“La
construcción del sujeto autobiográfico femenino: Ferrero,
Adrián |
Nora Catelli, en su libro El espacio autobiográfico (1991),
precisa la noción de “géneros íntimos o menores”. Dentro del alcance de este
concepto ingresarían textos que fueran relatos en prosa, en los cuales sean
idénticos el narrador/a y el personaje -y ambos coincidan con el nombre del/de
la autor/a-, cuyo asunto principal, por
añadidura, sea una visión del devenir de esa existencia desde un presente que invoca
un pretérito.
En tal sentido pueden ser juzgados al
menos dos libros de Tununa Mercado: En
estado de memoria (1990) y La
madriguera (1996). La dirección memorativa, la coincidencia entre personaje/narradora/autora
y el hecho de estar redactados todos ellos en prosa los adscribe a estos
géneros así llamados “menores”. La calificación de “íntimos o menores”, nos
parece, hace referencia en este caso a que se trata de formas narrativas que
procuran dar cuenta de una experiencia de la subjetividad ante todo privada
(que, no obstante, al ser escrita se vuelve social, en tanto es codificada, en
primer lugar, reproduciendo un sociolecto), cuya relevancia es capital para el
sujeto de la enunciación pero no necesariamente para el público lector. Este
sujeto de la enunciación realiza una serie de operaciones estratégicas sobre la
materia vivida, testimoniada a través de la experiencia narrada, y las somete a
modificaciones de toda índole en su puesta en discurso. Ello nos remite al carácter propiamente retórico de
toda praxis discursiva pero, en especial, de la autobiografía o el discurso
autobiográfico porque en ellos se ven implicadas un elenco de experiencias
efectivamente vividas por el sujeto de la enunciación, así como es puesto de
manifiesto su estatuto de verdad. Según
Paul de Man, la figura retórica que mejor daría cuenta de la autobiografía,
figura de figuras ella misma, sería la prosopopeya, en la cual “the fiction of
an apostrophe to an absent, deceased, or voiceless, wich posits the possibility
of the latter’s reply and confers upon it the power of speech” (…). Y
agrega: “Voice assumes mouth, eye, and
finally face, a chain that is manifest in the etymology of the trope’s name,
prosopon poien, to confer a mask or a face (prosopon)” (de Man, 1984: 76). Esta
es, precisamente, la fundamentación de la práctica escrituraria de Tununa
Mercado: la posibilidad de dotar de voz a los muertos, asesinados o marginales,
a las prácticas liquidadas o silenciadas por el poder, de retrotraerse a
experiencias fenecidas pero que cobran vida merced al acto excitante y
envolvente de la escritura: la posibilidad de delinear un rostro para figuras
que parecen no tenerlo pero que, al mismo tiempo, parecen necesitarlo.
Asimismo, el carácter problemático desde el punto de vista de las
relaciones que los hechos narrados establecen con la verdad y la fidelidad con
el pasado, vuelve a estos “géneros íntimos” objeto de suma curiosidad por parte
de los indiscretos y de suma complejidad por parte de los estudiosos. Así, los
investigadores contemporáneos, tales como el ya citado Paul de Man, tienden a
considerar a la autobiografía “not a genre or a mode but a figure of reading or
of understanding that occurs, to some degree, in all texts” (de Man, 1984: 70).
Así, la autobiografía pierde su estatuto de género (genre) para convertirse en un tipo específico de figura retórica y,
al mismo tiempo, en un límite en la búsqueda de certezas gnoseológicas para
quien busca interrogarla.
Los títulos son zonas de especial
condensación de sentido. El sintagma “La letra de lo mínimo” (que además
de ser el título de uno de los libros
de Mercado publicado en 1994 es el de un ensayo incluido en el volumen Narrar después, aparecido en 2003, y en el cual nuestra autora se explaya
sobre qué supone una poética y una economía de lo mínimo) da cuenta de una
doble operación: una, significante, de fuerte carácter simbolizador, como la
alfabética y otra, material, física si se quiere, la de la pequeñez, lo que con
Roland Barthes podríamos mencionar como “hiperbólico por disminución”, esto es,
lo diminuto, aquello que destaca por su poca visibilidad o su escasa presencia.
Debilidad y fortaleza, visibilidad e invisibilidad, lo menor y lo mayor serán
tres pares de dicotomías sémicas que la escritura de Mercado pondrá en
ejercicio. Como señala Jean Franco respecto de Sor Juana Inés de la Cruz, podría
decirse de Mercado que “con frecuencia siguió la común táctica femenina de
declararse inferior para destacar su superioridad” (Franco, [1989]2004: 71).
El primero de los obstáculos con el que
se enfrenta el investigador al asediar los textos de Mercado es su difícil
inscripción genérica (genre). Si
entendemos los géneros, con Oscar Steimberg, como zonas de previsibilidad
discursiva (Steimberg, 2002), los textos de Mercado se mostrarán reacios a
transitar por espacios ciertos y cartografiados. Entre el relato, la reflexión,
el testimonio, el ensayo, la crónica, la autobiografía, a veces incorporando
más de una de estas variables a la vez, la obra de Mercado parece constituirse
en un objeto excéntrico, porque no hay ningún centro rector o principio
constructivo dominante desde el cual interpelarla o desde el cual asirla.
La estudiosa venezolana Eva Klein, en su
análisis de En estado de memoria
sostiene que lo más útil sería distinguir “entre autobiografía, como género
literario, y lo autobiográfico, como inserción narrativa de lo personal en una
muy variada gama de discursos” (Klein, 2001: 77). Esta salvedad nos permite
abrir el juego y pensar las posibilidades comunicantes entre lo personal y las
muy diversas formas de discurso narrativo o argumentativo que Mercado cultiva .
Klein, asimismo, asevera que el libro En estado de memoria es un texto autobiográfico,
dado que hay referencias al nombre propio de la autora, a datos contextuales
verificables de su vida aludidos y desarrollados en el texto (el destino de sus
dos exilios, su oficio de ¿escritora? o periodista, la toponimia, etc.). En tal
sentido, este libro construido por dieciséis fragmentos y redactado en la
posdictadura, ya de regreso en su país, alejada su protagonista del aparato de
persecución y aniquilamiento que caracterizó al terrorismo de Estado, pero no
de los terribles efectos que sobre ella y su entorno más próximo surtió (por
sus exilios, por la memoria de sus seres queridos y objetos desaparecidos) da
cuenta de una experiencia traumática. Traumático es el comienzo del libro, en
el cual un enfermo psiquiátrico de nombre Cindal irrumpe en el consultorio de
su médico (en el que esperan los demás pacientes, entre ellos la narradora, por
problemas “menores” [reparar en esta palabra]) y exige ser atendido
compulsivamente sin tener asignado un turno. Pese a la solicitud y solidaridad
del resto de los pacientes, que se ofrecen gentilmente a cederle el propio, el psiquiatra se niega a
verlo y, al día siguiente, Cindal se suicida. Esta escena mítica de desamparo y
desvalimiento, con una referencia a la enfermedad psíquica que desemboca en una
patología física (una úlcera) y en un ejercicio de autoeliminación, es la cifra
de los padecimientos que van a tener por epicentro el psiquismo de la
narradora. Tanto esta escena como la de la enfermedad repetidamente invocada en
el libro, metaforiza y metonimiza los problemas de una nación aquejada ella
misma por padecimientos, afectada por
un mal que la corrompe y ante el cual sucumbe.
Es sabido que el léxico propio de la ciencia
médica, en especial de la patología, era invocado por los militares argentinos como
una suerte de relato estatal de lo que la así llamada subversión producía sobre
la sociedad. Este relato del Estado (Maristany, 1999), de carácter público, es
invertido (a través de la narración de un relato privado) por Tununa Mercado,
quien narra, por el contrario, la patología infligida en su cuerpo y su
subjetividad por parte de los militares. En definitiva, Mercado vuelve contra los
militares la misma nomenclatura que éstos utilizaban para autolegitimarse como
corporación y para demonizar al enemigo, pero invirtiéndola.
La protagonista de En estado de memoria es una suerte de paria. La cautiva la vida
fuera de toda convención y atadura de los sin techo y de los marginales, tanto
como la desconciertan, la atraen y la atemorizan los devaneos de un freak que la interpela en plena calle.
Dobles o alter ego de la
protagonista, la galería de estos personajes urbanos trazan el mapa de sujetos
despojados de un territorio, de una historia y de marcas de pertenencia
institucional. Lo que parece fascinar a la narradora de esta galería de
personajes, es el modo como ilustran verdaderos conflictos culturales. Todos
ellos ponen en evidencia los mecanismos de exclusión propios de los sistemas
capitalistas tardíos y la emergencia de sujetos marginales. Así como la
narradora pierde su hogar con los sucesivos exilios, el “croto” no tiene techo
ni posesiones fuera de las muy elementales. La figura del marginal ante el cual
ella siente una suerte de magnetismo comienza poco a poco a adueñarse de sus
cavilaciones y transformarse en una obsesión. Tanto es así que se apodera de su
“decir” (ella confiesa hablar de él con sus relaciones) y su “escribir”
(testimoniado en el texto “Intemperie”, anteúltimo del volumen), esto es, de
sus formas de simbolización. Hay una fijación en un sujeto al cual se carga de
sentido y del cual se busca obtener, al mismo tiempo, la mayor cantidad de
sentido.
Ahora bien: Carlos Altamirano y Beatriz
Sarlo han demostrado cómo la autobiografía fue cambiando de función social y cómo
fue utilizada por personajes de la Historia argentina, concretamente por
Domingo Faustino Sarmiento en su libro Recuerdos
de provincia (1850) a los fines de establecer una estrategia de
autolegitimación y de autovalidación en su carrera por el ascenso político. En
efecto, Sarmiento escribe el opúsculo Mi
defensa (1843) y, más tarde, Recuerdos
de provincia movido por la intencionalidad de provocar una intervención
sobre la sociedad de su tiempo. Estos textos procuran desmentir calumnias y
defender su reputación en el terreno de la política, así como sentar las bases
de inteligibilidad social para una futura carrera política que él anhela como
afán de trascendencia personal y reformismo social. En este sentido, Sarmiento se
siente el agente de civilización que el país requiere. Altamirano y Sarlo
estudian cómo había en Sarmiento una “concepción didáctico-moral de la
biografía” (Altamirano y Sarlo: 1993: 170), que había abrevado en sus lecturas
de la vida de Franklin, entre otros self
made men o “grandes hombres” y, en el
mismo sentido, perciben que en ese gesto se puede “reconocer, sin dudas, un
rasgo ideológico del reformador iluminista, afanado por extirpar los ‘vicios’ o
los errores que obstruyen la constitución de una comunidad civilizada y para
quien hay un conjunto de ‘virtudes’ simples y útiles que deben inculcarse por
los medios más eficaces” (Altamirano y Sarlo, 1993: 170). “Hay sin embargo otro
tipo de ejemplaridad”, agregan Altamirano y Sarlo, “ya no moral sino histórica, la de los individuos
representativos, aquellos cuya figura condensa el significado de toda una
época” (Altamirano y Sarlo, 1993: 171). Este fuerte carácter tanto persuasivo
cuanto autorrepresentativo de los textos autobiográficos de Sarmiento, los
convierte en muestras ejemplares de retórica en el sentido de discurso
orientado a producir un efecto en el lectorado y, por extensión, en la polis
(lo que hoy llamaríamos una “intervención pública”), al tiempo que uno de los
textos fundacionales de la literatura autobiográfica argentina con claras
estrategias de autofiguración.
Nada de esta cruzada por la reputación o
de este afán aleccionador se observa en los libros autobiográficos de Tununa
Mercado. Ello nos puede hacer reflexionar sobre dos aspectos que parecen
aflorar con motivo de estas consideraciones. En primer lugar, la función social
del género autobiográfico ha ido mutando según las condiciones epocales, en
tanto el avance cronológico supone eclosiones en la formación social, nuevas
formas de legitimación y circulación de la política y de la institución
literaria. En tal sentido, a nuevas bases económicas y sociales y nuevas
características del Estado-Nación le corresponderán nuevas modalidades y
funciones de los géneros literarios. De validación política a testimonio de la intimidad
o, simplemente, obra de creación literaria con autonomía relativa respecto del
campo del poder (en todo caso, las regulaciones que vengan a incidir en su
poiesis serán básicamente las propias de las instituciones culturales). De la
política a la poética, podría sintetizarse como trayectoria del texto
autobiográfico desde entonces hasta ahora. Así observamos que los escritores
(la mayoría) ya no son hombres de Estado ni están comprometidos en una carrera
política, como sí ocurría en el siglo XIX. Los últimos resabios de formaciones
intelectuales que protagonizan un entrecruzamiento o superposición entre el
campo del poder y el campo intelectual lo testimoniarán los textos de los
hombres de Estado de la generación del ochenta, verdaderos gentlemen que ejercían sus profesiones liberales pero que en sus
ratos de ocio se dedicaban a la escritura de ficciones o ensayos.
En segundo lugar, las autobiografías “de
mujeres” evidentemente no construyen un sujeto de poder, en tanto deben pugnar
por hacerse un lugar que las autobiografías “de varones” ya tienen asignado por
constituirse en el sexo dominante en la estructura patriarcal de la sociedad.
Sostiene la investigadora Eva Klein, al
respecto, que “El género autobiográfico, en sus orígenes -Europa, s.XVI-, se
concibe como una narración en torno a un sujeto masculino. Es un género afín a
la ideología patriarcal, característica por la cual, en algunos casos se le vio
como discurso ‘falocéntrico’” (Klein, 2001: 82). En este sentido, el sujeto
construido por Tununa Mercado en En
estado de memoria no es un sujeto monolítico, orgánico, sino facetado, con
fisuras: “un sujeto no hegemónico que al entrar en el terreno autobiográfico lo
transforma y muestra conciencia de multiplicidad de valores que funcionan
simultáneamente, sin la necesidad de jerarquizaciones” (Klein, 2001: 82). Es
esta idea de ausencia de rangos en el sujeto femenino lo que lo vuelve, quizás,
más desvalido pero, también, menos constreñido a ritualizaciones y protocolos
sociales propios de la masculinidad, erigida en el género enunciador por
antonomasia.
Es visible en este texto de Mercado una
politización de un género literario como la autobiografía a través de la acción
constructora y deconstructora de la categoría del gender, esto es, la actitud de un sujeto enunciador femenino que cuestiona
la lógica de la opresión, masculina y, por añadidura, militar. En tal sentido, En estado de memoria busca reponer una
experiencia, dar un sentido al dolor, trazar zonas de solidaridad y alianza a
través de volver inteligibles experiencias padecidas por una comunidad.
Si para Sarmiento la autobiografía y la
biografía eran un espacio aleccionador, tácticamente pensado para dirimir las
contiendas y las polémicas de la res
publica, así como para proyectar un futuro de prosperidad política, para
Tununa Mercado, por el contrario, será el espacio para resemantizar una
privacidad herida por el poder del autoritarismo. La escritura, en un doble
movimiento libidinal y catártico, elabora un duelo que permite agitar los
fantasmas del pasado para neutralizarlos mediante una estrategia interpretante
que desde la experiencia vivida se proyecta hacia un presente de renovación.
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