Procesos
de producción de identidad en los
sainetes populares. Aisemberg,
Alicia |
Los sainetes criollos
desarrollaron distintos cruces con manifestaciones de la periferia cultural
además de ciertas apropiaciones de las prácticas populares a partir de la
valoración de la oralidad, lo corporal y el humor. Los intercambios sugerían
originales mezclas y podían producirse con el tango, el cine de los primeros
tiempos, el circo, ciertos deportes como el box, el fútbol, y el turf, que eran
novedosas expresiones populares. Incluso, los intercambios fueron más allá de
estos límites y en una serie considerable de sainetes introdujeron
representaciones de anarquistas, además de incorporar algunos aspectos de su
discurso y de sus prácticas culturales. Sin embargo, estos cruces fueron
asimétricos, puesto que según señala Juan Suriano (2001,153) las formas de
diversión populares tales como el sainete, el carnaval, el circo, la lucha, las
manifestaciones criollistas, y luego el fútbol, fueron descalificadas por la
cultura libertaria; que en su lugar proponía la fiesta o velada anarquista con
sus propias canciones, conferencias, representaciones filodramáticas,
declamaciones poéticas y bailes familiares.
I. Movimiento anarquista y discurso
legislativo
David Viñas (1971, 189) señala que el período
clásico del socialismo y el anarquismo de origen inmigratorio en Argentina se
desarrolló desde la última década del siglo XIX y continuó en los primeros años
del XX enmarcados entre dos leyes: desde la Ley de Residencia de 1902 hasta la
Ley de Defensa Social de 1910.1[1] El movimiento anarquista se oponía a la
organización partidaria y doctrinaria centralizada, apuntaba a una propuesta
cultural, política e ideológica en torno a los principios básicos de la
libertad individual, la negación del Estado, la ley y la autoridad. Existían
dos tendencias, la individualista y la de los organizadores, esta última fue la
que predominó y hacia 1904 controlaba los gremios más importantes. El Partido Socialista
era más reformista y electoralista, mientras que los anarquistas planteaban una
denuncia total al sistema por medio de acciones directas como la huelga y la
celebración del primero de mayo; aún
así la organización de huelgas y actos, eran muchas veces compartidas entre
anarquistas y socialistas. Entre los sectores más populares del radicalismo
irigoyenista también se mantuvieron relaciones con el anarquismo,
fundamentalmente en las franjas más bajas de la clase media (Viñas, 1971).
Desde 1890 se desarrolló un proceso huelguístico que desembocó en el estado de
sitio y la Ley de Residencia de 1902, que fue la respuesta represiva desde el
campo de poder a las luchas políticas; reacción encabezada por intelectuales
del régimen como Miguel Cané, quien elaboró el primer proyecto de ley. 2[2]
El título“Ley de Residencia de extranjeros” 3[3]
enmascaraba, por medio del empleo de la palabra “residencia”, la verdadera
acción -opuesta- de expulsión que se
intentaba llevar a cabo. Luego, repetitivamente, planteaba: “ordenar la
salida”, “impedir la entrada”, “expulsar al extranjero”, expresiones
discursivas que producían un efecto de reificación, ya que no se consideraban
los derechos de los inmigrantes y su identidad como nuevos actores políticos
integrados a las luchas y a la organización del movimiento obrero argentino,
sino que eran tratados como entes trasladables que debían “entrar” o “salir” o
podían ser “expulsados” del país. La omisión de designación de los anarquistas
perseguidos, a los que la ley denominó “extranjeros”, tenía la intención de
eliminarlos del discurso y, por lo tanto, restarles identidad además de
autosilenciar los objetivos de la elite gobernante y conseguir confundir,
deliberadamente, a partir de definiciones incorrectas. Según Maristella Svampa (1994, 68), la elite dirigente asimiló la “cuestión obrera” a la “cuestión
inmigrante”, para condenar como “artificial “ y “exótico” el lenguaje de la
lucha de clases.
Además
de los dos procesos de designación indicados, el de indefinición del referente
del “anarquista” y el efecto de reificación, se agrega el
empleo de comparaciones desventajosas
que producen una valorización negativa al asociarlos con el delito, el peligro
y nunca con el trabajo. 4[4]
Estas designaciones plasmadas en el discurso de la ley de 1902 producirán
sentidos que sedimentarán y perdurarán en el transcurso de las primeras décadas
del siglo y serán retomados o discutidos por otras formaciones discursivas que
intentarán constituir otra imagen del anarquista, por ejemplo, desde otros
discursos como el del teatro popular.
La
segunda “Ley de Residencia de
extranjeros (ley de defensa social)”5[5]
promulgada en 1910, en su primer capítulo delimitaba una clasificación de
extranjeros entre los cuales incluía a
los anarquistas, designados por primera vez por su nombre, ya que luego de
tantos años el movimiento anarquista era una presencia inocultable. Este fue el
único cambio porque aún se los definía como los que profesaban o preconizaban
el ataque y la violencia, cuando la gran mayoría de sus acciones apuntaban a
mejoras laborales por medio de la manifestación enérgica pero no violenta.
Asimismo, en el primer capítulo en el que se enumeraban las diversas clases de
extranjeros los anarquistas se equiparaban a los que habían cometido delitos
comunes, y por lo tanto se ubicaban en un mimo nivel. En el segundo capítulo la
ley se ocupaba directamente de prohibir el discurso, los emblemas, los actos
anarquistas. En el capítulo tercero, todos los artículos estaban destinados a
penar hechos de violencia tales como la fabricación y empleo de explosivos. De
este modo se mencionaban sólo las acciones que constituían delitos pero al
prohibir el anarquismo se sobreentendía que éstas eran sus acciones
principales, así se desconocían todas las otras actividades y actos pacíficos
que identificaban genuinamente al movimiento anarquista y se construía la
imagen de amenaza, además del título acompañado
por la aclaración -entre paréntesis- “defensa social” que la reforzaba. Por
supuesto, en ningún momento se los concebía como movimiento cultural
alternativo ni como actores políticos sino como delincuentes, por medio de un
proceso de designación que buscaba la total deslegitimación, además de negarse a designar a los extranjeros como
inmigrantes, denominación siempre omitida en las dos leyes. Tal como sostiene
Svampa (1994, 62), la clase dirigente fue connotando negativamente al
inmigrante a medida que éste se insertaba en las luchas sociales, y así pasó a
percibir al inmigrante obrero no ya como el extranjero sumiso sino como un
sujeto peligroso, como fantasma de la nueva barbarie.
La acción violenta fue
un recurso excepcional en el movimiento anarquista argentino, el cual
depositaba la agresión fundamentalmente
en las prácticas discursivas. No obstante, una serie de atentados políticos se
sucedieron en la primer década del siglo.6[6]
A la vez, crecía la agresividad represiva con prohibiciones de los actos del
primero de mayo y de símbolos como la bandera roja –prohibido en 1905-, además
de persecuciones y declaraciones de estado de sitio, hasta llegar a la Ley de
Defensa Social de 1910. En este marco, los festejos del Centenario pueden verse
como “fachada” montada por la elite por encima del proceso
huelguístico (Viñas, 1971, 260).
II. Los sainetes populares
Los enunciados de ambas
leyes reaparecerán como huellas del discurso de la elite dirigente en el teatro
popular, son enunciados anteriores en los que muchas veces se apoya la visión
deslegitimante para construir las representaciones del anarquista.
En otros casos las
representaciones y designaciones mantuvieron relaciones polémicas con el
discurso legislativo. Si bien la figura del anarquista era la contraimagen de
las fantasías de ascenso social de los sectores populares a las que apostaba el
género del sainete en la mayoría de sus textos, sin embargo, en un grupo de
obras éste se constituyó como una representación integrada al mundo popular y
no como sujeto extraño. Los disfrazados (1906)7[7], de Carlos Mauricio Pacheco, es uno de
los sainetes que más tempranamente introdujo la representación de un anarquista
y su discurso, en un marco en el que la represión había aumentado
progresivamente con diversas prohibiciones. Este se concreta en el personaje
denominado Malatesta, cuyo nombre refiere a uno de los primeros activistas
destacados, el italiano Enrique Malatesta, que llegó en 1885 a Buenos Aires. La
identidad del anarquista se vincula al personaje “haragán”, que “no hace más
que hablar”, representación que se relacionaba
con los enunciados pronunciados en el debate previo a la sanción de la ley de
1902 que contraponían al anarquista con el trabajador honrado, y con la imagen
que luego ofreció la ley al negar su integración al mundo del trabajo. Sin
embargo, en el sainete no se lo presenta como extranjero peligroso sino como un
sujeto inofensivo, reflexivo e integrado a la sociedad del conventillo y en ese
sentido se contrapone al discurso de la ley de 1902. Además se trata de un
criollo, en lugar de un inmigrante, hecho que plantea la apropiación de este ideario
en los sectores locales, por lo cual su representación apunta a una integración
cultura anarquista-cultura criolla, visión antagónica a la oficial que en la
ley pretendía señalarla como cultura foránea. Sin embargo, además de plantearse
la integración de este discurso a partir del recurso de heterogeneidad
enunciativa por medio de la inclusión discusiones políticas o del himno
preferido por los anarquistas denominado “Al pueblo”, también se señalan las
diferencias con el anarquismo que mantenían los sectores populares no
politizados y que no pertenecían a los grupos dirigentes obreros, tanto en las
críticas del trabajador Hilario a Malatesta, que le plantea que no se puede
vivir con “palabrerío” y “mate amargo”, como en la caricaturización del anarquista.
8[8]
La fonda del pacarito (1916), de
Alberto Novión, 9[9] propone la
representación de un socialista, pequeño patrón de una fonda de arrabal, muy
vinculada con las representaciones del anarquista. En el sainete de Novión lo
más relevante es la presencia en escena de la bandera roja, uno de los símbolos
de la lucha de los trabajadores, también compartido por el anarquismo10[10]
, el cual había tenido una extensa historia de prohibiciones, más recientemente
en la Ley de Defensa Social de 1910. Significativamente en la clausura del
sainete, a pesar del cierre del
establecimiento por las deudas impagas, se propone la recuperación de la
bandera roja por parte del socialista “Chiquín”. Es decir que la parodia cómica
a partir de la paradoja del patrón socialista no tiene un sentido
despreciativo, ya que finalmente en lugar de proponer una reforma del
personaje, muy por el contrario, se plantea la persistencia de éste con
respecto a su identidad. Las nuevas ideas, de José González Castillo11[11], por medio del personaje “El agitador”
realiza juegos paródicos que se refieren a las nuevas palabras como
“proletaria” o “maximalismo”. 12[12]
La expresión de las nuevas ideas políticas europeas
en versos lunfardos tiene un doble efecto, tanto cómico como de apropiación por parte de la cultura
criolla. Además, el texto incorpora un personaje caricaturesco que
pertenece a la “guardia blanca” con un sentido crítico; este personaje se
refiere a los grupos de voluntarios armados que en la “Semana trágica” de enero
de 1919 secundaron la represión al movimiento obrero. De
este modo, la caricaturización y comicidad de este “nuevo” discurso no posee
una función deslegitimante sino que plantea cierta integración con las culturas
populares. Asimismo, la representación de un pequeño patrón de una sastrería
modesta, un inmigrante italiano a quien el discurso anarquista ha transformado,
se propone en La ilusión de Sabatucci
(1921), de Manuel Romero. 12[13] Nuevamente la representación del anarquista
se basa en la parodia a la doctrina y a las medidas de protesta, tales como el
amor libre o la permanente declaración de huelgas. Aún así, a partir de lo
caricaturesco, el sainete incorpora una representación del anarquista ligada a
sus las prácticas políticas, tales como el paro general, además de identificarlo
con el mundo del trabajo. Aunque se trata de inmigrantes, no se niega su
integración al país ni se los cataloga como extranjeros o delincuentes, tal
como había sucedido en el discurso legislativo. Es decir que el teatro popular
construyó su propia versión del anarquista que se encontraba distanciada de la
imagen del mismo como sujeto peligroso y lo mostraba como un trabajador que
sostenía una serie de reivindicaciones, y a la vez era un ser inofensivo y hasta cómico. No obstante lo cual, muchas veces
desde el género se parodió el discurso anarquista por no compartir sus
posiciones, pero sin caer en un tono condenatorio sino en una crítica
humorística, tal como es el caso de este sainete.
Una
posición antagónica que se reitera en un número considerable de sainetes es la
que introduce designaciones deslegitimantes o la representación del “anarquista
peligroso”. En Maximalismo (1919),
de Josué A. Quesada,14[14] un sainete cómico que se refiere a la
“Semana Trágica”, dicho término además de figurar como denominación de la obra,
se incorpora como designación descalificadora. Los movimientos huelguísticos
incrementaron la percepción de algunos círculos de los sectores dominantes que
planteaban que la revolución rusa influiría en la Argentina, en ese marco se
incorporó el término maximalista para denominar a los partidarios de dicha
revolución 15[15] , con una
connotación negativa, ya que remitía indistintamente a todos los grupos que
participaban en las luchas obreras y señalaba lo que se consideraba el carácter
extremo y extranjero de tales
posiciones. Este cambio en las formas de nombrar puede ser considerado como un
“acontecimiento discursivo” (Zoppi-Fontana, 2004), que plantea un cambio de
sentido con respecto a las obras anteriores ya analizadas, las cuales
introducían representaciones del anarquista o socialista y sus símbolos, si
bien de un modo caricaturesco al mismo tiempo constituyendo un gesto de
integración de su cultura. En Al que
nace barrigón es al ñudo que lo fajen (1921), de Jorge Dowton y Luis
Rodriguez Acasuso, 16[16]
se impone la representación paródica del anarquista peligroso, un zapatero y un
vividor que sueñan ascender por medio de la revolución. La misma representación
del “anarquista peligroso” también es ofrecida en La bomba (1923), de Carlos
Goicoechea y Rogelio Cordone,17[17]
en la cual, un personaje por motivos amorosos finge identidad anarquista y porta el nombre de Regis
Camelisky, que es una parodia de los anarquistas Solano Regis y Simón
Radowitzky –quienes habían cometido atentados-. Las designaciones que recibe
por parte de los personajes de los sectores altos son en su mayoría
deslegitimantes: dinamitero, terrorista,
extremista, ruso y “Malatesta”. En enero de 1923 había sido asesinado el
coronel Héctor B.Varela en un atentado anarquista, quien había estado al mando
de una unidad militar encargada de
reprimir los movimientos huelguísticos de la Patagonia de 1920 y 1921.
Es posible que ese hecho anterior sucedido en ese mismo año haya incidido en la
representación paródica del anarquista como sujeto violento. Más tarde, la
representación del anarquista peligroso es retomada en Giácomo Mussolini (ácrata) (1928), de Antonio Bassi y Antonio Botta, la que se
efectúa por medio del personaje de un chauffeur iniciado en el sindicalismo anarquista,
quien luego de negarse a colocar una bomba realiza un viraje hacia un discurso
antianarquista.
En el discurso
periodístico es posible constatar este cambio discursivo, por medio de dos
posturas críticas emblemáticas. Mientras que las críticas al sainete La fonda del pacarito, de Alberto
Novión, se caracterizaron por designar al personaje que representaba al
socialista por medio de una valoración positiva, a partir de adjetivos
calificativos tales como “excelente patrón anarquista”, “idealista”, “trabajador
honrado” y “sentimental”, en las de La
ilusión de Sabatucci, de Manuel Romero,
se designó al anarquista como un “pobre diablo”, “un extranjero”, “un
extremista insincero”, así como no se designó al anarquismo por su nombre
propio sino como “doctrina extremista” o “sistema maximalista”, las cuales en
su totalidad eran formas de nombrar diversas a las propuestas en el sainete.
Por lo tanto, si bien
una serie de sainetes reproducen un discurso deslegitimante con respecto al
anarquismo, en algunas obras recibió una respuesta integradora que iba a
contramano de la disociación entre la cultura popular y la cultura anarquista
promovidas por el temor de ésta última al efecto disolvente de estos géneros.
Dicha integración se evidencia en el recurso de heterogeneidad enunciativa
mostrada, estudiado por Authier-Revuz (1984, 1). Se trata de heterogeneidad
mostrada porque existe una especificación de la alteridad a partir del empleo
de otra lengua -el cocoliche-, o de un discurso de los otros, el discurso anarquista.
Si lo que representan las formas marcadas es una protección necesaria para que
se pueda mantener un discurso, ya que designan una exterioridad, otro es el
caso de la inscripción del discurso anarquista en el sainete en el que se
plantea una forma de negociación más arriesgada. Tal como sostiene
Authier-Revuz (1984, 11), se trata de las formas no marcadas de la
heterogeneidad mostrada –tal como en el discurso indirecto libre, la parodia-
las cuales juegan con la disolución del otro en uno. Es decir que, al no
existir marcas en el texto dramático –tales como las comillas o bastardillas- y
menos aún en la representación, se renuncia a toda protección y distancia frente al discurso anarquista.
Mientras que las leyes habían fundado un discurso de exclusión, el sainete, un
discurso propio de los sectores populares, en ciertas obras proponía una
arriesgada integración.
BIBLIOGRAFIA
Authier-Revuz, J., 1984. “Heterogeneidad (es) enunciativa (s)”, Langages N° 73, marzo 1984. (Traducción de Marcela Constenla, Instituto de
Lingüística, FFyL, UBA)
Suriano, Juan, 2001. Anarquistas. Cultura y política libertaria
en Buenos Aires. 1890-1910, Buenos Aires, Manantial.
Svampa, Maristella, 1994.
El dilema Argentino: Civilización o barbarie. De Sarmiento al revisionismo peronista,
Buenos Aires, Ediciones El cielo por Asalto.
Viñas, David, 1971. De los montoneros a los anarquistas,
Buenos Aires, Carlos Pérez Editor.
Zoppi-Fontana, Mónica, 2003. “Identidades (in)formais:
Contradicao, processos de designacao e subjetivacao na diferencia”, Organon,
Volumen 17, N° 35,
Revista do Instituto de Letras de Universidade do Rio Grande do Sul.
___________________, 2004. “Acontecimiento, arquivo, memoria: as
margens da lei”, Revista Leitura, N°
29, Maceió, UFAL.
[1] Juan Suriano y Iaácov Oved coinciden en la misma periodización que plantea que a partir de 1910 se inicia el declive ya que se transforman las políticas gubernamentales a partir de una apertura política y cierto reformismo social , y se desarrollan cambios en las formas de sindicalización, momento en el que el movimiento anarquista no logra adecuar sus propuestas a dichas transformaciones (Suriano, 2001, 22).
[2] Este proceso de luchas de los trabajadores a partir de huelgas y movilizaciones, continuó y se intensificó en el nuevo siglo: “A lo largo de la década se sucedieron innumerables conflictos entre los que pueden destacarse siete huelgas generales todas impulsadas por los anarquistas, el mencionado conflicto de inquilinos de 1907, algunas huelgas parciales que adquirieron relativa importancia: tranviarios en 1902, obreros del puerto en 1904 y 1905, maquinistas y foguistas navales en los mismos años, conductores de carros en 1903 y 1906, las movilizaciones del 1 de mayo, particularmente virulentas en 1904, 1905 y 1909, y la manifestación en defensa de los presos sociales en 1910” (Suriano, 2001, 36).
[3] Ley 4144. Colección Anales de Legislación Argentina. Tomo 1889-1919, p.560-561.
[4] Estos procesos de designación fueron estudiados y definidos por Zoppi-Fontana (2003, 251-253) en el caso de las leyes sobre uso y ocupación del espacio público urbano por parte de los vendedores ambulantes o camelós entre 1974 y 2001 en el Municipio de Campinas en Brasil. En nuestro trabajo los empleamos por considerar que las operaciones de designación son similares.
[5] Ley 7029. Colección Anales de Legislación Argentina. Tomo 1889-1919, p.787-789.
[6] En 1905 el tipógrafo catalán Salvador Planas y Virella atentó contra el presidente Quintana y fue condenado a trece años de prisión; en 1908 Solano Regis lanzó una bomba, que falló, contra Figueroa Alcorta, por lo que resultó condenado a 20 años. Esta estrategia de acción violenta culminó en el asesinato de Ramón Falcón, jefe de la policía responsable de la represión policial del 1 de mayo de 1909, atentado realizado por Simón Radowitzky, luego condenado a 18 años. Más tarde, en 1930, Di Giovanni retomaría nuevamente la acción violenta.
[7] Bambalinas. Revista teatral, N° 49, Año II, Buenos Aires, Marzo 15 de 1919. Estrenado en el Teatro Apolo, 6-12-1906.
[8]Asimismo, a partir del procedimiento del mal hablar se representa la integración de estas ideas en los sectores más bajos que habitaban en el conventillo. El personaje se refiere en distintas ocasiones a Pedro Alexievich Kropotkine, uno de los grandes teóricos del anarquismo, pronunciando equivocadamente su nombre. En el sainete se incluía el discurso anarquista a partir del recurso de la heterogeneidad enunciativa mostrada no marcada (Authier-Revuz, 1984, 11), lo cual, aunque se tratara de una inserción paródica, era un modo de citar el ideario ácrata en escena sin diferenciarse o tomar distancia del mismo a partir de marcas textuales.
[9] La novela cómica porteña, N° 10, Año 1, Buenos Aires, 9 de agosto de 1918. Estrenada en el teatro Nacional, el 6 de octubre de 1916, por la Compañía Nacional Vittone-Pomar.
[10] La bandera anarquista poseía además un crespón negro o una franja de ese color.
[11] Teatro Popular N° 56, Año II, 30 de noviembre de 1920. En la publicación no se indica fecha de escenificación pero al final de la obra se encuentra la leyenda “Buenos Aires, después de la semana de enero”. La referencia es a la semana trágica de enero 1919, lo que se agrega a acontecimientos indicados en la obra que corresponden a esos sucesos.
[12] El agitador: Parensé
y no sean otarias...
y
dejensé de aspamento!...
que ya
ha llegado el momento
también de las proletarias!
Costurerita 1: ¿Y nosostras somos eso?
El agitador: Y natural que
lo son...
Y pior!...porque son
el queso
De la vil
explotación!
La palabra es bien
cantora;
El término “proletarias”,
Pues quiere decir: otarias
Con prole... ¿Manyan ahora?
porque la mujer de hoy en día
no sirve más que para cría,
pa cría con prole y todo!
Y esa es una aberración
que no está con el progreso
Por eso parlo, por eso,
De la reivindicación! (1920, 3)
[13] La Escena Revista teatral, Supl.52, Año IV, Buenos Aires, 29 de agosto de 1921.Estrenado en el Teatro San Martín por la Compañía Arata-Simari-Franco.
[14] El Teatro Nacional, N° 51 y 52, Año II, Buenos Aires, 28 de mayo de 1919. Estrenado por la compañía Rivera-De Rosas, en el Teatro Esmeralda.
[15] Se comenzó a emplear en Italia y señalaba una tendencia surgida en 1919 en el Partido Socialista Italiano, partidaria de un programa por el cual el movimiento obrero se debía plantear la conquista del poder negando validez a objetivos transitorios y etapas intermedias.
[16] La escena. Revista teatral, Año IV, N° 156, Buenos Aires, 23 de junio de 1921. Se estrenó en el Teatro San Martín por la Compañía Arata-Simari-Franco, el 23 de mayo de 1921.
[17]
Presentada como “Pochade
en dos cuadros”, La escena. Revista teatral, Año VI, N° 282, Buenos Aires, 22
de noviembre de 1923. Estrenada por la C.ompañía Simari-Franco, Teatro Smart,
6 de noviembre de 1923.