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El testimonio Hispanoamericano del siglo XX como texto cultural y emergente de un "sujeto heterogéneo" [1]

Campuzano, Betina Sandra
Universidad Nacional de Salta



La emergencia de una memoria

 

...queda por imaginar el trabajo de una memoria que no sea la memoria pasiva del recuerdo cosificado, sino una memoria-sujeto capaz de formular enlaces constructivos y productivos entre el pasado y presente para hacer estallar el ‘tiempo ahora’ retenido y comprimido en las partículas históricas de muchos recuerdos discrepantes y silenciados por las memorias oficiales.

Nelly Richard

En el marco de los debates acerca de la incidencia del mundo globalizado en la conformación de la identidad latinoamericana, el crítico Hugo Achúgar propone pensar el pasado y el presente como espacios ineludibles para reflexionar tales cuestiones[2]. Por ello, interesa la noción de lugares / problemas, propuesta por este estudioso, que refiere a los posicionamientos desde donde es posible cavilar y hablar de y desde América Latina. En esta línea, el pasado y presente se constituirían en ámbitos no estáticos y sí conflictivos, que algo están diciendo acerca del continente[3]. Se trata de asumir estos lugares / problemas desde los relatos “otros” que fundan y constituyen Latinoamérica. Importan, particularmente, las producciones que develan, en términos de Richards, “recuerdos discrepantes y silenciados” por los grupos hegemónicos. Se trataría de aquellas memorias “otras” que, de algún modo, han logrado abrir resquicios en las memorias oficiales.

Así, el relato testimonial -textualidad que constituye el foco de interés en esta investigación[4]- surge, entre otros textos,  como una producción conflictiva donde el pasado y el presente se hallan entrelazados, y donde la construcción de la memoria de las comunidades testimoniantes acontece de acuerdo a las entregas y exclusiones de información realizadas a un destinatario letrado. Por eso, concebiremos el testimonio, a partir de la propuesta de Raymonds Williams, como emergente[5] de una memoria colectiva, que se encuentra en contraste con formas hegemónicas[6] (1997). Esta memoria pertenece a diversos grupos: indígenas que habitan sus espacios originarios, migrantes que se desplazaron hacia centros urbanos, afrocubanos que vivieron los avatares de la esclavitud y la guerra independentista, entre otros. La memoria, en estos casos,  se construye dinámicamente a partir de la narración de un “nosotros”, un sujeto o, en términos de Costa y Mozejko, un agente social[7] que se define frente y, en muchos casos, en oposición a los “otros”, quienes pueden conformar los grupos dominantes.

El testimonio, texto cultural y heterogéneo

... estas autobiografías tienen al mismo tiempo algo de arte y algo de vida.

Oscar Lewis

 

Si bien, el testimonio ha sido concebido de diversas formas a lo largo de su recorrido, es ineludible su definición como texto de denuncia, texto cuyo “deseo es [el de] desmontar una historia hegemónica, a la vez que desea construir otra que llegue a ser hegemónica” (Achúgar, 1994: 30). El carácter de historia paralela o silenciada pareciera haberse configurado como el rasgo distintivo de estas producciones. A su vez, ha permitido que la crítica, en una primera instancia, tal como lo advierte Sklodowska, lo convirtiera en un discurso con pretensiones de autenticidad latinoamericana[8]. Esta perspectiva,  plantea el carácter opositor que –se supone- está presente en el testimonio latinoamericano, al tiempo que enfatiza el alcance de un status quo dentro de la cultura dominante. Sin embargo, puede advertirse la tensión entre los propósitos explicitados de desenmascarar el orden hegemónico, y la legitimación supuesta en el ingreso a tal orden, esto es, al canon literario[9].

Por otro lado, la institucionalización del testimonio no implica que el establecimiento de invariables homogéneas presentes en todos los testimonios, que permitan fijar un límite genérico claro y preciso. Asimismo, debe evitar considerárselo un discurso exclusivo de Latinoamérica, ya que ello resultaría una simplificación que la crítica posterior ha sabido replantear y complejizar, a partir de un comentario sistemático del testimonio[10].

La legitimación genérica se erige como eje medular en el testimonio: en la instancia fundacional, Barnet ha sabido dejar en claro que la novela testimonial se concibe, al igual que lo hace su escritor, como “un híbrido de halcón y jicotea”, puesto que en ella se reconoce, por un lado, sus rasgos literarios, “la conjunción de estilos, conciliación de tendencias y fusión de objetivos” (1987: 212 – 213). Por otro, es ineludible su deuda con las tendencias sociológicas y antropológicas, que hallan su referente en la década del ’50 con Oscar Lewis y  la antropología de la pobreza.

Entonces, el testimonio no se enmarca dentro de la noción canónica de “literatura”, ya que en su constitución han jugado un papel central el discurso y  el método etnográficos. Por sus características particulares, el testimonio requiere un concepto más abarcativo como el de texto cultural propuesto por Mignolo. Con él,  refiere a los discursos cuyos rasgos literarios no son tan evidentes, como sí lo es su relevancia cultural. De este modo, al tiempo que construye en el ámbito literario y de la crítica latinoamericana un espacio reflexivo, las técnicas utilizadas para el análisis de los textos literarios se operativizan en otros que no lo son, logrando a partir de esta inclusión “ampliar el horizonte de la disciplina” (1986: 140). En otras palabras, se trata de:

construir una imagen del área de estudios que nos despegue de las restricciones impuestas por las nociones de literatura  y de su especificidad cultural, y el de justificar la necesidad de incluir en ella el ámbito de la oralidad, de las escrituras no-alfabéticas y de los discursos en idiomas distintos al castellano (Mignolo, 1986: 142)

Esta clase de textos no sólo pone en jaque  lo que se entiende por “literario”[11], sino que constituye un objeto de estudio que coadyuva a develar la diversidad y las contradicciones del orden sociopolítico del continente. Resulta interesante entonces relevar de qué modo los testimonios representan estas tensiones que los convierten, según nuestra lectura, en textos heterogéneos[12] (Cornejo Polar, 1980). Para ello, es preciso repensar los componentes y pautas del género testimonial, como también los mecanismos de traducción por los cuales los intelectuales intervienen en la producción testimonial tamizando el discurso de los informantes.

Cornejo Polar entiende por literaturas heterogéneas aquellas en las que “uno o más de sus elementos constitutivos corresponden a un sistema socio – cultural que no es el que preside a la composición de los otros elementos” (1980: 60). En el testimonio, la pertenencia a diversos universos sociales y culturales, el filtro de la escritura que aprisiona la oralidad del testimoniante, las entregas y las exclusiones de información que realiza el agente social para la cultura letrada, son  los aspectos que evidencian el carácter diverso, conflictivo y complejo del testimonio.

La emergencia de un sujeto heterogéneo

...bajo la  noción de heterogeneidad se estudia, en cambio, el conflicto, la pugna lingüística, la desarmonía, el estado inestable, la deflagración en ciernes: signos todos de una historia quebrada, la de América Latina, y de sus muchas y duraderas secuelas.

Raúl Bueno

En este marco, es oportuno traer a colación la propuesta de sujeto heterogéneo de Cornejo Polar: se trata de una noción heteróclita y fragmentaria, que supone una conflictividad interna –además de la externa o la vinculación con el resto del mundo. Así, se opone radicalmente a la visión occidentalizada de un sujeto homogéneo, armónico, unitario y resuelto. Es en este sentido que debe entenderse cómo el intelectual -en el testimonio- intenta construir la figura de un sujeto homogéneo y conciliador que aúna los propósitos e ideologías del informante y el letrado. Se logra, de este modo, anular y sintetizar la diversidad y las contradicciones subyacentes en el amanuense y en el testimoniante, inscribiendo esta clase de textos -así lo había entendido la crítica en un primer momento- dentro de aquellas categorías (las de ‘mestizaje’ e ‘hibridez’, por ejemplo) que encierran “aspiraciones universalistas” e intentan ser la “solución del conflicto de América Latina” (Bueno, 1996: 23).

Las consideraciones de Cornejo Polar, en cambio, permiten relevar las tensiones del sujeto y, con ellas, las emergentes del continente; tensiones que, en esta escritura, hallan su eco en el testimonio[13]. Queda develado así el carácter de “América Latina: una y diversa, total y desgarrada” (Cornejo Polar, 1998: 82). Esto posibilita (re)pensar las estrategias de dominación empleadas desde la cultura dominante y las relaciones establecidas entre sujeto colonizador y colonizado.

Asimismo, la propuesta del estudioso peruano, como lo plantea luego en una serie de  artículos[14], está pensando en una diversidad de sujetos heterogéneos, entre los cuales, el migrante resulta ser, parafraseando a Bueno, el heterogéneo por excelencia. Su particularidad es la de hallarse desgarrado por las tensiones entre sus disímiles experiencias de vida: la de la colectividad de procedencia y la del espacio urbano, en este caso. Dichas experiencias no logran sintetizarse en un tercer término y son el resultado de los constantes desplazamientos realizados por el sujeto. La categoría del migrante da cuenta de esta condición, que condena al sujeto a hablar desde más de un lugar y desde una temporalidad fluctuante entre el pasado y el presente[15].

El ‘sujeto migrante’ conserva las conflictividades al ocuparse de los múltiples discursos y experiencias que coexisten en el individuo a causa de los desplazamientos permanentes. Se trata de abordar la simultaneidad del ‘aquí’ /‘allá’ y  del ‘antes’ / ‘ahora’ (de los “lugares problemas” que propone Achúgar, si se quiere)  y, con ello, el carácter dinámico y heteróclito de las sociedades. Además, la noción del migrante da cuenta de los movimientos constantes y las duplicaciones (multiplicaciones) del “territorio del sujeto” que “lo condena[n] a hablar desde más de un lugar”, entendiendo por territorio[16] el espacio de pertenencia del sujeto, que involucra la memoria comunitaria, y sus vinculaciones con un lugar y un tiempo determinados. En el migrante cohabitan distintas territorialidades o distintos ámbitos de pertenencias que no logran sintetizarse o resolverse, sino que, al contrario, se yuxtaponen manteniendo así el conflicto. 

Los intercambios y las transformaciones, que dan cuenta de la contradicción y de relaciones móviles y asimétricas, emergen a partir de las experiencias cotidianas de desterritorialización; hecho que manifiesta la búsqueda de los espacios entre– medio [in between] (Homi Bhabha, 1993)[17] desde donde es posible pensar las identidades fluctuantes, nunca acabadas y en tensión permanente. La propuesta de pensar en espacios intersticiales remite a revisar la vigencia de los esquemas binarios que estructuran las sociedades. Por eso, el análisis de los discursos migrantes, según Moraña, permite problematizar los antagonismos, de modo que anula el binarismo, a la vez que posibilita transformaciones en las relaciones de poder y en la forma de concebirlas[18]. Esto significaría, además, evitar los sincretismos y las simplificaciones armoniosas en el tratamiento de los temas que nos atañen[19].

De esta forma, el discurso migrante permite imaginar nuevos paisajes y nuevas cartografías, que dan cuenta del entendimiento de América Latina ya no desde una perspectiva homogénea, centrada, romántica y fragmentaria correspondiente a una concepción binaria, sino desde una mirada conflictiva y heteróclita que atiende a los espacios de negociación.

 Una  estrategia contrahegemónica

Todo intento de rebatir, desafiar o vencer la imposición de la escritura, pasa obligadamente por ella. Podría decirse que la escritura concluye absorbiendo toda la libertad humana, porque sólo en su campo se tiende una batalla de nuevos sectores que disputan posiciones de poder

Ángel Rama

 

Decíamos al inicio de este escrito que, por largo tiempo, se ha asociado el testimonio con la idea de las historias paralelas o silenciadas y que el abordaje a estos relatos alternativos o de resistencia permitían poner en evidencia las historias oficiales. Sin embargo, dicho enfoque, en esta instancia, resulta una reducción de la condición heterogénea tanto de Latinoamérica como del texto  testimonial.

El epígrafe seleccionado, en cierta forma, alude a este carácter heterogéneo cuando enuncia que las relaciones de lucha por el poder sólo pueden establecerse en el campo de la escritura. En el testimonio la disputa es fácilmente reconocible: el testimoniante y la oralidad con la que se lo vincula, sólo ingresan a la cultura dominante cuando son representados o traducidos por el letrado y la escritura.

Además, el testimonio encarna una ambivalencia o contradicción: por un lado, desde los propósitos tanto del agente social como del letrado, se presenta como una escritura alternativa que lucha por procurar cambios en el campo social;  por otro, este mismo propósito lo conduce a valerse de los mecanismos de la fuerza a la que se le opone –la escritura y el ámbito del intelectual, en este caso- para lograr su ingreso al campo literario.

La canonización, entonces, puede entenderse como la legitimación de un discurso contrahegemónico. Desde la propuesta de Williams, lo hegemónico no se da de un modo pasivo, sino que debe ser permanentemente “renovado, defendido, resistido, desafiado, modificado por presiones que no le son propias”( 1997: 134): las contrahegemónicas y alternativas. Por lo tanto, la institucionalización del género puede ser considerada como un mecanismo perteneciente a la misma tendencia dominante, tendencia que permite el ingreso de formas opuestas de una manera moderada. A su vez, es el testimonio como texto cultural, aquel que desplaza los límites de lo literario, quien ingresa al campo literario, hecho que implica la modificación o la ampliación de la disciplina.

Desde estos postulados, concebir el testimonio como el modo de poner en entredicho la ideología dominante no significaría caer en las peligrosas simplificaciones que, desde las estructuras de pensamiento binario, oponen /vencedores/ vs /vencidos/, /historia oficial/ vs /historia silenciada/. Al contrario, se trata de complejizar la emergencia de una clase de textos que evidentemente se presenta –desde lo axiológico- como una forma de oposición a la ideología dominante (tanto en lo referencial como en lo pragmático), al tiempo que es legitimada por un grupo dominante y la práctica escrituraria.

 

Betina Campuzano

DNI: 26.701.725

 



[1] Una primera versión, más amplia, ha sido presentada como informe final de las Becas Internas de Investigación Científica para Estudiantes Avanzados (BIEA) otorgadas por el Consejo de Investigación de la Universidad Nacional de Salta (CIUNSa). El informe, cuyo título ha sido “Testimonio: revelaciones y silencios de la memoria”, se halló bajo la dirección de la Dra. Elena Altuna. Abril de 2004, Salta.

 

[2] Cabe mencionar que tales planteos no son exclusivos de las sociedades de Latinoamérica, sino que, al igual que sucede con la categoría de heterogeneidad (Cornejo Polar, 1980), se trata de fenómenos también presentes en otros pueblos y culturas (Achúgar, 1996).

 

[3] Al respecto, Achúgar expone: “La decisión depende de quién habla y sobre todo desde dónde habla. La decisión depende además de qué relato organiza la reflexión o la evaluación y sobre todo depende de qué institución se arroga la representación o la agencia del relato. Babel, zapping, rito, invención, aldea, centro, periferia son todos ellos más que términos, “lugares / problemas” desde donde pensar este presente” (1996: 849).

 

[4] El corpus abordado en esta etapa de la investigación ha estado conformado por Cimarrón (1987) de Miguel Barnet,,  Me llamo Rigoberta Menchú. Y así nació mi conciencia (1984) de Elizabeth Burgos Debray, Los hijos de Sánchez. Autobiografía de una familia mexicana (1966) de Oscar Lewis, Juan Pérez Jolote (1998) de Ricardo Pozas, Gregorio Condori Mamani. Autobiografía (1977) y Nosotros los humanos. Testimonios de los quechua del siglo XX. Ñuqanchik Runakuna (1992) de Ricardo Valderrama Fernández y Carmen Escalante Gutiérrez.

 

[5] Entendemos por emergente, de acuerdo a la lectura de Williams, los cambios acontecidos en un sistema cultural que suceden por la incorporación de nuevos significados, valores y prácticas no pertenecientes a la cultura dominante. Se trata de formas diferentes a las del sistema cultural hegemónico y a las de oposición o alternativas que éste prevé y permite. El sociólogo británico, además, advierte que es difícil distinguir entre las formas emergentes y las alternativas en los procesos sociales, por lo que prefiere definir estos cambios como “emergente antes que simplemente nuevo” (1997: 146). La diferencia entre unas y otras formas radicaría en que la aparición de lo emergente puede corresponder  al surgimiento de un nuevo grupo social, hecho que devela el fuerte componente activo implícito en esta noción.

 

[6]  Según Williams, lo dominante es una tendencia no totalizadora identificable con lo hegemónico, tendencia que se constituye como un proceso dinámico y no como una estructura o un sistema. Se trata de un complejo de prácticas, relaciones y actividades que están expuestas a determinadas presiones y que pueden ser modificadas. Esto significa que se encuentra en tensión permanente entre sus elementos internos y sus oposiciones externas. Así, las formas emergentes y alternativas “sólo pueden producirse en relación con un sentido cabal de lo dominante” (1997: 146). Esto, a su vez, conduce a las nociones de contrahegemonía y hegemonía alternativa: lo dominante al constituirse como un proceso activo, debatido entre múltiples tensiones, presiente las renovaciones y cambios. De este modo, permite la aparición de formas ajenas a él que cuestionan y amenazan su dominación, al tiempo que las resiste. La misma cultura dominante, entonces, produce y  limita las formas que se le contraponen.

 

[7] La categoría de agente social hace referencia a una reformulación del sujeto de la escritura: no alude al sujeto empírico, biográfico o al sujeto de la enunciación, sino que trata de centrar la atención en el posicionamiento que, al ser adoptado por el sujeto, le permite diferenciarse y definirse  en relación con los otros. Cfr. Costa y Mozejko, 2001.

[8] “...se trata, han ido repitiendo al unísono los críticos del testimonio, de discursos que comparten el anhelo de desmentir la ideología dominante y el ansia de traer a la literatura no solamente la  imagen, sino también las voces hasta ahora asordinadas de los vencidos, marginados y oprimidos”. (Sklodowska, 1992: 4 -5)

 

[9] En este sentido, el rol desempeñado por las instituciones, en el sentido de Williams, resulta sumamente relevante. Así, el testimonio como género literario se impone con la creación del premio Casa  de las Américas: en 1970 este premio es recibido por La guerra tupamara, una serie de reportajes reunidos por María Ester Giglio, y en 1983 le corresponde a Me llamo Rigoberta Menchú y así nació mi conciencia de Elizabet Burgos Debray.

 

[10] Cfr. Sklodowska, 1992: 55 – 107

 

[11] Para este punto, resultan esclarecedoras las lecturas de Rolena Adorno y la propuesta de Martín Lienhard. Rolena Adorno al referirse al estatuto literario de los textos culturales de la colonia, ámbito de su investigación, explica que la preocupación se centra en la afirmación de la identidad cultural de América Latina frente a la europea, por un lado, y a la construcción de una herencia cultural que constituye la territorialidad, por otro (1988;13). Por su parte, Lienhard propone la inclusión de textos pertenecientes a comunidades que no poseen el mismo sistema escriturario de Occidente –y que por ello no deben ser consideradas “ágrafas”- a partir de la noción de “literaturas alternativas” (1992).

 

[12] El estudioso peruano entendía que “Aunque las literaturas heterogéneas son excepcionalmente complejas, el concepto que las define es, más bien, simple: se trata de literaturas en las que uno o más de sus elementos constitutivos corresponden a un sistema socio – cultural que no es el que preside a la composición de los otros elementos puestos en acción en un proceso concreto de  producción literaria” (1980: 60)

 

[13] La reminiscencia no resulta aleatoria, ya que Cornejo Polar en su último libro, Escribir en el aire (1994), dedica una sección al testimonio, “Las voces subterráneas”, que continúa significativamente al apartado “La explosión del sujeto”, referida a la lectura de las novelas El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría  y Los ríos profundos de José María Arguedas.

 

[14] Me refiero en este caso a los artículos citados en la bibliografía: “Condición migrante e intertextualidad multicultural: el caso de Arguedas” y   “Una heterogeneidad no dialéctica: sujeto y discurso migrantes en el Perú moderno”.

 

[15] Dice al respecto el estudioso peruano: “[el discurso migrante] acoge  al menos dos experiencias de vida que la migración, contra lo que se supone en el uso de la categoría de mestizaje, y en cierto sentido en el de transculturación, no intenta sintetizar en un espacio de resolución armónica; imagino – al contrario – que el allá y el aquí, que son también  el ayer y el hoy, refuerzan su aptitud enunciativa y pueden tramar narrativas bifrontes y – hasta si se quiere, exagerando las cosas esquizofrénicas - [...] considero que el desplazamiento migratorio duplica (o más ) el territorio del sujeto y le ofrece o lo condena a hablar desde más de un lugar. Es un discurso doble o múltiplemente situado”. (Cornejo Polar, 1996: 841).

 

[16] Para aclarar este punto es preciso delimitar qué se entiende por territorio, dice al respecto Walter Mignolo: “...a nivel del grupo construimos descriptivamente una entidad que llamamos ‘nosotros’ y que situamos en relación a un espacio y a una tradición compartida; es decir, a un territorio. La identidad social y cultural de un grupo humano se construye descriptivamente en un discurso que lo sitúa en un espacio delimitado por fronteras geográficas y cronológicas [...] La territorialidad, como apropiación de un espacio en el que se construye un pasado, una historia, extiende nuestros proyectos cognoscitivos a la generalidad de las interacciones semióticas”. (1986: 148 y 152 – 153)

 

[17] Entiendo por  estos espacios inter – medios [in between] aquellos que cuestionando las concepciones binarias, buscan los “entre – medios” o las zonas fronterizas o liminares desde donde explicar la construcción de las identidades.

 

[18] Cfr. Moraña (1999: 24)

 

[19] Rolena Adorno ha advertido los riesgos del binarismo en estos términos: “Aparte de los diversos contenidos de la oposición binaria, su importancia como modelo interpretativo es evidente; a uno de los dos términos en oposición se le asigna un valor inferior y por consiguiente, relativamente negativo. Vistos juntos, los dos términos representan contenidos o posiciones extremos; no existen posiciones intermedias”. (1988: 66)

 

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