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El lugar de la mujer en la utopía latinoamericana:
Anita cubierta de arena (2003), de Alicia Dujovne Ortiz.

Esteves, Antonio
Universidade Estadual Paulista – UNESP - BRASIL

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Ana Maria de Jesús Ribeiro, nacida en 1821 en Santa Catarina, Brasil y muerta en Mandriole, Italia en 1849, pasó a la historia como Anita Garibaldi, la esposa brasileña del célebre revolucionario italiano. Casada a los catorce años de edad, tres años después ya había roto el matrimonio. Su monótona vida habría de modificarse radicalmente cuando en 1839 su ciudad fue invadida por las tropas de los rebeldes de la vecina provincia de Río Grande del Sur que habían proclamado una república independiente en el extremo sur del Imperio de Brasil. Con los rebeldes venía Giuseppe Garibaldi y tan pronto se conocieron surgió entre ellos una fuerte pasión. Desde entonces la joven siguió al italiano y participó de su agitada vida, plena de luchas, batallas, fugas, privaciones hasta el final de sus días. De Santa Catarina, siguiendo los combates de la Guerra dos Farrapos, la pareja se dirigió al Río Grande del Sur, donde nació su primer hijo. Con la derrota de los rebeldes gauchos, se marcharon a Montevideo, en donde Garibaldi se enganchó en la lucha contra el dictador Rosas. Allí la pareja oficializó su matrimonio y allí le nacieron tres hijos más.

Acompañado de la familia, Garibaldi regresó a Italia en 1842, en donde luchó por la unificación durante más de dos décadas. En los primeros años tuvo a su lado a Anita que, habiendo dejado sus hijos al cuidado de la suegra, lo siguió hasta tumbar prácticamente en combate, con menos de treinta años de edad, cuando estaba embarazada de su quinto hijo. Muerta, se transformó en mito e ingresó en la historia como la heroína de dos mundos.

En Italia su nombre se asocia al del marido, elevado a la categoría de héroe después de la unificación. Ella pasó definitivamente a las páginas de la historia a través de las memorias que Garibaldi dictó a Alejandro Dumas para la biografía que éste le dedicó en 1882. En Brasil empezó a hacerse conocida por el libro de Dumas pero adquirió protagonismo después de la proclamación de la República. En 1898 apareció su primera biografía escrita por Henrique Boiteux y desde entonces, su vida ha sido tratada por varios historiadores, el más importante de los cuales es sin duda Wolfgang Ludwig Rau, con su Anita Garibaldi, o perfil de uma heroína brasileira, de 1975. El aniversario de siglo y medio de su muerte hizo aparecer otras obras, tanto en la historia como en la ficción.

En la literatura brasileña ella protagoniza diversas novelas, de las cuales la más importante quizás sea Anita (1999), de Flavio Wolf de Aguiar. La más conocida es, sin embargo, A casa das sete mulheres (2002), de Leticia Wierzchowski, que se tradujo a varios idiomas y se transformó en una exitosa serie para televisión.

 

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Éste es el personaje histórico que aparece recreado por Alicia Dujovne Ortiz en Anita cubierta de arena, publicada en Argentina en 2003. La autora es una porteña radicada en París desde 1978 y viene dedicándose hace rato al periodismo y a la literatura. Tuvo mucho éxito la biografía que escribió de Eva Perón en 1995, traducida a varios idiomas.

La novela, en la prosa ágil derivada de la experiencia periodística de su autora, relata la vida de Anita y su marido en nueve capítulos, unas palabras previas y un epílogo en que ata los cables. El orden es indirecto y el foco es el propio Garibaldi que, en un discurso en tercera persona, al mismo tiempo en que evoca la imagen de la amada precozmente desaparecida, narra los acontecimientos a Manuela Sáenz, la amante de Simón Bolívar, a la que visita, en 1851. De ese modo, la historia de Anita aparece asociada a la de Manuela, de la misma forma que la historia del italiano se asocia a la figura del Libertador, ambos revolucionarios, se puede decir románticos, que dieron sus vidas por unos ideales frustrados. La junciones Anita-Manuelita y Garibaldi-Bolívar permiten establecer la conexión de dos mundos: la joven América que busca su independencia y la vieja Europa que intenta hacer la revolución liberal, en la defensa explícita del ideal libertario, seguramente compartido también por la autora de la novela.

A final, Manuela Sáenz, hundida en su propia frustración, no consigue vislumbrar el futuro de esperanza por el cual han luchado los idealizadores de la independencia de América, entre los cuales están su amado Bolívar y el viejo maestro Simón Rodríguez, que de vez en cuando la visita. Lo mismo se puede decir de Garibaldi que pasó prácticamente toda la vida intentando construir una patria en la que dominaran los ideales de igualdad y libertad. La impresión que se tiene es que su lucha fue vana.

Se puede decir que al principio él ha sido utilizado por Bento Gonçalves, jefe de los rebeldes del Río Grande, cuyos verdaderos objetivos no quedan claros en la novela. Después, en Uruguay, a pesar de luchar bravamente con la Legión Italiana, resta la impresión de que lo manipulan una vez más, tanto los caudillos locales como los representantes del imperialismo británico. Más tarde los burgueses del norte italiano acabarían haciendo lo mismo ya que estaban más preocupados con su interés particular que con la construcción de una Italia libre, igualitaria y justa. Así, Garibaldi muere pobre y frustrado en su refugio en la isla de Caprera, en Cerdeña, más de treinta años después del desaparecimiento de la esposa.

El título del octavo capítulo, que presta nombre a la novela, se refiere a la muerte de Anita. Después de la derrota en Roma, el restante de las tropas de Garibaldi emprende una difícil fuga hacia el Adriático, con el objetivo de alcanzar Venecia. Anita, en un embarazo avanzado, no resiste a la dura travesía de los Apeninos y viene a fallecer tan pronto llegan a la costa. Con el ejército austriaco en los talones, el marido abandona al cadáver de la esposa que es enterrada a prisa por campesinos locales en un local arenoso. Pasados algunos días, una chica encuentra la improvisada fosa, con una mano fuera, medio comida por perros. Solo entonces Anita puede tener un entierro decente, siendo rescatada por el marido diez años más tarde y depositada en el panteón familiar.

El episodio de la mano admite una doble lectura en el relato, a través de la voz de la seudo-viuda del Libertador que hace una serie de acusaciones al italiano, contrapunto evidente sobre su contradictoria versión de la muerte de la esposa. Se puede decir que la mano levantada tanto puede significar un gesto de desesperación; un intento de retener al amado que la abandona en la soledad de la muerte. También puede leerse como el puño revolucionario de alguien que, consciente de que él ya no puede hacer nada para salvarla, lo empuja a que siga su destino de liberador de su patria y de la lucha por la construcción de un mundo mejor. Anticipando el futuro en una visión, Manuela le miente a Garibaldi para que él pueda seguir tranquilamente su destino de revolucionario sin el remordimiento. La lectura puede tener, sin embargo, doble vía. Es evidente que la narrativa podría concluir en esa significativa escena, dejando el lector libre para elegir el final.

 

3-

La novela de Alicia Djovne Ortiz intenta barrer el polvo de los monumentos levantados en homenaje a Anita Garibaldi y da una dimensión humana al personaje. Cuando el irreverente Garibaldi ya no ponía en riesgo el modelo burgués-capitalista burgués instalado en la Italia unificada bajo la tutela de los piamonteses, fue transformado en héroe nacional. Surgieron, entonces, hermosas estatuas en los cuatro rincones del país y su nombre pasó a designar importantes calles y avenidas. En su estela, la esposa brasileña también acabó por transformarse en monumentos, incluyendo el que está en la plaza que lleva su nombre, en el Gianícolo, en Roma, en el cual finalmente fueron depositados sus restos, después de pasear por varios lugares.

Incluso en Brasil, apagado el recuerdo de la Revolución Farroupilha, cuya paz nada honrosa para los verdaderos idealistas había sido condenada por Garibaldi, también surgieron monumentos a la ya entonces heroína. La misma Laguna, que la vio nacer y que al principio trató su hija más ilustre casi como a una ramera, la transformó en hija dilecta.

Sin embargo, la Anita que pasea por las páginas de la obra de la escritora argentina es una mujer sencilla. Fruto de la mentalidad de su tiempo, heroína romántica vivió en plenitud el amor desenfrenado por su marido, con quien compartió la fantasía de construir un mundo mejor. Con un valor digno de admiración luchó con todas las fuerzas que tenía, no solamente en su tierra y su continente, pero también en tierra extranjera, la patria del amado. Enamorada, lo sigue y sufre como cualquier mujer apasionada cuando él la pretiere. Celosa, es capaz de perdonarlo pero sabe hacerse escuchar cuando hace falta. Dueña de una aguda percepción, se da cuenta de cuando sus jefes lo usan por su ingenuo idealismo.

Los retratos que se pintan en la novela, bajo esa perspectiva, de Bento Gonçalves o Davi Canabarro no son nada positivos. De la misma forma aparecen dibujados con colores semejantes los diversos caudillos argentinos y uruguayos, todos ellos considerados próceres en sus patrias, pero que en el fondo actúan defendiendo intereses privados o excéntricos caprichos. Rosas, Oribe, Lavalleja y Urquiza se construyen de esa misma materia opaca.

Los conflictos en la región del Río de Plata de aquellos años no son más que una pugna infinita de intereses privados, protegidos y manipulados por intereses más fuertes del capital británico o del imperialismo francés. Más tarde, en Italia, la situación parece repetirse. Solamente Giuseppe Garibaldi consigue escapar de dicho engranaje, movido por un idealismo exagerado y muchas veces tan ciego y utópico que llega a las rayas de lo patético. En ese contexto, Anita funciona como una especie de conciencia ingenua del italiano. La novela, en ese sentido, camina hacia la defensa de la utopía de la igualdad entre personas y pueblos. El tono amargo que se observa es resultado de la constatación de que muchísimas vidas, entre las cuales la de la misma Anita, fueron segadas en vano.

Como mujer y madre, ella sabe defender el pan de sus hijos cuando el marido quiere donar a las causas revolucionarias todo su salario. Sin embargo, no hesita en dejarlos a los cuidados de la suegra a quien odia y que la odia, para seguir sus pasos. Fogosa en la cama, ella practica una sexualidad sin tabúes, más cercana del siglo XX que de la época que le tocó vivir. Las más bellas páginas de la novela son aquellas en las que aflora un erotismo especial que da tónica al relato, bajo la mirada femenina.

 

4-

Es casi un lugar común decir que la Argentina contemporánea es una sociedad casi sin esperanzas que ha perdido su forma central de integración. El tono amargo de la novela puede comprenderse en ese contexto. No obstante, las disyunciones entre las aspiraciones utópicas del ideal defendido por Anita, Garibaldi, Manuela Sáenz o Bolívar en sus acciones y lo amargo y desesperanzado que resulta de las reflexiones conducidas por el entramado narrativo, producen cierta ambigüedad que permite establecer una doble lectura, bastante de acuerdo con lo que presupone ese tipo de relato histórico.

Al mantenerse estructuralmente más cercana a los cánones realistas y al repetir algunos lugares comunes de cierto idealismo ya pasado de moda, la novela de Alicia Dojovne Ortiz podría asociarse a aquella narrativa histórica de fundación, bastante común en el sigo XIX, cuyo objetivo era sostener un proyecto político nacional, a través de la utilización de la relación amorosa bien sucedida que presuponía el éxito y el optimismo. El final trágico, sin embargo, tanto de la relación amorosa, cuanto de los sueños y los proyectos revolucionarios de los protagonistas, apunta para otra dirección. Y aunque formalmente no tenga las rupturas usuales a la narrativa histórica de renacimiento, para utilizar la nomenclatura de Gloria Cunha (2004, p. 15), que prácticamente coincide con lo que Seymour Menton (1993) llama de Nueva Novela Histórica o lo que Linda Hutcheon denomina de metaficción historiográfica (1991), se puede ubicar la narrativa de Dujovne Ortiz en el marco de la posmodernidad gracias a la posibilidades de esas múltiples lecturas.

El tono de nostalgia por la pérdida del paraíso utópico del ideal libertario, a la vez que lamenta dicha pérdida también la niega, reanudando el ciclo. La forma tradicional se podría entender, de ese modo, como el intento de recuperar la legitimidad que las narrativas maestras del pasado han perdido, en el paso de la modernidad a la posmodernidad. En ese contexto, la imagen de la mujer muerta y el puño levantando y la ambigüedad que proporciona su lectura, indican en dicha dirección.

Lo negativo y hasta cierto punto tétrico del cuerpo muerto, visión bien argentina, se contrapone y se neutraliza con la visión latinoamericana, en general más positiva, suscitada por el origen brasileño de la protagonista que pasa parte de su vida en Italia y que se presenta bajo la óptica de la ecuatoriana radicada en el Perú, amante del Libertador, venezolano por nacimiento y latinoamericano por adopción.

Como ya se dijo, Dujovne Ortiz innova al apear Anita de los altos pedestales a los que había sido elevada en las últimas décadas, moldándola de una forma más humana. Al mismo tiempo, actualiza algunos capítulos de la historia de América (entre ellos la Revolución Farroupilha y los conflictos del Río de la Plata) y de Europa, presentándolos bajo la óptica femenina. Al plantear el papel de la mujer en la sociedad patriarcal del siglo XIX, también discute el sentido de la revolución y la utopía bolivariana de una América Latina fuerte y libre.

Así, la narrativa tejida a partir del cruce los discursos histórico y ficticio, pone en relieve, en el rol de las utopías, el valor de la reescritura de la historia a través de la ficción. Apasionada, humana y rebelde, Anita se levanta de su tumba para desacralizar las verdades impuestas por la historia oficial y la relectura de sus actos indica, al mismo tiempo, la refundación de la nación y la reescritura de la historia desde otras perspectivas. Al optar por el enfoque de actores distintos de la historia, como las mujeres o los desposeídos, que padecieron en silencio sus efectos, la novela niega la unívoca dirección de la historia oficial de los países latinoamericanos para fundar una nueva forma de independencia de pensamiento.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

CUNHA, G. (Org.) La narrativa histórica de escritoras latinoamericanas. Buenos Aires: Corregidor, 2004.

DUJOVNE ORTIZ, A. Anita cubierta de arena. Buenos Aires: Alfaguara, 2003.

HUTCHEON, L. Poética do Pós-modernismo. Trad. R. Cruz, Rio de Janeiro: Imago, 1991.

MENTON, S. La Nueva Novela Histórica de la América Latina 1949-1979. México, FCE, 1993.

SCHUMAHER, S. & VIAL BRAZIL, E. (Org.) Dicionário Mulheres do Brasil. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 2000.

 

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