Reconfiguraciones de la narrativa en las últimas
décadas: testimonios. Coutaz de Mascotti, Mirtha |
En el marco de la literatura argentina, el testimonio aparece en
discursos fronterizos entre la narración y la crítica, atravesados por
diferentes registros. Desde Echeverría y Sarmiento, Cané y Mansilla, hasta Bioy
Casares, Castillo, Giardinelli, Gorodischer o Rivera, en discursos ficcionales
o no, explícito o metaforizado, el testimonio está presente. No es nuestra
intención referirnos a estas manifestaciones, como tampoco al pacto de lectura
que se establece con el texto biográfico o autobiográfico; ni a los relatos que
recrean personajes y hechos del pasado, desestabilizadores tanto de las
versiones de la historia oficial, cuanto del concepto de verosimilitud del
realismo decimonónico.
Nuestro trabajo se centra
en la descripción de tres obras que nos alertaron en nuestra condición de
lectoras, porque fueron publicadas casi simultáneamente, en 1999, y resultan
coincidentes en muchos sentidos, aunque mantienen la singularidad de su
construcción. Se trata de textos que rozan tangencialmente el testimonio y en
los cuales, la verdad de la mentira, es decir, la verdad de la ficción,
intersecta reflexiones, comentarios, posturas críticas y poéticas. Ellos son: Escritos inocentes, de Griselda
Gambaro: La narración objeto, de Juan
José Saer y Formas breves, de Ricardo
Piglia.[1]
Sobre Escritos inocentes, dijo Ernesto Schoo: “La aguda y comprensiva mirada de Griselda
Gambaro descubre infinitos mundos dentro del mundo”.[2]
Su propia poética, sus “rituales privados” (37), la afluencia de
acumuladas lecturas, relatos de vivencias cotidianas, se suceden en este texto que se abre con la objeción al
pensamiento de Alfred de Musset: “La
prosa no tiene ritmo determinado”
(7) y se cierra con la palabra: “Escribir”
(124). Relaciones entre obras de la literatura universal, del teatro, del cine,
de la música y de la plástica se yuxtaponen a reflexiones sobre el juicio a la
Junta militar, sobre la escritura de las mujeres, “esa literatura que me reveló la voz de mi género” (44), sobre
Barcelona, la ciudad del exilio y la Buenos Aires reencontrada en 1981. Ideas
que suenan como máximas: “El suicidio es
siempre una venganza” (10); “El
exceso de inteligencia consume” (10); “La
sabiduría no es lo que se sabe, es la capacidad de relación entre lo que se
sabe y se ignora” (55); “Aceptar lo que uno puede” (91),
atraviesan el diálogo entre
las citas, los comentarios o la narración de
hechos vividos. Hasta ciertas recomendaciones sobre los subrayados, porque “cuando se abusa de los llamados, el otro quiere quedarse sordo”
(12), conviven con definiciones sobre el oficio de escribir: “... servirse de una lengua común y natal para adentrarse en otra lengua que sólo nosotros podemos pronunciar pero
que todos deben comprender” (37),
con párrafos que hablan de la alegría, el dolor, el atardecer que “avanza inmóvil” (13), la belleza y la
muerte. En una página reflexiona sobre el cuento como género y en la siguiente
intercala un relato breve, cuyos protagonistas son Kafka y el enemigo de Kafka
(40-1), o recrea el monólogo interior de Isadora Duncan, en el que confiesa
cuánto hubo de elección en la supuesta muerte accidental (76).
Esos “infinitos mundos” vienen de la mano de autores que asoman desde tiempos,
procedencias y lenguajes distintos, que Griselda Gambaro pone en la superficie
con una mirada entre la inocencia, la extrañeza y la profundidad.
En La narración objeto habla Saer lector, quien al compartir su “tradición privada”, su “universo literario propio” (73), habla
a otro lector: su lector, de otra escritura: la suya.
Las referencias a la “... aplicación sistemática de la
incertidumbre en lo que atañe al sentido...”
(22) en la obra de Kafka o “al tema del
avance de la progresión difícil” (41) como principio estructurante del
Quijote, a la necesidad de “prescindir de
la prosa...” o “modificar su función”
(58) como también otras aseveraciones sobre Di Benedetto o Faulkner, son
absolutamente válidas para sus propios relatos: “Los mejores libros de Faulkner nos dan esa doble lección, que es la de
toda gran literatura: fidelidad a una visión
personal, y exploración constante de la forma” (75).
Crítico agudo de algunos
trabajos, comentador de aspectos de su propia obra (La pesquisa, Las nubes)
y de sus procedimientos creativos (a pedido de Clarín para el suplemento literario), brevemente incorpora la
ficción al describir una escena que contiene, en la recreación del imaginario
monólogo de Dalí (176 a 181), toda una visión del mundo, y no sólo del artístico.
Exposición del escritor y
del hombre, de sus pensamientos y reflexiones, de sus preferencias y valores,
un encuentro con el lector que éste siente como una larga conversación entre
amigos en que uno habla y el otro escucha y, casi siempre, asiente.
Los discursos contenidos
en Una literatura sin atributos,
incluida en El concepto de ficción,[3]
resultan testimoniales en relación con la mirada crítica del Saer lector y con
los principios de la escritura del Saer autor. Pero es La narración objeto la obra que se ajusta a las intenciones de este
trabajo.
Formas
breves, de Ricardo Piglia se abre con un relato de tono autobiográfico, que
atrapa al lector, quien cree estar frente a un testimonio personal, para
reconocer inmediatamente que la verdad de la literatura es el juego.
También aquí, la
superposición: conversaciones sobre Macedonio; transcripción de notas del
propio Macedonio en un ejemplar de La
novela que comienza; de pronto, un comentario del estilo de Macedonio
puesto en boca de Renzi y la referencia a un libro que se publicaría en 1980,
anónimo o con el nombre de un escritor conocido, o con un nombre inventado. La
fecha remite inmediatamente a Respiración
artificial. ¿Quién es este narrador en primera persona que dialoga sobre
Macedonio con el profesor Heras, con Renzi y con Mastronardi, para terminar con
la frase de Renzi: “Esa ilusión de
falsedad... es la literatura misma”? (40).
En La mujer grabada –otra vez Macedonio- el yo narrador se identifica
con el propio Piglia, autor de La ciudad
ausente y ese dato, que llega como revelación final, ya se había instalado
como posible en el lector desde las primeras líneas.
Un nombre permanente en
la crítica y la ficción de Piglia, Roberto Arlt, entra a este texto por la
anécdota; una originalísima lectura de “El
último cuento de Borges” puede entenderse como un homenaje; y para hablar
de Joyce, de Poe y el policial, elige la relación literatura/psicoanálisis.
Tesis
sobre el cuento y Nuevas
tesis sobre el cuento contienen precisiones que podríamos llamar técnicas o
retóricas sobre este género y sirven para incorporar otra vez su universo de
lecturas.
El Epílogo, ratifica y fundamenta lo dicho: “Los textos de este volumen ... pueden ser leídos como páginas perdidas
en el diario de un escritor y también como los primeros ensayos y tentativas de
una autobiografía futura.”
“La crítica es la forma moderna de
la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas ...”
“... La escritura de ficción
cambia el modo de leer y la crítica que escribe un escritor es el espejo
secreto de su obra.”
“En
este libro he trabajado sobre relatos reales y también sobre variantes y
versiones imaginarias de argumentos inexistentes. Pequeños experimentos
narrativos y relatos personales me
han servido como modelos microscópicos de un mundo posible o como fragmentos del mapa de un remoto territorio
desconocido.” (137-8).
El análisis comparativo
genera más preguntas que certezas, más cuestionamientos que conclusiones
cerradas.
En el corpus de cada autor, ¿son relatos alternativos o discursos
testimoniales, contaminados –en ocasiones y en diferente grado- de ficción o
autobiografía?; ¿son textos periféricos en relación con otros considerados
centrales?; ¿indagaciones en los pliegues de la propia subjetividad para
revelar preferencias estéticas, frente a la banalización del discurso mediático?
¿Constituyen un aporte al
pensamiento crítico ante las exigencias interpretativas que enfrentan los
estudios culturales? ¿Están destinados
a especialistas e investigadores o son puentes tendidos hacia el lector
para compartir predilecciones, la propia biblioteca, coincidente o no con la
hegemonía de la academia? ¿Intentan acortar distancias entre los intelectuales
y la sociedad?
No pretendemos tener
respuesta para estos interrogantes, pero la aproximación a las obras y la
indagación en sus contenidos habilitan algunas conclusiones sobre estas
reescrituras.
En primer lugar,
consideramos que son textos que ayudan a reflexionar sobre los cambios de las
prácticas intelectuales, orientados hacia un interlocutor que se distancia de
la reducida especialización académica.
Constituyen, sin embargo, un aporte al proceso de revisión de los paradigmas
teóricos, de las transformaciones que vienen produciéndose en las ciencias
sociales en general y en los estudios literarios en particular, cuyo objeto de
conocimiento está en permanente redefinición.
La influencia de la
comunicación puede haber marcado las estrategias enunciativas que intentan
intervenir en la sociedad a través de discursos que se diferencian de la
creación literaria para transmitir, indagando en la propia subjetividad, ideas
y pensamientos, desde una palabra escrita que se aleja también del
avasallamiento del discurso mediático. Son otra forma de preservación de la
memoria que no se reivindica ni desde la racionalidad pura ni desde la sola
sublimación del arte, sino en los bordes, donde crear, evocar, opinar, se rozan
para reconstruir no el imaginario colectivo de un pueblo, sino los saberes, las
experiencias, las reflexiones personales de cada escritor, que entabla, de este
modo, su diálogo con el lector.
Aparentemente periféricas
en el corpus total, por considerarse accesorias, no medulares, son, sin
embargo, centrales porque indagan en los pliegues del propio yo autoral, iluminan la comprensión de sus preferencias
estéticas para proponer al lector pistas de acceso, no sólo a su creación, sino
a los meandros de su personalidad. Desde su propio estatuto, suman la palabra
del escritor a la palabra poética contenida en las piezas de ficción y generan
nuevas redes de significación.
Como discursos híbridos responden a estos tiempos en que los
mecanismos de inclusión son más frecuentes que los de exclusión y a la vez, al
propósito de modificar aceptaciones y rechazos.
El texto ajeno ingresa a
la escritura de diferentes maneras. En Escritos
inocentes abundan las citas, a veces sin otra marca introductoria más que
el título de la obra o el nombre del autor, en ocasiones, anticipadas por expresiones como: “He vuelto a leer”, “Vi”,
“Amo a este autor”, “Estoy leyendo”, Pienso en el viejo Tolstoi”, “He releído
algunos cuentos...” seguidas de un comentario propio. Esto
remite a lo que Beatriz Sarlo dice del modo en que Benjamin introduce las
citas: “...el arte de la escritura se une
al de citar: porque en el cambio de lugar, la cita viaja de una escritura a
otra, es arrancada de su escritura original, de su aura, para hundirse en otra
escritura, rodeada de otras marcas y de otros sentidos”[4]
En Saer y Piglia, las
relecturas son también el sustento de la materia discursiva, pero las
estrategias de incorporación de las hablas ajenas varían en relación con lo
dicho sobre Gambaro.
En La narración objeto predomina el texto crítico, considerado por su
autor: “...una forma superior de lectura,
más alerta y más activa, y que, en sus grandes momentos, es capaz de dar
páginas magistrales de literatura” (12-3). A partir del concepto: “... la noción de objeto está en el centro
de todo relato de ficción...”
(17) aborda con mirada analítica a Cervantes, Kafka, Flaubert, Joyce, Faulkner,
Katherine Ann Porter, Borges, Di Benedetto, Macedonio, Cortázar, Onetti, Rulfo,
acompañados de otros nombres nacidos “ ... del silencio y de la penumbra que
quedan cuando el tumulto electrónico
se apaga [y] nace la cultura” (100-1).
En Formas breves predomina
el relato anecdótico atravesado por la ficción, “... una narración que esconde un argumento crítico, un argumento
crítico que se ilustra con un “caso
falso”, un relato personal -autobiográfico- que expone una hipótesis crítica,
una escena de un libro leído que se recupera como un recuerdo privado” [5]La
amalgama crítica-ficción es casi permanente en la obra, es la marca distintiva
de esta “forma moderna de la autobiografía”.
Señaladas las improntas
particulares que los distancian y los definen, ¿cuáles son las coincidencias que nos llevaron al acercamiento de estos textos?
En primer lugar, el autor como presencia real, no enmascarado en el
personaje, que –casi confidencialmente- transmite el mundo de sus lecturas
personales con una carga adicional de significación: el trabajo del escritor se
sustenta en la lectura. Asumir la tradición cultural y reflexionar sobre las
infinitas posibilidades del lenguaje, otorga espesor a la creación artística.
Mostrar, aunque sea parcialmente, cómo se produce esa apropiación, implica
también un rechazo a toda forma de improvisación y una lección de escritura.
En segundo lugar, la estructura fragmentaria que propicia un clima de
intimidad compartida, ya que el lector siente que puede ocupar los espacios en
blanco con sus propias reflexiones. El fragmentarismo rompe también la
continuidad discursiva, con lo cual habilita una lectura desarticulada, permite
entrar y salir del texto con mayor
libertad y genera una ilusión de amistoso acercamiento al desdibujar no sólo los límites entre lo
privado y lo público sino también la rigidez de ciertas fronteras culturales.
Estos testimonios, que problematizan la manera de mirar el objeto, transfieren
sus códigos al receptor, quien experimenta modos alternativos
–desregularizados- de conocimiento textual.
Finalmente, lo que motivó la reunión de los tres libros en un corpus:
el ingreso de la ficción contaminando el discurso crítico. Los desplazamientos genéricos son bastante
frecuentes a la inversa, es decir, la introducción de teoría literaria en el
corpus de una novela, por ejemplo, a través de algún procedimiento más o menos
original. En estos casos, la ficción elige atajos: va y viene haciendo guiños
de complicidad en Piglia, irrumpe sorpresivamente en Saer o se acomoda casi
naturalmente en la prosa de Gambaro, tal vez para alertarnos acerca de lo
esencial, para que no olvidemos que en el centro del oficio de escritor están
la imaginación y la palabra poética.
La lectura en espejo que estas obras revelan, al intervenir con la
propia voz en el largo trayecto de la literatura, nos acompaña a cruzar otro
espejo –como Alicia- detrás del cual aguarda el prodigio de un universo
literario resignificado.
Hasta aquí, nuestro trabajo, que resulta al menos incompleto ante dos
publicaciones recientes, posteriores a su producción: La tierra elegida, de Juan Forn[6]
y El último lector de Ricardo Piglia.[7]
En una, testimonios de lecturas e investigaciones contenidas en el molde del
relato, narraciones no ficcionales pero sobrevoladas por presencias
imaginarias; en la otra, la revelación de redes de sentido, puentes tendidos
por un Piglia lector, sorprendente como todo en este libro. Ambas habilitan otra indagación en la singularidad de algunos testimonios de
escritores y avalan la elección inicial.
[1] Griselda Gambaro, Escritos inocentes, Bs.As., Norma, 1999; Juan José Saer, La narración objeto, Bs.As., Planeta, 1999; Ricardo Piglia, Formas breves, Bs.As., Norma, 1999. Los números de páginas corresponden a estas ediciones.
[2] Ernsto Schoo, Escritos inocentes, Suplemento literario de La Nación,Bs.As., 1999.
[3] Juan José Saer, El concepto de ficción, Bs. As., Ariel, 1997.
[4] Beatriz Sarlo, Siete ensayos sobre Walter Banjamin, Bs.As., Fondo de Cultura Económica, 2000, pág. 29.
[5] Graciela Speranza, El combate de la lectura, Bs. As., Cultura y Nación, Clarín, 13 de febrero de 2000.
[6] Juan Forn, La tierra elegida, Bs.As., Emecé,Cruz del sur, 2005.