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El testimonio en las micronovelas de la ciudad ausente

Alí, María Alejandra
UBA

 

Introducción

 

Las “Notas iniciales sobre La ciudad ausente[1], probablemente la primera inscripción manuscrita del proceso creativo, abren el tiempo de la escritura apuntalando el trabajo de construcción y los modos de organización textual. Cito del borrador: “Narra Renzi.

(…) Archivos en el sótano. (…) “Poeta[2] que se dedica a la ciencia. Inventa la máquina de traducir. Que se independiza y escribe textos. Grabaciones con relatos orales.”

Ver las relaciones de la máquina con la realidad (política, digamos). Por ejemplo ¿qué materiales recibe? (…) Teoría sobre las máquinas. La máquina de ficción es un objeto pequeño, del tamaño de un reloj.” (datación: 24 y 26 de enero de 1984) (El énfasis es mío)[3]. 

         En el último pre-texto[4], la referencia insistente a la categoría de non-fiction (dos menciones en la primera página, consecutivamente una en la segunda) permite conjeturar la claridad conceptual y la convicción de Piglia por estructurar su segunda novela a través de la conocida –a través del texto édito- estructura de las microhistorias articuladas en serie. El propósito que esgrimió en uno de los diálogos que sostuve con él acerca de la génesis de sus dos primeras novelas, es que en La ciudad ausente quiso “contar más directamente las cosas, el horror de la dictadura como pesadilla.”

         En Respiración artificial la Historia se contaba a través de un movimiento de vaivén que iba desde el presente de la narración hacia el pasado donde comenzaba la genealogía de los Ossorio, espacio-tiempo desde el que se podían vislumbrar el futuro de violencia política que caracterizaría nuestra historia: “Preveo: disensiones, divergencias, nuevas luchas. Interminablemente. Asesinatos, masacres, guerras fratricidas” (del diario de Enrique Ossorio, Nueva York, 4/7/1850), imaginando, a la manera de Rodolfo Walsh, la política relacionada con y por la novela.

         En su libro La mémoire, l’histoire, l’oublie, Paul Ricoeur señala el itinerario de la historia como un vector que va desde el futuro hacia el pasado pasando por el presente, a la manera en que Benjamin describe la figura del historiador con su imagen del Angelus Novus como un profeta vuelto hacia atrás. Así Renzi, narrador de la primera novela de Piglia, al recibir el legado del historiador Marcelo Maggi va reconstruyendo la trama de la historia con minúscula (la familiar, porque también la novela es de alguna manera una novela de aprendizaje) pero sobre todo de la Historia, a través de esa otra genealogía reconstruida por la laboriosa investigación de su antecesor que permite leer en clave el contexto histórico contemporáneo, que finaliza con la desaparición del historiador.

 

“Descartes” en la génesis

 

Respiración artificial se constituye en ante-texto de su sucesora: en la segunda parte, titulada significativamente “Descartes”, al desplegar la relación del descubrimiento de Tardewski sobre el encuentro entre Kafka y Hitler en Viena, a principios del siglo XX,  Piglia vincula la escritura de Kafka con la Historia y se plantea un interrogante que se contestará años después al decidir la estructura de La ciudad ausente: cómo narrar el horror? La respuesta puede leerse en el mismo fragmento de RA cuando afirma que “Kafka supo hasta en el detalle más preciso como se acumulaba el horror” (265), y antes “El sabe oir, él es quien sabe oir” (264) “atento al murmullo enfermizo de la historia”(266). “El que sabe oir” es un sintagma que condensa la función social del escritor en sus “Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades)”. En esa conferencia pronunciada en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo en 1999, en una jornada de reflexión dedicada a la literatura del entonces inminente siglo XXI, el autor ubica a Walsh en un lugar central de la literatura argentina: al analizar varios de sus textos, fundamentalmente los no ficcionales, afirma que la función social del escritor consiste en saber oir los relatos sociales y saber crearlos. Esta aseveración permite emparentar ambas novelas (RA y LCA) y explica la función de las micronovelas en la segunda[5].

         En la conferencia antes citada Piglia desgrana las cualidades de la escritura de Rodolfo Walsh constituyéndolo en su modelo literario. El elogio de su estilo “austero”

-caracterizado por la percepción de los matices del habla y una notable capacidad para elaborar los relatos sociales, materia privilegiada del novelista según la concepción pigliana- recorre esta lectura y permite establecer el vínculo entre su admiración por Walsh y la elección de la categoría de relato testimonial para tramar las microhistorias de La ciudad ausente. Construidas a partir de la representación del sistema del relato no ficcional[6], son referidas en primera instancia aludiendo a su carácter de registro, de reproducciones de testimonios: grabaciones, papeles, documentos son los elementos que describen el origen y la entidad de esas historias que luego van a desplegarse en la diégesis novelesca. Para ello ha sido necesario primero instituir un protocolo de lectura, de las condiciones de recepción que deben ser explicitadas: “Tenía la grabación que le había dado Renzi. Era el último relato conocido de la máquina. Un testimonio, la voz de un testigo que contaba lo que había visto. (…) Junior puso el casete y se dejó llevar por el tono del que había empezado a narrar.” “Le alcanzó un sobre marrón . . . Junior se recostó en el asiento. Abrió el sobre. El relato se llamaba Los nudos blancos. Una historia explosiva, las ramificaciones paranoicas de la vida en la ciudad.” “Tenga, le dijo ella. Oiga, ahora verá.” (LCA, 31, 68, 123) (El subrayado me pertenece).

         El modo en que las historias son recopiladas por el periodista-investigador (Junior) instaura una legalidad de género que (se) pretende heredera de esa otra tradición: se trata de relatos muy marcados por la oralidad, donde predomina una sintaxis recurrente, anafórica, que intenta reponer la voz de los que no tienen voz: “La palabra obrera, la palabra obrera es un balbuceo, tartamudea y tiene dificultades para expresarse.” (LCA, 33).

         La máquina narrativa podría ser leída como una metáfora de la escritura de Walsh en distintos niveles: por la estructura del relato como investigación y la construcción de la figura del periodista-detective, por el modo de recopilar las historias, por las conexiones que establece con otros géneros (la policial inglesa y el policial duro norteamericano), (Ana Amar Sánchez, 1992).

         En la primera versión de La ciudad ausente, el narrador era Renzi, como en la primera parte de Respiración Artificial. Evidentemente, Piglia decide despegar(se) de ese personaje “estetizante” y elabora la función narrativa en un doble pasaje: de Renzi a Junior, es decir, del novelista al periodista, y de la primera a la tercera persona, operación que se vincula con la constitución de la memoria colectiva , que en uno de los borradores se enuncia como una necesidad enlazada con la significación social del testimonio: “Relato en tercera sobre la realidad y sobre Elena …”[7].

         Las micronovelas cuyo soporte narrativo son los relatos sociales, “La grabación”, “Los nudos blancos” y “La isla” (espacio utópico poblado de “gente que ha llegado de todas partes, perseguidos por las autoridades, amenazados de muerte, exiliados políticos”) hallan su génesis en la recolección de documentos que consigue el periodista detective a través de su investigación “¿Ves? Me dieron esto –le dijo a Junior y le mostró un casete–. Un relato extrañísimo. La historia de un hombre que no tiene palabras para nombrar el horror. Algunos dicen que es falso, otros dicen que es la pura verdad. Los tonos del habla, un documento duro, que viene directo de la realidad. Está lleno de copias en toda la ciudad.” (LCA, 17)

         Las otras microhistorias (“El gaucho invisible”, “Una mujer”, “Primer amor”, “La nena”) pertenecen al circuito del Museo de la literatura, puesto que se han cristalizado en las imágenes que pueden contemplarse en el arconte que las resguarda y exhibe[8]. La potencia de los relatos sociales que encierran y expanden “La grabación”, “Los nudos blancos” y “La isla” deviene del método de construcción de su sistema: grabaciones que reproducen las voces de los testigos, documentos escritos que recibe el periodista detective de los sujetos sociales que colaboran con su búsqueda de la verdad, todos ellos testimonios relacionados con la realidad política, la cual genera la materia narrativa. Las referencias a un narrador en presente, al acontecimiento contemporáneo de los hechos narrados van urdiendo estas micronovelas estructuradas según las normas de la literatura fáctica, que se propone no como la representación de una historia verosímil, sino por la instauración del verosímil a través de una voz en presente que narra la historia reciente. Esa voz balbuceante, que titubea y tantea por momentos, caracterizada por la reiteración de lexemas y sintagmas que refieren la emoción provocada por lo que se atestigua, por la huella que impresiona en el testigo, corresponde a unos sujetos cuyas voces han sido siempre marginadas del discurso de la Historia. Como afirma Nicolás Rosa en La lengua del ausente: “Si la lengua es la versión sofisticada de lo real, la miseria de palabras es un atentado contra el Diccionario y al mismo tiempo el reflejo deslumbrante pero enceguecido de la escoria social: los pobres serían los mudos de nuestra sociedad parlante” (123).

         En el diálogo que marca el inicio del trabajo de investigación de Junior y del mapa narrativo de esta novela de Piglia, pervivencia en el texto édito del pasaje del sujeto del enunciado que los borradores insinuaban, Renzi revela la preferencia por un narrador siempre presente que narre mientras los sucesos tienen lugar.

         Esos relatos no deben ser sacados de circulación, y por ello, no integran las piezas del Museo que sí remiten a las otras micronarraciones de la novela: “Una mujer”, “Primer amor”, “Pájaros mecánicos” aparecen replicados en el Archivo a través de una maqueta que representa el topos de la narración y pone en evidencia su carácter ficcional.

         Las micronovelas construidas según el modelo de la literatura fáctica siguen el flujo de los relatos sociales, y ese devenir permanente se expresa también en el modo de recepción, de ahí que Junior esté siempre en tránsito cuando escucha o lee el registro documental que las pone en circulación. El movimiento imprescindible que caracteriza la búsqueda de la verdad se torna visible en el trayecto que recorre Junior dentro del mapa que traza su pesquisa, movimiento que condiciona y permite su conexión con la materia (del novelista) según la idea desarrollada por Piglia en sus “Tres propuestas para el próximo milenio…”. No parece posible que conozca esos relatos de la máquina en una escena de lectura cristalizada en una imagen de quietud, de contemplación como la que demanda y produce el Museo, caracterizada por una percepción aurática. La difusión de los relatos sociales está condicionada por la reproductibilidad de las historias, por eso su circulación es concomitante de esa recepción trashumante: “Junior puso el casete y se dejó llevar por el tono del que había empezado a narrar. Al costado la ciudad se disolvía en la niebla del otoño, mientras el auto tomaba por Leandro Alem hacia el sur.” (31)[9], “Le alcanzó un sobre marrón y después le sonrió y llamó a un taxi. Junior entró en el auto . . . y en ese momento, además, el coche arrancó por la avenida y se perdió bordeando el parque hacia el oeste. // Junior se recostó en el asiento. En el reloj del Museo eran las tres de la tarde. Abrió el sobre. El relato se llamaba Los nudos blancos. Una historia explosiva, las ramificaciones paranoicas de la vida en la ciudad. Por eso hay tanto control, pensó Junior, están tratando de borrar lo que se graba en la calle.” (68). Para reunirse con el relato que lo llevará a los orígenes de la máquina de narrar, “Junior viajó toda la noche y al llegar reconoció la casa como si la hubiera visto en un sueño.” (119); “Yo le voy a hacer ver ese lugar donde los nudos blancos se han abierto, es una isla, en el brazo de un río, poblada de ingleses y de irlandeses y de rusos y de gente que ha llegado de todas partes, perseguidos por las autoridades, amenazados de muerte, exiliados políticos . . .” (123)

         La escucha y el devenir son las dos condiciones de recepción (mejor, el modo y la condición[10]) de los relatos sociales: aun cuando la versión que le entrega el custodia del Museo sea escrita, parece necesario el protocolo de escuchar (antes) la voz del otro para poder conocer la historia: “Junior entró en el auto y al terminar de acomodarse le pareció que Fuyita quería decirle algo, porque lo vio hacer señas y mover los labios. Sacó la cabeza por la ventanilla, pero el jockey le hizo un gesto de resignación, porque la vibración en la ciudad ahogaba la voz y en ese momento, además, el coche arrancó por la avenida y se perdió bordeando el parque hacia el oeste.” (68) Al hacerle accesible el relato de la isla, Carola le dice “Oiga, ahora verá. Tal vez este relato sea el camino que lo lleve a Russo” (123). (El subrayado me pertenece)

         Los modos de circulación de las historias de la máquina en la novela se asemejan a esa descripción que hace Walsh de la investigación que asume la pequeña forma y sus circuitos de distribución como estrategia de denuncia. Significativamente, Junior retoma el itinerario urbano de Walsh en su afán por publicar y hacer circular Operación masacre, relato inaugural del género. Ese tránsito de Alem hacia el Sur que atravesará Junior para llegar al Museo restituirá ese otro sentido de la literatura de Walsh: “Y la hojita sale, es un tremolar de hojitas amarillas en los kioscos, sale sin firma, mal diagramada, con los títulos cambiados, pero sale. La miro con cariño mientras se esfuma en diez millares de manos anónimas.” (Operación masacre, 13, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1985).

 

“Tres propuestas para el próximo milenio”

 

“A menudo he pensado que esos relatos sociales son el contexto mayor de la literatura. La novela fija esas pequeñas tramas, las reproduce y las transforma. El escritor es el que sabe oír, el que está atento a esa narración social y también el que las imagina y las escribe”, afirma Piglia en su conferencia. “Hay que construir una red de historias para reconstruir la trama de lo que ha pasado (…) Ese sería el resumen: desmontar la historia escrita y contraponerle un relato oral”. Crítica de la historiografía, análisis de la literatura testimonial de Walsh, estas aseveraciones del autor de La ciudad ausente constituyen un manifiesto de su poética, exhibido en la polémica que sostienen Marconi, Tardewski y Renzi sobre el final de su novela anterior, que reproduce aquella entre Brecht y Lúkacs sobre el realismo socialista. Piglia adopta la posición brechtiana en esa disputa por el campo literario tomando como modelo la escritura de Walsh, cuyo valor aparece desplazado y condensado hacia/en la figura de Kafka en Respiración artificial: el escritor que narra en los bordes del lenguaje, que ha encontrado un pliegue en esa materia social para narrar lo “indecible” del horror y que se ha planteado antes para ello la pregunta sobre la factibilidad del testimonio. El sintagma “el que escucha, el que sabe oír” predicativo de Kafka en RA, que Piglia pronuncia en la conferencia a que alude el subtítulo para referirse a la función social del escritor, anuda a los dos autores, Kafka y Walsh. Como Walsh, a quien la historia saca del juego y de la literatura de ingenio (el ajedrez, el policial) “Kafka, …, se despertaba, todos los días, para entrar en esa pesadilla {de la historia} y trataba de escribir sobre ella.” (272) (El énfasis es del autor)

         La literatura fáctica restituye el testimonio: no solo lo convierte en la materia del novelista sino que también lo restaura en su significación social. Muchos autores, Kafka y Primo Levi entre otros, se han preguntado sobre sus condiciones de posibilidad. Piglia reflexiona sobre ello al realizar una proyección de la literatura futura, modelada y modulada por la obra de Walsh. Y halla su respuesta en la búsqueda de la verdad, que articula la literatura de no-ficción, a partir de los postulados de Brecht.

 

El Museo de la Novela

 

En el Museo de la literatura van a depositarse los relatos que no provienen de la literatura testimonial, en las salas que re-presentan las coordenadas espaciales de las historias narradas, de las cuales se predica que “son verdaderas”, lugar común con que usualmente se instala el verosímil realista. Allí pueden observarse los restos de la literatura canonizada, que requiere de un acto de recepción estática, donde el único movimiento esperado es el de comparar la historia con lo real: “En el Museo estaba la reproducción de la pieza del hotel donde se había matado la mujer. En la mesa de luz vio la foto del hijo apoyada contra el velador. No recordaba ese detalle en el relato. (…) En una sala lateral estaba la pieza del Majestic y el ropero donde la mujer había buscado el frasco de perfume. Lo asombraba la fidelidad de la reconstrucción. (51) “Parecía un sueño. Pero los sueños eran relatos falsos. Y estas eran historias verdaderas. Cada uno aislado en un rincón del Museo, construyendo la historia de su vida. Todo era como debía ser. (52) El énfasis es mío.

         Frente a la constelación aurática de las piezas de(l) Museo, cada una de las cuales centraría el valor que porta en su carácter de unicidad, de original, el texto destaca el valor de la reproducción a través del hallazgo de un oxímoron singular: “Había visto una réplica en el mercado de Plaza Francia, las reproducían con tanta perfección que mejoraban el original y lograban que la copia pareciera más antigua y más pura.” (55) (El subrayado me pertenece)

         Por el contrario, los relatos testimoniales se construyen a través de pautas de género muy marcadas, no hay en ellos “réplicas” de historias  o de autores consagrados, lo que importa es su reproducción, su circulación, siguiendo el modo que Walsh anhelaba para la difusión de sus textos, y venciendo los obstáculos que Brecht señaló para comunicar la verdad.

 

“Cinco obstáculos para decirla

 

En “Walsh y el lugar de la verdad”, Piglia evoca la afirmación de Brecht “La novela política tal cual la conocemos es imposible después de Auschwitz”. Podemos conjeturar que este aserto le ha planteado problemas al esbozar el proyecto de escritura de su segunda novela, los que son esgrimidos anticipadamente en el final de RA.

         Para Piglia la búsqueda de la verdad estructura no solo la ficción sino también la tarea del crítico. Los “Cinco obstáculos para escribir la verdad” que Brecht había formulado atraviesan sus meditaciones en torno de los modos que adoptaría la literatura futura;  en ello está implicada también la definición de la tradición argentina, propósito que está en la génesis de sus “Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades)”. Sus reflexiones sobre los orígenes de la novela permiten afirmar que comparte el postulado de Walsh “… el propio género {la Novela} es la última forma del arte burgués, en transición a otra etapa en que lo documental recupera su primacía.”(Ese hombre y otros papeles personales, 102). Por ello articula La ciudad ausente con una red de micronovelas que permiten restituir el sentido de la historia reciente.

         Es difícil no pensar en la leyenda del ajedrecista con que Benjamin figura la disputa por el concepto verdadero de la historia (explicitando la necesidad de que gane la partida el materialismo dialéctico), cuando en el capítulo “En la orilla” Russo describe el funcionamiento de la máquina narrativa (de)mostrándole a Junior un reloj que puede transformarse en un tablero de ajedrez. La mostración del mecanismo constructivo involucra la materia temporal que a la par que coordenada esencial en la narrativa ficcional puede entenderse como el fluir de la historia. La rapidez con que la maquinaria cambia de función (su conversión) permite también leer en ese gesto la idea benjaminiana del destello en que la verdad histórica se manifiesta. Ese momento que es necesario capturar instantáneamente para modificar la Historia es ficcionalizado en la novela de Piglia en un diálogo que deja vislumbrar la génesis del texto.

         El juego de ajedrez condensa entonces la relación con la Historia, que posee dos faces: su abandono precede en Walsh su vinculación con la política, mientras Benjamin señala la necesidad de que la partida sea ganada por el materialismo dialéctico. Piglia articula el juego en un modo benjaminiano quizás, poniéndolo contiguo del reloj de la historia (“ … y las horas son la memoria”, 148)[11]. Pero esa conversión de la Historia que el Ingeniero le muestra al investigador cuando ha llegado casi al final de su recorrido, y por tanto parece arribar a la resolución del enigma, es el funcionamiento de la máquina narrativa, que involucra la fugacidad de la verdadera imagen de la historia (su aprehensión), y un uso político de la literatura, que deberá, según el autor, prescindir de la ficción, como Walsh proponía.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         María Alejandra Alí                     

Bibliografía

 

Amar Sánchez, Ana María. 1992. El relato de los hechos. Rodolfo Walsh: Testimonio y escritura. Rosario, Beatriz Viterbo Editora.

Benjamin, Walter. 2004. La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia. Santiago de Chile, editado por Universidad de Arcis y Lom ediciones. Traducción, introducción y notas de Pablo Oyarzún Robles.

Felman, Shoshana y Dori Laub. 1992. Testimony. Crises of Witnessing in Literature, Psicoanálisis and History.  New York, Routledge.

Link, Daniel. 2003. “Un hombre de conciencia” en Espacios, cit. infra.

Piglia, Ricardo. 2000. Crítica y ficción. Buenos Aires. Seix Barral.

                       . 1970. Entrevista a Rodolfo Walsh, “Hoy es imposible en la Argentina hacer literatura desvinculada de la política” en Rodolfo Walsh, vivo. 1994. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, compilación y prólogo a cargo de Roberto Baschetti.

                       . 1987. Entrevista a Rodolfo Walsh, “He sido traído y llevado por los tiempos”, en revista Crisis, número 55, noviembre, es una versión de la anterior, modificada por Piglia.

                       . 1993. La ciudad ausente. Buenos Aires, Sudamericana.

                       . 1990. Respiración artificial. Buenos Aires, Sudamericana.

                       .1999. “Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades)”, Conferencia dictada en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo, publicada en un Suplemento especial de Página/12, edición del 24 de diciembre de 1999.    

                         . 1993-94. “Walsh y el lugar de la verdad” en Nuevo Texto Crítico, “Rodolfo J. Walsh”, Año VI, Número 12-13, Stanford University.

Revista Espacios de Critica y Producción, “25 Años de la desaparición de Rodolfo Walsh”. 2003. Número 29.

Ricoeur, Paul. 2000. La mémoire, l’histoire, l’oubli.  Paris, Éditions du Seuil.

Rosa, Nicolás. 1997. “La mirada absorta” en La lengua del ausente. Buenos Aires, Editorial Biblos.

Walsh, Rodolfo. 1996. Ese hombre y otros papeles personales. Buenos Aires, Seix Barral, edición a cargo de Daniel Link.

                         . 1985. Operación masacre. Buenos Aires, Ediciones de la Flor.

 

Notas:



[1] Se trata de un manuscrito de dos páginas que Piglia me entregó junto con la transcripción diplomática.

[2] El referente de este sustantivo es Gödel.

[3] Entre esas primeras notas y el último borrador de la novela, cuya datación aproximada corresponde al mes de enero de 1992, hay una versión que Enrique Pezzoni leyó y que su autor decidió no publicar, de la cual un capítulo fue presentado como adelanto por el diario Clarín, suplemento “Cultura y Nación” en su edición del 7 de marzo de 1985.

[4] Borrador redaccional, dáctiloescrito, de 16 páginas.

[5] También la discusión sobre la literatura fáctica que sostienen Tardewski, Marconi y Renzi en el final de RA pueden leerse como una prospección de la construcción de la novela futura.

[6] Como señala Ana Amar Sánchez (1992), por su elaboración literaria los relatos testimoniales constituyen una narración en segundo grado. En un ensayo futuro abordaré con profundidad este aspecto en la construcción de las micronovelas.

[7] Bajo el subtítulo “Notas. Capítulo I” puede leerse esa indicación en el borrador redaccional de LCA.

[8] En el reportaje que Piglia le hizo en 1970, Walsh afirma : « Habría que ver hasta qué punto el cuento, la ficción y la novela no son de por sí el arte literario correspondiente a una determinada clase social en un determinado período de desarrollo y en ese sentido y solamente en ese sentido es probable que el arte de ficción esté alcanzando su esplendoroso final, ... , en el sentido probable de que un nuevo tipo de sociedad y nuevas formas de producción exijan un nuevo tipo de arte, más documental, mucho más atenido a lo que es mostrable. » Las hipótesis del autor de « Esa mujer » en torno del género, p.e., la de una novela hecha por cuentos, son reelaboradas por Piglia para la estructuración de sus novelas.

[9] En una entrevista que le hizo Anita Barrenechea en 1996, Piglia se refirió al proyecto mental de la novela, al comentar el esbozo inicial del texto vinculado a la idea de una “Buenos Aires que estaba y no estaba”. La ciudad se materializa a través del desplazamiento de Junior, que sigue el itinerario de Walsh para publicar Operación masacre por primera vez, analizado por Daniel Link en su artículo                              “Un hombre de conciencia”.)

[10] Sin duda estas características pernean el estilo, núcleo que será desarrollado en un ensayo futuro.

[11] En su artículo “Rodolfo Walsh: escritura y Estado”, Gonzalo Aguilar señala que “en los escritos testimoniales, el corpus de la escritura oficial (escritura del Estado) es uno de los materiales privilegiados de la investigación de Walsh (…) En este corpus Walsh reconstruye las marcas de la experiencia colectiva (…) Se trata de buscar todas las marcas que deje una relación de fuerza para incluir la memoria en ese trayecto.” En este tramo de la novela de Piglia, el reloj como metonimia de la máquina narrativa aglutina una serie de significantes, materiales y procedimientos: el tiempo histórico, la transformación virtual del mecanismo, que involucraría el modo de conversión de la materia novelística, y  la memoria social ligada por supuesto a la experiencia colectiva.

 

Aclaración: Mi proyecto de tesis doctoral se basa en el estudio del proceso creativo de Respiración artificial y de La ciudad ausente desde el enfoque de la crítica genética. Debo a la generosidad del autor el acceso a los materiales pre-textuales.

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