revisadas de Georg Simmel. Eran los años de la revista Sur en que la dupla Victoria Ocampo-H.A. Murena prestaron su ayuda y contribución para la consolidación de un proyecto intelectual como éste, sólidamente pergeñado por Gutiérrez Girardot a instancias de una concepción ética de los valores culturales pero nunca desligada de lo estético. Sería necesario estudiar las estrechas vinculaciones  —ya que son auténticos vasos comunicantes—  entre las traducciones y su incidencia en el trabajo crítico. Ya no nos referimos a los autores del proyecto de Estudios Alemanes sino a los narradores, filósofos y poetas y sobre todo a estos últimos, no sólo por la excelencia en su dominio de la lengua de Goethe sino porque la traducción se abre camino hacia otro espacio: el de la escena del saber crítico, espacio investido de una dimensión simbólica imprescindible para la comprensión de la literatura latinoamericana como proceso.  Es como si Gutiérrez Girardot insistiera en todos sus trabajos con una misma idea: mostrar, desocultar, hacer visibles los supuestos históricos y culturales del hecho literario, sin los cuales toda lectura se volvería estéril y arbitraria. Algunos ejemplos: su traducción de los Ditirambos a Diónisos de Nietzsche y el ensayo que la prologa responde a las cuestiones relativas al fenómeno de la modernidad y es, de algún modo, una oblicua contestación a una concepción estética emparentada con el nihilismo bajo cuya égida se encuentran comprendidos los poetas finiseculares de Latinoamérica. Sus traducciones de Paul Celan, inscriptas en la tradición nietzscheana, lo llevan a comparar su poesía con la de César Vallejo. En un ensayo escribe: “Vallejo y Celan expresan una experiencia histórico-universal o dicho más exactamente buscan el lenguaje y lo crean capaz de expresar la mudez universal que convoca la ambigüedad del Nihilismo y sus diversas formas (...).  Tanto Vallejo como Celan experimentan (el Nihilismo) profundamente y sacan las consecuencias de ello” [8]

Gutiérrez Girardot da un paso más y establece una suerte de parámetro indeclinable en la formulación de su discurso crítico que, presente en numerosos ensayos,  podríamos leer como una de sus  preocupaciones por la significación de la Historia. Las conclusiones de la relación Vallejo/Celan es “un exemplum” de su saber crítico: “El Nihilismo no es una cuestión histórico-literaria, no es una cuestión de ismos estético-literarios sino un estado terrible de la Historia lo que sobre sobrecogió a Vallejo y Celan” [9]

Desde esta perspectiva es imprescindible aclarar que el propósito de Gutiérrez Girardot no está orientado primordialmente hacia el estudio de “las literaturas comparadas”, aun cuando esta disciplina en desarrollo encontrará en su obra escrita no sólo materiales imprescindibles sino también invalorables observaciones y re-orientaciones respecto del modo de trabajar seriamente con la historiografía literaria. Es sobre todo una apuesta crítica a corregir algunos aspectos primordiales de la historia cultural latinoamericana, esto es, comenzar a poner en pie de igualdad a los escritores latinoamericanos y a los escritores europeos. Más que un gesto, más que una actitud, más que una merecida justicia, se trata de un pensamiento crítico que no quiere quedarse al margen de la Historia ni de los acontecimientos de la Cultura. Una vez más el subtítulo de su libro sobre el modernismo hispanoamericano deviene un programa, el núcleo productivo que se disemina en toda su obra crítica: los supuestos históricos y culturales es la relación que sostiene el objeto-literatura.  De este modo, Gutiérrez Girardot aniquila, por un lado, los complejos de inferioridad del latinoamericano, reproductores mecánicos de un pensamiento colonizado y, por otro, al invertir sus consabidos valores, logra poner de manifiesto lo que podríamos llamar una conciencia histórica que nace estrictamente del proceso de lectura crítica de los textos literarios y no de los reflejos y los destellos de la Teoría, por más atractivos que sean, por más brillantes que resulten en la formulación de sus conceptos. Su resistencia a las Teorías contemporáneas (mejor dicho: su aversión a ellas) no responde de ningún modo a la cancelación de los paradigmas epistemológicos sino, por el contrario, a  evitar la descorporización histórica de las ideas y de las categorías de análisis. Por esta razón, su aversión intelectual ante la posible desmaterialización de la teoría tiene como contracara un imperativo categórico: el de atenerse a la materialidad de lo histórico-cultural que a su vez implica otras materialidades como los territorios geográficos, los espacios urbanos y sus constelaciones, el paisaje arquitectónico, las  relaciones entre el centro y la periferia.

Es tan importante esta instancia que su desconocimiento equivaldría a la imposibilidad de leer una suerte de geopolítica de los textos. Sin embargo, la modernidad latinoamericana, tal como es concebida por Gutiérrez Girardot, no es por cierto una modernidad periférica desde el momento en que invierte la ratio eurocéntrica, y así como encuentra la periferia en el territorio de la metrópolis  encuentra también la vanguardia intelectual en el territorio hispanoamericano. Su burla a las modas teóricas (demás está recordar los juegos lingüísticos de sus diatribas orales en entrevistas o exposiciones en congresos mediante algunas famosas ocurrencias como “Lacancan” y “Derridadá”) responde más a corroer los mecanismos reproductores de lo que podríamos llamar “los saberes aplicados”. Y aplicados en los dos sentidos: de un lado, saberes obedientes, condescendientes, sumisos y, del otro, los saberes que se constituyen falsamente en la aplicación mecánica. Por eso, la  figura juvenilista que Gutiérrez diseña del estudiante es la del insobornable, el que pone todo en duda antes de aceptar: el estudiante es el joven combativo que no acepta la realidad sino que quiere transformarla: 

 

La crítica no es solamente talento sino el ejercicio de la razón. La crítica exige un aprendizaje que consiste en la formación de ese talento y en el conocimiento de los pasos que han de darse en el análisis de un texto, de un tema, de un fenómeno cualquiera. Y ese conocimiento exige, a su vez, una guía que a su vez muestra los pasos del análisis, representa la tradición, esto es, el camino de la ciencia y las experiencias que han recogido en este camino, y que no logra captar el autodidacta porque no todos los elementos de esta tradición llegan a los libros que son el producto de varias relaciones previas: de la relación entre tradición e innovación y de la cristalización personal de éste en la del profesor y el estudiante.[10] 

 

Quisiéramos, en los límites de este ensayo, anotar algunas apostillas del oficio crítico ejercido por una figura magisterial como Gutiérrez Girardot, orientadas a poner de relieve aquello que en términos ya establecidos en este trabajo podríamos denominar, parafraseando a Georg Steiner, la fuerza del estilo real de su pensamiento hispanoamericano.

 

1. Gutiérrez Girardot practicó un tipo de crítica en la que incorporó de un modo magistral nada menos que el humor y con él un amplio espectro de tonos: humoradas, burlas, chanzas, chistes, tomaduras de pelo, parodias, ironías, son todas formas de escritura que hacen visible la presencia de un lector y que transmiten de un modo categórico una concepción determinada de la literatura. La implacable y obsesiva crítica a Ortega y Gasset y a Octavio Paz[11] no son meros juegos pugilísticos o sólo ataques a la ideología. Por muy razonable que parezca en sus aspectos más argumentativos, es también un ajuste de cuentas en tanto recomposición simbólica de una serie de faltas y miopías inherentes a la historia cultural, la cual se escribe también con las actitudes, con las posiciones tomadas, con la potencialidad del imaginario y no solamente en el éxtasis individualista de las ideas. Y lo mismo ocurre con respecto a críticos españoles como Menéndez y Pelayo, Pedro Salinas o Díaz Plaja los cuales frecuentemente se volvieron blanco de críticas y burlas. La crítica de Gutiérrez Girardot es una forma de escribir contra: menos un mero disconformismo que el permanente alerta. 

 

2. Un centro de gravitación en el sistema de su pensamiento crítico es, indudablemente, la Modernidad Hispanoamericana en todas sus vertientes: ya sean modernizadoras, modernistas, antimodernistas, pseudomodernas, moderno-simbolistas, modernócratas. Se trata, por tanto, de un proceso crucial en el desarrollo de la mentalidad histórica del sujeto. Su obra es la tentativa por agotar todo lo que la modernidad prometía a la cultura latinoamericana desde los aspectos políticos y económicos a los espirituales y teológicos. La formulación del origen de ese núcleo es el proceso de Secularización que deviene el mirador desde el cual observar y contemplar el curso de la Historia cultural. Observar y contemplar son  condensaciones primordiales: la precisión del saber, del lado del observador; la verdad de la estética, del lado del contemplador. El suyo es un pensamiento crítico que seculariza los minuciosos resquicios y rincones de la historia cotidiana y sus relaciones con aquello que, en verdad, la alimenta y la sostiene en el fondo de la historia. No hay un ensayo crítico de Gutiérrez Girardot que no se inserte en la Historiografía: de hecho, es el pensamiento moderno el que guía sus estudios sobre la cultura colonial hispanoamericana en dos de sus trabajos más deslumbrantes: me refiero a Temas y problemas de una historia social de la Literatura Hispanoamericana [12]  y  La formación del intelectual hispanoamericano en el siglo XIX [13] , en cuyas “Consideraciones metodológicas” explica la importancia de la Colonia en la formación de un sujeto intelectual.  El devenir de la Modernidad adquiere el valor de “acontecimiento”, una noción próxima a la de “iluminación profana” de Walter Benjamin: el pensamiento moderno es ese instante, esa “ahoridad” (la Jetztzeit) desencadenante que involucra el presente de toda enunciación crítica.

 

3. Uno de los fundamentos de su obra es el valor que adquiere la poesía, de donde Gutiérrez Girardot extrae la verdad de una doxa y la certeza de una episteme. También le provee a su discurso de un saber equivalente al que tiene la filosofía en  la tradición occidental. Sus trabajos críticos sobre Hölderlin, Gottfried Benn, Hugo Ball y Paul Celan, en el caso de la poesía alemana, y de Vallejo, Antonio Machado y  Jorge Guillén, para la poesía escrita en español, dan pie tanto a reflexiones estéticas como a la tentativa por resolver aspectos teóricos y metodológicos. El estatuto ontológico de la poesía cuenta no sólo con la consistencia del pensamiento sino con la naturaleza del lenguaje y su recurso espeleológico a la constante indagación de la palabra. De allí que Gutiérrez Girardot encuentre, tempranamente, en la ficción borgeana una filosofía en tanto reservorio de las ideas y no sólo una literatura. Y este proceso lo lleva a cabo antes del descubrimiento de Borges por parte de los filósofos y teóricos franceses. Recordemos que el libro dedicado a la obra de Borges es del año 1959 y, dicho sea de paso, es el primer libro que se escribió sobre él en el contexto de la crítica hispanoamericana.

 

4. Rafael Gutiérrez Girardot ha sido nuestro crítico-dandy. Quienes lo conocimos recordamos su cuidado en el vestir, el consabido moñito, el sombrero, su caballerosidad, el aspecto refinado y los buenos modales. Dandy en el sentido con que lo hubo definido Baudelaire, esto es, aquél que aspira a otro tipo de aristocracia, atribuida totalmente al intelecto y al espíritu: no la aristocracia del dinero sino la aristocracia intelectual, allí donde lo distinto se vuelve lo distinguido. Análogamente, su obra no es un mero discurso sino un saber alejado de las prácticas rastacueras de la crítica, esto es, alejado de una concepción reproductiva, mecánica, condescendiente o perdonavidas de la crítica con la que Gutiérrez nunca transigió en su natural vocación de francotirador. Su obra promueve un ajuste de cuentas  respecto del escritor latinoamericano vilipendiado y burlado en sus facultades intelectuales. Vale decir: releyendo muchos de sus ensayos, se puede descubrir entre líneas, entre los tramos polémicos y sus distensiones irónico-burlescas, una suerte de sentimiento de revancha, como si hubiera podido crear “una justicia crítica” en el interior de los textos análoga a la justicia poética de los poemas. Espacio utópico por antonomasia, una revancha que es una manera de vengar la pluma por debajo del sombrero de Darío o la inaceptable miseria del cholo peruano en sus años de París. Podríamos tomar muy a la ligera ese continuo no dejar títere con cabeza si no encuadráramos esta actitud crítica en la injuria o la irrisión cuando la injuria o la irrisión se vuelven ejercicios críticos, cuando adquieren por fin un valor, cuando devienen otra cosa más aguda y más entrañada en el talante incómodo de ser crítico en el siglo XX. Incorporar estos tropos o el humor en el discurso crítico es establecer un diálogo con el lector y con la historia. La obra crítica de Gutiérrez Girardot nos demuestra un camino posible para la dificultad que Steiner señalaba entre crítica y honestidad. Podríamos decirlo así: Gutiérrez Girardot reescribe en sus ensayos el topos de “las armas y las letras”: sin deponer ni abdicar de la academia y de su erudición aparece el crítico francotirador a través del deporte de conjugar la letra con los dardos y hacer de la crítica el talante compensatorio del reivindicador. 

                                     



[1] El presente trabajo ha sido publicado con el nombre “Rafael Gutiérrez Girardot: breves anotaciones sobre el oficio crítico” en Hispamérica. Revista de literatura, año XXXIV, N° 100 / Abril 2005, pp. 131-140,  ISSN 0363-0471

[2] De Georg Steiner, “Georg Lukacs y su pacto con el demonio: la crítica liberal”, en AA.VV., Lukács, Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1969, pp. 9-24

[3]  Rafael Gutiérrez Girardot. Heterodoxias, Bogotá, Taurus, Colección Pensamiento, 2004, p.12.

[4] Rafael Gutiérrez Girardot, Modernismo. Supuestos históricos y culturales, México, FCE, 1988, pp. 9-111.

[5] Enrique Foffani, “Entrevista a Rafael Gutiérrez Girardot”, Revista de Lengua y Literatura [Departamento de Letras Facultad de Humanidades, Universidad del Comahue], VIII, 15-16 (noviembre 1994), pp. 89-106.

[6] Walter Benjamin, La metafísica de la juventud, Barcelona, Paidós, 1993, p.189.

[7] Rafael Gutiérrez Girardot, Nietzsche y la filología clásica. Analecta Malacitana, Málaga, 1997, pp.     9-131

[8] R. G. Girardot. “Celan y Vallejo: la poesía ante la destrucción”. En: Simposio Internacional “Vallejo y España”. En homenaje a los 50 años de la muerte del poeta 1938-1988. Los Angeles, University of California, 1988, pp. 49-55.

[9] R. G. Girardot. Op. Cit. p. 51

[10] Rafael Gutiérrez Girardot, “Sobre la crítica y su ausencia en las Españas”, Hispanoamérica. Imágenes y perspectivas, Bogotá, Temis, 1989. Citado de: Caminos hacia la Modernidad: Homenaje a Rafael Gutiérrez Girardot. Frankfurt, Vervuert Verlag, 1993, p. 25.

[11] En el ensayo de Javier Lasarte titulado “Gutiérrez Girardot: polémica y utopía”  leemos esta actitud corrosivamente crítica: “El riesgo de esta valoración positiva tiene su opuesto en el despiadado ataque a figuras y tendencias asociadas a la idea de progresismo o de reconocido y sacralizado prestigio en la reflexión cultural producida en el mundo de habla  hispana”. Gutiérrez Girardot, El intelectual y la historia, Caracas, La Nave Va, 2001, pp. 9-15.

[12] Bogotá, Ediciones Cave Canem, 1989, pp. 13-100.

[13] University of Maryland at College Park, N°3, pp. 3-72.

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