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LAS HUELLAS DE UNA TRAVESÍA QUE NO CESA
(Una lectura del presente en Las corrientes literarias
en la América Hispánica
de Pedro Henríquez Ureña)

Luque, Gabriela
Contreras Ana Carolina
U. N. de la Patagonia Austral

 

¿Qué significa hoy la figura de Pedro Henríquez Ureña? ¿Cómo abordarla en su misma complejidad, sustraída al mito y desplegada, al unísono, en los roles de ensayista, docente, crítico, en fin, intelectual paradigmático? Estas preguntas surgen pertinentes y actuales, ya que la tarea iniciada por Henríquez Ureña no está terminada. Hemos querido proponer la relectura en particular del último capítulo de Las Corrientes Literarias en la América Hispánica, para detenernos en aquellos núcleos que orientan su mirada sobre su presente histórico, esas décadas (1920 –1940) que hablan de sus propias experiencias de vida. ¿Cuáles son esos problemas que concentran su atención, desmenuzados en prolijas y completas notas que resumen su pasión cognitiva?

Su preocupación americanista se apoya en la concepción de una unidad de propósito en la vida política y en la vida intelectual. Esa utopía de la patria de la justicia y de la libertad no reconoce exclusiones, su americanismo se asume en su propia diversidad. No parcializa, sino que integra.  Es la misma especificidad americana, buscada desde la disciplina intelectual en el reconocimiento de la pluralidad de voces y de la multiplicidad de manifestaciones.

Henríquez Ureña se configura desde su misma condición de migrante, en un exilio que lo lleva a trazar un mapa cultural de América en las primeras cuatro décadas del siglo XX. Estados Unidos, México, Argentina y la presencia insoslayable de España recorren sus páginas, sin olvidar la propia,  República Dominicana, ligada indisolublemente a la Cuba de Martí. La travesía que no cesa, ese destino de intelectual latinoamericano, signado por una experiencia histórica fundante: es el México de la Revolución en dos momentos claves de este proceso, 1906-1914 y 1921-1924, el eje de sus reflexiones. El destino de América aparece ligado al devenir de la Revolución Mexicana y, en particular, a la relación que con ella establecen los hombres de la cultura. México y su impulso de crítica y de discusión en el inicio de una misma pregunta: ¿Qué es América? La respuesta está diseminada en los ensayos de toda una generación: José Carlos Mariátegui, José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Waldo Frank1, entre otros. México, entonces, va a ser ese territorio al que regresa una y otra vez  en sus ensayos, y va a estar presente tanto en ese capítulo final de Las Corrientes, como en el correspondiente a su Historia de la cultura en la América Hispánica, texto con el que lo hemos confrontado. Ese mapa de la cultura hispanoamericana que ambos libros diseñan está organizado a partir y desde el concepto mismo de viaje como desplazamiento cultural2. Los objetos que le interesan son las múltiples formas y funciones de la cultura, condensadas en figuras, motivos, temas, símbolos, ideales y estilos. Explicarse la configuración cultural de la América Hispánica para poder corregir, transformar, afirmar, potenciar.

         Para iniciar esta reflexión es pertinente pensar cómo se construye la figura de intelectual latinoamericano en las primeras décadas del siglo XX. La política y la cultura se articulan en ella en permanente tensión. Así, la metáfora de la “guerra intelectual” en Henríquez Ureña3, las “trincheras de ideas (que) valen más que trincheras de piedra”, como dice Martí en Nuestra América, son todas imágenes que revelan las condiciones de existencia de esta relación conflictiva. El intelectual no puede eludir su responsabilidad pública y esto marca un tono autorreflexivo que lo cohesiona y lo distingue. El ambiente fuertemente politizado y crítico de ese período favorece el desarrollo de ciertos tópicos, y el principal es el americanismo antiimperialista. Es el momento en que se suceden las intervenciones de Estados Unidos –con diversos disfraces- a lo largo de todo el territorio americano. En su ensayo “La Revolución y la cultura en México”, del año 1925, aparece la clave de un proyecto que parte del estudio mundo clásico para centrarse en América, en la línea ya recorrida por Martí, la de un americanismo que se afirma en un lúcido cuestionamiento a la amenaza norteamericana, y que persigue la ya señalada unidad de propósito entre la política y la cultura. La literatura está en el centro mismo de la cultura, por eso el eje vertebrador de Las Corrientes va a ser la expresión literaria. A esto hay que agregarle el carácter de permanente desplazamiento, hecho que configura un particular rasgo latinoamericano. Leemos en Beatriz Sarlo:

 

El exilio latinoamericaniza a los intelectuales, pero también les impone el costo de readaptaciones permanentes, que se traducen en desplazamientos temáticos o en el abandono parcial de las obsesiones productivas. Henríquez Ureña trabajó sobre estas condiciones y no sólo en ellas: hizo de los desplazamientos una de las formas de unidad de su problemática. (Sarlo 1998:881)

 

Nos interesa esta hipótesis: el desplazamiento que cumple una función unificadora como punto de partida de la moderna historiografía literaria –y cultural- latinoamericana. La mirada del viajero se detiene para volver a partir y arma un entramado de voces, relaciones, lecturas, ideales. Se busca trazar una suerte de  cartografía de las redes que se van urdiendo en el campo intelectual, en un momento en que puede observarse  la preocupación por la necesaria concreción de un canon latinoamericano. Es Henríquez Ureña, en ·El descontento y la promesa”, quien nos advierte acerca de esa moderna manera de entender la crítica de la cultura: “Todo aislamiento es ilusorio” (Henríquez Ureña 1998:282). América aparece entonces como el centro de ese programa que desarrolla a lo largo de su vida. Nuevamente, la cita es de Sarlo:

 

América es una categoría que debe ser construida y no una esencia que la historia se limita a desplegar [...] Situado en la historia, Henríquez Ureña se esforzó por reconocer la especificidad de América, sin construir a partir de ella un elenco de razones que fundamenten el aislamiento. (Sarlo 1998:887)

 

         Si el proyecto de Las Corrientes se origina en uno de los espacios privilegiados de su travesía vital, en el contexto propio de la vida académica (las ocho conferencias sobre literatura hispanoamericana de la Cátedra Charles Eliot Norton en la Universidad de Harvard, entre los meses de noviembre de 1940 y marzo de 1941 destinadas a un público de lengua inglesa), rápidamente Henríquez Ureña trasciende esa idea y transforma esas clases en una exposición acerca de las diversas manifestaciones culturales. Realiza una distinción específica sobre la manera en que aborda estos materiales: la literatura, como especialista; las restantes expresiones artísticas, como observador. El propósito es claro: “reforzar la unidad de cultura” de los países de la América Hispánica.  Ya en Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1925) había enunciado su interés por escribir la historia literaria de nuestro continente4, una tarea pendiente para un tiempo al que urgía llegar: el del profesionalismo y la disciplina. Vemos, una vez más, el movimiento original, de inclusión y no de exclusión. Ese proyecto, anunciado veinte años antes, lo concreta en la escritura definitiva de Las Corrientes, y la unidad de su obra es resaltada en la misma Introducción: “Las páginas que siguen no tienen la pretensión de ser una historia completa de la literatura hispanoamericana. Mi propósito ha sido seguir las corrientes relacionadas con la “busca de nuestra expresión” (Henríquez Ureña 1969:8). América, la cultura de América, como eje de sus reflexiones

 

El mismo compromiso intelectual que lo lleva a preguntarse acerca del interés del hombre del futuro con respecto a la creación artística y que expresa  dramáticamente en 19255, lo obliga a un trabajo exhaustivo de reescritura que se amplía en notas (originalmente sólo informativas para ese público extranjero) y en la inclusión de una bibliografía notable. El esfuerzo  por organizar una trama coherente que permita interpretar las claves de la realidad americana hará indispensable que el proyecto llegue hasta el presente. Como lo expresara en su intervención en el XIV Congreso Internacional de los Pen Clubs (Buenos Aires, 1936): “La época nueva, el momento presente, se carga de interrogaciones sociales, se arroja al mar de todos nuestros problemas”6. En el presente se articulan todas las preguntas que Henríquez Ureña fue haciéndose a lo largo de los años y que constituyeron el motor de sus investigaciones. ¿Con qué criterios está armado? ¿Qué autores, géneros y movimientos aparecen y por qué? Una mención especial debe hacerse al proceso de reescritura de sus clases. Si observamos el texto impreso (3ª reimpresión, 1969), vemos que el capítulo en sí se extiende a lo largo de diez hojas. Las notas son treinta y seis y abarcan cinco hojas más. La información no se limita a la simple enumeración de obras y autores; hay referencias amplias a hechos políticos centrales de este período, como la Revolución Mexicana (en particular, ver nota 8, al Ateneo de la Juventud), y a la Reforma Universitaria. Otro aspecto que se debe destacar es el detalle de las traducciones y de la bibliografía en otras lenguas. Las Corrientes sistematiza un método de trabajo intelectual y está pensado para servir de apoyo a nuevas investigaciones, como un libro que se abre y no como uno que se cierra. La red se vuelve más y más amplia. A la vez, no es un mero despliegue de erudición. Como ya dijimos, Henríquez Ureña sustenta en la práctica un modo de intervención crítica, cuyo modelo es el desarrollado y vivido en la experiencia mexicana: la cultura debe distribuirse.  

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En el título mismo del capítulo aparece el concepto de “problema”. Los debates culturales del momento están aquí: literatura pura frente a literatura social, el papel del público, nacionalismo y cosmopolitismo, indoamericanismo,  negrismo,  las nuevas prácticas y la nueva función de la universidad. Así, inicia el mismo refiriéndose a la profesionalización del escritor en el período de modernización como punto de partida de una de las dos tendencias literarias que pueden observarse hasta el presente, la que persigue fines puramente artísticos, frente a la que reconoce fines sociales. Las dos líneas se superponen con los otros tópicos. Se hallan en los grupos de Florida y de Boedo, en Buenos Aires, y en la vanguardia mexicana, en este caso también en el campo de la pintura.

 

Hoy día, el poeta de mayor influencia en toda la América hispánica, Pablo Neruda (n. en 1904) es un atrevido innovador desde los dos puntos de vista, el social y el literario.

En el fondo de esta controversia yacía la famosa cuestión, que no tardó en salir a flote: ¿el arte por el arte, o el arte al servicio de los grandes ideales de la humanidad? O, si lo del '”arte por el arte” parece propósito demasiado fútil, y demasiado propicio al descrédito, ¿el arte como autoexpresión, o el arte como servicio? La cuestión, por supuesto, carece de sentido fuera de una compleja civilización urbana. (Henríquez Ureña 1969:197)

 

 La sincronía y, por consiguiente, las correspondencias en el desarrollo de las vanguardias aparecen presentes en la referencia a las manifestaciones que se dan a la par en España y América, incluyendo la mención de la Semana del Arte de San Pablo, en 1922. En las numerosas notas que le dedica a este tema, amplía, al hacer mención a la existencia de un movimiento internacional que incluye al expresionismo y al surrealismo. Entre la bibliografía, aparecen citados Bowra (1943) y Guillermo de Torre (1925). Destaca algunos de los poetas más importantes (Borges, Neruda, Huidobro) y caracteriza más extensamente al ultraísmo. Es interesante observar que la referencia no se limita únicamente a la década del veinte, sino que se extiende hasta el cuarenta. Le interesa subrayar qué quedó de la herencia vanguardista: “el uso atrevido de la metáfora, una gran variedad de asociación de imágenes y una sintaxis libre y viva” (Henríquez Ureña 1969:194). 

Al crítico profesional  le preocupa y le importa la recepción de la obra literaria, ya que resalta la existencia de un público numeroso, aún en el contexto de la pobreza y el analfabetismo. En la nota correspondiente, Henríquez Ureña amplía mediante dos anécdotas que ejemplifican el reconocimiento social hacia los escritores en un medio que podría pensarse como hostil.

Con respecto al tema indígena, señala la evolución en su tratamiento, desde el siglo XIX hasta el momento actual. Destaca como antecedentes la obra de González Prada, Clorinda Matto de Turner, Martí y Rodó. Aquí aparece subrayado el espacio que le otorga la narrativa de la Revolución Mexicana:

 

El problema en Los de abajo, es la explotación militar del indio. Su servidumbre virtual, desde todos los puntos de vista, especialmente su servidumbre económica, es tema central o secundario en muchas otras novelas y relatos cortos. (Henríquez Ureña 1969:201)

 

            Henríquez Ureña, como Mariátegui, es conciente de que el problema no es racial, sino económico y cultural. En un artículo de La Nación, contemporáneo a este texto, la observación es similar:

 

         Grave caso sí, el del indígena, o el del mestizo, que de la cultura europea no ha adquirido sino el idioma y si acaso la exigua vestimenta, pero que ha caído en la situación del proletario [...] El problema de la América española es todavía su integración social. (Henríquez Ureña, 1998:363)7 

 

         El regionalismo y la cuestión nacional están presentes en las referencias a la narrativa de Horacio Quiroga, José Eustasio Rivera, Rómulo Gallegos, Ricardo Güiraldes.  La novela rural y la novela social son los géneros destacados. Las luchas del hombre, tanto con la naturaleza como con los otros hombres, constituyen el tema privilegiado.

 

         ¿Dónde aparecen las restantes expresiones culturales? Henríquez Ureña se ocupa de la música y de la plástica. Por supuesto, destaca al muralismo mexicano, con los nombres de Rivera y de Orozco. Una vez más, la Revolución, “la pintura (que) se hizo pasión” en las manos de los niños campesinos. En música, aparecen las manifestaciones populares, como el tango. En La Historia, agrega la escultura y la arquitectura, además de un número importante de reproducciones pictóricas y fotografías de diversas expresiones artísticas.

 

         ¿Qué lee, entonces, Henríquez Ureña en este último capítulo? ¿Qué se propone a lo largo de Las Corrientes? En principio, no fragmenta: lee el presente, hijo del mestizaje, fundado en una tradición que se renueva. Como ya había expresado en 1925: “Ahora, treinta años después, hay de nuevo en la América española juventudes inquietas, que se irritan contra sus mayores y ofrecen trabajar seriamente en busca de nuestra expresión genuina.” (Henríquez Ureña 1998:275)8. Las Corrientes cumple, por una parte, con el propósito enunciado en “Caminos de nuestra historia literaria”: “poner en circulación tablas de valores: nombres centrales y libros de lectura indispensable.” (Henríquez Ureña 1998:248), por otra, “emprender obras de conjunto con espíritu de síntesis”9 (Henríquez Ureña 1998:365). Y, por sobre todo, traza un camino en el que “el pasado es lección para el presente, si sabemos leer.”

 


NOTAS

 

1 Podríamos citar aquí las palabras de Waldo Frank en 1929: “He venido a México para aprender” (Frank 1975:265).  Esta frase resume su “novomundismo” (convertirse en un nuevo mundo es el destino de América), pero esas palabras pudieron haber sido dichas por cualquiera de sus compañeros de ruta. Hablamos en especial del ambiente crítico del México de Vasconcelos al frente de la SEP, con su programa de “nacionalismo cultural” y el primer contacto programado con el resto de la cultura latinoamericana y española. Ver Monsiváis (1981) y Franco (1985).

2 Beatriz Colombi (2004) desarrolla in extenso las distintas modalidades del viaje intelectual latinoamericano en el período de la modernización y analiza las obras de algunos de estos escritores (Martí, Ugarte, Reyes, entre otros) a la manera de “desplazamientos textuales”. La lectura en particular del capítulo VI, en el que aborda la figura de Alfonso Reyes y su epistolario con Henríquez Ureña, ha sido muy productivo para nuestro propio trabajo. 

 3Julio Ramos, en su libro Desencuentros de la modernidad en América Latina, Capítulo VIII, analiza algunos ensayos de Pedro Henríquez Ureña que tratan justamente las relaciones siempre conflictivas de ese intelectual con el poder y las distintas respuestas ensayadas en México, a partir de la experiencia histórica de la Revolución.

4 En particular nos referimos a sus ensayos “Caminos de nuestra historia literaria”  y “El descontento y la promesa”. En el primero de ellos, aparece la necesidad de una historia literaria producto de la labor de un especialista y no de un aficionado, tarea propia de un esfuerzo intelectual disciplinado. En el segundo, resalta el concepto de “unidad de cultura”, ligado esencialmente a la comunidad de los pueblos que comparten una misma lengua.

5 En “El descontento y la promesa”, la pregunta se enuncia de manera desesperada, como un grito de alerta para el mundo intelectual: “¿no llegaremos tarde?” (Henríquez Ureña 1998:285).   

6 El tema de este encuentro trataba de las relaciones actuales entre las culturas de Europa y de América Latina y participaron, entre otros, Alfonso Reyes, Alcides Arguedas, Francisco Romero y su hermano Max Henríquez Ureña. El título del trabajo es “La América Española y su originalidad” (Henríquez Ureña, 1998:331-335), y nuevamente se destaca aquello que Sarlo denomina "“la unidad problemática dispersa” a lo largo de su obra: la unidad esencial del continente.

7 El ensayo se denomina “Pasado y presente”  y fue publicado en febrero de 1945. Se destaca la lectura del texto de Mariano Picón Salas, De la Conquista a la Independencia, recientemente aparecido. Aquí, Henríquez Ureña habla nuevamente del mestizaje, la “fusión de cosas europeas y cosas indígenas” y de su expresión en las distintas manifestaciones humanas. Su punto de vista se halla visiblemente en concordancia con el de Picón Salas. La caracterización que hace del método de trabajo de éste es también la propia: “[el libro] está sustentado en vastísimas lecturas y nutrido en viajes.”  Otra referencia a destacar es la de Germán Arciniegas.

8 La cita corresponde a “El descontento y la promesa”. En referencia a Rodó, hay una explicación esclarecedora de la misión del intelectual en América Latina: “[...] sólo han sido grandes de América aquellos que han desenvuelto por la palabra o por la acción un sentimiento americano (el subrayado es nuestro).

9 Esta cita corresponde al artículo de 1945 ya aludido y, una vez más, demuestra de qué manera se establecen los distintos modos de religación (Zanetti 1994) en el continente.   
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