La vida no tiene UN sentido. Frecuentemente, una de las preguntas que se hacen mis pacientes es ¿"Qué sentido tiene mi vida?". Formulada de esa manera daría la impresión de que la persona ha alcanzado un cierto nivel de conciencia, de cuestionamiento de su propia realidad; un cierto balance que va desde algún instante de su vida hasta el momento actual. Algo le está sucediendo a ese ser para que, desde una posición depresiva, exprese ese interrogante. El balance le indica que las cosas no salieron como las había previsto y si le pregunto cómo cree que tendría que ser su vida para que se sintiera satisfecho, no siempre tiene a flor de boca la respuesta. Hay una crisis existencial en juego que tiene que ver con el paso del tiempo, el envejecimiento, las expectativas frustradas, los proyectos no realizados o, directamente, la falta de proyectos. Lo que más me llama la atención es que este interrogante no tiene edad: la puede realizar un muchacho de 23 años como un hombre de sesenta. La pregunta tiene sus variantes. ¿Qué hago en este mundo?; ¿Para qué vivo?; ¿Qué sentido tiene todo? Quizá, usted mismo se haya planteado esta cuestión más de una vez. En otros momentos, cuando predomina un estado placentero, de bienestar, de integración, cuando estamos inmersos en una tarea que nos agrada y perdemos noción del tiempo viviendo plenamente en el aquí y ahora, no se nos ocurriría pensar sobre la vida y su sentido. En este artículo no deseo referirme a los casos de depresión patológica o estados bipolares en donde se alterna la depresión y la exaltación. Quiero destacar la manera en que ciertas personas caen en una trampa cuando se preguntan por el sentido de la vida. Esta pregunta, pensada para sí o formulada a otro, implica una creencia sustancial: la vida tiene UN sentido. Observe que destaqué "un". Es muy común observar a ciertas personas que consideran que los que viven bien, felices, completos y totalmente logrados, son los otros. Constantemente se comparan con los demás. Pueden establecer diferencias entre objetos materiales o formas de vida. Algunos pueden creer que porque Fulano se muestra siempre de buen humor es feliz; otro porque su vecino se compró un auto último modelo, aquel porque hace asado los fines de semana junto a su familia, el de más acá porque, siendo profesional, debe ganar mucho más que yo que tengo una lavandería... y los ejemplos son innumerables. Todo esto es producto de lo imaginario: ganar más dinero, tener un auto del año en curso, hacer asado en el jardín para la familia, etc.., como se sabe, no es ninguna garantía de que esas personas han encontrado el sentido de la vida, que son felices, logradas, plenas, completas. Recuerdo el caso de un paciente médico neurocirujano consultor de varias entidades que ha salvado vidas y evitado que sus pacientes queden inválidos o imposibilitados, hacerse la pregunta sobre el sentido de su vida. Otra paciente, madre de seis hijos y abuela de 7 nietos, se preguntaba si esto era todo en esta vida. Venimos a este mundo para algo. Nuestra tarea va a ser descubrir de qué se trata. Vamos a recibir gran cantidad de información que provendrá de nuestros padres, familiares, experiencias escolares, etc.. Si bien el encuentro de un espermatozoide de entre 400.000.000 con un óvulo es una tarea azarosa, por alguna razón ESE espermatozoide y ESE óvulo se encontraron, y no otros. Los místicos nos dicen que venimos a este mundo a cumplir una misión. También nos informan que "elegimos" desde la otra vida a nuestros padres para aprender con ellos lo que nos falta para completar nuestro aprendizaje en esta vida. ¡Vaya a saber dónde está la verdad! De cualquier manera, la experiencias vitales nos han dado suficiente información sobre nosotros mismos para poder intuir o deducir el para qué estamos aquí: Por un lado, estamos aquí para hacer esto en este mismo momento en que lo estamos haciendo; por otro lado, hay una tarea de mayor envergadura que tendríamos que cumplir. Si no estamos conscientes de esto, todo nuestro hacer va a estar signado por el fastidio, la intolerancia, el malhumor, el desgano, la ausencia de motivación porque consideramos que deberíamos estar en otra parte haciendo otra cosa. Aquel médico neurocirujano quizá no oyó la voz de su intuición y descalificó todas las evidencias que lo impulsaban a la ingeniería mecánica y a trabajar en robótica; la madre de seis hijos y abuela de 7 nietos puede que haya vivido como una carga tanta responsabilidad y que su deseo de siempre haya sido viajar por el mundo siendo soltera. En fin. Lo que nosotros podemos vivir como logros de los demás no necesariamente tienen que ser logros para ellos. Por eso, la vida no tiene UN sentido. El sentido está dado por la información que recibimos de nuestra emociones cuando estamos haciendo determinada tarea en el aquí y ahora. Por ejemplo, el sentido de mi vida en este momento es escribir lo que estoy escribiendo, sintiendo placer. Aquí y ahora, no tengo otro sentido. Si luego me detengo para ir a almorzar con mi esposa, en el momento en que lo esté haciendo, el sentido de mi vida estará dado por estar comiendo con mi esposa, conectado con la experiencia del momento, que, seguramente, será de alegría. Si se descompone mi auto en la calle, el sentido de mi vida estará dado por las acciones que realice para resolver el problema aceptando que mi emoción será de fastidio. Deducimos de esto que el sentido de la vida es, en parte, parcial y debe estar relacionado con mi momento presente. Haga este ejercicio: describa en tiempo presente las acciones que está realizando para ejecutar determinada tarea y dígase: "En este momento, el sentido de mi vida está en esto que estoy haciendo" De todo lo anterior, podemos decir que existen dos parámetros para conocer el sentido de nuestras vidas: uno, es el sentido de vida global, dado por la continuidad de una tarea a través del tiempo; el otro sentido, más a nuestro alcance, está dado por la sucesión de tareas que realizamos diariamente y que necesitan de nuestro compromiso, sean ellas agradables o fastidiosas. Lavar los platos puede ser una tarea molesta, sin embargo, si usted se compromete a hacer una buena labor, el sentido de su vida, en ese momento, es lavarlos con responsabilidad, aunque no sea de su agrado y no tenga que ver con el sentido global de su vida. Enunciada la cuestión, me gustaría redundar sobre la existencia de estos dos sentidos vitales: el de gran alcance y el de los momentos cotidianos. El primero está relacionado con la vocación. Recordemos que "vocación" significa "ser llamado a". Se trata de la inclinación, disposición, tendencia, facilidad, aptitud, don que tenemos para determinada actividad. San Pablo le exhorta a Timoteo que "...no descuide el don que le fuera dado..." (1TIM 4: 14) Este don o vocación no sabemos muy bien de donde proviene. Puede que tenga que ver con circunstancias genéticas, de aprendizaje e influencias infantiles o de vidas anteriores cuyo aprendizaje debemos completar. La cuestión es que ese don existe en nosotros y se manifestará de alguna manera. Si no estamos atentos a las intuiciones que nos permiten vislumbrar ese don, no lo pondremos en acción y viviremos una vida de malhumor. ¿Cómo sabremos que estamos actuando en pro de ese don? Por la vivencia de satisfacción que sentimos, a pesar de muchos momentos de fastidio que tienen que ver con la obra que nos fuera encomendada desde algún lugar. Pongamos un ejemplo. María Rosa tiene un don: la pintura. Ella es médica neonátologa y una excelente pintora. Como médica, se siente plenamente realizada: es su auténtica vocación la de asistir a los bebés recién nacidos. Podemos detectar los comienzos de esta inclinación desde pequeña, cuando, a los cinco años de edad, se sintió profundamente lastimada por la muerte de un hermano recién nacido. Hoy día ayuda a salvar decenas de vidas; ha ganado varios premios por trabajos presentados y reconocimientos en varios países. Sin embargo, tiene problemas con las instituciones que trabaja, con alguno que otro compañero, con los padres que no entienden determinadas indicaciones y otras exigencias típicas de la profesión. A pesar de que su tarea está de acuerdo con su vocación, por momentos se pregunta quién la metió en esto. Pero la satisfacción de salvar una vida supera cualquier disgusto. Ahí es cuando siente que su vida tiene un sentido. También lo tiene cuando está pintando un cuadro o asiste al taller de pintura. En sus obras refleja la sensibilidad por la vida. En el atelier donde estudia también hay problemas. El profesor es un perfeccionista excesivamente exigente y con malos modos; dos compañeros son desagradables y muy críticos; una compañera compite con ella y siempre encuentra defectos. No obstante, reconoce que la enseñanza es buena y que le permite trascender con sus obras dos de las cuales fueron premiadas en una exposición. El fastidio, molestia, incomodidad, hastío, disgusto, hartura, desagrado, son sensaciones y emociones que forman parte, en algún momento, de las actividades que tenemos que desempeñar en el desarrollo de nuestra vocación. Lo que ocurre es que, lamentablemente, cuando estamos sintiendo alguna de estas sensaciones, en vez de quedarnos con ellas, entender el mensaje que nos quieren transmitir, aceptarlas como formando parte de un momento, nos pueden hacer dudar de si nuestra vocación es auténtica. Y ahí cometemos un error. El don, la vocación, nos ha sido conferido desde algún lugar y por alguna razón: es extraterrenal; las sensaciones displacenteras son terrenales. Son dos categorías diferentes y no debemos confundirlas. En la práctica, esto funcionaría así: a pesar de sentir fastidio ocasional por esta labor relacionada con mi vocación, reconozco mi vocación como tal... el fastidio ya pasará cuando descubra su mensaje. Quise poner este caso para demostrar que la trascendencia mediante la puesta en movimiento de los dones no significa que el camino esté cubierto de hermosas flores. En todos los ámbitos hay problemas, pero el don se mantiene a pesar de las contras y dificultades ocasionadas por entornos y gente tóxica. A eso se refiere Pablo cuando le dice a Timoteo que cuide los dones que el señor le dio. Este es el sentido global de la vida, la respuesta de para qué vinimos a este mundo. Pero la vida tiene otros significados. Se trata de esos sentidos parciales, que, como adelantáramos, tienen que ver con las tareas que desarrollamos en el aquí y ahora. Muchas de esas tareas no tienen que ver con la vocación sino con la supervivencia diaria: hacer las compras, lavar los platos, limpiar, hacer las camas, llevar el auto al mecánico, hablar con nuestro hijo sobre alguna conducta indeseable, ayudarlo en sus tareas, etc.. Muchas de esas labores nos apartan del desarrollo de nuestro don, pero así debe ser. Además de la vocación global existen las minivocaciones o deseos cotidianos: tener la casa limpia, la biblioteca ordenada, el auto en condiciones, las cuentas al día... Estas tareas exigen dedicación y esfuerzo. La mejor manera de transformarlas en algo con sentido es tomar conciencia de que estamos haciendo eso en el momento en que lo estamos haciendo y decirnos: "En este instante, el sentido de mi vida está dado por ordenar los libros de la biblioteca o por estar planchando esta ropa", por ejemplo. De esta manera no sentiremos esas tareas como alienantes sino como formando parte de nuestro diario existir y que exigen un grado de compromiso de nuestra parte. Si. De acuerdo: muchas de ellas son cargosas, cansadoras, no reconocidas. Pero está en nosotros tomarlas como un modo de aprender a vivir en el aquí y ahora, describiendo la acción que se está realizando. Hágalo y verá qué pasa: "Ahora estoy tomando la esponja, le pongo detergente, tomo el plato, le paso la esponja, siento el agua caliente, estoy enjuagando el plato, lo estoy colocando en el seca-vajilla, tomo otro plato, etc." Mientras se comporta así, la tarea que está realizando toma un sentido nuevo: la de invitarle a vivir en el momento presente. De lo contrario, la tarea de lavar los platos, por ejemplo, se transformará en algo tedioso que tenderá a postergar. Estos son los pequeños y cotidianos sentidos de la vida. Los otros, los vocacionales, los grandes sentidos. Unos y otro se complementan. Algunas personas aprovechan estas tareas tediosas para pensar en las trascendentes. Como una paciente que creaba cuentos infantiles mientras pasaba la aspiradora por toda la casa. He ahí creatividad. Ella se lo decía así: "me molesta esta labor pero aprovecho para pensar argumentos". Esta mujer decidía, en su aquí y ahora, realizar dos tareas: una, mecánica, en la que no necesitaba demasiada concentración; la otra, dirigida hacia la creación. Como hemos visto, la vida no tiene UN sentido. Podemos darle el sentido de la vocación y los pequeños sentidos de las labores cotidianas. Todas son tareas grandes y pequeñas que, si lo permitimos, nos conectarán con nosotros mismos, con nuestra más profunda interioridad. E. Jorge Antognazza