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LA FIGURA DEL LECTOR EN LA TRANSICIÓN DE LA ESTÉTICA DEL SESENTA AL SETENT
A


Aguilera, María Evangelina

U. N. de Mar del Plata


“...palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros”.

Jorge Luis Borges, “El Inmortal”

 

 “Todos somos poetas de transición:    

la poesía jamás se queda inmóvil”.

 

                                                                                      José Emilio Pacheco, “Manifiesto”.

 

   Emprender la lectura de “Los trabajos y el mar” de José Emilio Pacheco- poemario escrito a fines de la década del setenta- supone adentrarse en la tarea ardua y amena de reconocer cierto entramado de la obra. Este tejido textual permite distinguir las conexiones que el texto ofrece internamente y las que pueden establecerse con los poemarios precedentes del autor. En ambos casos, el posicionamiento acerca de la escritura poética implica detectar los procedimientos que se emplean como así también  la relación existente entre ésta y  el contexto de producción, lo cual nos induce a rastrear el “vestigium” de otras escrituras, esto es, seguir las huellas que han dejado otras lecturas y otras escrituras  en los textos de Pacheco.

La significación poética

El campo de la significación poética ha ofrecido una respuesta dicotómica: o se consolida la ilusión de alcanzar la significación mediante la mímesis, sobre matrices  discursivas  de  verosimilitud  y realismo historicista y existencial, o bien se la asume como imposibilidad. Esta última respuesta, en la que ubicamos a  Pacheco, es la actitud propia de la vanguardia. Desde esta concepción la poesía desarrolla la ambigüedad mediante la destrucción sintáctica, semántica y fónica del lenguaje y su reconstrucción en el “elaborar mismo”, lo que le otorga al discurso su intrínseco valor, su especificidad.

   Con el fin de considerar la obra poética de Pacheco en su conjunto y, de esta manera, anular el simplismo didáctico de la separación por décadas, planteamos la posibilidad de ver el recorte que hacemos aquí de la obra como un gran sintagma cuyo rasgo significante sería el “proceso” constante que lo produce. Esta metodología  de análisis nos devela, por un lado,  la existencia de un proceso y , por otro, la de momentos de “concentración” los que nos permitirían establecer las etapas de transición de su escritura.

  A partir de los tres poemarios editados en el 60- “Los elementos del anoche” (1958-1962), “El reposo del fuego” (1963-1964), “No me preguntes cómo pasa el tiempo” (1964-1968) – podríamos detectar ciertos rasgos que pueden ayudarnos a entender en qué medida hablaríamos de proceso y a delimitar el concepto de transición.

 

El linaje de las vanguardias

Los dos poemarios iniciales retoman los ideologemas nucleares de la vanguardia histórica. Con una fuerte presencia de lo onírico, las imágenes y los espacios que construyen estos trabajos recrean  la temática del transcurrir del tiempo a partir de las metáforas del mar, la noche , las ruinas y el fuego. Subsiste de las vanguardias un cierto gusto por las imágenes insólitas y las asociaciones arbitrarias lo que demuestra, además de una evidente denegación del criterio realista, la revalorización del plano onírico en la construcción poética. La operatoria básica que se observa está dada por los cambios en los registros genéricos (del verso libre a la estrofa con métrica y rima, a la creación de sonetos, prosas y églogas) lo que da cuenta del empleo de formas clásicas como un gesto deconstructivo y de una profunda noción de autonomía artística.

Las presencias de Tristan Tzara y Jorge Luis Borges (a partir de un fragmento en francés que funciona como epígrafe del poemario y de un verso de “Two english poem”, epígrafe del poema “De algún tiempo a esta parte”, sucesivamente) son dos pilares que justifican en nuestra interpretación los procedimientos del lenguaje y los temas escogidos: la insistencia temática de la búsqueda del sentido, la angustia sobre el fluir temporal, el sueño y los espejos que filtran y desaparecen toda precisión de la palabra:

 

LA MATERIA DESHECHA

Vuelve a mi boca, sílaba, lenguaje

que lo perdido nombra y reconstruye.

Vuelve a tocar, palabra, el vasallaje

donde su propio fuego se destruye.

 

Regresa, pues, canción hasta el paraje

en que el tiempo se incendia mientras fluye.

No hay monte o muro que su paso ataje.

Lo perdurable, no el instante, huye.

 

Ahora te nombro, incendio, y en tu hoguera

me reconozco: vi en tu llamarada

lo destruido y lo remoto. Era

 

árbol fugaz de selva calcinada,

palabra que recobra en el sonido

la materia deshecha del olvido.

                   “Los elementos de la noche”.

 

El ciclo de los gérmenes de escritura vanguardista parecería comenzar a cerrarse en la tercera sección del segundo poemario cuando el sujeto poético agrega la mirada sobre el espacio concreto de México. La articulación que “El reposo del fuego”  entabla con “Los elementos de la noche” se evidencia en el plano de los procedimientos y temáticas que comparten pero el alejamiento de este último- rasgo que cierra el ciclo de la vanguardia- reside en la visión crítica que el sujeto poético entabla con su tradición y con su contexto de escritura[1]:

 

I

(...)

Bajo el suelo de México verdean

eternamente pútridas las aguas

que lavaron la sangre conquistada.

Nuestra contradicción- agua y aceite-

permanece a la orilla y aún divide,

como un segundo dios,

                  todas las cosas:

lo que deseamos ser y lo que somos.

(...)

el ajolote es nuestro emblema. Encarna

el temor de ser nadie y replegarse

a la noche perpetua en que los dioses

se pudren bajo el lodo

y su silencio

           es oro

- como el oro de Cuauhtémoc-

que Cortés inventó.

(...)

          “El reposo del fuego”

 

El último poemario, “No me preguntes cómo pasa el tiempo”[2], podría identificarse como  la primera transición en la obra poética de Pacheco ya que cierra por completo el ciclo de influencia de las vanguardias y sienta las bases de la corriente escrituraria del sesenta.

 

Cabe preguntarnos cuáles son los rasgos de escritura que situarían a “No me preguntes...” como el punto de inflexión del agotamiento vanguardista y del encuadre en la corriente literaria del sesenta.

   Pacheco parecería fusionar las dos líneas poéticas de esta época: una fuerte presencia del trascendentalismo poético y, a su vez, la presencia –acaso menor, pero detectable- de una poética de intención social sin ser ésta netamente política o referencial. La visión crítica del contexto social hispanoamericano (en especial, del contexto de México) no se ciñe a los tonos panfletarios ni al coloquialismo imperante en los poetas que intentaron reconstruir la noción de referencialidad textual. Antes bien, “la politización externa es, en esta perspectiva, el intento de acercar lo que motiva y recorre el sistema de producción de la escritura a la posibilidad de lectura, en una especie de ajuste que perfecciona el modelo que desde la poesía se ofrece a la sociedad”[3]. La denostación al imperialismo y a los signos que anticipan la ruina del hombre moderno (su cosificación, su abulia, su pérdida de sentido) tienden más bien a expresar lo caótico de las circunstancias históricas, la fugacidad el tiempo y la destrucción que se cierne sobre el hombre. Por eso mismo, si hay un presente y un lugar concreto (México, Vietnam, el Ché Guevara y Norteamérica), estos indicios operan también como la posibilidad de la lectura histórica del pasado y del porvenir. Poemas como “Ché”, “Ya saben para quién trabajan” y, en especial, “Manuscrito de Tlatelolco”, podrían ser ejemplos contundentes.

CHE

Ellos

Al darle muerte

Le otorgaron

La vida perdurable.

 

   Pero en qué sentido Pacheco toma la línea trascendentalista de los sesenta. Fundamentalmente en el carácter insistente de la tematización de la palabra, en el lugar protagónico que asume el lenguaje. Los textos metaliterarios- rotundas críticas al modernismo y a los clásicos- y los textos metapoéticos, como también la invención de autores apócrifos que reflexionan sobre el carácter poético y que crean  a partir de textos ajenos nos manifiestan la intención de exasperar en el lector la reflexión sobre la dimensión lírica y del carácter de artificio sobre el que reposan las palabras. “Homenaje  a la cursilería” y “Crítica a la poesía” son poemas que pueden ser ejemplificativos en este sentido.

CRITICA DE LA POESIA

 

He aquí la lluvia idéntica y su airada maleza.

La sal, el mar deshecho...

Se borra lo anterior, se escribe luego:

Este convexo mar, sus migratorias

y arraigadas costumbres,

ya sirvió alguna vez para hacer mil poemas.

 

(La perra infecta, la sarnosa poesía,

risible variedad de la neurosis,

precio que algunos pagan

por no saber vivir.

La dulce, eterna, luminosa poesía.)

 

Quizá no es tiempo ahora.

Nuestra época

nos dejó hablando solos.

                  II Mira cómo son las cosas, “No me preguntes cómo pasa el tiempo”.

 

Hemos intentado describir hasta ahora los dos grandes ciclos de la poesía escrita en el sesenta: el inicial ciclo heredero de la vanguardia y el segundo ciclo- o la primera transición- que, como decíamos, se propondría como el intento de fusionar las líneas poéticas trascendentalistas y referenciales, sucesivamente. Ahora bien, estos rasgos que hemos descripto nos hablarían de las diferencias escriturales entre ciclo y ciclo pero- y para adentrarnos en el tema del lector, vemos una operatoria común en ambos ciclos que nos permitirían hablar de las constantes o la continuidad en el elaborar poético de Pacheco.

   Nos referimos a la operatoria de intertextualidad como un acto de apropiación creativa de la palabra ajena, de diálogo que el autor genera con otro texto, como “una relación dialógica de carácter creativo que las transforma de palabras ajenas en palabras propias-ajenas[4] o, en palabras de Kristeva, como “una permutación de textos: en el espacio de un texto, muchos enunciados, tomados de otros textos, se cruzan y se neutralizan”.

   En el primer ciclo, encontramos dos poemas que presentan una fuerte relación intertextual : el primero, es un poema de homenaje a Rosario Castellanos titulado “Presencias”. El texto de Pacheco se propone, en  principio, como la continuación poética al poema homónimo de Castellanos. Sin adentrarnos en un análisis exhaustivo- que excedería el marco de esta exposición- podemos señalar que lo particular del trabajo intertextual consiste en que el texto de Pacheco plantea el homenaje a la autora en la apropiación del tema, del título y del tono que posee el texto antecesor. Como si el texto propio de Pacheco pudiera conectarse en un diálogo con otras lecturas y otras escrituras , el trabajo intertextual parecería necesitar de las nociones de memoria y olvido para que se produzca el proceso de apropiación [5]. Así, en Castellanos leemos:

 
Nadie verá la destrucción. Ninguno
Recogerá la página inconclusa.
Entre el puñado de actos
Dispersos, aventados al azar, no habrá uno
Al que pongan aparte como a perla preciosa.
Y sin embargo, hermano, amante, hijo,
Amigo, antepasado,
No hay soledad, no hay muerte
Aunque yo olvide y aunque yo me acabe.

Hombre, donde tu estás, donde tú vives.
Permaneceremos todos.

                 “Presencia”, Rosario Castellanos

 

 Y en Pacheco:

 

¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía
que vuelva a ser de pronto primavera.

No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,
ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive yo estaré despierto.

 

 

Atendiendo a la producción del discurso, Kristeva sostiene que “en el paragrama de un texto funcionan todos los textos del espacio leído por el escritor” (236) y que, en consecuencia, «”Leer denota, pues, una participación agresiva, una activa apropiación del otro. “Escribir” sería el “leer” convertido en producción, industria: la escritura-lectura, la escritura paragramática sería la aspiración a una agresividad y una participación total» (236).De esta manera vemos como : “El libro remite a otros libros y [...] da a esos libros una nueva manera de ser, elaborando así su propia significación” (236-237). La intertextualidad, entonces, nos permite pensar en la escritura y la lectura como dos instancias de un mismo proceso: el de la significación infinita.

   Parte del mismo proceso de apropiación se evidencia en el procedimiento de reescritura. Es aquí donde nos interesa hacer mayor incapié debido a que planteamos que (al menos en recorte temporal que estamos analizando: los poemarios del sesenta hasta los de fines del 70) la reescritura de textos ajenos es una operatoria constante que cohesiona los diferentes ciclos poéticos manteniendo la concepción de escritura poética basada en la intervención de la figura del lector como “autor constructor de sentidos”.

¿Cuáles son estos “poemas- nodos” que, por su operatoria, permiten distinguirlos como los puntos de concentración que dan tensión a la obra de Pacheco?

 

Los nodos

   Estos “poemas- nodos” aseguran la permeabilidad discursiva que da entrada a otros textos. La intertextualidad y la reescritura, como operadores de escritura fundamentales, construyen una red de intertextos y transforma a cada ciclo poético en escritura cruzada por huellas polifónicas heterónomas: ingresan, así, diversos autores, épocas y contextos.

   Un “poema- nodo” fundamental del primer ciclo de la escritura de Pacheco se titula “De algún tiempo a esta parte” . Este es la reescritura de “Two english poem” de Jorge Luis Borges y, de alguna manera, es de importancia capital para el ciclo del que hablamos porque en él se concentran los temas recurrentes de estos poemarios (destrucción del tiempo, recurrencia  a la imagen de la noche, la muerte) y, fundamentalmente, la inefabilidad poética.

   En el segundo ciclo el poema que identificamos como nodal es “Manuscrito de Tlatelolco (2 de octubre de 1968)”. Este poema es la reescritura de textos traducidos del náhuatl por Garibay y León- Portilla (en “Visión de los vencidos”, 1959) y de los textos reunidos por Elena Poniatowska en “La noche de Tlatelolco”. En este ciclo, también, es dable observar un caso más inquietante de esta operatoria con los poemas del autor apócrifo Fernando Tejada de quien Pacheco dice en un jocoso prefacio, guiño al lector de sus poemas:

 Los amores parodian, distorsionan y saquean un texto clásico para llevarlo al contexto degradado de otra época. No siempre con acierto, oponen una de las posibles realidades actuales (1959) del amor- pasión al concepto aún trovadoresco y petrarquista que se halla en los extraordinarios Sonnetes pour Hélène (1578) de Pierre de Ronsard (1524- 1585). En cierto modo Fernando tejada parece un continuador de Jualián Hernández, a quien seguramente nunca leyó” .

 

   A fin de no enumerar estérilmente todos los poemas nodales creemos más conveniente interrogarnos acerca de cuál es el tratamiento con el lenguaje que pone de manifiesto la reescritura.

   En principio, los caracteriza el hecho de concentrar los grandes temas que plantean los poemarios en el que están insertos. Luego, son poemas que se presentan como una desviación del texto que reescriben: distancia genérica y distancia posible de sentido debido a que la reescritura permite la resemantización de las palabras- ajenas en un contexto- otro de escritura. La cita anterior donde Pacheco comenta la estrategia de “saqueo” del apócrifo Tejada puede ser un claro ejemplo de esta operatoria. Otro de los rasgos comunes que creemos fundamental es la incorporación de la presencia del lector. Todos estos poemas dejan huellas o pistas textuales a través de epígrafes, notas al pie o cambios de grafía las cuales, si bien en principio, pueden entenderse como un intento por hacer menos críptica la lectura, también funcionan como la respuesta a la pregunta implícita de cómo poetizar. Dice Carmen Alemany Bay[6]

   “Creación y traducción  (y nosotros agregaríamos intertextualidad y reescritura) se combinan en la poesía de Pacheco con el convencimiento de que la Poesía en estos días ya ha perdido su significado histórico. Pero el poeta asume, sin mesura ni melancolía, esta situación y está plenamente convencido, como lo hace con la utilización de máscaras- entiéndase heterónomos, traducciones reinterpretadas, etc-, de que la deriva del yo hacia otras voces hace del poeta un nuevo juglar que, tomando textos de otros autores, de otros géneros, crea espacios textuales lúdicos a través de los cuales el lector perciba la presencia de otras voces fundidas en una” (Pág. 36).

 

Observación de un caso: la reescritura de Rulfo en los setenta.

 

   Con el fin de reconocer en la reescritura una operatoria constante elegimos un texto que no pertenece a los dos ciclos que hasta ahora veníamos analizando sino que se incluiría en un tercer ciclo poético identificado con el repliegue del texto sobre sí mismo. El poema “ Qué tierra es ésta?” se incluye en el último apartado del poemario “Los trabajos y el mar” (1979- 1983) , “Ocasiones y circunstancias”. En este apartado es dable observar la operatoria de reescritura como una herencia del ciclo anterior, en tanto que los poemas se transforman en breves palimpsestos sonde  el lector debe reconocer las inspiraciones ajenas y las palabras que ya se han dicho en otras “ocasiones y circunstancias”.

   El epígrafe de este apartado es una reescritura del versículo I del salmo 33 del Profeta Isaías: ”Ay de ti que saqueas y nunca fuiste saqueado,/ que haces deslealtad y nadie contra ti/ la hizo!. Cuando acabes de saquear serás/ saqueado y cuando acabes de hacer deslealtad/ se hará contra ti!”. Este versículo puede resignificarse emparentando la acción de robar con la acción de escribir. Necesariamente quien escribe, roba y quien saquea la palabra ajena, luego es saqueado, al menos por aquel individuo que lee y descubre la procedencia laberíntica de las palabras. De esta manera, el primer poema de este apartado es, como dijimos, “ ¿Qué tierra es ésta?”, reescritura del cuento “Nos han dado la tierra” de Juan Rulfo. Quisiéramos, entonces, detenernos brevemente en este caso.

   Cuento con la memoria de ustedes acerca de los cuentos de “El llano en llamas y me limito, por razones de tiempo, sólo a la lectura de las iniciales estrofas de la poesía de Pacheco:

¿QUÉ TIERRA ES ÉSTA ?

             homenaje a Juan Rulfo con sus palabras.

 

Hemos venido caminando

desde el amanecer.

 

Ladran los perros.

 

Grietas, arroyos secos.

Ni una sombra de árbol,

ni una semilla de árbol

ni una raíz de nada.

 

Los cerros apagados y como muertos.

 

Aquí así son las cosas.

Por eso a nadie

le da por platicar.

 

Aquí no llueve.

A la gota caída

por equivocación

se la come la tierra

y la desaparece en su sed.

 

¿Quién haría este llano tan grande?

¿Para qué sirve este llano tan grande?

 

No hay conejos,

no hay pájaros,

no hay nada.

 

Tanta y tamaña tierra para nada.

 

Unos cuantos huizaches,

una que otra manchita de zacate

con hojas enroscadas.

 

Nos dieron esta costra de tepetate

para que la sembráramos.

 

Pero no hay agua.

Ni siquiera para hacer buches

tenemos agua.

 

Tierra como cantera que rechaza el arado.

Un blanco terregal endurecido

en que nada se mueve.

 

Esta es la tierra que nos dieron,

sombra recalentada por el sol.

 

No es tiempo de hojas.

Tiempo seco y roñoso de espinas.

Polvo seco

como tamo de maíz que sube muy alto.

 

Seguimos buscando por todas partes

entre el rastrojo.

Muchas lamentaciones revueltas

con esperanzas.

(...)

 

Este poema nos permite entender que la apropiación de la palabras ajenas no es un mero traslado pasivo del cuento a un poema sino que, al apropiarse, selecciona, reacomoda y resemantiza el texto original. El cambio del título, de una afirmación a una interrogación, marca uno de los principales alejamientos en tanto que la interrogación presupone un tono exhortativo que coincide con los últimos versos dirigidos a una primera persona plural de la que se espera una respuesta: “Digan si oyen alguna señal de algo/ o si ven luz en alguna parte/ digan si ven la tierra que merecemos/ digan si contra nuestras penas/ hay esperanza”.

   La “re- ubicación” formal que hace Pacheco responde a una selección de la palabra de Rulfo que no respeta la linealidad del cuento, es decir, reubica las frases tomadas textualmente en otro orden de aparición. Esta re- ubicación resemantiza el texto escrito en tanto que aquí se insiste sólo en el tiempo presente del cuento, obviando el trabajo que hace Rulfo con la movilidad temporal.

   La selección que hace Pacheco, que además desiste de los diálogos y de los personajes- remarca el tiempo presente. El presente es en el cuento el lugar del silencio por la ausencia de diálogo. En Rulfo, la movilidad en el tratamiento de la temporalidad habla del carácter fluctuante de las transformaciones sociales; en Pacheco, la elección de resaltar el tiempo presente produce la dislocación del texto/contexto permitiendo que el autocuestionamiento sea sobre el presente y que este tiempo sea, a su vez, la reflexión sobre el acontecer de la poesía.

   A partir de la décimo primera estrofa se observa una breve modificación sintáctica con la incorporación de un verbo (“dieron”). Esto, que podría ser un elemento menor, favorece la sonoridad del poema y deviene en una transformación creativa de la palabra de Rulfo. De ahora en más, ya no se trasladan las oraciones del cuento a los versos del poema sino, antes bien, se eligen comparaciones o sintagmas y se forman nuevos versos con ese material. Por ejemplo, se desplaza una metáfora del cuento recreando su sentido con otras palabras:

“ ¿Cuál es la tierra que nos han dado, Melitón? Aquí no hay tantita que necesitaría el viento para jugar a los remolinos” (“El llano en llamas”)

 

“No es tiempo de hojas.

Tiempo seco y roñoso de espinas.

Polvo seco

como tamo de maíz que sube muy alto” (“ ¿Qué tierra es ésta?”)

 

Es en la estrofa diecisiete donde se produce el quiebre definitivo del texto, estrofa bisagra que separa el texto en dos partes: la que analizamos hasta ahora – en la que se evidenciaban transcripciones literales, desplazamientos y reacomodaciones de la palabra de Rulfo - y esta segunda parte que se presenta como la escritura de Pacheco a partir de la lectura de Rulfo. Esta creación, inspirada en el cuento, y respetuosa del tono, del vocabulario y del tema rulfiano, colabora con la idea del lector como autor.

   “ ¿Qué tierra es ésta?” es un poema fundamental en el análisis de la concepción poética de Pacheco porque, de alguna manera, se presenta desde sus procedimientos formales como una suerte de metapoesía. Es decir, expone ella misma, en su misma materialidad, la concepción de poesía, poeta y lector que viene gestándose desde el primer ciclo : poesía como lugar de encuentro con el lector, lector como coautor del texto que interpreta y, en este sentido, poesía colectiva.

 

Fin de una lectura inacabada

   He intentado esbozar en estas páginas una lectura personal acerca de la construcción de la figura del lector en los libros de Pacheco en un recorte temporal preciso: del sesenta al setenta. Con las limitaciones temporales de esta ponencia- que me ha obligado a saltear análisis concretos que hubieran enriquecido la exposición. He reseñado a grandes rasgos los ciclos poéticos del autor y he planteado la operatoria de reescritura como una constante que da unidad al insesante fluir entre los ciclos. He sugerido, a su vez, que esta operatoria produce un efecto de búsqueda unitaria. Esa búsqueda, a mi entender, es la de la respuesta a cómo poetizar. Como respuesta, he encontrado en esta lectura inacabada que es en el lector- en ustedes y en mí. En quien Pacheco confía su escritura. Dejo a Pacheco, entonces, las últimas palabras:

“Sigo pensando

que otra cosa es la poesía:

una forma de amor que sólo existe en silencio,

es un pacto secreto entre dos personas,

de dos desconocidos casi siempre

(...)

...yo quisiera como el poeta español

que la poesía fuese anónima ya que es colectiva

(a eso tienden mis versos y mis versiones).

Posiblemente usted me dará la razón.

Usted que me ha leído y no me conoce.

No nos veremos nunca pero somos amigos.

Si le gustaron mis versos

qué más da que sean míos/ de otros/ de nadie.

En realidad los poemas que leyó son de usted:

Usted, su autor, que los inventa al leerlos.”

         “Carta a George B. Moore. En defensa del anonimato” (Los Trabajos del Mar).

 

 

BIBLIOGRAFÍA ESPECÍFICA

 

a- Sobre José Emilio Pacheco:

Pacheco, José Emilio, Tarde o temprano (1958-2000).México: Fondo de Cultura Económica.

 

 

BIBLIOGRAFÍA GENERAL

 

*ALEMANY Bay, Carmen .”El poema como Isla: Islas a la deriva de José emilio Pacheco”. En: IIICongreso de la Asociación española de estudios Hispanoamericanos. Universidad de Alicante, España. P. 27-36

*Benjamin, Walter (1973) “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, en Discursos interrumpidos I, Madrid: Taurus.

*Calabrese y Martínez: Miguel Briante. Genealogía de un olvido. Rosario, Beatriz Viterbo, 2001.

*Kristeva Julia: Semiótica I y II, Madrid, Fundamentos, 1981

*Mignuolo, Walter (1982) “La figura del poeta en la lírica de vanguardia”. En : Revista Iberoamericana, N° 118-119.

*Muschietti, Delfina (1989) “Las poéticas de los 60”. En Cuadernos de literatura, resistencia, N°4, 1989, pp.129-139.

*Plaza, Ramón. “Poesías y poetas del ’60: una generación sepultada”. En: El ’60. Poesía Blindada, Buenos Aires: Gente sur, pp. 7-17.

*Prieto, Adolfo (1987) “Los años sesenta”. En: Revista Iberoamericana, N° 125, octubre-diciembre 1983, pp. 889-901.

*Prieto, Adolfo “Las revistas literarias”, CEAL, N°56



[1]. De alguna manera este poema de Pacheco estaría enmarcado entre dos grandes textos que expusieron, como él, la problemática de la identidad del hombre mexicano. Nos referimos a “El laberinto de la soledad” de Octavio Paz (1950) y a Carlos Fuentes con su ensayo “Tiempo mexicano” del año 1971. Nociones como máscara, pachuco, chingada y Quetzalcóatl parecen resonar en estos versos.

[2] Los setenta y cuatro poemas de “No me preguntes...” están ubicados en cuatro apartados: “En estas circunstancias”, “Mira cómo son las cosas”, “Postales/ Conversaciones/Epigramas” y “Los animales saben”. En ellos se reflexiona sobre la construcción de la poesía (“Crítica de la poesía”), el lugar de la poesía en nuestra época (”Dichterliebe”), la inefabilidad y perdurabilidad del hecho poético (“Disertación sobre la consonancia y“Conversación romana ”,respectivamente).

 

[3] Este es un fragmento de una interesante nota al pie que Noé Jitrik, en su artículo “Alturas de Macchu Picchu. Una marcha incesante a través de un discurso poético incesante”, redaacta a propósito de la politización de la obra de Pablo Neruda. Por su operatividad respecto al poeta que analizamos, la incluimos en nuestro texto.

[4] Calabrese y Martínez: Miguel Briante. Genealogía de un olvido. Rosario, Beatriz Viterbo, 2001: 40.

 

[5] Nos parece particularmente productiva, en este caso,  la noción bajtiniana de que la intertextualidad (concepto propio de Julia  Kristeva) no sólo es retrospectiva sino también prospectiva a partir del movimiento dialógico de la comprensión: “el punto de partida - el texto dado, el movimiento hacia atrás - los contextos pasados, el movimiento hacia delante - la anticipación (y comienzo) de un contexto futuro” (Bajtín, 1990: 384). Si bien el primer Bajtín consideraba la intertextualidad una operación consciente, en este segundo momento incorpora las nociones de memoria y olvido para que se produzca el proceso de apropiación

 

[6] Catedrática de la Universidad de Alicante a quien debemos la cita anterior de su interesante artículo “El poema como Isla: Islas a la deriva de José Emilio Pacheco”.

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