Un
viaje a través del Ancho Mar de los Sargazos:
Fernández de Beschtedt, Mercedes
Felicitas |
“She seemed such a poor ghost, I thought I´d like to
write her a life.”[ii]
En el
presente trabajo abordo la novela Wide Sargasso Sea (Ancho Mar de los
Sargazos) de la autora caribeña Jean Rhys. Publicada en 1966 -época de
apogeo de los movimientos feministas, en la que también se acentuaron los
procesos libertarios de las colonias en el mundo-, esta obra retoma el
camino iniciado en la novela Jane Eyre, de Charlotte Brontë. Uno de los
personajes de esta última, Bertha, encuentra su explicación y su génesis en el
trabajo de la autora nacida en Dominica, pero la
percepción de los avatares caribeños vistos desde este lado del Atlántico,
dista mucho de la británica: rescrita por una nativa, la vida de Bertha
desanda caminos apenas soslayados en la novela de la europea.
Muchos
son los puntos de contacto entre estas dos obras literarias- personajes,
lugares, eventos, recursos- pero las diferencias idiosincrásicas de sus autoras
las convierten en las dos caras especulares -colonia
y metrópoli- del sistema imperial británico. Cada
una de ellas creció y se formó inmersa en una cultura que habría de determinar
una visión de mundo propia: la una en la metrópoli, la otra en la colonia. Del
mismo modo que sus personajes Rochester y Antoinette/Bertha, ambas representan
dos sujetos culturales claramente diferenciados:
Rochester pertenece a la cultura de la metrópoli, esencialmente
blanca y paternalista; todo lo concerniente al Caribe le resulta extraño,
amenazante, ajeno a sí mismo. “¿Qué edad tenía yo, cuando aprendí a ocultar mis
sentimientos? Era un niño de muy pocos años. Seis, cinco, quizá menos. Me
dijeron que era necesario. Me dijeron que era necesario, y siempre lo he creído
así.” (Rhys, 1990: 104)
Antoinette en cambio, no forma parte de ninguna colectividad, aun
habiendo nacido en el Caribe es rechazada tanto por los ingleses como por
los lugareños; de allí los epítetos que le aplican: “cucaracha blanca”, “negra
blanca”.
Dicen que en los momentos de peligro, hay que unirse, y,
por esto, los blancos se unieron. Pero nosotros no formamos parte del grupo.” (Rhys,
1990: 19)
[Tía dijo que] había en Jamaica mucha gente blanca. Gente
blanca de veras, que tenía dinero de oro. Y esa gente blanca ni nos miraba, y
nadie nos había visto con ella. Los blancos de los viejos tiempos no son más
que negros blancos, ahora, y los negros negros valen más que los blancos
negros.” (Rhys, 1990: 26-27)
Siguiendo a Edmond Cros, podemos afirmar que es el sujeto cultural
el que integra a los individuos de una colectividad. La cultura determina
al sujeto, lo hace surgir como tal, y esto va mucho más allá de la simple
identificación cultural.
“La cultura es el dominio donde lo ideológico se manifiesta con mayor
eficacia, tanto más cuanto que se incorpora a la problemática de la
identificación. [...] El sujeto no se identifica con el modelo cultural, al
contrario; es ese modelo cultural lo que le hace emerger como sujeto. El agente
de la identificación es la cultura, no el sujeto.”(Cros, 1997)
El
concepto de sujeto cultural de
Cros implica, además de una subjetividad, un sujeto colectivo, un proceso
ideológico de sumisión a esa colectividad y una instancia discursiva ocupada
por el Yo. De este modo el sujeto puede
constituirse como tal por el lenguaje, porque es el lenguaje el que fundamenta
el concepto del “yo”: es “yo” quien dice “yo” en la realidad del discurso
(Benveniste: 1958) El proceso inverso se vislumbra en la decadencia de Antoinette, y culmina con Bertha ya encerrada en
su habitación en el ático de Thornfield Hall, equiparada a una bestia que sólo
puede emitir sonidos animalezcos. Una vez que el sujeto se nombra, sólo figura
en su propio discurso, aparece representado por el lenguaje en su discurso, de
modo que la pérdida de la capacidad de articular el discurso conlleva a la
pérdida del yo.
Pero quien en última instancia modela al sujeto a través del lenguaje
es el otro, aquel para quien se emite el discurso propio y cuya respuesta
se espera. El lenguaje del otro, así, tiene poder creador y formador de la
personalidad y de la experiencia: Rochester trata a Antoinette de muñeca o
marioneta, y de “loca” y la llama Bertha, que era su segundo nombre al igual
que el de su madre, asumiendo que
la locura de la madre y la promiscuidad que le imputan, son necesariamente
hereditarias. En este aspecto, Rochester no hace más que seguir a los lugareños,
que con sus rumores marcan a fuego a Antoinette al caratularla de loca y enferma
como la madre y el hermano.
-Mira a la loca, estás tan loca como tu madre. A tu tía le da
miedo tenerte en su casa. Te mandan al convento para que las monjas te
encierren. Tu madre va por ahí sin zapatos y sin medias, sans culottes.
Intentó matar a su marido, y también intentó matarte el día que la fuiste a
ver. Tu madre tiene ojos de zombie, y tú también tienes ojos de zombie.
(Rhys, 1990: 52)
Tradicionalmente los locos, los “furiosos” como se les decía en la
época clásica, debían ser encerrados, internados. Foucault explica que el término
“furioso” alude a todas las formas de violencia, una región indiferenciada del
desorden “de la conducta y del corazón, de las costumbres y del espíritu, todo
el dominio oscuro de una rabia amenazante que parece al abrigo de toda
condenación posible.”(Foucault 1867: I; 175) Antoinette, en este sentido, está
loca; es decir fuera del orden esperado y esperable de Rochester, salida de los
parámetros de normalidad impuestos por su cultura colonial y paternalista: no
es europea, no es blanca ni tampoco negra, y es mujer.
Foucault explica que en torno a la locura giraban dos cuestiones.
Desde el punto de vista jurídico, el loco era declarado irresponsable e incapaz
por un decreto de interdicción; se daba así una alienación del sujeto en tanto
limitación de la subjetividad, relacionada con los poderes del individuo. El
sujeto quedaba desposeído de su libertad por un doble movimiento: el natural de
la locura, y el jurídico de la interdicción, lo cual lo deja en poder de otro.
Desde el aspecto social, la locura en cambio estaba íntimamente relacionada con
la conciencia del escándalo, lo que implicaba otra forma de alineación: el loco
era un extranjero en su propia tierra, se le asignaba una culpabilidad moral
sobre sus actos. Se lo condenaba éticamente y se le designaba como el “otro”,
el “extranjero”, el “excluido”. La conjunción de ambas formas de alienación no
podía llevar sino a una tercera, la alienación psicológica.
El confinamiento era el único recurso que tenían los familiares de
los alienados para escapar al deshonor, ya que lo inhumano provocaba vergüenza
y oprobio: “se diría que el honor de una familia exige que se haga desaparecer
de la sociedad a quien, por sus costumbres viles y abyectas, hace enrojecer a
sus parientes”.(Foucault, 1967: I; 227)
Una de las causas más constantes que se asignaba a la locura era
la pasión, el entregarse ciegamente a los deseos sin moderar las pasiones.
La vi morir mucha veces. Pero a mi manera, no a la suya. A la luz
del sol, en la penumbra, a la luz de la luna, a la luz de las velas. En las
largas tardes, cuando la casa estaba vacía. Sólo el sol nos hacía compañía,
entonces. No lo dejábamos entrar. ¿Por qué? Muy pronto llegaba el momento en
que Antoinette ansiaba tanto como yo el acto que se denomina amar, y, luego,
quedaba más perdida y confusa que yo.
- Aquí puedo hacer lo que quiera –decía. ”.(Rhys, 1990:94)
El reconocimiento de la locura surge por una comparación con uno
mismo, lo que implica una relación y un juicio exterior desde los otros a ese
otro que es el loco. El loco se define por oposición a un grupo de individuos
que se toma como normal. Y con esto llegamos nuevamente a nuestro punto de
partida en torno a la locura: quien impone los parámetros de normalidad en Ancho
Mar de los Sargazos es la cultura europea y europeizante, patriarcal y
blanca a la que Rochester pertenece.
Para los clásicos, la locura era una enfermedad típicamente
femenina por la gran influencia de los músculos simpáticos en el organismo de
las mujeres, ya que la matriz era considerada el órgano que más conexiones
tenía con el resto del cuerpo después del cerebro. Desde un punto de vista
feminista, la locura, como expresa Goodman (1996: 116), pasa a ser un tema atractivo para la literatura a partir
del siglo XVIII y XIX: la loca resume todo lo que pueda decirse sobre la
supresión de la voz de la mujer, toda la furia contenida, sin el poder de
expresar los sufrimientos de manera clara para la conciencia racional masculina
dominante.
Hablar en términos de parámetros de normalidad y/o locura, y de
alteridad, implica una identificación y diferenciación del otro.
-Tiene la seguridad de que le creerás a él, sin escuchar a la otra
parte.
- ¿Hay otra parte?
-Siempre hay otra parte. [Antoinette a Rochester] (Rhys, 1990: 128)
¿Quién es el otro en Ancho Mar de los
Sargazos? Nos encontramos por un lado con Antoinette, una mujer caribeña
criolla, que no es totalmente blanca ni totalmente negra, a quien tratan de
enferma (igual que a su madre y su hermano). Por el otro está Rochester, que es
hombre, europeo y blanco. Comprender al otro es una tarea difícilmente
alcanzable, y hay en la novela muchos ejemplos de esta imposibilidad de
comprensión e incluso de comunicación:
“Ninguno de ustedes
nos comprende”, pensé. [Antoinette al Sr.
Mason](Rhys, 1968: 26)
-Sea cual fuere la
razón, arrastrar el vestido por el suelo no es costumbre limpia.
-Lo es. No lo
comprendes. No les importa ensuciarse el vestido porque ello demuestra que no
es el único vestido que tienen.[... ]
-Y parece muy
perezosa. Camina arrastrando los pies.
-De nuevo te
equivocas. Parece lenta, pero todos sus movimientos son muy precisos, por lo
que, al fin de cuentas, es rápida. [Antoinette y Rochester sobre Christophine] (Rhys, 1990 : 87)
Como mencionáramos
anteriormente, el otro juega un rol determinante en la constitución de la
subjetividad. De acuerdo con Bajtín, es la mirada del otro la que determina al
sujeto. Es cuando otro nos mira que sabemos de nuestra existencia, nos da vida.
“El primer otro, fundante de la subjetividad, es la madre y su mirada de amor.”
(Ortúzar, 2005)
Antoinette no ha tenido un otro en su vida que la reconozca, que
le preste atención. Ni siquiera la madre, quien pierde todo interés por todo lo
que la rodea cuando toma conciencia del carácter irreversible de la enfermedad
de su hijo menor, signo inequívoco del espacio afectivo que ocupa Antoinette en
su vida. Cada vez que ella se acerca, incluso para acariciarla como hiciera
antes tantas veces, Anette la aleja, “con fría calma, sin decir palabra, como
si hubiera decidido, de una vez para siempre, que, para ella, yo era un ser
inútil” (Rhys, 1990: 22). De niña y adolescente prefiere la soledad a la
compañía de otras personas; estar sola
le resulta aterrador pero inmensamente menos doloroso que la negación
existencial que implican la indiferencia y el rechazo.
Al sentirse rechazada, Antoinette
se pregunta acerca del sentido de la vida, se cuestiona quién es; pierde noción
de su propia subjetividad y de su pertenencia a una comunidad.
Era una canción referente a una cucaracha blanca. La cucaracha soy
yo. Así llaman a todos los que estábamos aquí antes de que su propia gente, en
África, los vendieran a los tratantes de esclavos. Y he oído a inglesas
llamarnos negros blancos. Por esto, ante ti, a menudo me pregunto quién soy,
cuál es mi tierra, a qué mundo pertenezco, y por qué nací. (Rhys, 1990: 104)
Tampoco se reconoce en la mirada de su marido, que no la ama ni la
identifica con la mujer con la que se casó: “No la amaba. [...] Muy poca
ternura sentía hacia ella, era una desconocida para mí, una desconocida que no
pensaba ni sentía como yo.” (Rhys, 1990: 95)
Sin
embargo, aun cuando nadie la reconoce para darle subjetividad y pese a que se
encuentra sumida en la locura e imposibilitada de comunicarse, convertida en
otra, el final abierto de la novela, que sugiere que habrá de incendiar la casa
y arrojarse al vacío entre las llamas tal como lo hace la Bertha de Brontë, es
recurrentemente interpretado como el momento en que Antoinette recupera su
identidad perdida.
Quizás
sea porque su subjetividad aun intacta se refleja en la posibilidad de
articular el discurso interior que le permite narrar la historia. Quizás porque
al sentirse identificada con diversos objetos que la conectan con la cultura
caribeña -heterogénea, cosmopolita,
conflictiva- puede identificarse como sujeto individual. Quizás porque logra
atravesar las barreras para encontrarse consigo misma como parte integrante de
un sujeto ahora cultural, en un viaje de la alteridad a la identidad, aunque en
ello le vaya la vida.
Jean Rhys, como otros autores
caribeños, pone en escena con Ancho Mar de los Sargazos, el cronotopos
bajtiniano del umbral a través de una inversión histórica realizada por medio
de un proceso narrativo por el cual, como expresa David Hart (2003), “nada
hacia atrás” en el pasado. Esta inversión histórica y contestataria al imperio
permite a la literatura caribeña poscolonial liberar una historia de exilio
fragmentada y reclamarla como propia.
Después de oírla roncar, esperé mucho tiempo, luego me levanté,
cogí las llaves y abrí la puerta. Estaba fuera, con la vela en la mano. Ahora,
por fin, sé por qué me trajeron aquí y sé lo que debo hacer. (Rhys, 1990: 187)
Bibliografía
§
Foucault, Michel.
1967. Historia de la Locura en la Época
Clásica, Fondo de Cultura Económica, México.
§
Geraghty, Jenia. 2002. “The use
of symbolism in the presentation of characters and plots in Jane Eyre and Wide
Sargasso Sea”, http://www.english-literature.org/essays/bronte_rhys_symbolism.html.
Extraído 03 de junio de 2005.
§
Goodman, Lizbeth, Helen Small y Mary Jacobus. 1996. “Madwomen and
attics: themes and issues in women´s fiction”, en Goodman, Lizbeth (Ed), Literature
and Gender, Routledge, Londres.
§
Hart, David W. 2003. “Caribbean Chronotopes: From Exile to Agency”, en Anthurium.
Volume 2, Issue 2, Fall 2004. http://scholar.library.miami.edu/anthurium/volume_2/issue_2/hart-caribbean.htm.
Extraído 26 de mayo de 2005
§
Ortúzar, Marcela. “Para
dominar la arena de los signos”, Pretextos, http://www.nodo50.org/pretextos/SIGNOS.html,
Extraído junio de 2005
§
Rhys, Jean. 1990.
Ancho Mar de los Sargazos, Editorial Anagrama S.A., Barcelona.
§
Rhys, Jean. 1968.
Wide Sargasso Sea, Penguin Books, England. Traducción mía.
[i]
Este trabajo es parte
del proyecto de investigación Escrituras descentradas de la Universidad Nacional
del Comahue (Argentina), dirigido por la Dra. Laura Pollastri.