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Otro cruce por el Río de la Plata:
persecución y utopía en tres novelas de fin  de siglo (1993 1997)

Bonato, Rolando Javier
    Universidad Nacional del Comahüe

                                                    

                                              

1. Introducción:

El texto cultural (…) no posee verdadera vida autónoma. No existe más que reproducido en un objeto cultural con la forma de una organización semiótica subyacente que sólo se manifiesta fragmentariamente en el texto emergido (…). Su funcionamiento viene a ser como el del enigma: es enigma en sí y marca en el texto un enigma. Enigma en sí en la medida en que juega con elementos (…) donde se ha cristalizado y condensado la esencia de una significación, la cual sólo es accesible en el contexto de un conjunto estructural. Está cifrado en el texto en forma de una pregunta y su desciframiento es el primer elemento de un nuevo enigma. Edmond Cross

 

La década de 1990 aparece en el imaginario social con una impronta fácilmente reconocible. Pese a esta identificación, y quizás por la proximidad que nos separa de ese tiempo, el horizonte de análisis para este período no se presenta, a prima facie, fácilmente legible.

Una estrategia para hacer comprensible dicho tiempo es a través de textos culturales de circulación social que se presentan particularmente “locutivos” en lo que a la Argentina de esos años respecta. En este estudio realizaré una aproximación crítica de tres novelas argentinas editadas entre 1993 y 1997. Me refiero a: Plata quemada (1997) de Ricardo Piglia, Boomerang (1993) de Elvio Gandolfo y El Dock (1993) de Matilde Sánchez.

Para llevar a cabo tal agrupamiento de novelas sigo la sugerencia de Florencia Garramuño en relación a la formación de un corpus:

Un corpus es un conjunto de textos agrupados en torno de uno o varios problemas. Pero un corpus es algo más que una serie de textos; en tanto es la postulación de una serie de preguntas, la operación que organiza esos textos en una secuencia –ese mapa de lectura- forma también parte del corpus. (VV.AA. 2004: 116)

 

En la constitución de todo corpus se plantean líneas de interpretación que nos permiten pensar un tópico, o grupo de tópicos particulares. La cita anterior esboza algunas consideraciones metodológicas para este análisis.

En lo que respecta a las preguntas que subyacen en estos textos, dos son los principales interrogantes que abrazan la reunión de estas novelas: En primer lagar, ¿Cómo se representa el tiempo narrado? O, en otras palabras, ¿qué características delinean un tiempo particular en las ficciones? En segundo lugar, ¿qué procedimientos narrativos sobresalen en este corpus que puedan señalarse como destacados en el horizonte de lectura? Además de estas formulaciones, y teniendo en cuenta la insistencia en estos textos de la presencia del Río de la Plata como “medio” desde donde los personajes transitan, ¿qué nos sugiere esta topología?

Es probable que a partir de estos interrogantes se pueda graficar someramente un mapa de lectura que haga inteligible un tiempo de ficción y que nos permita pensar, además, una temporalidad histórica, con fuertes reminiscencias de la década de 1990.

Por otro lado, Pampa Arán desarrolla una línea de trabajo en la lectura de los años noventa. Esta investigadora propone la variable “catástrofe” como orientadora en el análisis. Con este concepto, Arán piensa la tensión que se produce entre la memoria histórica con los modos de representación del pasado; y es en esta “fractura” donde se produce la emergencia de una serie de textos culturales, representativos del período. Dice esta intelectual:

Las novelas sometidas a análisis muestran una disociación (…) entre la memoria heredada y su representación como experiencia del presente. Esta fractura nos lleva a interpretar la producción seleccionada en términos de “catástrofe”, en una doble acepción, como “destrucción” (…) pero también de una estética desprendida de un gran relato (…). Nos permite expandir el alcance semántico del término a una compleja idea del “fin”, tanto de una concepción del arte como de la imposición o escolarización de la memoria histórica y de la historiografía literaria, vaciando el museo o trastornando su orden, trayendo lenguas periféricas, inventados otras. (VV. AA; 2004:114)

 

Esta idea de catástrofe en tanto destrucción y ausencia nos permite asociar en las novelas escogidas, por resonancia semántica, tanto la no presencia del Estado en el escenario público –como un ente articulador de fuerzas y sujetos- como la ausencia constante de cuerpos – ya sean: desaparecidos de la última década militar, nuevos excluidos sociales, etc.-, sumado el alejamiento del orden jurídico en general. En las tres novelas que analizo, estas ausencias, tanto de cuerpos como de orden  jurídico, son una constante. La misma Arán articula, en relación a este tema la noción de “fantasma” como un emergente simbólico propio de esta coyuntura. El concepto lo define de la siguiente manera:

El fantasma marca el límite de lo que es posible conocer racionalmente, pero seduce por el enigma de lo que promete revelar. (…). Deslumbra, (…) intriga, amenaza o divierte, según los casos. Pero plantea siempre el dilema ¿es algo que se proyecta desde el sujeto que evoca o es aquello que anida en alguna parte, un objeto pasible de ser conocido? El problema para la literatura (…) es cómo representar el fantasma de modo que dé cuenta de la experiencia de los límites del conocimiento de lo real, siempre al borde de la disolución del régimen de visibilidad con que el fantasma interpela a la escritura, siempre como recordatorio de que el fantasma anida como un doble en el lugar de la ficción. (VV.AA. 2004: 119)

 

Para finalizar con el preludio de este texto, quisiera comentar cuál es la línea de investigación que desarrollo y del que este trabajo forma parte. Actualmente llevo a cabo el estudio de la literatura finisecular argentina que toma como espacio de ficción el Río de la Plata. Mi búsqueda está orientada a analizar las estrategias de representación del Río de la Plata de cara a los sucesos históricos, sociales y políticos ocurridos en el período 1980-2004. Destaco el impacto que tuvo en nuestra cultura las consecuencias éticas y sociales de la última dictadura militar, la transición democrática y las transformaciones socioculturales de la llamada década menemista en nuestro país. Frente a esta línea de trabajo, intentaré analizar en esta oportunidad cómo se representa en la escritura ficcional el Río de la Plata a través de las tres novelas citadas.

 

2. Desarrollo:

2.1. Quemar la plata: entre la huida y lo íntimo

Plata quemada puede ser leída, pese a que la historia narrada se la ubique en la década de 1960, como un texto con fuertes reminiscencias a la década en que fue publicado. De esta historia indagaré qué tipo de emergencias simbólicas se construyen en el desarrollo de la misma.

Esta novela transcurre promediando la década de 1960; en ella, una pandilla ejecuta el robo a un banco y posteriormente se lleva a cabo la persecución y captura final del grupo. Estos, una vez realizado el atraco osan engañar a la organización que planificó el asalto[1]. Un lugar importante en el relato está destinado a captar las impresiones y narraciones particulares de los diferentes testigos, tanto oculares como profesionales intervinientes; la voz narradora crea un efecto polifónico al poner en un primer plano las sucesivas intervenciones, a manera de diálogos y monólogos. Para llevar a cabo esta novela, el autor realizó un minucioso recorrido por los archivos judiciales y periodísticos de la época.

En relación a la idea de fin, como acepción del concepto de  catástrofe, esta novela pretende señalar como clausurado el discurso historiográfico convencional y, en tal operación, realiza un procedimiento de recuperación de relatos orales – al poner en un primer plano las versiones de los diferentes testigos que presenciaron los hechos delictivos- para configurar un orden temporal de los 90. Otro procedimiento fuertemente significativo es la inclusión de escenas bíblicas. Este procedimiento se lleva a cabo como una representación mítica de los sujetos de ficción en los últimos momentos de la historia: cuando hieren al Nene y el Dorda sostiene en brazos al herido, surge en este encuentro un eco de la imagen piadosa del Cristo en brazos. Primera referencia sacra que, junto al descenso del sobreviviente, condensan las dos imágenes más importantes de la tradición cristiana y occidental: piedad y renunciación.

El Dorda sintetiza las dos referencias iconográficas más importantes de la tradición cristiana: sostener en brazos al Nene muerto, imagen mariana, y el morir apedreado e insultado, imagen crística de la crucifixión. El Dorda sobresale en esta elasticidad de comparecer el dolor y el amedrantamiento de los otros, ya que se convierte en chivo expiatorio: “Dos camilleros entraron y levantaron al herido, que seguía sonriendo, con los ojos abiertos y un murmullo ininteligible en los labios. Cuando bajaron a Dorda por la escalera los curiosos y vecinos agolpados en el lugar y los policías se lanzaron sobre él y lo golpearon hasta desmayarlo. Un Cristo, anotó el chico de El Mundo, el chivo expiatorio, el idiota que sufre el dolor de todos”. (Piglia; 1998: 240).

La representación del descenso habla por sí sola. Un sujeto que ríe, mientras su final es irremediable; un sujeto que murmura, como diálogo y lenguaje, a la manera de un soliloquio. El lenguaje define su interioridad y señala, a través de la mirada de los otros, un lugar para la locura y la sinrazón en tanto soportes en la definición de una individualidad.

¿Qué emergencia simbólica se representa de este final de la novela? El final trágico de los protagonistas rompe con un espacio de seducción y enigma (seducción puesto que generó un magnetismo particular a quienes seguían los hechos y enigma por el desconocimiento de lo que ocurría en la intimidad de estos sujetos y en los pactos construidos entre estos y los grupos de poder). Es indudable que el motín exhibe una suerte de fuerza magnética para quienes siguen los sucesos del robo. Paradójicamente, al quemarse la plata se volatiliza “eso” que mantenía expectante a los periodistas y al público mediático en general. Uno de los periodistas que realiza la cobertura del operativo asocia la quema del motín con el ceremonial del Potlash. Sobre el ceremonial del potlash, Marvis Harris (Harris; 1993) refiere a éste como el espectáculo donde el jefe de una tribu exhibe a su comunidad y a las comunidades aledañas su poderío material y simbólico en el territorio donde gobierna.

El despojo del valor material cuantifica su poderío simbólico; la materialidad quemada funciona como instrumento para representar, o escenificar, el poder. El texto de Piglia monta en el horizonte de la lectura la noción de un espectáculo. Este se consolida tanto en los testigos oculares de las distintas escenas, como en los relatos construidos por los propios medios de comunicación. El poder, tal como lo señala Graciela Fernández (Fernández; 1999), necesita del espectáculo para desplegar en su propia imagen la seducción al otro. Por otra parte, González Requena afirma que en el espectáculo el objeto representado se constituye en objeto no sólo de deseo sino que, como objeto en sí, se exhibe en mera materialidad mercantil. Todos estos dispositivos nos permiten leer la novela en la intersección de esta con la década de 1990.

En Plata quemada se realiza la quema del botín en el momento en que el grupo se sabe acorralado. Esta circunstancia activa en el imaginario social la idea de un hecho sacrílego. A partir de ese momento, los miembros del grupo dejan de ser sujetos de seducción para los auditorios expectantes. El espectáculo montado por el poderío que representaba el botín desapareció; ellos pasan a ser sujetos desprovistos de interés popular y de observación. Ya no hay espectáculo: ni el poder que representaba el dinero ni la seducción que provocaba la posibilidad de que pobres se conviertan en ricos están en escena; la gente ya no devora la ilusión de poder pensarse como parte de ese grupo. Esta quema, en plena sociedad capitalista y a diferencia de los pueblos amerindios, no es mercancía que resalta el poder de un jefe, sino el objeto que a la manera de un símbolo constituye en sí mismo una escena liberada.

¿Qué fin y qué emergencia se representa y/o sugiere en este final trágico? Una posibilidad es imaginar que el cruce del Río de la Plata significó para los protagonistas la utopía de un locus amoenus pero que con la captura de estos ya no habrá lugar mejor u utopía, el cruce se revela como quimera de su propio destino.

Analizar la dimensión simbólica de la “plata quemada” en la década de 1990, supone la representación de un Estado fagocitado en el ejercicio del poder y al mismo tiempo ausente de una práctica política que intercepte la totalidad de los sujetos. En la cultura de los noventa, quien se referencia como “jefe” obtura el escenario político con un despojo, no a la manera de un afirmación personal en tanto sujeto de poder, sino en el abismo, tal como lo vemos en Los Mellizos, de quien se posiciona y trastabilla en el escenario de un poder imaginado como atemporal y sin finitud.

 

2.2. En busca de un tiempo mejor: Boomerang y El Dock

Estos textos son los que más asociación directa tienen con el escenario cultural de los 90. Boomerang narra la historia de un empleado bancario que durante cierto tiempo giró ilegalmente dinero a una sucursal bancaria cuyo titular era inexistente. Luego de retirar buena parte de la suma, fingiendo ser el titular, sale del país hacia el Uruguay a través del Río de la Plata. En el camino conoce a una mujer que lo acompañará en su clandestino y breve período en el otro lado del charco. Uno de los rasgos que más caracterizan al protagonista es la permanente sensación de persecución; esta atmósfera de asechanza está presente también en la novela El Dock.

Al igual que en Plata quemada surge en estos dos textos el tema del paso clandestino hacia la otra orilla. Más específicamente en Boomerang el protagonista llega al Uruguay con una identidad apócrifa, transgrede todos los organismos de seguridad y el objetivo último es gastar parte del dinero robado de una manera pueril. En uno de los diálogos que tiene con su acompañante, ésta dice:

Además, esta amiga bagayea cosas de Brasil.

-       Contrabandear. Mucha gente lo hace. Te da unos pesos extra.

-       No, no, no: si vas hasta San Pablo ¿con qué recobrás lo que gastás en pasaje? Pensá con la cabeza Iván. (Gandolfo; 1993: 86)

 

El paso clandestino hacia la otra orilla se reitera, como dije, en las tres novelas que hoy estudio. En El Dock el cruce ilegal se presenta como la posibilidad de que dos sujetos se encuentren.

En la historia de Matilde Sánchez, una militante es asesinada por las fuerzas militares en un intento de toma de una unidad castrense. A partir de ese momento, su hijo es cuidado por una amiga de esta revolucionaria y ambos, junto con el esposo de la nueva sustituta materna, viajan al Uruguay para aislarse de la persecución policial. El objetivo de este viaje es la concreción de una búsqueda tendiente a que Leo, ya huérfano, halle un espacio de hospitalidad junto a su nueva tutora:

Leo dice que podríamos viajar por tierra. A través de un puente sobre el río (…) donde podremos sobornar fácilmente a los funcionarios de migraciones. ¿Acaso no lo habían hecho cientos de veces con su madre? (Sánchez; 1993: 109)

 

Con esta cita se puede ver no sólo la reiteración del tópico del cruce ilegal. Los personajes pasan el río clandestinamente como si en tal periplo se accionara una “válvula de escape” que permite liberarlos de una tensión acumulada. Volvamos por un momento a la novela Plata quemada para ver cómo se desarrolla este tema; obsérvese cómo se reitera parte del campo semántico ya visto:

El polaco era el Conde Mitzky que controlaba la red de contrabandistas y bagayeros del Río de la Plata; tenían tomados a los tipos de la aduana y a la gente de prefectura que hacían la vista gorda en los cruces clandestinos a la otra orilla. (Piglia; 1997: 89)

 

Más allá de esta reiteración, existen diferencias en el tratamiento de esta temática entre las novelas: En Plata quemada es la urgencia por evitar una captura de los policías; en Boomerang, es el destino último por justificar un robo y en El Dock es la indagación desesperada por un lugar de pertenencia y encuentro. En todos los casos, la sensación de persecución, como dije antes, es una constante.

Volvamos a la novela de Elvio Gandolfo. No hay en el sujeto protagónico una exteriorización por “encontrarse” consigo mismo o con otros. Sí hay en él: dudas, miedo, pánico y persecución pero nunca aproximación emotiva con otros sujetos. Todo el trato con los demás se vuelven “tácticas de sobrevivencia” para saciar el objetivo que lo llevó al Uruguay: esto es gastar el dinero robado. En este personaje hay una estrategia de ponerse en otro lugar para descomprimir una rutina financiera que lo abate.  

Lo que podemos señalar como central en este texto es el relato, narrado muy al pasar, del descuartizamiento de un cuerpo (historia muy similar que aparece, como veremos luego, en la novela El Dock). La voz que recupera la historia es la de la protagonista cuando afirma:

-       Sí, lo leí en el diario. No sé: en esos casos no podés opinar sin saber todo. Y nadie sabe todo. Mucho menos la cana. Reconozco que hay que tener pasta para serruchar el cuerpo, esconderlo, después llevar los pedazos a distintos lugares. Sobre todo si es tu mujer. (Gandolfo; 1993: 134)

 

Esta cita es reveladora de una recurrencia tanto en este corpus reducido como en el corpus amplio que trabajo. En efecto, en la actual literatura argentina, a la desaparición y mutilación de cuerpos se suma con insistencia la presencia de cadáveres en el Río de la Plata. El procedimiento para dar cuenta este tema –tanto desde los personajes como de los narradores- es relativizando los hechos a través de una narración simplificada y alejada de toda subjetividad (las muertes y los horrores ocurren pero las voces que refieren no parecen estar involucradas a la pavura que dan cuenta). Pese a esta relativización, tanto las anécdotas como muchas acciones referidas a lo largo de las ficciones se hacen “monstruosas” en la experiencia de lectura.

Veamos qué encontramos en la novela de Matilde Sánchez en relación  al tema de descuartizamiento de cuerpos:

Hasta entonces habíamos evitado visitar el Arboretum debido a su fama morbosa. Años atrás una niña había sido descuartizada en Solís y arrojada por todo el parque (…) La niña había sido cortada en varios pedazos, y cada fragmento depositado en una bolsa al pie de los árboles. La laboriosidad del asesino (…) sólo podía obedecer a su sentimiento de culpabilidad, como si mediante ese orden maníaco y engorroso hubiera querido compensar el caos impuesto a la integridad de la víctima. (Gandolfo; 1993: 213)

 

La década de 1990 se representa como un período violento. Ahora bien, la agresión está dirigida, desde los discursos y las prácticas hegemónicas, a los cuerpos y a la conciencia de los sujetos –tendiente a disciplinar las prácticas sociales.

En relación al vínculo tramado entre los personajes, no hallo en  El Dock alguna ligazón entre los personajes con el espacio, mientras éstos se encuentran en Argentina; la transformación simbólica del lugar y los hechos sangrientos que acontecen hacen que el ámbito íntimo sea extraño e intimidatorio para ellos. Todo es un distanciamiento entre los sujetos. Distancia entre la protagonista y Leo y entre ellos con el lugar. En el viaje a Solís, en la República Oriental del Uruguay, produce intimidad entro los visitantes. Esta es la única novela que concreta felizmente un cambio a nivel de expectativas entre los personajes.

Ante lo expuesto, ¿pasar el Río significa ponerse en otro lugar simbólico? En El Dock, se produce una transformación entre el niño huérfano y su tutora. En el final de la historia el encuentro entre dos individualidades distanciadas se lleva a cabo:

Entonces apoyó la bandeja en mis rodillas y me anudó la servilleta al cuello, como se hace con los enfermos, los ancianos y los niños. En silencio, sin decir una palabra, con la mirada conmovida, llenó la primera cucharada y me la dio en la boca. (….) Afuera, el viento batía las ramas del pino contra el alero. Oímos desplomarse las reposeras. Eran los perros vagabundos que escaparon del portón y ahora habían encontrado refugio en la galería. (Sánchez; 1993:253)

 

3. A modo de cierre:

Volvamos al comienzo de la exposición. ¿Qué recursos utiliza el corpus propuesto para representar la última década de la pasada centuria? Frente a esta pregunta, la presencia del Río de la Plata asume un rol protagónico para pensar un lugar dinámico, promotor de experiencias muchas veces contrapuestas. El espejo fluvial se constituye en una suerte de experiencia narcisista para los personajes, aunque la imagen que devuelve el río no sea la que se espera.

Las adjetivaciones utilizadas en relación al Río de la Plata son sugerentes: marrón, pintado, ferruginoso, espeso, etc. Si nos detenemos en un momento, y continuando con la idea del párrafo anterior, la experiencia de mirar y, por extensión, de reflejarse en el río, no es límpida para los personajes: la imagen devuelta exaspera, como los relatos en relación a los cuerpos decapitados, ya que actualiza un pasado que ciñe el presente.

La fascinación por traspasar las fronteras del Mar Dulce Argentino supone la posibilidad de situarse desde un alter ego en otra realidad. En El Dock la experiencia fue satisfactoria: dos sujetos se encuentran luego de transitar la persecución y la orfandad. En Boomerang, está la satisfacción por parte del protagonista de quebrantar un orden de vigilancia al que después vuelve sumisamente. En Plata quemada, es donde se concentra la mayor decepción de ese ideal de topos amoenus en el otro lado del río: los protagonistas vislumbran en el límite de la muerte su propio destino como sujetos desplazados.

        

          4. Bibliografía:

Fernández, Graciela. 1999. La intertextualidad en el discurso del poder (artículo) Revista de la Universidad de Veracruz.

Gandolfo, Elvio. 1993. Boomerang. Buenos Aires: Planeta

Gonzáles Requena, Jesús. 1998. Elementos para una teoría del espectáculo. Cátedra.

Harris, Marvis.1993. Vacas, cerdos, guerras y brujas. España. Alianza.

Piglia, Ricardo. 1998. Plata quemada. Buenos Aires. Planeta.

Sánchez, Matilde. 1993. El Dock. Buenos Aires: Seix Barral.

VV.AA. 2004. Umbrales y catástrofes: literatura argentina de los 90. Córdoba: Epoké.



[1] En esta organización se encuentran políticos y otros referentes institucionales destacados, quienes pretenden quedarse con la mayor cantidad de lo sustraído.

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