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Tiempo, memoria e intertextualidad
en algunos poemas de José Emilio Pacheco

Añón, Valeria
U.B.A - CONICET


1.            Introducción

...este desesperado hundirse en el abismo que se abre entre el deseo y su inasible objeto...

Giorgio Agamben

 

Ruina, noche y sombra se relacionan con la percepción del tiempo en tanto preocupación literaria de larga data. En esa atmósfera enrarecida, el trabajo del poeta consiste en sugerir y enhebrar imágenes por medio de estrategias de lectura y reescritura que adquieren visos nostálgicos. A partir de la superposición de varios niveles temporales y de un minucioso trabajo con la adjetivación y la nominación, Pacheco interroga de modo recurrente el pasado, y lo hace de manera especial en “Antigüedades mexicanas”, serie incluida en Islas a la deriva (1973-1975), que aborda distintos momentos de la historia de México desde una perspectiva irónico-crítica[i].

Dos temas se vislumbran en este poemario: la memoria y la “identidad mexicana” como término de variables significaciones. Si una antigüedad es un objeto inerte, cristalizado en un pasado del que sólo guarda vestigios intransferibles, éstas que Pacheco ofrece desmienten dichas acepciones a partir del trabajo constante con la reescritura. Serán entonces azarosos entrecruzamientos que fluyen hacia una compleja noción temporal persistente. En ese marco, el apartado –que comienza con el descubrimiento, avanza hasta la Colonia y llega al presente– refiere relatos, personajes, momentos en los que ciudad y tiempo estructuran la memoria a partir de una oscilación entre las ruinas, el lago (enterrado pero vivo) y los restos de un México, que “en estos años cambió tanto/ que ya no es mi ciudad, su resonancia/ de bóvedas en ecos. Y sus pasos/ ya nunca volverán”[ii]. Dicha tensión se manifiesta en lo temático y en lo formal: el ritmo que define a estos poemas es el que le imprime un infatigable encabalgamiento, que tanto marca continuidad de ideas como subraya la ruptura de una frase con respecto a lo que sigue para dispersar el sentido y crear una exasperación polisémica que llega a su clímax en abundantes antítesis y oxímoros[iii].

Las “antigüedades mexicanas” aludidas también son formas de volver sobre el archivo americano, de rescribirlo en un gesto sobre el cual se funda la relación con la palabra poética. Si “escribir es la historia de nunca acabar y la tarea de Sísifo”, el poeta encarna dicha frase para plantear numerosas preguntas: ¿sobre qué territorios literarios se realiza la fundación del mundo, del poema? ¿Quién entreteje su voz con otras en ese archivo que es igual y distinto? ¿Qué posibilidades de reescritura brinda la poesía? ¿Qué posibilidades de reinvención?

 

2          La llegada

 

Aquel mundo ya sólo existe en la memoria que inventa.

“Al este del paraíso”, José Emilio Pacheco

 

 

La poética de Pacheco presenta el tiempo como eje de reflexión sobre la condición humana, medio de destrucción y marco necesario para la creación estética. En este contexto, el poema “La llegada” inaugura el apartado al tiempo que concentra los significados que se desplegarán a lo largo de todo el poemario. Organizado en tres partes de diversa extensión, cantidad de versos y recursos formales, narra el “descubrimiento” a partir de un sujeto poético cuya perspectiva y focalización varían. Se representa entonces una voz plural –y una pluralidad de voces– que describe el espacio a partir de un fragmentado cromatismo:

Gran cielo malva y en el fondo azulea

la tierra prometida por los muertos. Será

bosque sólo plantado para cortar madera

y campo de cultivo que alimente no sus bocas, las nuestras[iv]

 

Comienzo con un hipérbaton para un juego verbal que produce el primer extrañamiento; la rima asonante acompaña el efecto de los versos encabalgados, en una agitación que tensiona la lectura. Circulan otras voces y otras miradas: la descripción del paisaje recuerda el punto de vista característico del primer diario de Colón, donde todo era observado en términos económicos. Prevalece un sujeto colectivo, inespecífico, dibujado por la metonimia brillante de las voraces bocas, y se instala cierta atemporalidad en un relato del pasado –escrito en presente histórico– desde la inevitabilidad del destino forjado. Esas “bocas” que serán alimentadas y aquellas que carecerán de alimento están signadas desde el inicio, como si el poema reprodujera la temporalidad confusa, inevitable y circular del presagio que se referirá más adelante. Esto se refuerza en la reiteración de imágenes (piedra, mar, lluvia, noche) trabajadas a partir de referencias cromáticas y auditivas que confluyen para crear un sugestivo ambiente [v] .

 

Pero ante todo el oro,

piedra color del sol que es color de Dios.

Y sobre esta piedra

fundaremos el Nuevo Mundo.

 

A partir del uso del tiempo futuro (asociado a los relatos proféticos) se consolida una constelación de versos en los que la fundación del Nuevo Mundo, anudado a la búsqueda del oro, cobra carácter de hecho inevitable. Si el poema elige comenzar desde una primera persona del plural, con el gesto de voluntad que implica la toma de la palabra a partir del nosotros que contiene a los que llegan, elige también desnudar la codicia, asociada a un vocablo de múltiples definiciones: la piedra. Esta “piedra color del sol que es el color de Dios” reúne en sí los atributos de ambas civilizaciones: el sol mesoamericano, que remite a la piedra sacrificial del Templo Mayor, y lo divino –en el imaginario del conquistador y el Nuevo Testamento: sobre la piedra que es Pedro elige Jesús fundar su nueva iglesia– subrayados por la aliteración de la letra “o” en los dos primeros versos.

Imagen fundamental en la poética de José Emilio Pacheco, la piedra también puede asociarse a la poesía de Octavio Paz [vi] . Aquí, es sol, oro, divinidad y fundamento que marcan un destino de sinsentido, de antítesis. Esto se corresponde con el recurrente uso del hipérbaton, figura que trastrueca el orden habitual de los términos y produce cierta distancia en el lector, obligándolo a volver sobre la palabra escrita, puesto que el des-orden produce extrañas asociaciones.

 

Toda la noche el rumor de pájaros,

alas en la salobre oscuridad desplegando

hálito de hojas muertas, bosques, follajes.

Tierra inventada por el mar, desnuda

la isla para el grito que da el vigía.

 

Fragmento que remite a la noche, cuando imperan imágenes auditivas y gustativas, vulneradas en la agudeza del grito que rasga el aire con su “hálito” –premonitorio– de hojas muertas inaugurando así el espacio americano[vii]. Si fundar también es nombrar, esta fundación –fallida en tanto la muerte comienza a presentarse de manera sutil– se basa en la preeminencia nominal que se enfrenta al relato bíblico: se sabe que “en el principio, fue el Verbo”. Aquellos que llegan con el Evangelio en sus manos no vienen, strictu senso, a “fundar un Nuevo Mundo” sino a inventarlo, a “imagen y semejanza” del imaginario que los sostiene a lo largo de los mares. Esta tierra, “desnuda para la invención”, remite a uno de los tópicos más habituales con respecto a este territorio nuevo, que puede rastrearse desde los diarios de Colón hasta los Naufragios de Alvar Núñez y que incluso tiene reminiscencias de la tesis de O´Gorman (en La invención de América). Una vez más, el poema no trabaja con la novedad sino con motivos e imágenes que ya están en el archivo americano porque el trabajo de escritura es también, en especial, un trabajo de reinvención.

El tríptico concluye con un recurso reiterado: los versos se anudan a partir de una variatio que vuelve sobre lo ya dicho o alude a lo que vendrá. La pregunta que cierra condensa palabras y silencio, eternidad y fluidez, la fugacidad de la espuma que nunca es la misma. Con un alto grado de abstracción estas líneas recuperan algunos motivos centrales en Pacheco y recuerdan sus filiaciones heraclianas.

 

Alta mar que se inclina cuando ofrece a la tierra

el sacrificio de su oleaje.

Verde y azul y color de arena

es la ola al romperse. En su insaciedad

¿qué palabra muda dice a la playa

eternamente la espuma?

 

 

El pasado indígena: memoria y ruina

Si bien es difícil distinguir los poemas en términos temáticos, ya que se entrelazan en una compleja trama de referencias sintagmáticas y alusiones intertextuales, lo cierto es que algunos (“Ceremonias” y “Presagio”) colocan en primer plano el pasado indígena, en la medida en que aluden al “encuentro” o “descubrimiento”, pero están contaminados de cierta ineludible destrucción. Poemas narrativos en los que predomina el relato de una historia o de una serie de acontecimientos[viii], sostienen unidad de sentido a partir de la disminución del encabalgamiento y del énfasis en imágenes visuales, enumeraciones y usos de distintas voces.

Segundo del apartado, “Ceremonias” contrasta con “La llegada” en la configuración de un nosotros que refiere a los mexicas (“De entre los capturados en la Guerra Florida/ escogeremos uno”). Aquí, la función pragmática del deíctico cobra una relevancia especial ya que señala la ambigüedad de un lenguaje que sirve para indicar distintos sujetos solo identificables en el cotexto del poema. Este nosotros que es otro se opone al sujeto elegido (“él”) y a la tercera persona plural que lleva a cabo el sacrificio (“Hasta que en el remate de la pirámide/ le abran el pecho para alimentar”). El diálogo es elemento distintivo que, a partir de muy breves versos, consigue colocar al lector frente a la inestable pluralidad en la constitución de un colectivo que dice el poema. Prevalecen las alusiones al campo semántico ligado a un tiempo cíclico (“Y pasados tres meses”, “Más tarde subirá”, “Hasta que en el remate...”). El enunciador se hace cargo del mito del relato originario e intenta restituirle la lógica que estructuraba socialmente a los “aztecas”, por lo que cierra con el sacrificio pero abre señalando una elección que es humana y divina (“De entre los capturados en la Guerra Florida/ escogeremos uno”, pero también “a quien es elegido por sus deidades”) narrando, por medio de la enumeración, el sentido de un ritual anudado a la Ciudad legendaria (“Para él serán/ las vírgenes del templo, la comida sagrada, todo el honor/ que la Ciudad de México reserva...”). Una amplia serie de términos identifica el campo semántico azteca: la Guerra Florida, la piel del dios, el copal, el sonido de atabales, la pirámide, y configura sinécdoques auditivas y visuales para crear una imagen despojada del sacrificio.

“Presagio”, por su parte, comienza donde termina “Ceremonia”: las señales funestas auguran el fin de una era [ix] .

 

Se puso el sol, brillaron las montañas.

El Gran Tlatoani entró en sus aposentos.

Incapaz de dormir, fue hasta las Salas

Negras de su palacio, destinadas

a los estudios mágicos, recinto

de la sabiduría de los padres.

Miró el lago (jade bajo la noche), la ciudad,

isla rodeada de volcanes.

 

Es de noche, la luminosidad escasa sólo permite distinguir el jade del lago, el brillo de las montañas; el palacio es oscuro y lo es la ciudad acechada por los volcanes. En este marco se presenta una escena de meditación donde el encabalgamiento, la puntuación y los acentos internos delimitan rupturas, estiquios –acordes con la descripción referencial– y colocan en posición evidenciada al Gran Tlatoani y a lo Negro [x] . Se acerca el fin y el poema se entrecruza para describir una escena que es vaticinio y espera. De la señal original, recopilada en Visión de los vencidos, el sujeto poético recorta sólo algunos elementos: el ave, el espejo, las visiones; reconstruye por medio de la síntesis y la yuxtaposición, marcadas en bastardilla en el texto:

 

Entraron los dos hombres,

con el ave en la red. El Gran Tlatoani

observó que en lugar de la cabeza

tenía un espejo. En él vio que surgían

Casas sobre la mar y unos venados

cubiertos de metal, grandes, sin cuernos.

 

El uso de las marcas tipográficas quiebra el pacto de lectura porque la voz poética ofrece una reconstrucción que, con economía narrativa, selecciona elementos (los venados, el mar, las casas arrasadas por el agua) y voces subjetivas ficcionalizadas (el Gran Tlatoani y los pescadores).

 

–Vuelven los dioses –dijo Moctezuma–.

Las profecías se cumplen. No habrá oro

capaz de refrenarlos. Del azteca

quedarán sólo el llanto y la memoria.

 

Esta compleja estrofa, que reitera la bimembración, trabaja con varios niveles discursivos a la vez. Presenta la voz de Moctezuma, contaminándola con la del sujeto lírico, y hace confluir en ella varias temporalidades: la del presente del enunciado, donde todo es vaticinio y reiteración, y la del presente de la enunciación, que usa a la vez el futuro puesto que ya se conoce no sólo la historia sino la memoria de ésta, representada a partir de tres términos: el azteca, el llanto, el oro. Como señala Thomas Hoeksema, “la suspensión del hombre y del poeta en el vacío de este “hoy continuo” atrapados en la trampa cíclica del “futuro que pasó a la historia” forman la estructura básica de la poesía de Pacheco”[xi]. Es así porque esta poesía abreva en la experiencia del mundo como modo de localizar el centro del hombre.

 

3            Palabras finales

Antes de huir quería ver lo que dejaba, cargar

mi corazón de imágenes para no contar ya

mi vida sino en montañas, en gestos, en infinitos rostros; nunca en cifras sino en ternuras,

 en furores, en penas y alegrías.

La áspera historia de mi pueblo.

Héctor Tizón, La casa y el viento.

 

 

Los poemas analizados redefinen un pasado indígena sobre la base de la preeminencia de ciertas figuras retóricas y de la reiteración de referencias, lexemas, sonoridades. La tensión hoy-ayer se presenta “anudada” a la descripción minuciosa de detalles que constituyen varios relatos basados en tipos o consideraciones generales y que son reflexiones sobre los modos de constitución de una identidad –colectiva– pensada en términos narrativos e intertextuales. Para configurarla, abundan referencias a objetos melancólicos (las ruinas, la noche, la piedra), que posibilitan una perspectiva sostenida en dos usos verbales predominantes (el futuro y el subjuntivo). En ese marco, estos poemas constituyen también una colección; en un gesto melancólico por excelencia, el sujeto lírico desgrana una acumulación de referencias, puesto que la relación entre el melancólico y el mundo es una relación con los objetos más que con las personas, una fidelidad que consiste en acumularlos, en saturarse de ellos[xii].

El enunciador acude al archivo americano para seleccionar aquellos relatos que constituirán las (propias) “antigüedades mexicanas”. Por eso es que los poemas están entrelazados tanto en el plano formal como semántico: si el pasado está ligado a la pérdida, esta colección es también un modo de intentar comprender dicha falta a partir de la palabra poética. De este modo, el archivo se reconfigura y establece otras relaciones donde resuenan crónicas de Indias, textos bíblicos, cantares mexicanos, referencias filosóficas; el sujeto lírico no está solo: lo acompañan personajes que hablan en el poema. Dicha pluralidad es la operación por medio de la cual se constituye una memoria a partir del mosaico de voces perdurables. El poeta será entonces el mediador entre pasado y presente, puesto que la función de la palabra poética debería ser la de recuperar ciertos sujetos (o eventos) tanto como la de traducir aquello que perdura “entre tanta grandeza derrumbada”.


 

Notas



[i] La ironía puede comenzar a apreciarse ya en la confrontación de paratextos: la naturaleza de títulos señala una diferenciación entre fragmentos y una organización textual donde predomina el ordenamiento secuencial metonímico (causa-efecto). Coexisten una serie de poemas que incluyen nombres propios o referencias a sujetos (“Becerrillo”, “Doña Marina”, “Temiltotzin de Tlatelolco”, “Francisco de Terrazas”, “Sor Juana”, “Un poeta novohispano”, “El Padre Las Casas lee a Isaías, XIII”), con otros que refieren acontecimientos y costumbres (“La llegada”, “Ceremonia”, “Presagio”, “La secta del bien”). Por último, otra serie ofrece descripciones de espacios anónimos o conocidos, en los que la ciudad de México (y las ciudades antiguas) cobran especial relevancia (“Tulum”, “Ciudad maya comida por la selva”, “Caverna”, “Las ruinas junto al mar”, “‘Vecindades’ del centro” y “México: vista aérea”). No es la intención de este trabajo hacer una tipología de los poemas –inútil, por otra parte– sino dar cuenta de constantes que estructuran la constitución de una memoria. Importa señalar que, según la perspectiva de Oswald Ducrot, la ironía es un tropo esencialmente polifónico; Hayden White, por su parte, sostiene que la ironía es una forma de la metáfora, ligada a una negación de un enunciado literal. En este marco, las profundas reflexiones de Pacheco sobre el lenguaje y su manera de representar habilitan a pensar esta ironía como una clave de lectura fundamental. (Véase Oswald Ducrot, El decir y lo dicho. Buenos Aires, Hachette, 1992 y Hayden White, Metahistoria. La imaginación en la Europa del siglo XIX. Buenos Aires, fce, 1992.)

[ii] Preocupaciones que han ido variando a lo largo de la obra poética de Pacheco, siempre determinadas por el carácter destructivo del paso del tiempo. La cita está tomada de la versión de El reposo del fuego que se incluye en la última edición de Tarde o temprano (México, fce, 2000).

[iii] Esto se ve en los versos siguientes: “Gran cielo malva y en el fondo azulea/ la tierra prometida por los muertos. Será” o “De tanta vida que hubo aquí, de tanta/ grandeza derrumbada, sólo perduran...” Así, y como señala Michael J Douduroff, en este libro asistimos a una mayor experimentación con la tipografía y a un énfasis en la manifestación visual del poema. En algunos casos el espaciamiento parece “tener una función rítmica, controlar el paso de la lectura y por tanto de la percepción”; en otros, es una representación ideográfica “no una representación deliberada del tema sino una reverberación espacial en respuesta a una imagen”. (Michael Douduroff. “José Emilio Pacheco: recuento de la poesía: 1963-1986”. En Verani, Hugo J, La hoguera y el viento. José Emilio Pacheco ante la crítica, México, Era, pp. 145-169.)

[iv] Trabajo con la versión incluida en la última edición de Tarde o temprano (México, fce, 2000). Los subrayados y resaltados son míos.

[v] Por la estructura misma de los versos (alejandrinos y hexadecasílabo) el lexema “las nuestras” queda en posición evidenciada, marcando ya desde el comienzo la actitud que caracterizará al español: poseer, en el convencimiento del derecho adquirido por orden divino y monárquico.

[vi] En 1971 Pacheco publica un inteligente y elogioso análisis del libro Piedra de Sol, de Octavio Paz, en el cual se dedica al análisis de las implicancias míticas que los diversos personajes del poema presentan, las configuraciones del yo y las distintas concepciones del tiempo que la “piedra de sol” –asociada al Templo Mayor y también al planeta Venus (símbolo de la ambigüedad esencial del universo)– actualiza. Esto posibilita una aguda reflexión sobre la temporalidad difusa, cíclica, que Venus presenta y que el poema refiere (en lo formal y en lo semántico). Interesa señalar la particular impresión que ha causado en nuestro poeta: en una fecha que coincide con el comienzo de la escritura de Islas a la deriva, Pacheco cierra su crítica con las siguientes palabras: “Para comunicar mi entusiasmo perdurable por este gran poema, diré que tengo tres ejemplares de Piedra de Sol: uno para leer, uno para releer y uno para ser enterrado con él”. (José Emilio Pacheco, “Descripción de Piedra de Sol”. En Revista Iberoamericana, Pittsburg, núm. 74, enero-marzo de 1971, pp. 135-146.)

[vii] La presencia de la noche como momento privilegiado en el poema proviene de una larga tradición, desde los románticos hasta la poesía modernista o a los distintos usos que de este tópico hace la vanguardia. En los versos de Pacheco se verifica un trabajo de relectura que actualiza ciertas características de la representación nocturna (los colores, las imágenes auditivas, la visión extrañada, el ensueño ligado a la vigilia) en permanente diálogo con otras tradiciones: el haikú o las reminiscencias de la antigüedad mexica, que ligan la noche al espacio del sacrificio y del incierto retorno del dios, y subrayan el rojo de la sangre y la esperanza de ver salir en sol entre los dos volcanes, para que el ciclo recomience.

[viii] Característicos de la poesía de los sesenta, los usos narrativos son analizados por Andrés Debicki a partir del libro No me preguntes cómo pasa el tiempo. Allí, el crítico señala que un nuevo enfoque narrativo es el rasgo más notable y “nuevo” de este poemario, por medio del cual “se nos hace contemplar desde fuera la situación (y al hablante) y de esta manera derivar una experiencia. Este enfoque, junto con el uso de alusiones específicas y detalles anecdóticos, sirve particularmente bien para presentar juicios y actitudes ante el mundo, sin reducirlos a mensajes.” (230) (Andrés Debicki, “Perspectiva, distanciamiento y el tema del tiempo en la obra poética de José Emilio Pacheco”. En Poetas hispanoamericanos contemporáneos. Madrid, Gredos, 1976, pp. 216-238.)

[ix] Informantes y cronistas indígenas o mestizos coinciden en señalar nueve presagios, pero el autor sintetiza todos en uno, metonimia del resto y metáfora de lo que vendrá. Los presagios de los distintos cronistas (Diego Muñoz Camargo) e informantes (Sahagún) difieren en el momento del día: el primero señala la noche; los segundos, el mediodía.

[x] Incapaz” es el adjetivo que lo designa, si miramos la disposición de los términos en el poema, y así, dubitativo, indeciso, tambaleante es como lo describen los documentos indígenas recopilados por Miguel León Portilla en Visión de los vencidos, hipotexto transitado varias veces por Pacheco y que está en la base de este poema.

[xi] Thomas Hoeksema, “Señal desde la hoguera: notas sobre la poesía de José Emilio Pacheco”. En Verani, Hugo J, op. cit., pp. 81-101.

[xii] Si la melancolía se define por una disonancia musical, por una falta de concordancia entre el adentro y el afuera fruto de una pérdida preexistente, el melancólico concebirá el mundo en tanto morada poblada de objetos que intentan restañar dicha pérdida. La disonancia está marcada por los quiebres y las pausas, señalados por la puntuación, conjunciones copulativas o adversativas, división en estiquios, y el trabajo con la reiteración fonética. Para profundizar estas cuestiones puede verse el libro de Julio Premat, La dicha de Saturno. Escritura y melancolía en la obra de Juan José Saer (Rosario, Beatriz Viterbo, 2002).

 

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