Poesía de José Arrese | ||||||||||
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EL TIEMPO Y EL ESPACIO Nos espanta la idea de la muerte porque la confundimos con la nada; la de la eternidad nos anonada sin que a explicarla la razón acierte. Y el infinito en sombras se convierte a pesar de sondearlo la mirada, porque la luz del alma está velada con el cauz de la materia inerte. Imposible es la nada tan temida, la muerte es solamente un peldaño de la escalera inmensa de la vida. El tiempo y el espacio son engaño: la eternidad es tiempo sin medida y el infinito, espacio sin tamaño. A MARGARITA Me miraste, mujer, mas me miraste miradas modestísimas mintiendo; matrimoniales miras manteniendo, mil mojigatos mimos me mostraste. Mis malas miras mucho moderaste místicamente mi moral moviendo, mas mis miras malvadas mereciendo mientras más mi moral mistificaste. Me mentiste muchísimo, mimándome, muchísimo mentiste, mas medita: miradas maquiavélicas mandándome, me mandas mi mortaja, Margarita, me matarás... mas mátame mirándome: me moriré mirándote... ¡Maldita! SÍMIL Al Sr. Nicolás Lazo de la Vega Estudiando las conchas se ha encontrado que las perlas riquísimas de Oriente no son más que tumores de las ostras que poco a poco en sus entrañas crecen. Y sin pensar el hombre en los dolores del molusco que criándolas perece, hace con ellas elegantes joyas para adornar de la mujer las sienes. Y la mujer por vanidad las compra y el agiotista por medrar las vende, mientras la pobre concha abandonada allá en la playa, solitaria muere. Los versos son como las perlas: llagas, tumefacciones de enfermiza mente que del poeta la existencia minan y cruel veneno en sus entrañas vierten. El editor para medrar los compra viendo sólo la cuenta que le tiene y encuadernados en lujosos libros como vil mercancía los expende; o enriquecen el álbum de una hermosa que, acaso, ni siquiera los comprende, mientras el loco, solo y miserable, en un rincón de su tugurio muere. 1885 LOS GUANTES Volví del baile en un coche, me descalcé en dos instantes, y arrojé mi par de guantes sobre la mesa de noche. Estando ya desvestido soplé a la vela la llama, y apenas caí en la cama cuando ya estaba dormido. Los recuerdos palpitantes del baile soñar me hicieron, sin duda, que se pusieron a conversar los dos guantes. Al de la mano derecha el de la izquierda decía: —Creo sentir todavía una mano que me estrecha, mórbida, leve, hoyulada, suave como el terciopelo, tersa cual sereno cielo, blanca, tibia y perfumada. Y el compañero añadía: —Aún toco la curvatura de aquella esbelta cintura que Venus envidiaría. Al compás de la habanera que el alma a inflamar coadyuva, se cimbreaba como en Cuba se columpia la palmera. Acaricié con pasión tan bella y valiosa alhaja, y abusé de la ventaja de mi buena posición. El izquierdo dijo: —Hermano, mayor mi ventaja fue, tú tocaste su corsé y yo acaricié su mano. Al talle la ropa escuda y nada la mano cuida: Para ti estaba vestida, para mí estaba desnuda. —Has dicho una necedad. —Y tú me haces un insulto. —Lo sostengo, eres estulto, te ciega la vanidad. —Mientes, eso es absurdo. —Nos saldremos a batir. —No lo puedo consentir. Tú eres manco. —Y tú eres zurdo; así están equilibradas nuestras fuerzas. —Pues me allano, cada cual con una mano nos daremos de guantadas. Cuando vine a despertar vi que no estaban los guantes en la mesa; estos tunantes, pensé, se han ido a pelear. Llamé, vino con premura mi criado y le pregunté: —¿Y mis guantes? —Los eché muy temprano a la basura, como tan sucios venían, como estaban tan usados, tan rotos y tan ajados, creí que ya no servían. * * * Yo me he llegado a encontrar con muchísimos amantes parecidos a mis guantes en la manera de obrar: Se acercan a una hermosura que ni los mira, y más tarde, de su amor haciendo alarde, se baten... en la basura. 1886 Regresar a la página principal |