(1900/1966)
El vino es malo, la comida escasa,
de mala traza
es la mujer.
Las flores son viejas, pintadas, de trapo,
y se oye en el patio,
el resoplido de un borracho
que escupe un tabaco
tan denso de mal como este atardecer.
Corta el silencio, cuchillo de níquel,
un silbato policial.
La dueña cierra el portal,
pone a la moralidad un dique.
Horas inciertas de sombra y de crimen,
viejas que gruñen en la parda azotea,
¿qué hacemos madama? la vida es tan fea
como casi tu ausencia de himen...
¡vámonos a yacer!
Esta bestia magnífica y clinuda
Esta bestia magnífica y clinuda,
portentosa ramera de dos pesos,
nacida en el festón de piedra de las esquinas,
clinuda y magnífica
y cada día más bestia,
walkiria del mulataje,
sexo tatuaje,
con el ano empotrado en la nostalgia
de su tribu cafre,
¡tiene mi amor!
Amo, a esta bestia, a esta prostituta,
autóctona y salvaje...
Amo su olor a Chaco,
clavado en calle Talcahuano,
refugio de morconas y de hampones,
viaducto picaresco
de su amor que no pregunta,
que no averigua las ideas políticas del cliente
ni su opinión sobre las dictaduras.
Esta es la mujer en la que, impunemente,
se puede despreciar a todas las mujeres
y rebajarlas a torpezas ignominiosas,
y llamarla con los nombres obscenos
que uno debe callar a la consorte.
La amo en el nombre del hijo que no cuajó en su entraña
y en el cálido pelvis donde se hamacan
las murrias de todos los de mi casta,
vagos y atorrantes, poetas y furbantes
de esos que vienen al mundo protestando por haber nacido
y que tienen siempre la boca caliente de puteadas.
La amo en el film cortado de su angustia
puramente física
- inseguridad de techo y abrigo
y amenazas de hospital -.
La amo en la raíz de sus clines
de bestia amansada
a patadas
en el vaivén grasiento de sus ancas
chamuscadas
por el turbio fuego de las lujurias
y de las injurias
que se purifican en el Asilo San Miguel.
Mujer con quien hubiera sido
feliz, compartiendo su destino,
a pesar del cuello almidonado,
dogal ciudadano
de nuestra cobardía, hermanos.
No nacimos para ello
y la vemos pasar,
con ganas de tirar
por la espalda el prejuicio.
Y la vemos pasar
rumbo a la comisaría,
y hasta nos animamos a aumentar
su vergüenza, con nuestra pillería.
Y la vemos pasar
y me retracto,
yo nunca te he amado,
¡eso, claro está!
Porque tenemos miedo
de que nos descubran la afición,
y perdamos de condición,
al pedo.
Y por eso, magnífica bestia, encelada y clinuda,
hacia quien me tira la barbarie de mi ancestralidad,
de pirata y furbante, de poeta y anarquista
a fuerza de ser haragán, informal y atrabiliario,
agacho la testa y me voy al diario
a escribir contra la trata de blancas...
Palpita bajo el plegado
manto viudal,
el sexo desasosegado
por la ausencia eternal.
Liquefacta Desdémona
-¡pero esta era tal fiel!-,
estaba en el otoño
de la piel.
Y el otro, ¡qué broma!,
así la dejó,
después de cruento coma
del amor.
Pero detengamos lo que se sabe,
¡total! todos lo hacen, mal que bien,
y pensemos en el tocado
que en esta viuda orla su sien.
(su lágrima endulza su té,
sacarina abundante para el
recuerdo diabético de aquel
que se fue).
La trizada corola
del crisantemo olvidado
estando tan sola
la tiene sin cuidado.
El terno del difunto,
alegoría de don Ramón,
todavía guarda aquel unto
en la parte picaresca del pantalón.
Es lo que sobresalta
su angustia y su mal.
¡Aquella perfecta mancha
de sal!.
Su inesperado fallecimiento,
su tan lamentada muerte,
y siguen otras suertes
de pésames, condolencias y sentimientos.
Pero la viuda está enclavada
en la mancha de sal,
tráele pesadilla malhadada,
¡tan sensual!
¿Fue acaso hace una semana
gimiendo bajo el flanco del rijoso?
¡Oh, sí! estaba en la carne plana
bajo el gran lujurioso.
¡Ah! no hablarle de sus virtudes
ni de su contracción al trabajo,
la vida esos temas los elude
porque tiene otro abajo.
Tema de concupiscencia burda
para el que hay que tener agallas,
tema de voluptuosidad zurda
y canalla.
Mientras el otro, bajo una corteza
de lodo con huellas de tacones,
duerme en la tierra que le pesa
escoltado por dos velones.
La viuda de un grito de espanto
y se acude al azahar,
¡Por si alguno estuviera al tanto
de lo que acaba de pensar!
¿Qué pensamiento corrosivo y puerco,
hiere su imaginación?
¡Estaba pensando en el muerto
en su atroz hinchazón!
En aquella máquina de goce
que tanto dio.
En aquella parte del roce
del pantalón.
En el bajo vientre innoble
azulado y gris,
en la verdosa carnazón inmoble
que ya no hace pis.
(Para que la miseria
triste de la carne humana
sea recordada,
el autor os habla de la histeria).
Truculento y lacio
como un fideo,
ocupa su espacio
un gusaneo.
Es lo que en pesadilla
la viuda contempla,
desplazándose en la rabadilla
de la osamenta.
Amaba aquello,
porque el muerto trajo
a la alcoba el sello
de su vicio bajo.
Y ahora está muerto
hecho un garabato,
sellado huerto
vedado plato.
La moraleja,
lector beato,
es muy compleja
y hay para rato.
Por ahora saquemos
una concluyente,
y no escandalicemos
más a la gente.
Vivirá tu recuerdo
-si te mueres, lector-,
únicamente si fuiste un cerdo
en el amor.
(Únicamente,
sentimentalmente
y definitivamente).
Por eso la viuda
piensa en el cacho
de carne muda
del que fue su macho.
Hay un hombre solo a las dos de la tarde
Sentado en una plaza,
Es domingo, día de guardar.
Se ha puesto el traje de gala,
Con su civil condecoración de caspa
Serpenteando la solapa.
Fija la mirada, la cara inmóvil,
El hombre se está allí, solo en la ciudad,
A las dos de la tarde del domingo
Solo en su soledad.
Se queda quietecito, casi duro,
Mientras lejos hay seres, familias, amores;
Él no tiene nada, sólo su domingo desfondado
De recuerdos y presentes.
Está solo, a las dos de la tarde,
En mi plaza suburbana,
Con la mirada en la nada.
Tan solo que más no se pudiera.
Yo le pido al buen Dios que desde su altoparlante celestial,
Le descuelgue al hombre que está solo,
Este domingo a las dos de la tarde,
Un cachito de tango
Para que nos se me quede tan solo,
Tan solo, mi alma.
LA FAMILIA
una mujer.
la madre -vista vidriada
de ausente recuerdo bobalicón-
sueña con aquel muchacho, cuando estaba
-adolescente de piernas regordetas-
en sazón.
un hombre.
el padre, sin mirarlo,
al distraído diario de la tarde esta ojeando,
recordando
aquella desaparecida prostituta:
-suiza era de nacimiento y universal en teesitura-
y una dura ternura
le agarrota la garganta.
la cónyuge es blandamente aviesa,
ausente y mala entregadiza,
y el hombre sabe, con adivinación postiza,
que cuando ella se le abre
cierra los ojos en clave
porque recuerda al otro.
el hijo esta aporreando
con desgano infeliz su tambor hueco,
llenando
con repicada correspondencia ausente
a quienes es hasta suponible
que lo hayan engendrado
en la noche de tedio bostezado
antes de darse vuelta, cada cual a su costado:
una hacia la oceanía de la nada,
otro hacia un áfrica de escape.
sobre la mesa familiar de la velada
tres duraznos se dan de usted en la frutera,
-redondez inefable de cezanne-
¡oh!, mejillas de la primavera. . .
el padre se esta diciendo: ¿por qué me habré casado
con esta inerte vaca sin caderas?
la madre se reitera
su sueño: aquel muchacho
que era rubio y fino como un paje,
¿qué sera de el?
y una humedad antigua
la santigua
en la fidelidad aglutinada
en ese descalabro del amor.
el hujo con su antena de sangre mal habida
sintoniza el choque de las ondas indecisas.
redobla su redoble en el tambor
y una despierta lucidez de tierno vástago
estallando en su mirada:
"¿a que mundo estos dos me trajeron?"
sobre la mesa familiar de la velada
los duraznos ahora se tutean en la frutera,
¡oh! , redondez inefable de cezanne,
¡oh! , mejillas de primavera.
de LA ERÓTICA ARGENTINA (Antología poética 1600/1965) de Daniel Rodríguez Mujica
LOS DIAS TIENEN FRIO
los dias - los míos - tienen frío,
medrosamente ateridos,
se amustian en las hojas de los calendarios
mucho antes que en las hojas de los árboles,
y tiemblan enredados entre los dedos de mi mano;
uno a uno se entumecen opalecidos,
engastadas pupilas de tortolas airosas,
en los crepúsculos que la ciudad reticula
donde brota sin fin la lejanía.
dios, dios nuestro, ¡ dios mío!
¿por qué, por que tienen tanto frío
mis últimos días?
LIED MELANCOLICO
a veces dios se apiada de nosotros;
su mirada desciende olímpica y nos fija
ese trocito de felicidad prolija
que, ¡ay! siempre llega tarde,
tan tarde ¡ay!
así me dio el amor cuando la marea descendía,
y las serpientes se mudaban de piel,
y los elefantes elevaban la trompa claudicante,
- tan tarde, tan tarde ¡ay! -
cuando el sol ya no estaba en mis riñones,
y la luz de mis ojos se evadía
y la juventud en mi boca se torcía . . .
por eso, mujer, ¿qué puedo hacer a mis años ?
amarte con delicada dedicación de día
y de noche pensar que me estas engañando.