Poesía de José Arrese




Don José Arrese Falcón ejerció la educación, además de dirigir El Puerto de Matamoros, periódico de su propiedad. Poeta nacido el 21 de enero de 1851 en la Ciudad de Monterrey, Nuevo León. Vivió en Matamoros, Tamaulipas desde 1879, lugar donde desarrolló la obra poética reunida en Prosas Profanas (1904), de donde se toman los siguientes textos. Murió en 1917.






EL TIEMPO Y EL ESPACIO

Nos espanta la idea de la muerte
porque la confundimos con la nada;
la de la eternidad nos anonada
sin que a explicarla la razón acierte.

Y el infinito en sombras se convierte
a pesar de sondearlo la mirada,
porque la luz del alma está velada
con el cauz de la materia inerte.

Imposible es la nada tan temida,
la muerte es solamente un peldaño
de la escalera inmensa de la vida.

El tiempo y el espacio son engaño:
la eternidad es tiempo sin medida
y el infinito, espacio sin tamaño.




A MARGARITA

Me miraste, mujer, mas me miraste
miradas modestísimas mintiendo;
matrimoniales miras manteniendo,
mil mojigatos mimos me mostraste.

Mis malas miras mucho moderaste
místicamente mi moral moviendo,
mas mis miras malvadas mereciendo
mientras más mi moral mistificaste.

Me mentiste muchísimo, mimándome,
muchísimo mentiste, mas medita:
miradas maquiavélicas mandándome,

me mandas mi mortaja, Margarita,
me matarás... mas mátame mirándome:
me moriré mirándote... ¡Maldita!




SÍMIL

Al Sr. Nicolás Lazo de la Vega

Estudiando las conchas se ha encontrado
que las perlas riquísimas de Oriente
no son más que tumores de las ostras
que poco a poco en sus entrañas crecen.

Y sin pensar el hombre en los dolores
del molusco que criándolas perece,
hace con ellas elegantes joyas
para adornar de la mujer las sienes.

Y la mujer por vanidad las compra
y el agiotista por medrar las vende,
mientras la pobre concha abandonada
allá en la playa, solitaria muere.

Los versos son como las perlas: llagas,
tumefacciones de enfermiza mente
que del poeta la existencia minan
y cruel veneno en sus entrañas vierten.

El editor para medrar los compra
viendo sólo la cuenta que le tiene
y encuadernados en lujosos libros
como vil mercancía los expende;

o enriquecen el álbum de una hermosa
que, acaso, ni siquiera los comprende,
mientras el loco, solo y miserable,
en un rincón de su tugurio muere.

1885




LOS GUANTES

Volví del baile en un coche,
me descalcé en dos instantes,
y arrojé mi par de guantes
sobre la mesa de noche.

Estando ya desvestido
soplé a la vela la llama,
y apenas caí en la cama
cuando ya estaba dormido.

Los recuerdos palpitantes
del baile soñar me hicieron,
sin duda, que se pusieron
a conversar los dos guantes.

Al de la mano derecha
el de la izquierda decía:
—Creo sentir todavía
una mano que me estrecha,

mórbida, leve, hoyulada,
suave como el terciopelo,
tersa cual sereno cielo,
blanca, tibia y perfumada.

Y el compañero añadía:
—Aún toco la curvatura
de aquella esbelta cintura
que Venus envidiaría.

Al compás de la habanera
que el alma a inflamar coadyuva,
se cimbreaba como en Cuba
se columpia la palmera.

Acaricié con pasión
tan bella y valiosa alhaja,
y abusé de la ventaja
de mi buena posición.

El izquierdo dijo: —Hermano,
mayor mi ventaja fue,
tú tocaste su corsé
y yo acaricié su mano.

Al talle la ropa escuda
y nada la mano cuida:
Para ti estaba vestida,
para mí estaba desnuda.

—Has dicho una necedad.
—Y tú me haces un insulto.
—Lo sostengo, eres estulto,
te ciega la vanidad.

—Mientes, eso es absurdo.
—Nos saldremos a batir.
—No lo puedo consentir.
Tú eres manco. —Y tú eres zurdo;

así están equilibradas
nuestras fuerzas. —Pues me allano,
cada cual con una mano
nos daremos de guantadas.

Cuando vine a despertar
vi que no estaban los guantes
en la mesa; estos tunantes,
pensé, se han ido a pelear.

Llamé, vino con premura
mi criado y le pregunté:
—¿Y mis guantes? —Los eché
muy temprano a la basura,

como tan sucios venían,
como estaban tan usados,
tan rotos y tan ajados,
creí que ya no servían.

* * *

Yo me he llegado a encontrar
con muchísimos amantes
parecidos a mis guantes
en la manera de obrar:

Se acercan a una hermosura
que ni los mira, y más tarde,
de su amor haciendo alarde,
se baten... en la basura.

1886





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