ateología

Elitismo


Si, soy ateo - ¿Querés saber por qué?

Había pensado en escribir un ensayo sobre el elitismo entre los ateos, o el elitismo que proviene de asumir el ateísmo en una sociedad irracionalmente dedicada a adorar dioses. Pero descubrí que generalizar tiene sus peligros, y conduce inevitablemente a temas alejados del principal, a aclaraciones, digresiones y disculpas. Así que esto que sigue trata de ser un ensayo personal, esperando que cualquier incursión ocasional en lo general me sea perdonada.

¿Qué puede tener de elitista ser ateo? Todo depende de la sociedad en que uno viva, supongo. En mi caso hay varios elementos que podrían contribuir a que yo mismo me viera como parte de una élite. En primer lugar, soy el único en mi familia que tengo esta postura. Mis padres son devotos católicos, y mi hermano tiene sus críticas hacia la Iglesia (que mis padres en cierta medida comparten), pero todos ellos definitivamente creen en Dios, en Jesús y en un reino trascendente, y lo afirman todas las semanas en misa.

Además, soy también único entre mis amigos, aunque sé que la mayoría de ellos abrigan reservas con respecto a las instituciones eclesiásticas y el dogmatismo en la definición de Dios. Esto es común entre los jóvenes donde vivo, y entiendo que en la mayor parte de Occidente. La religión no ocupa mucho espacio en sus vidas. Como suele suceder con la mayoría de los adultos también, hasta una cierta edad, se asiste a celebraciones para bautismos, comuniones, confirmaciones y casamientos; algunos también van en Pascua o en Navidad. Mis amigos provienen de entornos distintos y sus prácticas religiosas varían, pero ninguno ha expresado dudas sobre la existencia de Dios o de la inmortalidad.

Una de mis amigas me dijo una vez que ella creía en Dios cuando lo necesitaba (en los malos momentos, para sentir que podía hablar con alguien más fuerte). Un amigo dijo que, sean cuales fueren las probabilidades en contra de Dios, siempre habrá algo que no podamos explicar, y en esa incertidumbre podía seguir creyendo. Otro le replicó, acertadamente, que eso dejaba mucho que desear como manera de encontrar un apoyo.

Todo esto ocurrió durante la primera conversación en la que yo mencioné mi ateísmo. Desde entonces hemos hablado un par de veces sobre el tema (contraviniendo el precepto laico de que no se debe hablar de sexo, política ni religión en una reunión de amigos), pero jamás he dejado de sentirme incómodo, incluso entre amigos comprensivos y con una variedad de opiniones como éstos que tengo, por la posibilidad de sonar elitista, con aires de superioridad.

No de elitismo, pero sí de elevar mis conocimientos y mi lógica al rango de poder supremo, me han acusado otros con quienes he conversado por e-mail. A lo que he respondido casi invariablemente que mis axiomas, lo que considero saber con seguridad, son mínimos, la menor cantidad posible, mientras que los que creen en Dios muestran una gran arrogancia al pretender que sea cierto algo que ellos sienten verdadero, sin pruebas tangibles ni argumentos sólidos. De cualquier manera, la verdad es que todos vivimos en un mar de incertidumbre, y ¿quién soy yo para reclamar tierra (conocimiento) firme?

¿Elitismo o no? La pregunta es ambigua a propósito. Por un lado me he preguntado si me estoy portando como un engreído sabelotodo. A veces lo siento así. Es muy fácil decir "Dios existe" y soltar un par de argumentos sencillos, que cualquiera puede imaginar por sí solo, como la increíble complejidad del universo o la unicidad de la mente humana entre los animales. Pero se requiere un buen background científico para explicar por qué esos sencillos argumentos son falaces. Uno corre el riesgo de encontrarse disertando sobre biología y evolución, o sobre cosmología y fluctuaciones cuánticas del vacío, y esos temas no sólo son desconocidos para la mayoría, sino que hacen sonar a cualquiera como una especie de ratón de biblioteca o nerd. En este sentido, pertenezco sí a una élite... una que desearía perdiera su status como tal, la élite de los interesados en la ciencia y que tienen algún acceso a ella, aunque no sean profesionales en el tema (yo no lo soy).

Pero he dicho que la pregunta era ambigua. ¿Elitismo o no? Aun si no pertenezco a una élite ni me comporto como tal, ¿no debería hacerlo? Al fin y al cabo, ¿no es el ateísmo una buena noticia? (Para mí lo es, pero no para otros, y en todo caso es tema para otro ensayo.) Desde el llano, ¿no se hace imposible rebatir a los creyentes y sacarlos de su error? ¿No pasa uno de un hipotético elitismo a una cierta complacencia, al conformismo hipócrita? Si se tiene que parecer un sabelotodo odioso, ¿por qué no asumir la actitud más natural y que los demás se adapten a ella, si son capaces? Las respuestas son múltiples, y cada una presenta sus inconvenientes.

Para los capaces de mantenerlo en alto, un cierto elitismo es ventajoso. Les permite hablar con libertad y sin sentirse avergonzados o inhibidos. Un cierto rechazo (que sufrirán inevitablemente) les permite seguir seguros de su postura. Su vehemencia ayuda a la propagación del mensaje. No tienen que aparentar respeto por opiniones que no lo merecen.

Sin embargo, esta postura tiene un problema: si la audiencia no es lo suficientemente grande y variada para empezar, el vehemente orador puede quedarse hablando solo. Este podría ser mi caso con seguridad, si no fuera porque tropiezo con una dificultad anterior: mi carácter no es así. Cierto es que se me suelta la lengua, pero no me cabe el papel de magister y mi vehemencia es frágil. Por lo demás, no estoy tan seguro de todo lo que digo como para declamarlo de esta manera.

Me queda el llano, pero éste también tiene inconvenientes. En un mundo donde mucha gente cree no sólo en Dios, sino en cosas mucho más ridículas y más obviamente falsas (como los horóscopos), uno que desea permanecer callado tiene que morderse la lengua varias veces al día. Y salir de esa postura intempestivamente también es incómodo. Al menos al sabelotodo todos lo conocen como tal. Su postura elitista es una característica asumida. No tiene que elevar la voz para llamar la atención; cuando se trata un tema que roza con su campo, todos alrededor pueden esperar confiadamente una reacción por su parte.

El llano tiene todas las ventajas del conformismo, sin su mal nombre. Permite guardar lo que muchos llaman "respeto", es decir, casi lo mismo que "buen gusto" o "tacto", lo cual no tiene nada que ver con el auténtico respeto h acia las ideas. El ateo en esta posición puede sonreírse para sus adentros o permanecer indiferente, tranquilo en su relativa seguridad, y evitar discusiones y malentendidos con personas que, en cualquier caso, no van a cambiar su modo de vida ni sus creencias por más argumentos que escuchen. En tanto no haya una persecución activa ni una imposición religiosa violenta (que no existe, afortunadamente, en ningún país civilizado actual [1]), el ateo puede vivir y dejar vivir sin preocupaciones.

¿Cuál es el camino a seguir? Dependerá de cada cual, según sus posibilidades. Por mi parte, he decidido morderme la lengua entre personas que no me conocen, y soltarla en el resto de las ocasiones. Nunca he hecho manifestación pública de mi ateísmo, ni siquiera con una carta al editor de un diario o con un estampado en la ropa que diga "Sé feliz, Dios no existe" o similar. Pero creo firmemente que quejarse en silencio no sólo es improductivo, sino que el que no aporta su granito de arena al cambio no tiene derecho a quejarse, al menos cuando el granito en cuestión no implica sacrificios de ningún tipo más que el de hablar y superar una cierta timidez o incomodidad. No soy un evangelista de los mejores, pero aquí estoy, una voz que clama débilmente en un desierto espantosamente grande.

 

[1] Existe una cierta imposición religiosa no violenta, pero sí insidiosa, en la mayor parte del antiguamente llamado Occidente cristiano. Los presidentes y legisladores juran sobre una Biblia. Los obispos locales los aconsejan. En Latinoamérica, varios días consagrados a vírgenes y santos son feriados nacionales. La Iglesia interfiere con la formación de leyes sobre anticoncepción y educación sexual, hace lobby contra avisos publicitarios, películas y programas de TV "ofensivos". La religión en general goza de un prestigio y de privilegios exclusivos, no acordados a ninguna institución secular. [Volver]

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