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Entre volver y no volver: intersticios de una narrativa heterogénea

Bertón, Sonia
U.N.L.Pam-CONICET


I.                   La simulación

La función del modelo es contener, limitar, lo que sin su borde sería furia del pincel desaforada y proliferante, pintura de acción sin cauce, brochazos informes, chorreaduras, gestos.

Severo Sarduy, La simulación

 
 

 

 

 

 

 

 

 

 


El abordaje de la obra de Severo Sarduy por parte de la crítica literaria sigue siendo dispar, en mi opinión, con respecto a la importancia y el reconocimiento de los que, en otros términos, goza[1]. Pero también lo es en la medida en que cada uno de sus textos ha sido tomado o no como objeto de estudio. Esto queda bien ejemplificado si analizamos ─aunque más no sea en términos cuantitativos─ los trabajos realizados en torno a Cobra (1972) en relación con los que se han escrito sobre las últimas novelas, Colibrí (1984), Cocuyo (1990) y Pájaros de la playa (1993).

Más relevante aún que la mencionada anteriormente es la discrepancia que existe entre el tipo de trabajos y la metodología utilizados en cada uno de estos casos. Si en gran parte de las ocasiones Cobra ha sido estudiada en relación con las teorizaciones sobre el Barroco y el Neobarroco ─en muchas oportunidades, a partir de los conceptos del mismo Sarduy─ poniendo el énfasis en los procedimientos discursivos relacionados con la proliferación de elementos, el trastocamiento de las formas, la elipsis, la carnavalización, etc.; las últimas tres novelas, por el contrario, han sido abordadas en función de sus, aparentemente más simples, tramas narrativas. Como ejemplo de esto, puedo mencionar al crítico Roberto González Echevarría quien en su ya canónico La ruta de Severo Sarduy afirma que en Colibrí hay un retorno a formas más convencionales y un alejamiento del campo de la pura experimentación que le permiten ver en esta novela una parodia de la novela de la selva (1987: 212-213)[2].

Teniendo en cuenta estas lecturas, analizaré algunos aspectos de este complejo itinerario trazado en las últimas obras del autor cubano, a fin de mostrar de qué manera la escritura sarduyana construye y se construye en los intersticios de una narrativa heterogénea y problematizadora de los recorridos, pretendidamente, fijos.  Me centraré especialmente en las dos últimas novelas y sólo tangencialmente haré referencias a Colibrí ya que he abordado la novela desde una perspectiva similar en un trabajo anterior[3].

Uno de los estigmas que marcan la vida y la obra del autor cubano es el exilio y, en relación con éste, la escritura aparece como un “acto de recuperación” (González Echevarría, 1987:3). A nivel de su biografía, las salidas de Camagüey, primero, y de Cuba después, son los momentos clave de este alejamiento. A nivel histórico y literario, la separación se da, en primer lugar, con los integrantes de la revista Orígenes y, en una segunda instancia, con ciertas políticas ─fundamentalmente culturales─  instauradas por el gobierno de la Revolución Cubana.

La escritura de Cocuyo se enmarca en este contexto ─aunque sea posterior a la mayoría de los hechos puntuales─ y en torno de él se constituye como un acto de recuperación  por medio del cual Sarduy recobra, aunque de un modo particular,  el sentido de esas catástrofes iniciales que marcan su vida y su obra. Se puede leer, entonces, una estructura que bien podría asimilarse a la de la novela de aprendizaje en la que las peripecias de Cocuyo comienzan siendo él un niño –precoz y desproporcionado─ todavía muy pequeño. Cuando apenas sabe balbucear algunas palabras, su familia lo obliga a oficiar de relator de los destrozos que produce el ciclón en la isla. Pero la situación lo desborda y lo que ve es mucho más de lo que es capaz de contar. Una plancha de zinc que, dando “media vuelta en el aire [...] como una daga de plata [...] arrancó la cabeza de un negro” (Sarduy, [1990] 1999: 809) lo enfrenta a una realidad que de ninguna manera puede poner en palabras porque es mucho más de lo que el lenguaje puede transmitir. El miedo, experimentado anteriormente por Cocuyo frente a las miradas inquisidoras de sus tías que lo llevaron a dejarse rodar “tinajón abajo” junto con sus excrecencias, se renueva focalizado en la furia y la exageración de una naturaleza incontrolable y este terror, provocado por la violencia del ciclón y la muerte del negro, da inicio a la primera de las catástrofes que marcarán la vida del personaje. Objeto de burla de sus familiares e incapaz de pronunciar las palabras que lo sacarían de su estado de angustia, Cocuyo decide terminar con esa lamentable situación esparciendo matarratas en cada una de las tazas de té que les servirá a todos los miembros de su familia. De esta manera, atentando contra su estirpe, desafiando la autoridad de los mayores –significativamente incluido su padre[4]- Cocuyo inicia un viaje que lo llevará inexorablemente al exilio ya que estará signado por el descubrimiento continuo de nuevas realidades, entre ellas, la de un cuerpo marcado por las cicatrices, la corruptibilidad y el estorbo, y la sexualidad ligada a la prostitución y la violencia, por un lado, o como generadora de más desconcierto y más exilio, cuando del propio Cocuyo y de sus iniciaciones homoeróticas se trata[5]. Estas peripecias lo alejarán paulatinamente de su inocencia primigenia y, lejos de hacerlo un personaje fuerte, íntegro, coherente consigo mismo, renovarán en él sus catástrofes personales y sociales, pero también, el miedo, el desencanto y la violencia. De este modo, el aprendizaje adquiere una connotación negativa que más tiene que ver con el darse cuenta de la miseria humana, de la decadencia y la corruptibilidad ─de la sociedad, del sujeto, del propio cuerpo─ de la imposibilidad comunicativa del lenguaje, que con un posible progreso personal o social. El viaje, por su parte, también pierde el sentido del crecimiento y se traza como un desplazamiento alocado hacia la nada, un deslizarse ─como con el tinajón de las excrecencias─ hacia el deseo consciente de volver a esparcir matarratas “para exterminarlos a todos. Y a él mismo con ellos […] (914); es decir, volver al origen de su catástrofe.

Esta construcción ambigua y discordante del personaje principal y del género se repite, con otros componentes, en Pájaros de la playa.  Tampoco en esta novela la trama argumental constituye, en apariencias, un problema. El nudo de la historia se desarrolla en un hospicio en el que personas de distintas edades y de ambos sexos luchan cotidianamente contra uno de los males que más preocupa al hombre posmoderno: el cuerpo y su posible corruptibilidad[6]. Ésta se produce en la novela como consecuencia de dos situaciones diferentes. Para el Cosmólogo y casi la totalidad de los personajes, la destrucción corporal viene de la mano de otro mal que si bien nunca es nombrado, queda claro que alude al SIDA; para Siempreviva, en cambio, la corruptibilidad es un efecto de la vejez y no de la enfermedad. En todos los casos, el núcleo argumental es el sometimiento inescrupuloso que sufre el cuerpo frente a prácticas ¾medicinales unas, cosméticas otras¾ que pretenden mantenerlo fuerte y joven pero que no consiguen más que llenar de emplastes la marcha inexorable hacia la aniquilación total[7]. Así, los moradores del hospicio, aunque dedican su vida entera al cuidado del cuerpo, no pueden más que definirse en relación a su decrepitud contrapuesta a los visitantes sanos de la playa cercana:

         EN LA ARENA rojiza dejaban un momento sus huellas los pies fuertes de los corredores. Pasaban veloces, concentrados en el ejercicio, como si pensaran en cada músculo que contraían, atareados en esa ofrenda cotidiana a la salud. Los cuerpos tensos brillaban excesivamente dibujados, casi metálicos, barnizados por el sudor, en mechones mojados, el pelo se les pegaba a la piel.

Se alejaban sin mirar siquiera un momento a los raros bañistas que tomaban el sol, o que se reponían de los titubeos etílicos de la noche anterior con el aire del litoral (917)[8].

 

Analizadas de esta manera, es posible afirmar que en la construcción discursiva del personaje y los acontecimientos que se lleva adelante en cada una de las tres últimas novelas de la obra sarduyana hay, efectivamente, un itinerario cuyo recorrido va de las formas más transgresivas hacia las más convencionales. Así tenemos que Colibrí se puede leer como parodia de la novela de la selva latinoamericana─ de Los pasos perdidos, agregaría─,  mientras que en Cocuyo, si ya no es posible hablar de parodia, sí nos encontramos con un trastocamiento de las formas características de las novelas de aprendizaje. Por su parte, en Pájaros, no hay, al menos en estos niveles, rupturas o experimentaciones que me permitan hablar de ambivalencias genéricas. Por el contrario, podría decir que en esta obra son respetadas las convenciones del género novela.

II.               

Para saber qué simula, habrá que ir, pues hasta ese espacio en el que el saber no está en función binaria, ni surge en el intersticio, el magnetismo o la antagonía de los pares opuestos […]

Severo Sarduy, La simulación

 
El intersticio

 

 

 

 

 

 

Para saber qué simula, entonces, propongo rehacer nuestra lectura incorporando al análisis anterior un elemento más ─el que corresponde a la instancia de la enunciación─ a partir del cual intentaré demostrar, como aclaré al principio del trabajo, que no es éste un recorrido fijo, de estructuras preestablecidas y canónicas sino una trama compleja que se urde a través de una conjunción heterogénea de procedimientos y recursos discursivos.

Así tenemos que, en Cocuyo, las catástrofes planteadas en el nivel de la trama narrativa como peripecias que sufre el personaje, se actualizan, en la instancia de la enunciación mediante distintos tipos de procedimientos a través de los cuales podemos leer el posicionamiento de Sarduy frente a sus propias catástrofes. El más común de ellos es el que corresponde a la fluctuación constante de la voz enunciadora. entre una primera persona singular que asume el protagonismo del relato sin que se pueda identificar certeramente con la voz de Cocuyo y una tercera persona que mira al personaje desde la distancia, no sólo  de un observador testigo, sino de quien confiesa habérselo encontrado “así, de golpe y porrazo” (799). Esta ambivalencia discursiva se intensifica y adquiere relevancia a medida que avanza el relato y las mencionadas estrategias enunciativas aparecen con mayor frecuencia. Pero también, porque se le suman a otras estrategias. Encontramos, entonces, comentarios y opiniones de los personajes, inclusiones del y referencias al enunciatario, notas a pie de página y referencias, en forma de notas, a críticos de la propia obra:

1 Dice Gustavo Guerrero que “el martín pescador muere ciego”. Tanto se tiran al agua que se queman los párpados. A él se lo dijo un pescador de la Laguna de la Restinga, en la isla Margarita, Venezuela (802).

 Así, las dudas existenciales que asaltan a Cocuyo durante toda su vida son, en este nivel, dudas identitarias que, una vez más crean en el relato desconcierto y ambigüedad cuando de fijar voces y sujetos se trata ya que no nos permiten establecer con claridad quién es, finalmente, el portador de la palabra y, lo que es lo mismo, hasta qué punto está el propio Sarduy involucrado en la trama.

En el caso de Pájaros de la playa, una de las problemáticas que primero aparece planteada a través de la voz de la enunciación es la de la dicotomía ficción/ realidad[9]. En primer término, en la instancia enunciativa correspondiente a la novela, autor y enunciador son dos agentes diferentes entre sí. La voz que prevalece es la de un narrador omnisciente que desde afuera ve transcurrir la vida de los hospitalizados y la relata haciendo uso de los artilugios del lenguaje que la literatura le permite. En esta instancia, el narrador asume una actitud de oposición con respecto a los enfermos de la isla: “MÁS ALLÁ de la autopista se encuentran los otros, los que la energía abandonó” (920)[10].

En segundo lugar, la puesta en escena de la situación de enunciación denuncia la presencia de un discurso metacrítico en el que las voces se superponen y se confunden. Así, la voz sarduyana ocupa un lugar que poco a poco va conquistando, desde la inclusión de la primera persona y el uso de deícticos hasta la intromisión más jactanciosa de los meta-comentarios: “Economicemos los pormenores, que sólo sirven para entorpecer la narración, derivando hacia lo anecdótico secundario la mariposeante atención del lector.” (951)

Finalmente, hay un espacio donde la tercera persona es reemplazada por la primera: “HAY DÍAS en que al despertarnos, la energía está allí” (974). A partir de este capítulo, comenzamos a sumergirnos en el interior de una historia que sospechamos conocida: escuchamos el reclamo de un hombre acosado por el mal. El DIARIO DEL COSMÓLOGO[11] se convierte en un ─por lo menos posible─ diario de Sarduy y descubrimos, entonces, que desde la escritura ficcional de la novela hemos sido conducidos sutilmente hacia una escritura  que adquiere rasgos autobiográficos[12]. Así, desde el espacio público de la obra literaria nos hemos desplazado hasta la privacidad del hombre; es decir, hemos recorrido un camino en el que el artista comparte su lugar con el crítico, con el hombre y, hacia el final de la obra, lo hará también, con el yo más íntimo y subjetivo, el de la poesía.

Tenemos, entonces, que si el análisis de la construcción de la trama de los acontecimientos y de los personajes nos permitió establecer un recorrido a través de ciertas rutas relativamente prefijadas, el abordaje de las voces nos lleva por rumbos imprevisibles que nos obligan a armar otro tipo de trayecto, más tortuoso, más inseguro en el que nada está dado de una vez y para siempre. Un trayecto que se funda en el exilio, en el cuestionamiento de la autoridad, en la corrupción del cuerpo enfermo y en la desconfianza hacia los modelos, las normas y los cánones literarios.

 

 La escritura es el arte de descomponer un orden y componer un desorden” (435) dice Sarduy en Cobra. Y éste, creo, es el más abarcador de todos los caminos recorridos. Porque la escritura también es el arte de simular: un personaje, una trama, un género, un orden, un itinerario. Pero la escritura no es capaz de copiar la Historia, un Sujeto, la Literatura, una totalidad. Por el contrario, presa de su propia incapacidad para crear una realidad, construye y se construye en los intersticios de una narrativa heterogénea, dispersa en voces, géneros y sentidos; una narrativa del desorden.

NOTAS



[1] Me refiero, por ejemplo, a las conversaciones informales en las que todos acordamos en atribuirle una relevancia singular e ineludible en la institución literaria.

 

 

[2] Entre otros trabajos que puedo citar como ejemplos de lecturas de Colibrí como parodia de la novela de la selva se encuentran Santos, Lidia. Kitsch tropical. Los medios en la literatura y el arte en América Latina. Madrid: Iberoamericana, 2001 y Filer, Malva. “Colibrí: The Parody of an Elusive Homecoming” en Rivero –Potter, Alicia. Between The Self And The Void: Essays In Honor Of Severo Sarduy. Colorado: Society of Spanish and Spanish-American Studies, 1998.

 

[3]El exilio de las formas: el problema de los géneros en la narrativa de Severo Sarduy”  presentado en el II CONGRESO INTERNACIONAL CELEHIS DE LITERATURA. Departamento de Letras Centro de Letras Hispanoamericanas (Celehis). Facultad de Humanidades. Universidad Nacional de Mar del Plata. Noviembre de 2004.

 

 

[4] El tema del padre aparece ya claramente planteado en Colibrí cuando en uno de los capítulos el narrador ─con marcados rasgos autobiográficos que hacen pensar en cierta correspondencia con el autor─ es recriminado por su padre a raíz de su afición a la escritura y de la relación que presupone entre ésta y la homosexualidad: “Ya tú eres un hombre y de los Sarduy, hasta ahora, no ha habido ningún pájaro. Y yo no quiero que nadie me señale en la calle. Así es que ahora mismo vas a quemar también esas cuatro mierdas. ¿Quién ha visto a un hombre jugando con fruticas de brilladera?” (765).

Para René Prieto “las cuatro mierdas” a las que se refiere el padre son “los cuatro relatos ─Gestos, De donde son los cantantes, Cobra y Maitreya─ que identifican la homosexualidad del autor y que, dada su vocación transgresiva, simbolizan en todo sentido la ruptura con el padre y, al mismo tiempo, con la identidad normativa que su autoridad le impone como fardo y máscara […]” (1991: 320).

 

 

[5] La cuestión de la sexualidad homoerótica en la obra de Sarduy está directamente ligada a la escritura. En Cocuyo aparece planteada de modo claro en varias oportunidades. Por ejemplo, en su primera experiencia, Cocuyo siente ─entre la mezcla de desconcierto y placer que la situación le provoca─ la presencia del lápiz y el papel que había robado en el hospicio para aprender a leer. Otro ejemplo, tal vez más significativo aún, es cuando las tías, durante la escena del ciclón, se burlan de  Cocuyo porque no puede relatar lo que ve y a esa incapacidad lingüística la relacionan con la falta de masculinidad.

   En Colibrí, las relaciones homoeróticas son más claras aún y tienen un sentido más estructural en el trazado de la obra.

 

 

[6] La idea de hospicio/ hospital como lugar donde “internar” ─encerrar, excluir, agregaría─ aparece claramente en Cocuyo, cuando toda la familia ingiere matarratas, como así también en el hospicio en el que permanece el personaje ─y donde encuentra a Ada y ésta será prostituída─ cuando escapa del hospital. En Colibrí puede ser pensada, aunque en un sentido más simbólico, en torno a la Casona ya que es el lugar donde las “ballenas” permanecen encerradas en el sopor que les produce la droga y los excesos.

 

 

[7] Estela Sagredo analiza cómo el cuerpo ha sido puesto en escena por la posmodernidad ¾perdiendo de este modo su cualidad “judeo-cristiana de templo divino, de espacio privado y sugerente”¾ mediante la mutación constante a la que es expuesto, ya sea por tatuajes, cirugías, cosméticas, etc. en “Cuerpos mutantes” Revista del Ateneo Psicoanalítico (sin otros datos), pp. 31-45.

 

 

[8] Mayúsculas en el original.

 

[9] Es necesario aclarar que lo que aquí se presenta como dicotomía es un procedimiento que implica una gama infinita de alternativas en la que los dos términos se interrelacionan en un juego constante cuyo único objetivo es la destrucción de las fronteras preestablecidas.  La presentación en opuestos binarios tiene como finalidad la simplificación y claridad de la exposición.

 

 

[10] En mayúsculas en el original.

 

[11] Mayúsculas en el original.

 

[12] Estos rasgos pueden rastrearse también en Colibrí y Cocuyo. Sin embargo, considero que es un tema que, por su importancia y complejidad, debe ser abordado en otro momento.  

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Adrián, Francisco-Javier. “Para una arqueología de Pájaros de la playa”. Paradiso Nº 5 (enero- febrero 1994).pp.15-16.

            Bajtín, Mijail. Estética de la creación verbal.   Buenos Aires: Siglo XXI, 2003.

Bertón, Sonia. “La escritura como búsqueda y recuperación de un mundo inexistente en Cocuyo de Severo Sarduy” (inédito).

--------. “Severo Sarduy: estigmas de un regreso imposible”. (inédito).

De Ferrari, Guillermina. “Enfermedad, cuerpo y utopía en Los pasos perdidos de Alejo Carpentier y en Pájaros de la playa de Severo Sarduy”. Hispanic Review. Vol.70, Nº 2 (2002) pp. s/d.

Filer, Malva. “Colibrí: The Parody of an Elusive Homecoming” en Rivero –Potter, Alicia. Between The Self And The Void: Essays In Honor Of Severo Sarduy. Colorado: Society of Spanish and Spanish-American Studies, 1998.

González Echevarría, Roberto. La ruta de Severo Sarduy.  Hanover: Ediciones del Norte, 1987.

Prieto, René. “La persistenciaa del deseo: Colibrí de Severo Sarduy”. Revista Iberoamericana 57, Nº 154 (enero-marzo 1991) pp.317-326.

Sagredo, Estela. “Cuerpos mutantes” Revista del Ateneo Psicoanalítico (sin otros datos), pp. 31-45.

Santos, Lidia. Kitsch tropical. Los medios en la literatura y el arte en América Latina. Madrid: Iberoamericana, 2001.

Sarduy, Severo. Obra completa. Madrid: Sudamericana, 1999.

--------. “Cobra” [1972] pp. 425-584.

--------. “Colibrí”, [1984] ppp.691-795.

--------. “Cocuyo”, [1990] pp.. 798-914.

--------.  “Pájaros de la playa” [1993]. pp. 915-1005.

--------. “La simulación”. pp. 1265-1344.

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