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“Copi y ‘lo nacional’”

Amícola, José
Universidad Nacional de La Plata

 

        Cuando los formalistas rusos pensaron el problema de la evolución literaria, lo hicieron mediante la metáfora de una ruta en el mar que recibe en ciertos momentos de su recorrido un cambio de timón (“popravka”). Este cambio de dirección modificaría así la línea que traza la embarcación y señalaría los vaivenes bruscos o no de un recorrido. También los formalistas percibieron que el operativo de la parodia podía servir en algunos momentos para distanciarse y elaborar el peso de un nombre literario que se sentía como modelo y barrera infranqueable.

Pensar la parodia hoy como elaboración de la angustia de las influencias puede ser especialmente operatorio en el caso de lo latinoamericano. Lo cierto es que a finales del siglo XX la literatura rioplatense se encuentra en un momento de impasse después de la desaparición de las figuras paternas o patriarcales y existe una batalla tácita por la determinación de su futuro. Entre las nuevas voces de la literatura del subcontinente se perfilan algunas que rompen de manera singular las ataduras hacia lo que puede y debe decirse en este rincón de América, imprimiendo un giro de timón a la nave de la literatura. Entre las que gozan más consenso a esa candidatura se encuentran, a mi parecer, las de Puig, Lamborghini, Perlongher, Aira y Copi, como puede leerse en mensajes auspiciosos emitidos ya sea por Roberto Bolaño o Alan Pauls.[1] Lo llamativo de Copi es que, de los aquí mencionados, es aquel en quien la extraterritorialidad aparece de manera más visible y, sin embargo, más paradójica. La excentricidad de Copi radica, en muchos sentidos, en su capacidad de expresarse con una libertad absoluta frente a esa tradición que pesa sobre sus coetáneos.

Copi (sobrenombre salido del diminutivo infantil “Copito”) había nacido en Buenos Aires en 1939, conjugando en su sangre dos corrientes que explican la historia cultural del Río de la Plata: la rama paterna de los Damonte-Taborda y la materna de los Botana-Onrubia. Como plus de sentido, la política y el periodismo se vinculaban, asimismo, en su nombres de bautismo Raúl Natalio, que repetían los de su padre – Raúl – y de su abuelo materno – Natalio – (político el uno y dueño del diario Crítica, el otro). Luego de una infancia pasada en Uruguay, Copi empieza en la adolescencia a publicar historietas (algunas de ellas en la revista Tía Vicenta). En ese momento, 1955, escribe también sus dos primeras obras teatrales. A partir de 1962 se instala con su familia en París, donde desde 1964 se hace conocido por su historieta semanal “La Femme Assise” que aparece en Le Nouvel Observateur. Al mismo tiempo, empieza a escribir toda su obra en francés, algunas en versiones bilingües, mientras sus piezas teatrales se van estrenando en el fervor del teatro del absurdo a partir de 1965, de la mano de directores franco-argentinos revolucionarios como Jérôme Savary, Jorge Lavelli y Alfredo Arias. Copi tiene por aquella época solo 26 años. En la década siguiente escribe una parodia del teatro gauchesco a lo Juan Moreira bajo el título de “La sombra de Wenceslao” (1978), con un paisaje pampeano delirante, y, luego, la notable pieza, supuestamente del arrabal, “Cachafaz” (1980). Estas dos obras tienen la particularidad de haber sido escritas por Copi en Francia pero solo en versión castellana. Como revisiones incomprensibles del presunto original de coraje quedan en estas piezas teatrales de Copi solo un hálito lingüístico y un andamiaje genérico que son altamente sospechosos y que tienen por fondo intertextual la gauchesca de Eduardo Gutiérrez y los cuchilleros de Borges. Esas fórmulas de base han sido pasadas por el filtro desmitificador de la hombría que promueve la sensibilidad “camp”[2], una sensibilidad que se instala carnavalizando la literatura a comienzos de los 70. Pocos años después, en 1987, Copi muere de sida en París. Su última obra, la novela L’International Argentine, aparece póstumamente en 1988.

En mi lectura de esta obra dispersa y poco conocida, encuentro dos fuentes claves de inspiración en las que me interesa poner el acento. Primeramente, se halla a la vista de todo lector de estos textos la atención hacia la subcultura gay como un interés de su autor por el tratamiento de un código cerrado que, hecho provocativamente visible, luego podrá insertarse en el debate general como  una bofetada en la cara del espectador burgués. En segundo lugar, ese enfoque irreverente por inclinaciones sexuales tabuizadas gracias al humor y la sensibilidad “camp” aparece combinado con una puesta en jaque al sistema de elaboración social de los estereotipos, especialmente de los estereotipos de lo rioplatense. Ambos principios constructivos parecen, además, ser el resultado de una mirada extrañada ante los signos de lo cotidiano. La tesis principal de esta exposición es que esa mirada refractada solo podría haber surgido desde una postura que juega con las fronteras de lo exógeno y lo endógeno o, en otras palabras, con las territorialidades y territorios.

En el caso de Copi, la reescritura del mito de Eva Perón, que parecería basarse, en principio, en la versión de la figura pública crasamente antiperonista nacida en los años 50 puede muy bien entenderse como una variante pasada por la sensibilidad “camp” (no exenta de humor macabro) esgrimida por los grupos de militancia gay. Esta desfiguración y reconfiguración de la figura tendría, sin embargo, no solo la marca impresa por la cultura gay, sino que, en extraña sincronía, se reabsorbería con uno de los textos más políticos del “apolítico” Borges. En este sentido, la figura de Evita, desde “El simulacro” borgeano, es emblemática para trazar la cartografía de cómo comprender el enigma de lo argentino. Así, a través de una de sus construcciones más flagrantes de los efectos del discurso antiperonista, estos “hijos bastardos de Borges”, como han sido llamado los escritores que se han apropiado del mito Eva Perón desde el discurso queer[3], se entrometen en lo político desde las particularidades de género.

Aunque la obra que Copi le dedicó a Eva Perón en 1969 esté escrita en francés y  haya sido estrenada en París en 1970 y, por lo tanto, haya gozado de una mirada de múltiple excentricidad, también esta pieza dramática surreal se enriquece gracias a la idea de la vinculación con la Haute-Couture (presencia de Christian Dior y sus modelos en las puestas en escena más recordadas), que hace corto-circuito con el mundo contradictorio del modelo real tensionado entre los polos de estrella glamorosa de cine y abanderada de los humildes.

         Ahora bien, la conveniencia literaria en la tradición francesa desde el siglo XVII se basaba en cuatro principios básicos: la conformidad a la naturaleza de las pasiones humanas en general; la conformidad entre las costumbres de tal pueblo o de tal personaje; la concordancia con la decencia y el gusto que convienen a las costumbres; y, por último, la conformidad de acciones y lenguaje con la lógica de esas mismas acciones y personajes propias en el género literario respectivo.[4] El principio de conveniencia literaria en el teatro francés reposaba, por lo menos desde Boileau en adelante, sobre la armonía entre la figura del autor, el personaje literario y el espectador. Por lo tanto, uno podría preguntarse qué se ha desmoronado en el mundo literario para que un autor que escribe afincado en París y en lengua francesa no haya dejado ya vivo ningún elemento de esa enorme tradición literaria sancionada por academias y premios literarios hasta, por lo menos, 1968. La tarea de Copi es, por cierto, complejamente destructiva contra varias tradiciones nacionales, pero también ella marca en sí misma la tácita propuesta de infringir y ampliar las reglas de lo que puede decirse y representarse, colocando así nuevos límites.[5] Lo extraordinario de esta ruptura es que, por elevación, toca con sus proyectiles a la misma literatura rioplatense que resurge constantemente entre las líneas de los textos franceses, instalando lo que Ilse Logie considera que es una fórmula de mirada extrañada por partida doble o triple; esto último, por lo menos, para el caso de la novela L’Uruguayen de 1973, donde el estereotipo cultural funciona especialmente como signo absurdo de la conformación de los estereotipos sociales y como una denuncia de su funcionamiento en el sentido más general. Nada nos dice, por cierto, la obra de 1973 sobre el referente Uruguay ni cómo ven este país los argentinos o los parisienses, sino que la novela habla más bien de la ingenuidad con que se construyó el eurocentrismo, al mismo tiempo que nos advierte sobre los operativos de refracción que entre los argentinos acompaña la mirada sobre el país vecino.

Por otra parte, haber hecho al mito de Eva Perón centro de una obra del teatro del absurdo en 1969 sintetizó los dos intereses claves de Copi antes mencionados: por un lado, Copi se apropia de una figura de culto como emblema de la femineidad construida para llevar agua al propio molino del debate sobre lo vacilante de las identidades sexuales (algo que se simboliza por antonomasia en la técnica del “camp” mediante el actor travestido); por otro lado, Copi desarrolla en esta pieza el estereotipo de argentinidad que había circulado entre los antiperonistas de la época de su infancia. Lo llamativo de la síntesis que este operativo exhibe radicaría en que ambas caras muestran la confluencia de un gusto retro anclado en los años 40 y 50, que aparecen privilegiados por el recuerdo de Copi adulto.

         “La mujer sentada”, el recuadro humorístico semanal de Copi, es otro ejemplo de las extraterritorialidades literarias sobre las que se mueve el autor. En esa serie aparecida en París, por la misma época en que Susan Sontag publicaba sus “Notas sobre el camp”, se consiguen efectos extremos con el estatismo de una mujer pensante que es interrogada por un pollo de manera obsesiva e irritante sobre travestismos e identidades sexuales, entre otros temas. A partir del diseño gráfico minimalista Copi lograba con sus dibujos repetitivos una forma de histeria despojada de angustia que trascendía cualquier absoluto. En ese sentido, la obra de Copi aparecía encabalgando esos mismos territorios de los que trazaba un mapa en su texto escrito, puesto que el mismo autor dibujaba y dotaba de texto a la figura icónica de la mujer incapaz para la acción.

         En la tradición francesa Copi se adscribía, por otra parte, a monumentos literarios como la famosa “Oficina de investigaciones surrealistas”, que como manifiesto de escuela llevaba la firma de Antonin Artaud, y que pretendía arribar a científicas conclusiones del tipo de que el surrealismo no era un medio de expresión nueva o más fácil y ni siquiera una metafísica de la poesía, sino un medio de liberación del espíritu de todo aquello que se le pareciera.[6] En este sentido, Copi produce una intervención en el panorama literario latinoamericano tanto como en el francés, reintroduciendo el principio de no contradicción, donde nada es estable ni confiable. Si en la Argentina Borges había promovido una lucha contra el realismo provinciano, pronunciándose por la organicidad de la trama narrativa y por la mesura, Copi se pliega al primer grito de combate, pero es intensamente iconoclasta en cuanto a la coherencia que se supone deban tener los textos así como a la mesura que es esperable en el escritor argentino que acepte su tradición.

Es oportuno recordar aquí, para finalizar, que Copi mismo se sentía parte de la literatura argentina.[7] Es, por ello, que contestando a Jorge Monteleone y a Damián Tabarovsky[8] que se preguntaron a qué literatura pertenecía este autor, hago moción para su repatriación literaria.

 

RESUMEN

La obra de Copi resulta de difícil catalogación por la utilización del bilingüismo y de la mirada fronteriza, pero también encierra una paradoja, en tanto el enfoque extrañado que conlleva va unido a una presunta preocupación por la indagación de un estereotipo de lo nacional. La obsesión por rastrear una presunta esencia de lo nacional, que se sabe condenada de antemano al fracaso como actividad de búsqueda, pero que es omnipresente en la obra de Copi, ya se piense en el tratamiento del mito de Eva Perón o la vida de los argentinos en el exterior o la supuesta virilidad de las figuras emblemáticas del mundo del tango o de la gauchesca, ha llevado a algunos observadores a señalar que en esa enorme paradoja entre temas y tratamiento existiría una línea genealógica que ubicaría a este autor excéntrico junto a otros mal digeridos por el sistema de canonización, para formar un frente de disidencia o de bastardía que se regocija con su condición de tal. Este frente disonante que practica una desmesura carnavalesca mediante la sensibilidad “camp” parece abrir una brecha cada vez más visible que liberaría a la literatura argentina de las trabas de discreción y mesura impuestas por sus antecesores más célebres.

 



[1] Roberto Bolaño construye una línea afín de autores injustamente poco leídos cuando menciona juntos a Arlt, Puig y Copi en El gaucho insufrible, Barcelona, Anagrama, 2003, p. 170. Alan Pauls viene afirmando que la obra de Aira significa una ruptura sustancial de la tradición en varias entrevistas; cf. Milpalabras, Buenos Aires, Año 1, Número 1, p. 68.

[2] Para una discusión en torno a la importancia de este concepto, véase mi libro titulado Camp y posvanguardia. Manifestaciones culturales de un siglo fenecido, Buenos Aires, Paidós, 2000. César Aira prefiere hablar de “barroquismo” para explicar los efectos del exceso en Copi; cf. C.Aira: Copi, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1991. Tampoco Marcos Rosenzvaig utiliza la noción de “camp” en su investigación titulada Copi: sexo y teatralidad, B.Aires, Biblos, 2003.

[3] Lidia Blanco: “Eva Perón” , en Ma. del Carmen Sillato (ed.): Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies, (Edición Especial a cargo de Rita de Grandis), Vol. 24, No. 48, 1999, pp. 177-193.

[4] Según lo especifica Jacques Rancière en La parole muette. Essai sur les contradictions de la littérature, París, Hachette, 1998.

[5] Según nos decía Susan Sontag en 1967: “Each artwork indicates the unity of certain preferences about what can and cannot be said (or represented). At the same time that it may make a tacit proposal for upsetting previously consecrated rulings on what can be said (or represented), it issues its own set of limits”, en “The Aesthetics of Silence”, artículo recogido en su libro Styles of Radical Will, (1969) Londres, Vintage, 1994, p. 32.

[6] Véase Jacques Rancière, op.cit., p. 145.

[7] Según declaraciones de su madre, entrevistada por mí en el año 2000 en su casa de París, Copi se sentía autor argentino.

[8] Citados por Martín Kohan en su artículo “Madre e hija (La muerte de Evita en la versión de Copi)”, en N.Domínguez/A.Amado (comps.): Lazos de familia. Herencias, cuerpos, ficciones, Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 184, n.4.

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