Diario de la crisis
y Ser argentino de Pedro Orgambide: los bordes de una búsqueda Flawia
de Fernández, Nilda |
La literatura es un acto de libertad
Tomás Eloy Martínez
Notas sobre el momento de
producción de los ensayos
No podemos hablar de la literatura argentina y de
la conformación del canon de la última década del siglo si no nos referimos,
aunque de manera sucinta, a lo ocurrido en décadas anteriores, ya que, más allá
de hablar de cambios que se producen, de quiebres o fracturas
irreductibles, podemos marcar hitos y
hechos más que fechas que permiten abrir y cerrar temporalidades. Sobre todo en
el caso de Pedro Orgambide quien tuvo que exiliarse a México en la funesta década
de la última dictadura militar, lo que hizo que mucha de su obra estuviera
vedada al público argentino, años después recién circularía y sería posible la
valoración de su abundante producción.
En la década de 1980, si bien nombres como los de
Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Manuel Mujica Láinez, Ernesto Sábato
constituyen las referencias ineludibles cuando se habla de literatura, sin
embargo hay otras formas que se imponen, que por cantidad y calidad van
instalándose en el centro de la escena cultural argentina. Lo hacen desde
diferentes posiciones, desde diferentes lugares geográficos, desde diferentes
formas de escribir, incluso desde diferentes generaciones. Todos ellos
reconocen la poética de Rodolfo Walsh como inspiradora de una ética de acción y
de escritura; así autores como Ricardo Piglia, Andrés Rivera, Juan José Saer,
Tomás Eloy Martínez, Héctor Tizón, Daniel Moyano, Luisa Valenzuela, Ana María
Shua, Osvaldo Soriano, Luis Gusman, entre otros, plantean lecturas personales,
transgresoras y sobre todo críticas del país, nada queda al margen, todo es
motivo de polémica[1]
Andrés Avellaneda ha señalado que la literatura argentina “en poco menos de 30 años había trazado una
curva que arrancaba en la confianza de la literatura como posible registro de
la realidad (...) que llegaba en sus manifestaciones ‘antirrealistas’ más
extremas a aspirar a una completa autorreferencialidad y a un vehemente deseo
de quebrar totalmente con la fe en el poder de la ilusión mimética.
Una vez más, la literatura argentina se aborda desde formas
dicotómicas, no sólo en cuanto a líneas ideológicas acerca del concepto mismo
de literatura, los que seguían a Roberto Arlt, o los que continuaban la línea
martinfierrista. Esta dicotomía escinde
igualmente lectores, mercado y en este espacio no podemos dejar de mencionar a
las editoriales y el papel fundamental que juegan. Ejemplo de ello es Planeta,
entre las más destacadas. Se pautan políticas de edición, y se contratan
previamente los autores con enormes erogaciones en campañas y premios muy
publicitados[2]
Sin embargo podemos mirar el proceso de la literatura argentina
desde otras perspectivas tal como hace María Teresa Gramuglio[3]acerca
de nuevas formas en la narrativa argentina en cuyo recorrido no se narra
únicamente desde Borges, aunque su figura siga siendo imprescindible a la hora
de hablar de la literatura del siglo XX, sino “que se ha ido configurando una
trama densa de textos en el interior de la cual se diseña un árbol genealógico
(no muy frondoso) en cuyas ramas principales y aún ciertos retoños e injertos se
leen en los libros de hoy”. Sin duda, hay nombres a los que no podemos dejar de
mencionar al hablar de la conformación del canon de las décadas del ’80 y ’90
como Rodolfo Walsh, Puig, Piglia, Saer, Viñas, cada uno con sus adhesiones y
genealogías propias, con sus concepciones particulares acerca de los géneros y
del espacio literario como convocante de otros discursos como el de la
historia, la política, con nuevas vueltas de tuerca acerca de problemáticas
estéticas. Son ellos, no los únicos, los que establecen la tensión en la
construcción del espacio propio por parte de muchos otros escritores que
realizan su labor en estas décadas.
Centrándonos en el ensayo específicamente, en
Argentina, desde prácticamente sus orígenes es un tipo de escritura que se aboca
a la tarea de explicar, interpretar, proponer, cuestionar pero por sobre todo a
tratar de encontrar una respuesta a la afanosa búsqueda de perfiles que definan
de algún modo y desde diferentes perspectivas nuestra identidad. Si bien esta
pregunta podemos encontrarla en los enunciados de múltiples géneros parecería
que encuentra en el ensayo el espacio ideal por constituirse este como una lectura de un problema.
El ensayista parte de sus propias circunstancias
para releer la realidad acuciante que lo rodea. Podemos marcar algunos ejes que
unen las diferentes épocas y autores: la problemática nacional con fuerte
énfasis en lo político y en lo social,
miremos el género desde Facundo de D. F. Sarmiento en adelante
para corroborarlo.
También en estas décadas el ensayo se torna más
flexible aún en cuanto a la incorporación de los múltiples discursos sociales
en los que abreva y con los cuales se enriquece. Si la hibridez genérica prácticamente
era su marca, ahora ésta se expande en espirales cada vez más abarcadores, más
liberadores. Son formas de la incertidumbre, de la interrogación y de la
búsqueda de interpretaciones tentando todos los caminos posibles en la
“lectura” de la crisis y en la forma de construir representaciones simbólicas
de una historia que ya no se concibe como única ni totalizadora, en cuya base
está la pregunta originaria de la literatura de estas décadas: ¿cómo relatar,
cómo narrar, cómo llegar a interpretaciones que permitan entender el horror y
la violencia de las décadas anteriores? Lenguaje, representación., la historia dentro de la historia, la
construcción del narrador, del ensayista son problemas que los escritores deben
resolver a la hora de proponer sus poéticas particulares y lo hacen desde diferentes
perspectivas.[4]
Dos
ensayos de Pedro Orgambide
En el tratamiento de la vasta obra de Pedro
Orgambide iremos uniendo textos que por formas de escritura pueden ser tratadas
en conjunto, advirtiendo sin embargo, diferencias y aportes de cada una de
ellas. Este recorte significó releer estas obras de Orgambide en función de
operadores recurrentes pero diferentes.
En el caso que nos ocupa el de la observación de lo
cotidiano y de su rastreo en el pasado sin necesidad de abocarse en la
investigación del documento histórico únicamente, sino por el contrario en
otros discursos de una sociedad múltiple, conflictiva y contradictoria. Propone
un recorrido por el camino de la búsqueda identitaria. A diferencia de modelos
que ponían el acento en una literatura universal y metafísica, Orgambide prefiere la indagación en la que
él mismo pueda insertarse como
disparador de la búsqueda. Es a partir de su experiencia cotidiana, de sus memorias, lecturas y
estéticas propias que elabora sus ensayos.
Ser
argentino se abre con un
paratexto revelador del posicionamiento de Orgambide como ensayista: “a mi hijo
Martín, por su amor a la Historia”. El
libro en sí mismo no es una historia del país ni constituye tampoco un
manual acerca de algunos períodos o personajes; por el contrario está
organizado en capítulos que a manera de lanzaderas unen determinados momentos
del pasado y del presente, acontecimientos históricos con visiones que, desde
otros discursos sociales, se ofrecen acerca del mismo con su propia visión sobre
estos es decir, involucrándose y dejando
claramente definida su posición como narrador:
Este texto donde la realidad histórica y la
irrealidad de la literatura se unen hasta borrar sus límites muestra el
escenario donde coexisten los protagonistas y los testigos […] Hablemos claro:
ellos son los narradores de la cultura institucionalizada, los que poseen la
escritura de la Historia, la que cultivan los generales ilustrados, no el
soldado analfabeto. Esto es así, sin duda. Y sin embargo, desde la cultura
sumergida, el iletrado, el anónimo, el nadie, el pobre puede emerger como
personaje. [5]
Busca los intersticios de una historia ya escrita
en pequeños acontecimientos, personajes y hechos que simbolizan otras visiones
y concepciones del país. Se estructura un diálogo entre opuestos, en los bordes
entre lo ya dicho y lo callado, entre valores y concepciones culturales, entre
la historia y la literatura como las dos caras sobre las que se pueden evocar e
interpretar imágenes culturales tanto del pasado como del presente, imágenes
positivas como negativas. Escribe en los años de la globalización, del segundo
gobierno de Menen, cuando ya se percibían señales sociales de mucho
inconformismo y a su vez de fuertes voces que desde los márgenes pugnaban por
ser escuchadas y a la vez por el avasallamiento de formas culturales
extranjeras. Ebullición permanente, crisis de la cotidianeidad; desafío a la
tradición en tanto valores y prácticas sociales.
Siguiendo esta estructura textual pone en diálogo
capítulos como “Voces de gauchos y soldados” con “Voces de gringos y criollos”
o “los intelectuales y el peronismo”, a los que suma otros entre los que tienen
gran preeminencia el tango y el lunfardo para culminar con uno que plantea uno
de los mitos más recurrentes en el habla popular del país: “Dios es argentino”.
A través de su experiencia puede evocar costumbres, formas de discursos
populares que apuntan a la descripción de ciertas actitudes y valoraciones
identitarias, mezcla así el lugar del observador casi externo de los hechos al
del protagonista anónimo o por lo menos al de pertenencia a una clase social y
cultural no siempre escuchada pero que lentamente va haciendo escuchar su voz,
marcando las aristas de su identidad tanto por adhesiones como por contraste.
Resalta en esta evolución el permanente contraste
entre un país que poseía claros valores con los que se distinguía a un país en
crisis cuyo rumbo es incierto y que tiene que ver sobre todo, con frustraciones
y pérdidas culturales. En esto, los acontecimientos políticos no quedan al
margen, por el contrario, constituyen motores fuertes de estos cambios:
Los tiempos han cambiado. Terminada la dictadura,
crece en la memoria de aquellos jóvenes (los que sobrevivieron al horror) las
figuras del padre Mugica y de monseñor Angelelli y de los curas de San Patricio
o de las monjas francesas asesinadas en los años del desprecio[6]
No tiene fecha de inicio ni de terminación, es un
troquelado de nuestro pasado y del presente cuya organización más que
cronológica es por motivos que hacen a la conformación de roles identitarios.
De allí el título. ¿Qué espacios se comprometen en este intento de descripción
de idiosincrasia como sociedad? La búsqueda está orientada a los discursos
considerados marginales como el lunfardo, el tango, las creencias populares, y
que de alguna manera llegaron a la literatura como orilla de la memoria.
En el caso de Diario de la crisis de Pedro
Orgambide (Aguilar, 2002) el texto intenta clarificar algunas imágenes
culturales que quedan de manifiesto de manera dolorosa a raíz de la crisis económica
que sufrió el país hacia finales de 2001. Responde al enunciado de que los
argentinos tenemos mala memoria y por lo tanto repetimos errores.
La crisis económica fue de tanta envergadura que
terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa y desató innumerables conflictos
sociales y políticos. Sin embargo estos conflictos no eran nuevos. Esa es la
tesis de Orgambide, vivimos cada conflicto como si los anteriores ya no
hubieran existido, sin poder ligar los procesos de la historia en sus distintos
eslabones.
Durante los años que siguieron [primera guerra
mundial] encontré suficientes razones para refutar esa hipótesis optimista.
Cambié el espionaje de los diarios íntimos por la lectura de los testimonios
biográficos y autobiográficos de los compatriotas que se impusieron la ardua
tarea de pensar el país. Deambulé entre esas voces, como por una enorme casa
abandonada, buscando a quienes nos pudieran guiar en medio de la desazón y el
desconcierto[7].
Memorias como las de General Paz, autobiografías
como las de Sarmiento o diarios como los de Mansilla son lecturas que no pueden
obviarse y están dialogando en el denso entretejido de la de Orgambide.
Diario
de la crisis,[8] al igual que el ensayo anterior, está organizado en capítulos breves que
pueden ser leídos de manera independiente entre sí pero que mirados en conjunto
completan las imágenes y reflexiones que se habían vertido con anterioridad.
El título nos lleva a reflexionar acerca de su
elección. Coincidimos con Noe Jitrik en que:
autobiografías
y memorias están volcadas sobre el pasado; los diarios, en cambio
suponen o fingen que aprisionan un presente, o al menos, su sentido. Además, si
el enunciador o narrador, puesto que sea como fuere siempre se trata de
narración- es en todos los casos un “yo”, disfrazado a veces y apenas en un
discreto “nosotros”, sin embargo se diversifica en cada caso y adopta tácticas
que le son específicas, lo cual tiene sus consecuencias. [9]
Cada
uno tiene un título que es la síntesis y a la vez apertura de su argumentación.
Utiliza tanto enunciados afirmativos como interrogaciones, exclamaciones, citas
de textos musicales (tango) como de libros y autores de diferentes épocas del
país. Originan sus reflexiones títulos como “La Argentina está triste, ¿qué
tendrá la Argentina? o “Vagos y mal
entretenidos” o “Concierto de cuerdas en el escenario de la pobreza” que son
los disparadores de sus respuestas a lecturas, discursos sociales, críticas e
interpretaciones presentes.
Orgambide parte del concepto tradicional de diario
como algo íntimo y secreto, encubierto por la vanidad. Toma la historia del
país a través de los testimonios biográficos de quienes tuvieron la tarea de
pensar la organización política de esta sociedad a los que suma el suyo propio.
Toma el lugar de quienes padecen la crisis y no la mira desde el lugar de los
especialistas como son los economistas y analistas políticos sino que es el
testimonio de un escritor en medio de la crisis de 2002 La forma textual adoptada organiza y
selecciona acontecimientos más que por su valor histórico general, por el grado
de incidencia en su propia experiencia como argentino, construye de ese modo un
lugar de testigo si bien no protagonista de los hechos pero sí muy involucrado
en los mismos. No pone el acento sólo en lo momentáneo de los acontecimientos
sino que los liga dentro de su propia experiencia con lecturas, el pasado y el presente.
Transforma el género tradicional de diario en
heterodoxo, relaciona de manera permanente presente y pasado para explicar el
momento crítico que se vive, junto con datos de su propia experiencia.
El tono interpretativo de una sociedad que adopta
en Ser argentino, gira hacia el
escepticismo ante los acontecimientos del país, los ve como reiteraciones de
muchos otros fracasos y no puede disimular el sentimiento de frustración: “Da
pena oír el discurso del converso que estigmatiza lo que antes creyó”[10]
Apela a diferentes lecturas de la política, la
literatura, la filosofía, la historia tanto del país como del continente, la
economía y sobre todo a los testimonios proporcionados por los periódicos de
2002 que le dan pie para confrontarlos con su mirada sobre la historia del
pasado.
Ambos textos con una distancia temporal de seis
años plantean un recorrido desde diferentes posiciones acerca de un problema
eje de la literatura argentina en cualesquiera de sus géneros y épocas: la
búsqueda de la identidad o por lo menos la explicación de este concepto siempre
en fuga, inasible, complejo y sobre todo contradictorio, nunca acabado, dicho
desde múltiples lugares, sin definición absoluta.
Estos textos constituyen ideas orientadoras de
determinados estadios de la literatura y de la cultura argentinas que, por
cierto, van más allá de los géneros aunque no podemos negar la recurrencia en
el tipo de textualidades a las que nos estamos refiriendo: ensayos en su
verdadero sentido o bajo la forma de diario social y cultural del país.
Ambos postulan en una primera persona de marcadas
características analíticas e interpretativas, una poética que es común con el
resto de sus obras. Son también un mapa de sus lecturas preferidas, de las
ideas que marcaron su vida y su manera de contar, incluso que explican la
elección de una temática particular de sus novelas. Como dice Nicolás Rosa:
“memoria y olvido son los puntos extremos que traman la textura de un texto:
inscripción y borramiento son las operaciones que engendran la escritura”[11]
Deja de lado la morosidad o la trama compleja de la
ficción para deleitarse en la exposición de sí mismo en una escritura que, si
bien fragmentada, tiene mucho de orden, de razonamiento, sobre todo de
profundas reflexiones sobre una sociedad a la que no acaba de comprender.
Podemos destacar dos aspectos de su escritura por
un lado el cuestionamiento acerca de la “realidad “de la experiencia sobre el
presente y a la vez cuál es su significado en relación con el pasado.
Causalidades o casualidades gestan las imágenes y representaciones del
argentino en diferentes épocas, reiteraciones que no tienen su definición en
las circunstancias en sí mismas sino en aquellas seleccionadas por el ensayista
como signos de sus reflexiones.
Esos signos
son los que Orgambide tomará como disparadores de su propia constitución como
sujeto de sus textos. Por ello cada obra constituye un aspecto de una poética
siempre inconclusa, la de la forma del ensayo mismo.
Orgambide, argentino, marxista, lector de la
tradición argentina y europea pero nunca centro del espacio cultural argentino
construye su lector como su par en cuanto las formas y figuraciones de la
subjetividad y a las interrogaciones sobre el presente.
En la
medida en que el lector cree acceder a meras reflexiones sobre determinadas
circunstancias lo que en realidad esta asumiendo es el proceso que, por medio
de la lectura, se opera en su conciencia sobre su propia experiencia. Se habla
de lo importante como si se hablara de cuestiones menores en un tono sólo de
“imágenes y libros” Siguiendo a G. Lukacs “parece como si todo ensayo se
encontrara en la mayor lejanía posible de la vida y la separación parece tanto
mayor cuanto más ardiente y dolorosamente es sensible la proximidad real de la
esencia real de ambos”[12]
Es decir no
se deja seducir por el imperio del
metalenguaje tan común en otros géneros, el acento está puesto en el lenguaje,
su problema son las palabras. Como bien lo explica G. Lukacs: “el ensayo es un
juicio, pero lo esencial en él, lo que decide acerca de su valor, no es la
sentencia (como en el sistema) sino el proceso mismo de juzgar”[13]
Orgambide interroga sus textos “como lugares donde
se concibe la literatura” y donde se rescata su categoría de veracidad, en
tanto pone en otro lugar los saberes en relación con la ideología y por donde
además transitan todos los demás géneros.
Desde el punto de vista del género pues no podemos dejar de destacar la tensión
dialéctica entre la objetividad que el ensayo intenta, la experiencia cultural
de la que parte, las pruebas que argumenta, la valoración del objeto mismo de
la elección y todas las formas de la subjetividad que se ponen en juego en el
acto mismo de la escritura que nunca deja de ser histórica en cuanto
transitoria.
Orgambide como todo escritor y, especialmente
ensayista, mueve los resortes de su escritura entre la representación de sus
experiencias personales e históricas y la manera en que la escritura las pone
como reservorio de su memoria. El mundo argentino del siglo XX de su escritura
recorre un amplio abanico de personajes de distintos niveles, jerarquías y
saberes pero que son aristas del hombre, sujeto histórico de la modernidad. Son
representaciones del saber pero también de la barbarie, del proyecto de futuro
pero también de sus anclajes en lo más abominable del pasado, permanente
contradicción de una sociedad que lucha por encontrar una salida a sus
problemas.
Escribe en la encrucijada entre la crónica
histórica y sus memorias; a partir de allí establece una serie de relaciones,
diálogos y polémicas con otras múltiples voces tanto contemporáneas como del
pasado. Es una escritura que se hace en las fronteras culturales, cuyos bordes
van de la interrelación e interacción propia de la búsqueda hasta la
adquisición del conocimiento.
En ese camino la crónica también bordea y se
desarrolla en los límites de la autobiografía. Apelando a la teoría bajtiniana,
utiliza el cronotopo del viaje de una sociedad en la que él mismo está inserto
y se siente testigo y observador de manera que hace coincidir su vida con la
sociedad, rasgo que podemos notar en muchos de nuestros escritores, por citar
sólo un ejemplo Sarmiento en Recuerdos de Provincia.
Se posiciona en el lugar del observador, casi
totalmente externo, por lo tanto también de las responsabilidades sociales e
históricas que el lugar del protagonista social conllevaría. Desde otro punto
de vista, este posicionamiento le permite el poder observarse desde el lugar
del otro, como forma de comprender y de valorarnos a nosotros mismos, ser uno
mismo el otro.
Quizás sean estas las razones por las cuales su
escritura es difícil de clasificar como totalmente memorias, o como totalmente
crónicas, o diario íntimo. Lo que sí queda manifiesto es la permanente
vinculación temporal entre el presente de crisis y la apelación al pasado en
busca de interpretación que se produce en la actualización de valores y en la
toma de conciencia y de posición, por lo cual la narración es narración de una
sociedad pero también autointerpretación[14].
La memoria se entremezcla de manera permanente con
los valores de la historia y la verdad, por ello, estos textos no son un simple
traslado o copia realista de una experiencia referencial, Las relaciones e
interpretaciones que desembocan en formas simbólicas de representación tienen
que ver con frustraciones, fracasos y pérdidas históricas cuyos restos son
seleccionados y organizados por el ensayista, por su repercusión personal, de
ahí también el fuerte tono autobiográfico y testimonial. El género entonces no
tiene como eje sólo las reflexiones, los impactos de sucesos en la vida
personal y social sino que se genera como un espacio que contiene su concepción
estética: “la medida no es tanto el saber acumulado –muerto o vivo-, sino la
reflexión, es decir, la conciencia lúcida de sí mismo, de su tarea y de los medios y posibilidades con que
puede expresar la una y realizar la otra”[15]
De esa manera, la forma de involucrarse, de tomar
conciencia tanto frente a la historia y a los múltiples discursos sociales,
como frente a la tarea de la escritura conlleva la tarea permanente y nunca
acabada de la lectura de los sucesos
que no volverán a repetirse y de su propia obra como algo siempre abierta,
nunca finalizada.
Ser
argentino y Diario de la crisis
no constituyen evocaciones, narraciones o reconstrucciones de un espacio de
lecturas y opiniones personales del autor, sino que como género nos plantea a
los lectores otros lugares posibles para esta textualidad que más que
respuestas deja abierto el camino para nuevas preguntas, para otras lecturas de
la historia de la literatura argentina
y de sus relecturas, reescrituras, adhesiones y rupturas con la historia, con
la literatura y con la filosofía universales.
[1] Recordemos la polémica acerca de la literatura que mantiene la
revista Babel en la que se posicionan autores como Caparrós, Alan Pauls, Sergio
Cheifec con fuerte anclaje en la teoría literaria.
[2] En gran parte por obra de este descomunal desembarco de los
grandes sellos manejados desde el exterior, se produjo como correlato la casi
destrucción de una larga tradición editorial: la formación del catálogo.
Casi como una reacción necesaria, algunos sellos nacionales (Alción, o Adriana
Hidalgo por ejemplo) se lanzaron al negocio editorial recuperando la noción de
catálogo de edición y publicando no sólo obras de autores no consagrados, sino
también traduciendo y reeditando materiales insoslayables en su concepción de
editores.
[3] María Teresa Gramuglio: “Genealogía de lo nuevo” en Roland Spiller (Ed.) La novela argentina de los años 80, Frankfurt, Vervuert Verlag, 1991.
[4] Graciela Montaldo: “La invención del artificio. La aventura de la historia” en Roland Spiller (Ed), La novela argentina de los años ’80, Francfurt, Vervuert Verlag, 1991.
[5] Pedro Orgambide: Ser argentino, Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 1996, pp.14-15.
[6] Pedro Orgambide: Op.Cit., p.218.
[7] Pedro Orgambide: : Diario de la crisis, Buenos Aires, Aguilar, 2002, p.10
[8] Pedro Orgambide : Op.Cit.
[9] Noé
Jitrik: El ejemplo de la familia. Ensayos
y trabajos sobre literatura argentina, Buenos Aires, Eudeba, 1998, p.78.
[10] ----------------------: Op.Cit..,p.10
[11] N. Rosa: Los fulgores del simulacro, Santa Fe, Cuadernos de Extensión Universitaria de la UN del Litoral, 1987, pp.314,
[12] G. Lukacs: El alma y las formas, México, Grijalbo, 1985, pp.27.
[13] G.
Lukacs: El alma y las formas, México,
Grijalbo, 1985, pp.38.
[14] Nancy
Fernández: Narraciones viajeras, Buenos
Aires, Editorial Biblos, 2000.
[15]
Rafael
Gutiérrez Girardot: Jorge Luis Borges.
Ensayo de interpretación, Madrid,
Insula, 1959, p.307.