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La construcción literaria de la identidad
en Dulcinea encantada de Angelina Muñiz-Huberman
[1]

Barrantes Martín, Beatríz
Universidad de Valladolid/Arizona State University

“Yo soy yo y mi circunstancia”

                                      José Ortega y Gasset

 

Demasiado manida la cita. Pero, ¿por qué no le damos la vuelta? “Yo soy yo y su circunstancia” o “Yo soy yo y tu circunstancia” o, incluso, “Él es él y mi circunstancia” ¿Vivimos nuestra vida o vivimos la vida que nos ha tocado vivir?

Dulcinea está “encantada” porque vive una vida que no le es propia; su “potencial” vida ha quedado truncada. Dulcinea es una “bella durmiente”, hechizada y condenada a una existencia ignorante o quizá, no condenada, sino consentida a poseer ese “heart so white” que pone Shakespeare en labios de Lady Macbeth y que se tiñe ante el beso epistemológico del Príncipe Azul. De ahí que Dulcinea rechace al apuesto caballero y decida “bailar con el más feo”, con el sapo --sapo pero, al fin y al cabo, embrujado--.

Pero dejemos de lado los dominios proppianos para adentrarnos en las sendas más espesas de la literatura judeo-mexicana o mexicano-judía. El orden de los factores no altera el producto --a veces--, pero en el caso de esta literatura el juego de esos componentes cobra una especial relevancia. Lo judío y lo mexicano luchan en la obra de estos escritores por adquirir señas de identidad propias y, de esta forma, despliegan todo un plantel de técnicas narrativas.

A diferencia de otras literaturas latinoamericanas judías, como la brasileña o la argentina, la mexicana no ha sido apenas blanco de la crítica hasta los años ochenta, pero a partir de entonces ha reunido, según Magdalena Maíz-Peña,

contemporary debates about postmodernism, the cultural impact of technology and globalization, the civil movement toward critical reflection and national self-examination, and the disintegration of monological, authoritarian discourse. (19)

 

En este sentido, el conflicto de la identidad, en tanto que diferenciadora, y la conciencia de la otredad se convierten en piedras de toque a la hora de comprender esta literatura en toda su complejidad; ellas son el objeto de este artículo, donde se tratará de observar cómo se manejan ciertos recursos narrativos para expresar la desintegración del ser. Pero esa diferencia      --siguiendo a Derrida-- no es discriminadora sino, antes bien, es la base para una posición ventajosa del que habla desde lo alternativo: el privilegio del margen brinda a estos escritores una materia prima preciosa para su obra narrativa. El sentimiento de la otredad se perfila asimismo como generador ficcional. Muñiz-Huberman, sin ir más lejos, lo utiliza en la mayoría de sus novelas, donde los personajes se debaten por encontrar una/otra identidad amalgamada.

Los críticos se apoyan en ese concepto de la diferencia para calificar esta literatura de “posmoderna”. Las técnicas utilizadas son diversas y todas ellas trasunto de esa identidad múltiple. Citemos brevemente algunas de ellas tomando como paradigma Dulcinea encantada. Por una parte, encontramos una clara disolución de la coherencia textual y lingüística:

 

Pero la verdad, nada de eso lo recuerdo. Todo lo invento. Todo es ficción. La única realidad. ¿La única realidad? ¿Cuál es la única realidad? ¿Cuál? ¿Es? ¿La? ¿Única? ¿Realidad? La que invento. La. Que. Invento[2]. (110)

 

Por otra, tenemos la polifonía, cuestión que veremos desplegada en detalle más adelante; por último, la utilización del ingrediente histórico como soporte en la recuperación del pasado. A este respecto, se ha considerado este corpus literario como integrante de la “metaficción historiográfica” [3] . Es cierto que en Dulcinea encantada se cuestiona la validez de la Historia en fragmentos como el siguiente:

 

Los recuerdos se agolpan. La memoria se desmorona. No hay construcción. No hay tiempo. Las fechas se alteran. Las fotos no se tomaron. No se grabó la película. No hay huellas que perduren. El papel, que tanto guarda, qué fácil se quema. Los archivos se revuelven y las páginas vuelan en llamas. ¿Cómo encontrar el dato que se busca? ¿Cómo saber que no ha sido alterado o borrado? (100)

 

Sin embargo, creemos excesivo incluirla en esa categoría porque, si bien aparecen acontecimientos históricos como la guerra civil española, dicho componente queda relegado a una apoyatura de carácter narrativo. Por ello nos inclinamos más bien a considerar que la ficción de esta novela se asienta --en términos de  Unamuno-- en la “intrahistoria” de Dulcinea, en el devenir personal de una niña que sufre las consecuencias de una guerra y que es uno más de los elementos que van configurando, de forma subliminal, la historia “oficial”.

Hay una característica más que se suele señalar para calificar a esta literatura de “posmoderna” y que no podemos dejarnos en el tintero, a saber, la fragmentación de los textos así como la introducción de distintos idiomas que rompen con la “voz única”. Muchas de estas obras presentan textos alternativos al discurso ficcional [4] . En Dulcinea encantada el discurso “principal” se ve interrumpido a menudo por textos del Antiguo Testamento, cuentos, romances, o textos medievales como las reglas del buen caballero elaboradas por Ramón Llull o la teoría platónica de la vista y el amor descrita en Guzmán de Alfarache:

 

Era viva de ingenio y ojos; risa formaba con ellos dondequiera que los volvía, según se mostraban alegres. Puse los míos en ellos y parece que los rayos visuales de ambos, reconcentrados adentro, se volvieron contra las almas. Conocíle afición y creyóla de mí. Desposeyóme del alma y díjeselo a voces mirándola. (41-2)

 

Asimismo, se introducen diferentes idiomas --inglés, francés, lenguas eslavas-- que consiguen un efecto de multiplicidad y dispersión.

***

Pasemos ahora a la relación entre historia y discurso que se nos presenta en Dulcinea encantada. Las historias son múltiples: Dulcinea es la compañera y amante del caballero Amadís en el siglo XV, es la dama de compañía de la Marquesa Francés Calderón de la Barca en el siglo XIX y es una mujer que viaja en un coche en el siglo XX y que recuerda su infancia en Rusia junto a otros niños exiliados españoles. Aunque, en realidad, Dulcinea encantada no tiene historia, es mero discurso o, mejor, varios discursos. Nos encontramos ante un relato poliédrico que avanza a lo largo de distintos planos ficcionales que se corresponden con otras tantas voces narrativas.

Dulcinea encantada es una “autometanovela”. Permítasenos el término para comenzar a analizar la pirueta narratológica en que se asientan los cimientos de esta novela. ¿Por qué “auto-meta-novela”? Porque no sólo analiza el proceso de la escritura sino que va más allá y se recrea en esta escritura, la de la propia novela.

El enunciador en primera persona aparece angustiado ante la perspectiva de la escritura. El relato va fluyendo como un largo parto, doloroso pero ineludible, y se convierte en una especie de actividad catártica. El enunciador en segunda persona ofrece la apoyatura dialógica necesaria y el contrapunto al discurso del “yo”: Dulcinea se queja de que “hasta aquí llego con esta historia. No tiene posibilidades de seguir adelante. Ni me gusta ni me interesa. Pero debes hacerlo. Te has quedado muy sola. No tienes con quién hablar”(65) y vuelve a repetir: “Horrible. No puedo seguir con esta historia”(76).

Dulcinea busca la revelación y ésta sólo puede llegar a través de la palabra, mas la tragedia del ser humano es que su palabra no es unívoca. Ése es uno de los motivos recurrentes en la obra de Muñiz-Huberman y así precisamente comienza Dulcinea encantada:

 

Un día, yendo en automóvil por el Periférico, y apenas escuchando las palabras de los otros viajeros, te llega la revelación. Sí, la revelación. La revelación o sensación de que has descubierto algo. Creías no tener memoria de las cosas, creías carecer de recuerdos. Porque nada más vivías de los que te habían transmitido, de los que te habían contado. Pero, de pronto, entre palabras de fondo que apenas entiendes, ocurre la revelación: sí tienes recuerdos. (11)

 

La importancia de la tradición judía escritural aquí es evidente. Sin embargo, la palabra de Dios, la idea del Libro Total donde la verdad es única cae con la llegada de la modernidad y ya no podrá volver a ser recuperada. En Dulcinea encantada se plantea esa inquietud de que lo que no se ha escrito no existe: “No, una palabra no es simple. Es un sonido aprendido y repetido, nunca conocido. ¿Quién puede definir? ¿Definir con palabras, también desconocidas? (65)

Para Derrida, el lenguaje es ante todo tensión. Por una parte, el deseo de escribir viene provocado por un ansia de libertad y de ruptura con lo anteriormente expresado; pero esa misma licencia que se permite el escritor se vuelve contra él como un boomerang porque se percata de que escribir significa dar rienda suelta al pensamiento e implica, además, la posibilidad de que éste se convierta en extraño para su propio liberador. Derrida explica que esto ocurre porque

 

writing is inaugural, in the fresh sense of the word, that it is dangerous and anguishing. It does not know where it is going, no knowledge can keep it from the essential precipitation toward the meaning that it constitutes and that is, primarily, its future. (11)

 

Dulcinea tiene miedo de escribir porque le angustia la posibilidad de quedar atrapada en sus propias palabras, le preocupa ser esclava de un discurso que, aunque inicialmente sea propio, una vez hecho lenguaje, puede condenarla al “monologismo” y, a la vez y paradójicamente, a la multiplicidad de significados; con ello quedaría finalmente abocada a otro tipo de monologismo, el del vacío (pues nunca diría exactamente lo que quiere decir). Por eso Dulcinea decide progresivamente ir perdiendo el habla, ya que hablar significa incomunicar. Es mejor callar, ni siquiera escribir, ni tan sólo permitir que los demás hablen porque el discurso de los otros también es ambiguo. Eso es lo que mortifica a Dulcinea, el saber que no puede aprehender la totalidad, que debe resignarse a su calidad de ser limitado, un ser que quiere encontrar una identidad única y confortable pero que es consciente de la inutilidad del intento:

 

¿Qué puede haber en otras mentes? . . . ¿Cómo será Amadís? ¿Qué pensará? . . . Qué desesperación no poder, por nada del mundo, saber qué pensará Amadís. Si su cara no refleja el interior. Si no habla y no me mira, y sólo su mano presiona mi brazo. Y aunque me mire, cómo entender su mirada. Y aunque me hable, cómo interpretar sus palabras. Cómo saber si sus palabras son las mismas que yo uso, o si para él significan otra cosa. Si las matiza con tonos de ironía o de gravedad que yo no alcanzo a comprender . . . Si pesan con emociones que ignoro. Si son simplemente palabras. (65)

 

Dulcinea encantada es un entramado arquitectónico que se sostiene gracias al juego interno de tensiones. El lenguaje, tanto hablado como escrito, se hace problema y se plantean dos asuntos. Por un lado, la cuestión epistemológica a la que ya nos hemos referido al hablar de la necesidad de revelación; para el enunciador es importante conocer --si sus padres son tales o no, por ejemplo--:

Esa claridad adivinada podría abrirse del todo en un momento y ocurriría, primero la revelación y luego la comunión. Pero, en ese caso, no sería un hallazgo concreto (sus padres), sino la pérdida en el conocimiento absoluto  . . . Donde ya no habría preguntas. (135)

 

El problema del saber se convierte en el problema del ser y ese replanteamiento filosófico da lugar a una subversión de los planos discursivos. Si establecemos una hipotética secuencia lingüística como la siguiente:

discurso hablado  / discurso escrito / pensamiento,

observamos un desplazamiento de dichos elementos. El discurso hablado se convierte en el signo cero, opera por ausencia y llega a ser tan relevante como los otros pues significa por oposición. Por su parte, el discurso escrito ocupa el lugar del pensamiento, la escritura se piensa; pero entonces, ¿sería escritura?, ¿qué diferencia habría entre el discurso hablado y el discurso escrito en un nivel mental?

Dulcinea manifiesta que quiere escribir “novelas mentales” y, con esta técnica, el enunciador, cuyo enunciatario nunca termina de estar claro --¿el lector?, ¿las otras Dulcineas?, ¿el propio enunciador?--, consigue trasladar a un hipotético lector externo al mundo ficcional. En otras palabras, lo interesante de la novela es la paradoja que plantea: el enunciador confiesa de forma repetida su negación de la palabra, hablada y escrita, pero el lector es capaz de acceder a esa información. ¿Es consciente Dulcinea de esa intromisión “voyeurista” por nuestra parte?

Angelina Muñiz-Huberman utiliza el juego de voces narrativas para hacernos partícipes del proceso mental de Dulcinea. Asistimos a un stream of consciousness, a un monólogo interior cuya riqueza se asienta en su “polifonía”. Pero, ¿cómo puede ser polifónico un monólogo? Volvamos de nuevo al análisis del funcionamiento de las diferentes personas narrativas que habíamos apuntado más arriba.

En un primer acercamiento al texto nos encontramos con dos niveles discursivos: el de los enunciadores “marcados” (primera y segunda personas del singular, e incluso primera persona del plural) y el de los “no marcados” (tercera persona del singular). Esto nos delimita una primera distinción que más tarde quedará anulada. Realmente no sabemos quién “habla” el texto. Solamente se nos da alguna pista sobre el género del sujeto de la enunciación. Tiene que ser femenino: “Ya no sé cuándo hablas tú o cuándo hablo yo. Qué importa, después de todo. Entonces, cuántas somos” (énfasis añadido, 12).

La novela comienza en segunda persona del singular y se va utilizando en los enunciados imperativos y como contrapunto a las aserciones de la primera persona. Es decir, se establece un diálogo entre dos voces. Podríamos suponer que la segunda persona gramatical tiene la función de permitir respirar a un supuesto “yo” latente, esto es, de explicarlo en virtud de un desdoblamiento. Y, efectivamente, en la “estructura profunda”, “yo” y “tú” son una única persona, incluso la tercera persona también pertenece al mismo foco enunciador. Sin embargo, debemos diferenciar en Dulcinea encantada dos planos: el plano del monólogo interior cuyo enunciador es uno y el plano múltiple de las voces que componen ese monólogo. Es esa variedad vocal la que configura la red discursiva y, por tanto, lo productivo es analizar ese funcionamiento de las personas gramaticales en el decurso de la ficción del monólogo.

Dulcinea encantada es una especie de movie road donde el viaje en coche por el Periférico no es más que una excusa para que Dulcinea haga un repaso del pasado, pero también del futuro. Ese recorrido por su infancia hasta llegar a su porvenir se relata en primera persona cuando se trata de expresar la verdad deseada, cuando habla la Dulcinea resignada, cansada de su largo periplo interior y exterior o cuando se narra algo referido a las otras voces. Por otra parte, la tercera persona es una especie de narrador omnisciente que, además, expresa sus propias opiniones a través de una segunda persona de carácter impersonal:

 

¿Qué dicen, qué murmuran, qué susurran los que van en el mismo automóvil que Dulcinea? Nada, no dicen nada. Porque dicen lo que está pasando (dicen, por ejemplo, cómo llueve) y eso es lo mismo que nada. Cuando lo que hay que decir es lo que no está pasando. Lo que piensas es lo que vale la pena y, por lo tanto, es lo que nunca dirás. (énfasis añadido, 16)

 

Por último, tenemos en la segunda persona el enunciador más relevante pues gracias a él se introduce el carácter dialógico en la novela: el “yo” no necesita un “tú”, pero el “tú” implica necesariamente un “yo”.

Es a la luz de estas premisas como podemos plantearnos que el monólogo de Dulcinea encantada es polifónico: alguien que piensa utilizando, de una parte, a un interlocutor que le rebata, que le interrogue, que le ataque y vaya minando sus esquemas preestablecidos y, de otra, a un observador que intente ser el elemento imparcial de una acalorada discusión.

Dulcinea encantada se nos presenta como una novela dialógica --en el sentido bakhtiniano--. Dulcinea dice en un momento de la novela que habla “conmitigo”(153). Aunque no, va más allá, es un relato polifónico. Alguien le recuerda a Dulcinea que “mil voces internas te llaman. Ni monologas, ni dialogas. Polilogas” (117). Por eso Dulcinea escribe “novelas mentales”, porque “la ventaja de la mente es la polifonía. Dejar por escrito es la monofonía. No, ni siquiera. La monografía” (37). La heteroglosia de Dulcinea encantada se construye en la conjunción de distintas voces narrativas, de distintos lenguajes y de distintos enfoques de la realidad. ¿Por qué no considerar el relato de Dulcinea un discurso esquizofrénico que se nutre de distintas voces extrañas y adversas? Dulcinea encantada es otro de esos textos que se asientan y desarrollan en la marginalidad. Pero hagamos algunas puntualizaciones al respecto.

Frecuentemente, la crítica se acerca a estos textos desde posturas demasiado “deterministas”, basadas en condicionamientos sociales, religiosos o de género. Dicha caracterización de “marginal” convierte a esta literatura muy a menudo en panfleto doctrinario que recoge esas “disonancias” en parámetros excesivamente rigurosos. Es bastante frecuente encontrar esas “matrioskas críticas” donde el texto literario, en este caso el texto mexicano-judío-femenino, va sufriendo sucesivas capas de barniz: Angelina Muñiz-Huberman padece, por un lado, su condición de judía en un entorno... llamémoslo “no filojudáico”; por otro, o más bien dentro de lo anterior, soporta su calidad de mujer en la opresiva comunidad judía. Se podría añadir, además, su circunstancia de exiliada, y por partida doble, primero de su país paterno, España, después de su lugar de nacimiento, Francia. Teniendo en consideración que el caso de esta escritora tiene connotaciones especiales no podemos dejarnos llevar por posturas simplistas.

Angelina Muñiz-Huberman se enfrenta a la tarea de reconstruir su identidad (cogollo temático de Dulcinea encantada) pues tanto su exilio como su judaísmo le son revelados in media res de su vida. Ambos se manifiestan en virtud de la palabra, de nuevo el discurso campa por sus fueros y crea la realidad, en este caso es el discurso de sus padres que le “relatan” (‘inventan’) su pasado lejano y reciente. Esos elementos autobiográficos aparecen también en Dulcinea encantada e incluso se llega a negar la paternidad de los que se dicen sus padres en ese intento por anular la “verdad” que traen consigo:

 

Pero Dulcinea está hecha de los recuerdos . . . Los que cuentan, por ejemplo, sus padres . . . De tal modo que casi reconstruye Dulcinea su historia. Esto, si sus padres son sus padres. Pero aunque no lo sean: cuentan con una historia que le transmiten a Dulcinea. No importa que sea verdadera o inventada: el hecho está en contar la historia: la realidad está en imaginar. (128)

 

Es decir, ante un caso tan claro de construcción literaria creemos que quizá sería más productivo tamizar esa lectura sociológica y transformarla en otra ontológica, donde Muñiz-Huberman, o mejor la narradora de Dulcinea encantada, intenta restañar las heridas de su devastada identidad a través de la recreación ficcional.

Nos sigue sirviendo, no obstante, ese concepto de “marginalidad” en dos flancos discursivos: el polifónico y el de la locura. El primero ya se ha tratado más arriba. Veamos el segundo con un ejemplo:

 

Ya deja de hablarme y recordarme. ¿No puedo estar a solas un momento? Me invades. Me fatigas. Me asedias. Vete ya. Déjame. Esa voz que siempre me persigue. Esa voz. Ese tú. Tú. Tú. Tú. Quiero descansar. Quiero olvidar. No te soporto. Borrar el diálogo. ¿Por qué me hablas? ¿No conoces el silencio? ¿Quién eres? ¿Por qué estás dentro de mí? Salte ya. No regreses. Me agobias. Vas a matarme. Yo, que escogí no hablar y las voces me persiguen. Vete al infierno. Sola. Totalmente sola. Eso quiero. (120)

 

El monólogo polifónico que vertebra Dulcinea encantada se configura a partir del discurso de la vesania. En términos psiquiátricos, el diagnóstico de Dulcinea sería esquizofrenia. Pero ese apunte no tendría más que un carácter anecdótico si no fuera porque introduce también el diálogo en la novela. Ese diálogo, como elemento marcado de la comunicación, es aquí el discurso del otro, de un otro que además está loco. La palabra enajenada que se pone en boca de Dulcinea es utilizada como transmisora de la verdad. Dulcinea se siente fuera del mundo, presa de un aislamiento forzoso y a la vez deseado. Dulcinea se embarca como ocurría con los dementes en la Edad Media para alejarse de un entorno hostil y a la vez purificarse y buscar su identidad perdida. Al igual que el orate, Dulcinea es una apátrida y por ello está obligada a buscar su propia verdad y su propio hogar. Pero además de un carácter positivo --el loco cumple desde antiguo el papel de guardián de la verdad--, también encontramos un enfoque negativo, de rechazo a la verdad científica, es decir, al discurso oficial. Foucault lo explica en los siguientes términos:

 

If knowledge is so important in madness, it is not because the latter control the secrets of knowledge; on the contrary, madness is the punishment of a disorderly and useless science. If madness is the truth of knowledge it is because knowledge is absurd, and instead of addressing itself to the great book of experience, loses it way in the dust of books and in idle debate. (25)

 

De ahí que Dulcinea (o más bien sus voces interiores) se convierta en la guía que, con sus replicas, puntualizaciones, etc., va encauzando la construcción de la identidad.

***

El ser humano se convierte en homo literatus por obra y gracia de la pluma y el papel --léase ordenador en los tiempos pos/neo/modernos(?) que corren--. Pero lo realmente interesante de observar es cómo, a veces, los textos literarios que surgen a partir de una determinada inquietud vital llegan a explicarse por sí solos.

En Angelina Muñiz-Huberman se dan cita un cúmulo de circunstancias vitales que, bien agitadas en la coctelera de la ficción narrativa, dan lugar a mundos remotos, autobiografías infantiles, disquisiciones cabalísticas y viajes iniciáticos.

En Dulcinea encantada, como en otras novelas de escritoras judías mexicanas, se acude a la reconstrucción de la infancia como vía hacia la clave de sus vidas. La técnica del niño-narrador se convierte en un recurso muy provechoso y en un ejercicio de auto-identificación que intenta hermanar mexicanidad y judaísmo.

En otro orden de cosas, la intertextualidad se revela como forma de salvar los intersticios con el pasado; gracias a ella se consigue diseñar un productivo entramado discursivo. En Dulcinea encantada se pueden analizar perfectamente los dos ejes de lo que Kristeva considera “concepción espacial del lenguaje”: el eje horizontal (sujeto de la escritura y destinatario) y el eje vertical, donde la palabra se orienta hacia un corpus literario anterior o sincrónico[5].

En esta novela aparecen constantes referencias intertextuales: el mismo título nos remite al ingenioso hidalgo de Cervantes --otro loco--. Pero esos intertextos consiguen avanzar un paso más y se convierten en elementos isotópicos dentro de la ficción. De esta forma, Dulcinea se enamora de Amadís --referencia al Amadís de Gaula-- y esta relación da paso al desarrollo de una de las historias (discursos) de Dulcinea encantada que atraviesa de forma tangencial toda la novela. ¿No es irónico que el amor surja entre un personaje de los libros de caballerías y otro de una novela que pretendía ser su parodia?

Angelina Muñiz-Huberman recurre una y otra vez en sus obras a la literatura española de todos los tiempos[6], pero en especial de la Edad Media y los Siglos de Oro; Morada interior es la historia de una mística en clara alusión a Santa Teresa de Jesús y a su obra Las moradas. Pero también vuelve a los textos del Antiguo Testamento: Huerto cerrado, huerto sellado remite a un verso del “Cantar de los Cantares”.

En conclusión, Angelina Muñiz-Huberman intenta resolver su judaísmo y exilio y lo hace a través del marchamo de la literatura empleando para ello un discurso con recurrencias intra-intertextuales que se apoya en los discursos del dialogismo y la otredad.


Bibliografía

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[1] Angelina Muñiz-Huberman, hija de padres españoles --republicanos y judíos-- que huían de lla Guerra Civil Española, nació en Hyeres (Francia) en 1936, donde vivió los dos primeros años de su vida. Los siguientes tres años la familia reside en Cuba, para terminar emigrando definitivamente a México. Muñiz Huberman es ahora profesora de la UNAM y, aunque se nacionalizó mexicana en 1942, sus orígenes españoles y judíos han marcado buena parte de su producción literaria.

[2] A partir de aquí se citará por la edición de 1992 (se desconoce si existen ediciones posteriores).

 

[3] Linda Hutcheon acuña este término para referirse a aquellos textos que se apoyan en acontecimientos y personajes históricos y, a la vez, son intensamente reflexivos.

 

[4] Así, por ejemplo, en Apariciones de Margo Glantz encontramos una disolución del flujo textual a partir de la inserción de fragmentos de un supuesto escrito que está elaborando la voz narrativa “principal”.

[5] En realidad, ambos ejes se relacionan pues cada texto es una intersección de textos donde al menos otro texto puede ser leído.

[6] En Dulcinea encantada aparece, por ejemplo, la novela de Emilia Pardo Bazán Los Pazos de Ulloa.

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