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El ensayo puertorriqueño: nuevas reconfiguraciones de lo nacional y lo identitario

Centeno Añeses, Carmen
U.N.L.P

 

 

Uno de los temas más explorados a lo largo del siglo XX por los ensayistas latinoamericanos es el de la identidad. En la década del 90, señala el chileno Eduardo Devés Valdés en su libro El pensamiento latinoamericano en el siglo XX. Entre la modernización y la identidad, “la intelectualidad latinoamericana volvió a manifestarse de manera predominantemente identitaria”[1][2] y la identidad se ha transformado en el punto clave del ensayo, de las humanidades, de las ciencias humanas y sociales. El tema ha llegado a ser obsesivo, afirma, y se ha trabajado desde perspectivas diversas que incluyen la democracia, la ciudadanía y la sociedad civil, así como desde la teorización en disciplinas como las ciencias sociales y humanas. Otra línea de estudio, observa Devés, es la que le aborda desde la nación. La identidad nacional  se ha cultivado en distintos lugares, pero se destaca por darle mayor énfasis el “ámbito centroamericano-caribeño donde se ha trabajado con mayor abundancia en el fin de siglo”.[3]  El término, no obstante, es abordado desde nuevas conceptualizaciones fruto de la discusión sobre los saberes que en las últimas dos décadas ha incorporado nociones como giro linguístico, hibridación cultural, posmodernidad, además de haber incidido en él la crítica feminista, la historiografía obrera, la discusión sobre epistemología de la historia y sobre lo nacional versus lo global.

En los últimos quince años el campo intelectual puertorriqueño ha estado marcado por la discusión sobre la identidad nacional. El fin de siglo XX y el principio del XXI están signados por la deconstrucción del término en las obras de diversos ensayistas que asumen posiciones heterogéneas frente al tema de acuerdo con sus experiencias y sus interpretaciones de la cultura puertorriqueña, al igual que de los procesos globales. El interrogar la identidad, como dijera Hommi Bhaba,[4] entre otras instancias, se hace desde la puesta en escena de la hibridez, que es fruto de los movimientos diaspóricos que caracterizan al Caribe y que en Puerto Rico tienen características particulares por la relación política de la Isla con los Estados Unidos. Distinto a las otras diásporas latinas, la de los puertorriqueños se distingue por poseer la ciudadanía americana que les fuera impuesta  por Estados Unidos en 1917, diecinueve años después de la invasión de la Isla durante la Guerra Hispanoamericana. La lengua, el territorio, la religión, lo racial son aspectos de la identidad que se abordan y se cuestionan desde el impacto en el país de la gran emigración puertorriqueña que reside  en los Estados Unidos, la emigración circular y el contacto de un sector con la academia norteamericana.[5] El tema de qué es lo nacional es el centro de numerosas discusiones que están a su vez atadas a las polémicas en torno a la modernidad, el nacionalismo cultural y la globalización, así como al  contenido sexual de la nación.

Los debates suscitados en el ámbito universitario se recogen fundamentalmente en las revistas académicas, especialmente  Posdata, Bordes y Nómada y en los periódicos Diálogo y Claridad, aunque a la vez existe “una proliferación de espacios para la (re)producción de discursos puertorriqueñistas”[6] a la par que una efervescencia del nacionalismo cultural. En la década del noventa la polémica entre los puertorriqueñistas y los llamados posmodernos se produjo en muchas ocasiones mediante ensayos periodísticos. Rafael Acevedo, Iván Silén, Juan Duchesne Winter, Carlos Pabón, Ramón Grosfoguel y  Rafael Bernabe expresaron sus posiciones haciendo uso del semanario independentista Claridad y del mensuario Diálogo, de la Universidad de Puerto Rico. Es decir, se unieron a los intelectuales mediáticos, tradición que como ha señalado Julio Ramos, se asienta a fines de siglo XIX y forma parte de los elementos que transforman el papel social de los intelectuales durante la siguiente centuria. Ya a comienzos del siglo XXI la discusión se traslada mayormente al libro y las publicaciones en torno al tema no cesan.

Las posturas sobre la  identidad y lo nacional son diversas y los ensayistas están divididos en varios bandos: la de aquellos que conceden un mayor predominio a la hibridez cultural, debatiendo así el tema de la lengua y de lo que es ser puertorriqueño desde los bordes o las fronteras; la de aquellos que otorgan primacía a la historia compartida exclusivamente en la Isla y relativizan la importancia de los procesos que transcurren más allá de sus límites geográficos, y las de los que asumen una posición crítica frente a las nociones monolíticas de la  identidad sin echar a un lado la diferencia como una forma de resistencia a las estructuras capitalistas y al empuje homogeneizador de la globalización. De esta manera la polémica se asemeja a la suscitada en el resto de los países hispanoamericanos, en los cuales, de acuerdo con Devés Valdés, se debate la identidad desde la corriente que favorece la modernización (lo que en muchas ocasiones implica posturas neoliberales), desde la latinoamericanista e identitaria, o desde posiciones que aúnan ambas vertientes.

Aunque la producción en torno a la identidad nacional en Puerto Rico es vasta e incluye a autores de la diáspora puertorriqueña que sostienen un diálogo continuo con los de Puerto Rico, _entre ellos Juan Flores, Frances Aparicio, Ramón Grosfoguel, Yolanda San Miguel y Myrna García Calderón_ en este trabajo nos ceñiremos a cuatro figuras centrales del debate en la academia universitaria: Héctor Meléndez, Carlos Pabón, Juan Duchesne Winter y Rafael Bernabe. El tema, por lo demás, amerita un estudio más profundo que abarque los numerosos trabajos y diatribas que han sido publicados.

Uno de los libros más provocadores para el estudio de la identidad es el de Héctor Meléndez, quien a pesar del título de su ensayo, La identidad ausente: Puerto Rico y sus intelectuales de fin de siglo[7], aborda el tema de la identidad nacional reconociendo la aportación de la Isla a la identidad latinoamericana con sus producciones musicales tanto en el pasado como en el presente. “Ha contribuido también”, nos dice, a la identidad de Estados Unidos, que en parte gracias a los puertorriqueños ha formado a lo largo de casi cien años su imagen de sociedad étnicamente plural y de modernidad que busca el progreso de todo el hemisferio”. ¿Por qué, entonces, se cuestiona, “la producción intelectual puertorriqueña, sin duda rica, no forma esa voluntad, ese espacio, ese cuerpo histórico coherente?”.   Meléndez destaca la inorganicidad de la cultura y del proceso social que se vive en la Isla en “esa posmodernidad que lleva cien años”, en obvia referencia a que el país ha atravesado por las mismas situaciones de compra de  su territorio y de su patrimonio, así como por la presencia de inversionistas ausentistas no sólo en la era de la globalización. Es decir, se mantiene el mismo estado de la economía de plantación, lo que ha sido señalado anteriormente por el sociólogo Ángel Quintero en La otra cara de la historia. Esta es su explicación a la desarticulación de la vida social del país  que se aprecia en “la producción, la planificación económica, los sistemas de salud y escolar, la literatura y el periodismo”. La fuerza de los elementos populares se difumina, pierde así su poder por la falta de cohesión ante lo que Meléndez señala como “la norma de la actividad productiva carente de estrategia y de diálogo con las otras actividades productivas”. Por el cuerpo biológico de Puerto Rico no corre la circulación sanguínea como debiera. Lo que constituye la pregunta central de este ensayo es “por qué no cuaja la unidad orgánica nacional-popular independientemente de la definición jurídica” si en otros países ésta se ha producido a expensas de estados nacionales pobres y de persecuciones y represiones a las fuerzas fundadoras.

Carlos Pabón, por el contrario, reconoce la fuerza y el auge de los movimientos identitarios, pero es uno de los más destacados críticos del nacionalismo cultural. Tanto en su escrito De Albizu a Madonna, como en varios de los ensayos de su libro Nación postmortem, cuyo título alude a lo nacional puertorriqueño en la era global,  discute la identidad aunque se pregunta en su trabajo “El (in)discreto encanto del nacionalismo” si no es posible fugarse del discurso de la identidad. Para Pabón el nacionalismo, elemento íntimamente vinculado a la identidad,  es uno de los conceptos más resbaladizos y ambivalentes de la modernidad. Basándose en perspectivas críticas que asocian el nacionalismo a los fundamentalismos, _la de Habermas y Sabater, entre otros y apoyándose, como destaca Elsa  Noya,_en “las teorías circulantes no solo respecto de la muerte del Estado-Nación (…) sino también en las que describen la existencia de identidades múltiples, procesos de hibridación, nomadismos y multiculturalismos”_[8]  ataca duramente las nociones de los sectores independentistas y liberales sobre la identidad nacional. “Aquí no hay”, señala, una situación de opresión nacional, es decir, la identidad nacional no está amenazada como en el caso de los kurdos o los palestinos”.[9]  De esta forma se distancia de la crítica al coloniaje que hiciera Meléndez a la vez que no distingue entre los diversos nacionalismos, entre ellos los nacionalismos contestatarios que cuestionan los relatos imperiales, (ahora la globalización capitalista) y que en el Caribe tienen una larga tradición.

Lo que está en discusión en la actualidad, destaca Pabón, es “el impacto de la globalización en la identidad nacional”. Para este autor “la cultura contemporánea es una cultura híbrida, globalizada” debido a la transformación de las fronteras culturales gracias a las telecomunicaciones y la informática. La puertorriqueñidad, concebida como una construcción unívoca y como invención se convirtió, destaca,  en discurso domesticador de consenso social.[10]

Juan Duchesne Winter también impugna la utilización del nacionalismo en su ensayo “El mundo será Tlon”. “El nuevo nacionalismo y sus corolarios culturalistas”, señala, “se venden muy bien al ajustarse a los nichos diferenciados del mercado de trabajo y del consumo que hoy precisa el orden global”. [11]   En otro de sus trabajos, “Puerto Rico y sus lenguas de la soledad”, trata el tema del idioma como parte de lo que considera el dogma neonacionalista de la lengua, en absoluta oposición al sector puertorriqueñista que considera al español uno de los pilares identitarios de los que residen en la Isla. Duchesne critica al reconocido escritor Carlos Fuentes por sus palabras sobre el bilingüismo y cuestiona la equivalencia entre lengua española y latinoamericanismo. En su desmantelamiento de las concepciones unívocas de la identidad proclama que

 

...las actuales tendencias de deconstrucción de las identidades nacionales monolíticas continuarán desenvolviéndose de una manera u otra. Recordemos que por encima de las ideologías colectivistas del pasado siglo veinte aflora hoy un interés en el derecho democrático a la autodeterminación de los individuos. [12]

 

También Duchesne niega la identidad del Caribe como colectividad, aunque ello no esté en concordancia con las tradiciones caribeñistas que enfatizan la misma:

 

El Caribe es el sujeto perfecto para un ejercicio de identificación negativa, y para reconocerlo hay que asumir que el Caribe no es una comunidad, pese a todas las invocaciones desiderativas de ciertas tradiciones caribeñistas.[13]

 

El espacio caribeño, señala, está constituido “en torno al ojo de huracán de su no-identidad”. Al igual que Pabón, Duchesne se instala en la crítica al nacionalismo como estrategia comercial. Ambos ensayistas también critican el neoliberalismo, aunque a la misma vez objetan las ideologías colectivistas.

Esta perspectiva sobre la identidad que coloca en primer lugar al elemento de la hibridez no es nueva en el contexto latinoamericano y ha sido debatida en el libro Poscolonialidad y nación.[14] Sus autores _Grinor Rojo, Alicia Salomone y Claudia Zapata_  exponen sus objeciones a los que hacen interpretaciones de lo nacional partiendo exclusivamente de lo híbrido, puesto que consideran que dejan fuera otras realidades que también conforman lo nacional.

Rafael Bernabe debate igualmente la importancia de la hibridez, aunque se distancia de Pabón y Duchesne en su interpretación. En su contestación al libro Nación postmortem asume una lógica no binaria frente a la identidad y por eso afirma en su respuesta al libro de Carlos Pabón que “existe una tercera posición”: la del socialismo o el marxismo crítico mediante el cual se une a éste en varios de sus argumentos sobre las posturas neonacionalistas. Concuerda con Pabón en que la puertorriqueñidad no está necesariamente reñida con el colonialismo, el cual tiene la capacidad de concederle un “amplio espacio” a la identidad y a la cultura. Asimismo coincide con su idea de que hay que pensar la lucha anticolonial con modelos más desarrollados que el nacionalismo. No obstante, reitera la diversidad de movimientos nacionalistas existentes. “Hay nacionalismos de diverso tipo”, expone, “nacionalismos imperialistas y coloniales y nacionalismos antimperialistas y anticoloniales”. Para Bernabe, no obstante, la existencia de la colectividad es un imperativo para que se construyan lazos solidarios e inclusive mayores libertades políticas:

 

En fin, considero que en Puerto Rico (o entre los puertorriqueños, pues no todos están en Puerto Rico) el terreno, el lenguaje, el discurso, el hecho nacional ha sido en muchos casos vehículo para aspiraciones  a formas de convivencia, de comunidad, distintas a la atomización generada por el mercado, para el deseo de que haya algún lazo social, algún vínculo solidario, que no sea reducible al cálculo mercantil, de que exista alguna lógica social que no sea el sálvese quien pueda, así como una mayor auto-determinación política para los que viven en esta isla, una protesta contra la discriminación en otros  contextos y una mayor igualdad de las culturas convocadas al encuentro de la mundialización.[15]

 

Aunque las propuestas identitarias de estos cuatro ensayistas son diversas, parece ir creciendo el consenso sobre un punto y éste es el de que no puede conceptualizarse la identidad como una esencia fija. La identidad, como campo en el que gravitan diversas fuerzas, es decir, como lugar de intersección de poderes, une particularmente a Meléndez, Duchesne, Pabón y Bernabe. No obstante, sus posiciones frente a lo híbrido, su interpretación del nacionalismo y su apreciación del colectivismo son las que les separan. Las reconfiguraciones de lo nacional y de lo identitario que llevan a cabo estos autores son sólo una muestra de los intensos debates que se

llevan a cabo sobre el tema en la Isla y que nos conducen a una interpretación más compleja de la identidad nacional.

 



[1] Eduardo Devés Valdés. El pensamiento latinoamericano de un siglo. Entre la modernización y la identidad. Tomo III. Editorial Biblos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Buenos Aires, 2004, p

 

[3] Ibid., p. 33.

 

[4] Hommi Bhabha. El lugar de la cultura.  Manantial, Argentina, 2002.

[5] Jorge Duany. Puerto Rican Nation on the Move. Identities on the Island and in the United

States. University of North Carolina Press, Chapel Hill and London, 2002.

[6] Francisco S. Vivoni Gallart. “Posmodernidad, globalización e identidad nacional en Puerto Rico”. En: Globalización, nación, posmodernidad. Estudios Culturales Puertorriqueños. Luis Felipe Díaz, editor. Ediciones LACASA, San Juan,  Puerto Rico, 2001. p. 84.

 

[7] Héctor Meléndez. “La identidad ausente: Puerto Rico y sus intelectuales de fin de siglo”. En:  La identidad ausente. Ediciones La Sierra, Río Piedras, Puerto Rico, 1996.

 

[8] Elsa Noya. Leer la patria. Alción Editora, Argentina, 2004, p. 128.

[9] Carlos Pabón. “El (in) discreto encanto del nacionalismo”. En: Nación Postmortem. Ensayos sobre los tiempos de insoportable ambigüedad. Ediciones Callejón, San Juan, 2003, p. 335.

 

[10] Carlos Pabón. “De Albizu a Madonna: para armar y desarmar la nacionalidad”. En: Nación Postmortem. Ensayos sobre los tiempos de insoportable ambigüedad. Ediciones Callejón, San Juan, 2003, p. 42.

[11] Juan Duchesne Winter. “El mundo será Tlon”. En: Ciudadano insano. Ensayos bestiales sobre cultura y literatura. Ediciones Callejón , San Juan, Puerto Rico, 2001, p. 63.

[12] Juan Duchesne Winter. “Puerto Rico y sus lenguas de la soledad. En: Ciudadano insano. Ensayos bestiales sobre cultura y literatura. Ediciones Callejón , San Juan, Puerto Rico, 200, p. 41.

[13] Ibid,. p. 51.

 

[14] Grinor Rojo, Alicia Salomone y Claudia Zapata. Postcolonialidad y nación. Ediciones LOM, Chile, 2003. Este es un libro seminal para el entendimiento de las polémicas sobre la identidad y las teorías poscoloniales.

 

[15] Rafael Bernabe. Manual para organizar velorios. Ediciones Huracán. San Juan, Puerto Rico, 2003 , pp. 109-110.

 

 

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