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APUNTES PARA UNA TEORÍA CRÍTICA REGIONAL LATINOAMERICANA

Barrera Enderle, Víctor
U. Autónoma de Nuevo León - México


El tema que me preocupa aquí es la posibilidad de consolidar una teoría crítica capaz de dar cuenta de las producciones literarias en las regiones, esto es, en los márgenes geográficos, políticos y estéticos de la ya de por sí marginada América Latina. No estoy hablando, me apresuro a aclarar, de configurar una teoría literaria de corte inmanente o estrictamente restringida al campo literario, eso chocaría con la noción de región y terminaría por diluir toda posibilidad de elaborar un discurso crítico alternativo, dejando al estudioso o estudiosa de la literatura (tanto en el ámbito académico como en el público) como un simple reproductor de las interpretaciones hegemónicas del fenómeno literario. Lo que pretendo hacer es establecer e iluminar conexiones entre las producciones literarias regionales y las nacionales (y, ahora añado, las “supranacionales”, sustentadas por la hegemonía de las industrias culturales occidentales y cuya intervención –y manipulación- en el desarrollo de la literatura latinoamericana crece día a día).  ¿Cómo adquiere una obra el “carácter representativo” de un espacio determinado? La representación suele ser también un acto de exclusión y de tergiversación, lo apunto porque es necesario no olvidarlo, sobre todo cuando uno se embarca en una empresa como ésta. Por ello, utilizo el término “teoría crítica” partiendo de las nociones básicas establecidas por la  Escuela de Frankfurt (esto es,  un enfoque interdisciplinario que debe o pretende dar cuenta de lo marginal, de lo otro silenciado en nuestra sociedades, para su posible transformación, todo ello a través de un pensamiento crítico y reflexivo), pero ligándolo con problemáticas puntuales: los campos literarios al interior de América Latina. En pocas palabras: me concentro en intentar describir las relaciones de poder establecidas dentro de los marcos de las llamadas literaturas nacionales. 

         El asunto es asaz complicado porque pone en cuestionamiento otros aspectos de la vida literaria, tales como el discurso crítico y la enseñanza académica, entre otros. Vale decir que esta preocupación tiene que ver con nuestra  función en las aulas y en las salas de investigación, me refiero desde luego a los espacios marginales para el estudio de las literaturas. Me explico: al sugerir un “nosotros”, me remito a todos aquellos que trabajamos con asuntos literarios desde las regiones y no nos conformamos con la reproducción de los manuales de enseñanza de  la otrora llamada “literatura universal”.  ¿Cómo se vive la “experiencia literaria” desde espacios no centrales? Sin duda, todos hemos experimentado en algún grado (incluso aquellos que trabajan en los centros)  esa sensación de “carencia” (de herramientas, de bibliografía) y de exclusión (de la historia literaria, del discurso crítico en boga, etc.) que toda teoría literaria impone de manera sutil o descarada.

         En este punto el problema cobra una nueva dirección: el de la enseñanza de la literatura en el espacio de la universidad (o crítica académica) y un nuevo contexto: el del auge de las industrias culturales. Ya no es sólo la indiferencia del discurso teórico, sino la tergiversación de las nuevas estrategias de mercado que hacen –o suelen hacer- de las regiones un exotismo temático muy cercano al folclore postmoderno (léase: literatura del Norte, de las Pampas, del Amazonas, de la Costa, etcétera)  o una globalidad sospechosa (donde no existen diferencias y el nuevo orden económico garantiza una falsa igualdad tecnológica y temática). Se precisa, pues, de un discurso crítico  que haga valer la autonomía de su espacio de enunciación. Acción complicada y peligrosa, pero urgente. Estos apuntes van en esa dirección, aunque me apresuro a reconocer que su intención es más cercana  a la cartografía, a la descripción de un territorio todavía ignoto. No es un acto de conquista, tampoco, sino una posibilidad. Elías Canetti, en su ensayo “Diálogo con el interlocutor cruel”, definía a los apuntes (para diferenciarlos de otro género “menor”: el diario) como escritos que “son espontáneos y contradictorios. Contienen ideas que a veces brotan de una tensión insoportable, pero a menudo también de gran ligereza.”[1] Un riego y una amenaza: la contradicción y la ligereza; dos impulsos: la espontaneidad y la tensión. He aquí los peligros y las posibilidades de estos modestos apuntes míos. El peligro mayos sería la condición sempiterna de germen, de semilla de una obra que tal vez nunca llegue (pienso inevitablemente en los Apuntes para la teoría literaria, de Alfonso Reyes), pero también confío en la alta probabilidad de que este género (o “subgénero”) pueda manifestar al menos la expresión de una experiencia (de nuevo pienso en los Apuntes… de Reyes).

         En primera instancia, sería necesario comenzar con los primeros problemas que se enfrenta la crítica regional. El primero es de orden semántico: ¿qué significa “crítica regional”? ¿Un discurso reflexivo que habla sobre una región exclusivamente, o un pensamiento crítico producido desde una región cualquiera? Me inclino por la segunda opción, pero aclarando que, si bien la crítica regional puede (y debe) abordar temas generales (requiere mantener un diálogo permanente) con el mismo derecho que la crítica metropolitana,  una de sus funciones primordiales consistirá en dar cuenta de la producción local no sólo para intentar corregir una “literatura nacional”, sino para ayudar a activar el campo literario regional. Como podemos observar, su función viene a suplir una carencia: la falta de actividad en la vida literaria. Sin crítica no hay literatura, sino un catálogo de obras publicadas, en la mayoría de los casos, por instituciones públicas (universidades, secretarías de educación o de cultura) o por un grupo de amigos o editores independientes. Y sin un diálogo con la visión central, no hay literatura nacional, sino literatura homogénea.

         La definición de esta actividad intelectual obliga a mantener el acento en el carácter abierto y en la acción de discutir y sopesar todos los factores para no caer en la jerga chovinista que hace de la crítica regional un panfleto de la secretaría de turismo. No; es preciso reconocer las carencias de la producción literaria casera: su “retraso” respecto a las obras escritas o difundidas desde la “capital”, pero dando cuenta de su propio desarrollo: ¿cuáles han sido las causas para que nuestras obras privilegien géneros específicos y desechen otros? ¿Qué tipo de experiencia han intentado transmitir los autores marginados geográficamente? Pienso en un amplio repertorio que va desde los discursos nacionalistas de las fiestas patrias a las producciones poéticas de corte neoclásico, y de las descripciones costumbristas a las novelas actuales, pobladas, en su mayoría, por personajes que responden más a una visión estereotipada de las regiones que a un proceso interno de creación literaria.

         Ante todo es preciso tener en cuenta  que estamos trabajando con una carencia, con un largo silencio. No contamos con historias regionales críticas, sino con catálogos de obras y autores, en el mejor de los casos. El siglo XIX representa un verdadero territorio ignoto, donde la falta de imprenta en muchas regiones  y el descuido de los cronistas locales han promovido un impresionante desconocimiento. Sin sentido de la tradición y sin una vida literaria sustentada en la recepción crítica, las literaturas regionales quedan a merced de las prebendas otorgadas desde las capitales.

         La teoría crítica debería, pues, partir desde ese punto: intentar iluminar esa oquedad, y tratar de demostrar que no es sólo un espacio vacío, sino un corpus sin interpretación. El cuestionamiento debería partir desde la actividad cultural durante el coloniaje (muchas regiones cultivaron una vida artística “secundaria” durante este periodo), pero sobre todo es menester poner énfasis en los momentos del inicio de la vida independiente. Allí comienzan los debates en torno a la futura relación de las regiones con el centro: discusiones sobre la posible unidad nacional o la sospechosamente independiente organización federativa. En pocas palabras, hacernos cargo de la elaboración discursiva de las nuevas identidades colectivas.

         Posteriormente, sería necesario dejar de lado las concepciones universalistas del fenómeno literario y empezar a trabajar desde el contexto enunciativo. Establecer los “momentos decisivos” de los que hablaba Antonio Candido en su texto fundamental (y pilar de la crítica regional latinoamericana): La formación de la literatura brasileña. Es el corte temporal requerido para ensayar un nuevo modelo de periodización, sustento de una futura historiografía literaria.  Ahora bien, ¿qué debemos entender por “momentos decisivos” y cómo podríamos establecerlos en nuestras investigaciones? Primeramente, hablaría de acontecimientos directamente relacionados con la historia cultural y política de las regiones, manifestaciones, creaciones e interpretaciones de la comunidad letrada. La dimensión temporal es de suyo vasta y compleja, y suele ir mucho más allá de las creaciones literarias, pero toda producción está inscrita en el tiempo: es, de hecho, una forma de interpretación de lo temporal. En realidad no hablo del tiempo en singular, sino de muchos tiempos, ritmos diversos que suelen dar prueba de la heterogeneidad local.

         Hablo de temporalidades, porque una salida fácil para la clasificación de las producciones literarias marginales ha sido la de relacionarlas con escuelas y movimientos literarios centrales. Términos como romanticismo, parnasianismo y tantos otros se utilizan con una ligereza peligrosa en extremo. Tomar sin cuestionar dichas clasificaciones significa anular de facto cualquier posibilidad de supervivencia para una teoría crítica regional. La prioridad: establecer un paradigma casero, trabajar con él y comenzar a desbrozar el terreno desconocido (o semidesconocido) de las literaturas regionales. Tal empresa significaría desde el comienzo un enfrentamiento directo con las estrategias de poder que han configurado nuestros cánones estéticos e ideológicos. Sin duda, en este punto, la crítica de José Carlos Mariátegui representa un antecedente fundador.

         El choque pasa  por diversos niveles, pero casi todos ellos tienen que ver  con ciertos tipos de problemas de enfoque: ¿cómo es posible configurar una literatura representativa de una región sin pasar o quedarse en los estereotipos fijados normalmente desde fuera de esa zona de producción? ¿Cómo lograr incorporar las producciones locales en el canon nacional, latinoamericano o global, sin que dichas obras pierdan su carácter peculiar; pero sin hacer de ese carácter peculiar una fórmula de venta o propaganda barata? O más recientemente: ¿cómo evitar la fijación mercantilista de lo regional propagada por las actuales industrias culturales? Estos cuestionamientos anteceden y prefiguran una nueva responsabilidad para la configuración de una teoría crítica con carácter regional: su relación con  la ya mencionada historia literaria, aunada a un necesario vínculo con la crítica pública o mediática. En la medida en que se “conquiste” un espacio mayor en los medios de comunicación, se podrá equilibrar los efectos nebulosos  de los decretos establecidos por las casas editoriales transnacionales, de igual manera será posible configurar, a través de una dimensión crítica,  un sistema literario más horizontal. Porque algo es cierto, salvo evidentes excepciones, la vida literaria de las regiones en América Latina es precaria (me refiero sobre todo a una serie de aspectos que parten no precisamente de la creación, sino de la recepción, difusión y discusión de los textos literarios), y la creación literaria como tal ocupa un lugar marginado (sobre la crítica hay poco que añadir: el margen de un margen). Evidentemente nos enfrentamos a un problema mayor y el esfuerzo requerido es –debe ser- notable.

         En sí, la teoría crítica regional debe cuestionarse para quién escribe, y cuál será el fin del conocimiento producido por ella y cómo afectará  éste al sistema literario local. Paul de Man evidenció  acertadamente que la dinámica  de la enseñanza universitaria de la literatura y su reflexión escrita (léase crítica y teórica) requiere invariablemente  de una serie de fórmulas que garanticen el espacio de los estudios literarios en las áreas humanísticas. Las fórmulas funcionan porque  generalmente son inmóviles y aseguran una rutina pedagógica (la reproducción de un conocimiento certificado). Pero también es cierto que todo esfuerzo teórico debe basarse (en algunas ocasiones de manera “negativa”) inevitablemente en “consideraciones pragmáticas”. Retomo a Paul de  Man: “Una toma de postura general sobre la teoría literaria no debería, en teoría, partir de consideraciones pragmáticas. Debería tratar cuestiones como la definición de la literatura (¿qué es la literatura?) y debatir la distinción entre los usos literarios y no literarios del lenguaje…”[2] Hasta allí de Man. Me detengo ahora en una frase en apariencia negativa, ese no debería. No debería basarse la teoría en consideraciones pragmáticas, y sin embargo se basa, siempre se ha basado (de Man lo sabía; Roberto Fernández Retamar incluso lo había advertido antes que el crítico metropolitano). Esa “condena” es –debe ser- la gran posibilidad para la concreción de una o varias teoría críticas regionales. La relación directa con el objeto, su discusión y diálogo con él, la iluminación de los vasos comunicantes entre obra, crítica y zona de recepción primaria.

         Eso en cuanto a la actividad académica. Con respecto a la relación de la literatura y la crítica regionales con las industrias culturales, sólo puedo aventurar algunos rumbos y algunas posibilidades. Es evidente que la dinámica empresarial está afectando directamente los campos literarios de América latina. La “dichosa” globalización ha consolidado una distribución homogénea de títulos, formas, estilos y autores. Y el ingreso a este vasto mercado precisa de un “contrato” que podríamos definir como “unitario”: cubrir todos los requisitos para el “éxito”. Los autores, los autores regionales ya no requieren hacer el famosos y formativo  viaje al centro. Si cuentan con un agente ducho en tales menesteres, contará con financiamiento y difusión sin tener que abandonar su aldea. Pero, con todo, esto sólo representa una parte 8tal vez la más visible ahora) del fenómeno literario. Ni la globalización ni la mercantilización masiva obtendrán el monopolio de la literatura. La posibilidad mayor, o podríamos decir: la salvación mayor radica en un acto de lectura: leer críticamente el fenómeno y emitir un juicio. Un deber mayor todavía: ampliar los alcances del discurso crítico de dicho juicio.

 

 

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Pero, ¿hacia dónde se dirige una empresa como esta (la posible redacción de una teoría crítica regional)? Apresuro una respuesta como síntesis de conclusión de estos apuntes: hacia la revisión continúa. El sustento: la mirada crítica, lectura capaz de contemplarse a sí misma y dar cuenta del proceso.  Nuestra teoría crítica deberá sospechar de la infalibilidad de todo discurso teórico, y cuestionar las instancias donde se producen y distribuyen las nociones básicas de lo literario, lo nacional y lo global. Pero sobre todo, deberá comprometer a sus agentes hacia una actitud pública, esto es, tendrá que  hacer de los críticos unos sujetos responsables de sus juicios. Sólo a partir de esa actitud desafiante,  nuestros apuntes tendrán la posibilidad de dejar de ser un impulso “espontáneo y contradictorio”, para convertirse en una práctica concreta, precisa y necesaria.



[1] Elías Canetti: “Diálogos con el interlocutor cruel”, en La conciencia de las palabras, traducción de Juan José del Solar, México: Fondo de  Cultura Económica, 1994, p. 73.

[2] Paul de Man: “La resistencia a la teoría”, en La resistencia a la teoría, edición de Wlad Godzich y traducción de Elena Elorriaga y Oriol Francés, Madrid: Visor, 1990, p.  13.

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