EL CONCEPTO DE DISCURSO –EN- PROCESO EN
EL CONTEXTO DE LA HISTORIOGRAFÍA LITERARIA LATINOAMERICANA. Borhórquez,
Douglas |
Derivada
de la noción de sujeto -en- proceso
propuesta por Julia Kristeva en por lo menos dos de sus libros fundamentales
(La revolution du langage poetique. Paris.
1974. Du Seuil y Polylogue. Paris,
1977. Du Seuil) pienso que este concepto permite pensar la narrativa en particular
en tanto que discurso, es decir
en tanto que acontecimiento
[1]
y en tanto que forma o escritura
(Barthes).
A
propósito de su análisis de la producción teórica de Barthes, Kristeva se
refiere al hecho de cómo éste funda los “modernos estudios de literatura” al
situar “la práctica literaria en el entrecruzamiento del sujeto y de la
historia”[2].
Pone pues el acento Kristeva en tres dimensiones fundamentales, estrechamente
interrelacionadas: discurso, sujeto e historia.
La idea de
proceso, central en el concepto que propongo, es, como sabemos,
diferente a la idea de un desarrollo lineal en el tiempo y en el espacio.
Involucra devenir, pero también crisis, avance, pero también desconstrucción,
cuestionamiento.
Me
propongo observar, estudiar, cómo la categoría de discurso -en- proceso, trasladada al estudio en particular de la
narrativa venezolana en el cruce de los siglos XIX y XX puede ayudarnos a
comprender la configuración de su autoconciencia crítica. En efecto, esta narrativa
como ocurre en el resto de los países hispanoamericanos, comienza a perfilar su
modernidad literaria a partir del modernismo, que como sabemos, significó una
nueva práctica y un nuevo concepto de la literatura. Y lo que establece el
deslinde de la narrativa modernista venezolana con respecto a los modelos
anteriores será precisamente la puesta en crisis de su modo de ser
constitutivo: la representación documental de lo real. La narrativa
modernista venezolana establecerá un deslinde a través de la búsqueda de su
especifidad artística, de su autonomía como discurso literario, lo cual se
traduce ya no en un modelo de narración como representación de lo real, sino
más bien en una narrativa que buscará la escenificación de lo real. Lo cual involucra por supuesto la conquista
de nuevas formas discursivas, en las que narrar implicará interrogar no
solo lo real sino también los discursos
mismos sobre los que se sostiene la narración.
En este
sentido la categoría de discurso
-en-proceso quiere dar cuenta de unaa complejidad en el devenir de esta
narrativa en transformación (la narrativa venezolana de fines de siglo XIX y
comienzos del siglo XX) a la que no responden certeramente las nociones
tradicionales de la historiografía literaria latinoamericana (costumbrismo,
criollismo, naturalismo, etc.) que pretenden hacer ver un desarrollo lineal, de
tendencias, donde no existe sino entrecruzamiento, diálogo y creación de formas
y nuevas modalidades de lenguaje, de representación literaria[3]. A partir del modernismo, el reflejo del
mundo se transforma –se procesa- en traducción, en representación de lo real
mediada por la confrontación con la tradición, tanto de la lengua como con
respecto a la propia tradición literaria.
Utilizo la
categoría de discurso -en- proceso
para intentar leer o interpretar los mecanismos, técnicas, formas de escritura (Barthes), por lo tanto
lenguajes y modos de recomposición artística, de re-lectura, a través de los
cuales esta narrativa venezolana de entre siglos comienza a asumir su condición
crítica, deconstructiva, es decir, moderna. Interrogar este proceso discursivo
significa intentar comprenderlo en su formación (histórica y literaria), pero
también en un descentramiento, abriendo la crítica de esta narrativa disímil,
heterogénea, a la consideración de las plurales vertientes estéticas, de
lenguajes, que este devenir dialéctico, controversial, de “progresión” (de
apertura por ejemplo a las vanguardias) implica. Proceso que es también de
revisión no solo de modelos narrativos, de re-diseño y de proyección de nuevas
propuestas formales sino de puesta en crisis de las significaciones, de los
sentidos que la tradición entraña.
Así, vemos
que este proceso de discursos en esta narrativa de entre siglos es un proceso
de sentidos, en el que la narrativa venezolana, a traves del complejo fenómeno
de la transculturización que la
modela, se juega su perfil estético y literario, la configuración de su plural
identidad estética.
Más que
certezas no podemos sino plantear interrogantes y una de éstas, capital, tiene
que ver con el conflicto creativo entre tradición y modernidad. El estudio de
este conjunto heterogéneo que es la narrativa venezolana de entre siglos no
puede esquivar la consideración de las relaciones entre formas o modelos canonizados
y formas o modelos novedosos, experimentales. En este sentido hay que observar
como ya el modernismo parece traer en sus propias entrañas un afán de
renovación que la vanguardia histórica y el mismo postmodernismo continúan,
aunque en direcciones un tanto divergentes.
El discurso
-en- proceso de esta narrativa venezolana de entre siglos implica
pues la acentuación, en esta frontera estética y cultural (de los siglos XIX y
XX) del diálogo entre la cultura (la trama de relatos) de lo propio y la cultura
(la trama de relatos) foránea.
Así pues,
en ese proceso que queremos leer del costumbrismo a la vanguardia
histórica no localizamos rupturas o desprendimientos absolutos sino mas bien
reconfiguraciones formales y temáticas que son también re-semantizaciones. Es
decir, discursos y sujetos de esos discursos en procesos, sometidos a un
diálogo que es continuidad y apertura entre diversas temporalidades narrativas,
entre plurales formas literarias y de la memoria[4].
Si bien la
tradición se marca en la vanguardia histórica venezolana, ésta es también giro,
revuelta, re-diseño de discursos narrativos alternos. Una alteridad, que como
hemos dicho, va a involucrar nuevas modalidades de representación de lo real,
que re-asume la oralidad, reconceptuando nuevos elementos significantes de la
cultura popular.
Las
primeras irrupciones o manifestaciones de la vanguardia en la narrativa
venezolana de inicios de siglo XX (hacia la década del 20, es decir entre 1912
y 1928: desde la constitución del Círculo de Bellas Artes en Caracas, la
aparición del grupo “Seremos” en Maracaibo y la aparición del primer y único
número de la revista “válvula” en 1928) supone el tiempo y la zona de quiebre
decisivos desde una perspectiva estética, entre el siglo XIX, un siglo que pudiéramos
considerar aún pre-moderno y el siglo XX, en el que con la irrupción de las
primeras manifestaciones de la vanguardia, la modernidad alcanza un grado de
elaboración crítica, significativa.
Así, por
ejemplo, con la vanguardia, el cuento se convierte en un espacio de
experimentación y por lo tanto en una modalidad literaria en la que se tiende a
la disolución de los géneros y se re-semantizan las tensiones y fuerzas
políticas sociales. Un nuevo campo
simbólico se abre[5]. Diríamos
que la critica social pasa ahora en estos novedosos textos narrativos (como el
llamado “rompe-cabezas” de Felipe Antonio Massiani o el titulado “Caperucita
Encarnada” de un tal Juan Montañez* que aparecen en la revista “Elite” en 1926)
por los poderes transformadores de la metáfora (ultraista), de una ironía y una
parodia que proponen de hecho una nueva práctica escritural y la configuración
de un nuevo horizonte de lectura.
Las
primeras experimentaciones vanguardistas en el terreno de la narrativa breve
venezolana convierten a ésta en un espacio de la revuelta del lenguaje,
contrario a los modelos canonizados, a las fuerzas de la tradición, a esas
solidificaciones lingüísticas y literarias del poder que cristalizan en la
lengua[6].
En estas
transformaciones que se suceden en el campo de la narrativa venezolana, cuya
crisis entre los siglos XIX y XX supone, como hemos dicho, la transición hacia
nuestra modernidad literaria, no solo los discursos narrativos cambian. La
noción misma de intelectual se transforma. Hay una manera, unos códigos
culturales que definen el perfil del intelectual decimonónico que se expresan
en el narrador costumbrista: a caballo entre el periodismo, la literatura, la
historia, la antropología, la sociología. La narrativa costumbrista venezolana
e hispanoamericana en general, intercambia, mezcla los códigos de estas
disciplinas y de géneros vecinos como el teatro, en una suerte de exploración,
de búsqueda para delimitar un terreno ficcional propio. Delimitación, que como
hemos intentado señalar, es más inventario
y comentario de un archivo de costumbres (maneras, conductas sociales,
códigos culturales) que contribuyen a configurar nuestro imaginario como
nación, que re-invención propiamente ficcional de la realidad.
La
modernización técnica y social, con el nuevo imaginario simbólico que le es
inherente, a partir sobre todo de los inicios de la exploración y explotación
del petróleo en nuestro país, a comienzos del siglo XX, genera toda una nueva
cartografía cultural, no solo literaria[7]. Los nuevos territorios de la ficción
narrativa a inicios del siglo XX (las
formas novedosas y diferenciadas del postmodernismo y de la vanguardia en
particular) estarán estrechamente vinculados con esta nueva cartografía
cultural propiciada por la modernización técnica que trae consigo en especial
la industria petrolera.
El impacto
de esta modernización modificará el modelo instaurado, que se hará canónico,
del escritor modernista: ya un escritor de oficio, desgarrado existencial y
culturalmente entre dos mundos: Europa/América. El escritor o narrador comienza
a sentir y representar ficcionalmente su exclusión social. El narrador-escritor
postmodernista y de vanguardia radicaliza su conciencia del oficio de escribir
a la vez que se plantea la búsqueda de nuevas opciones formales e ideológicas.
El
escritor – narrador postmodernista venezolano aun cuando se re-plantea
críticamente aspectos nucleares de la tradición, a diferencia del escritor de
vanguardia, no rompe con ella.
Hablamos
de discurso -en- proceso pues, en
efecto, de la narrativa costumbrista a la narrativa de vanguardia venezolana,
se producen transformaciones significativas, no solo en las prácticas
narrativas, sino también a nivel de las ideologías y de los sujetos que
enuncian o sostienen estas prácticas significantes.
El
narrador o escritor de vanguardia deja de ser absolutamente un solitario,
asumirá una militancia literaria: se adscribirá a grupos o programas de
transformación estética. Hay ya en la vanguardia histórica un propósito de
renovación de la tradición, de hacerla entrar en crisis, lo que afecta, como
hemos querido indicarlo, la figura del lector y el concepto mismo de lectura.
El lector
de la narrativa de vanguardia ha dejado de ser un decodificador de una obra
–mensaje, para adquirir la dimensión de otro – sujeto, que puede también
leer-se y leernos. Así como las obras se transfiguran en textos, un tanto experimentales, su lectura se convierte también en
un proceso abierto a la interpretación plural y por lo tanto puede variar
significativamente en función de la experiencia de mundo, de la cultura del
lector.
Desde el
costumbrismo a la vanguardia histórica, la narrativa hispanoamericana y la
venezolana en particular, se han fundado en un constante proceso de discursos:
confrontación de nuestras formas narrativas, de esos relatos que constituyen la
trama de nuestra cultura, con las formas y relatos que constituyen la trama de
la cultura europea y occidental en general. Esa confrontación – proceso
de discursos ha generado una narrativa hispanoamericana y venezolana en
particular, cada vez más compleja: híbrida, mestiza, heterogénea.
De hecho
nuestro costumbrismo dialogó con el costumbrismo español y con autores ingleses
y franceses, pero es diferente. Esa diferencia la acentúan y profundizan la
narrativa modernista, postmodernista y la vanguardia.
Notas:
* Esta ponencia se desprende de la introducción a un
libro en preparación titulado: Del
costumbrismo a la vanguardia. La narrativa venezolana entre dos siglos.
[1] Para Ricoeur “Decir que el discurso es un acontecimiento es decir, primero, que el discurso se realiza en el tiempo y en el presente… En segundo lugar… el discurso reviste al hablante por medio de un conjunto complejo de indicadores, como los pronombres personales” (Paul Ricoeur. Del texto a la acción. p.77-78. Ensayos de Hermenéutica II. Buenos Aires. 2001. Fondo de Cultura Económica)
[2] Continúa Kristeva agregando que Barthes estudió además la práctica literaria “como síntoma de los desgarramientos ideológicos de una sociedad” (J. Kristeva “Como hablar con la literatura” en Barthes, Kristeva y Thibaudeau en El proceso de la escritura. p. 78. Buenos Aires. 1974. Calden). Estrechamente vinculado a las nociones de “significancia” y “heterogeneidad”, “semiótico” / simbólico, “chora semiótica” y “negatividad”, el concepto de sujeto -en- proceso permite pensar el sujetto escindido por las pulsiones y operaciones semióticas pre-verbales que habla en los textos literarios o artísticos (Cf. Julia Kristeva “El sujeto en proceso” en Polylogue. p.55-106)
[3] Ya decía Gombrich en relación a la historia del arte europeo, que ésta no existe: “No es mas que una convención arbitraria, un medio cómodo de clasificación para encontrarnos a nosotros mismos en la producción de imágenes desde los orígenes de la humanidad”. Y agregaba más adelante: “No hay progreso en el arte”. (Ernst Gombrich “La belleza y la fealdad son principios indiscutibles” en Guy Sorman Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo. p. 256-257. 6ª edición. 1995. Colombia. Seix Barral)
[4] Siguiendo un poco algunos de los señalamientos de Aníbal Quijano, Pizarro indica que uno de lo problemas mas relevantes que enfrenta el diseño de una historiografía literaria latinoamericana, es precisamente la dificultad de aprehender y comprender la simultaneidad, la superposición y fragmentación de tiempos, formas y discursos que estructuran el devenir cultural y literario de América Latina: “Estas superposiciones que venimos señalando, como las dislocaciones, la convivencia de elementos contradictorios genera tensiones específicas y construyen una coherencia propia del discurso literario latinoamericano”. Y continúa más adelante: “… estamos intentando aprehender en términos historiográficos un proceso que en este momento lejos de sedimentarse muestra cada vez más un rostro abierto y desgarrado” (Ana Pizarro “Historiografía y literatura: el desafió de la otra coherencia” en De ostras y caníbales. Ensayos sobre la cultura latinoamericana. p. 66. Santiago de Chile. 1994. Universidad Santiago de Chile.)
[5] Planteándose la necesidad de
reconsiderar el estudio de la historiografía literaria latinoamericana Beatriz González insiste en la importancia
de que “el diseño de los períodos de una literatura debe dar cuenta del proceso
de transformación estructural del sistema”. González señala la necesidad de
considerar los períodos literarios como formaciones histórico – culturales cuya
determinación no debe apoyarse en los acontecimientos superficiales sino en los
cambios profundos de una sociedad” (Beatriz González Escribir la historia literaria: capital simbólico y monumento cultural.
p. 49-52. Barquisimeto (Venezuela) 2001. Universidad Nacional Experimental
Politécnica “Antonio José de Sucre”.
* Quizás un seudónimo.
[6] Como expresión teórica de este conflicto entre tradición y modernidad, el crítico venezolano Álvaro Contreras, analiza los debates que en torno a la representación de lo popular se suceden a lo largo del siglo XIX, que enfrentaban a costumbristas, criollistas y modernistas (cosmopolitas): “En las luchas por los modos de representación literaria, cada grupo intelectual presentaba sus argumentos de autoridad”. (Álvaro Contreras. La barbarie amable. p.45. Mérida (Venezuela) 2003. Asociación de profesores de la Universidad de Los Andes).
[7] En 1913 con la explotación del pozo Zumaque 1, en el estado Zulia, se inicia a gran escala la producción petrolera en el país. Se ha señalado como los grandes capitales de las compañías petroleras norteamericanas mueven sus influencias y propician y logran el derrocamiento del gobierno de Cipriano Castro para imponer a Juan Vicente Gómez “quien se comprometió a entregar nuestro petróleo a los monopolios internacionales. La penetración de capitales extranjeros desintegra la economía mercantil y convierte al país en dependencia económica, social, política y cultural del capital extranjero. El impacto provoca cambios de importancia en los estilos de vida de los componentes de capas y clases sociales”. (Rodolfo Quintero El petróleo y nuestra sociedad. p. 27. Caracas 3ª edición. 1978. Universidad Central de Venezuela. Ediciones de la Biblioteca)