Entrevista a D. Ángel Pérez para la revista  "ASPIRANTES"

Roma, 20 de febrero de 2002

 

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 Por José Benito Gallego          

 1. -¿Qué se esconde detrás de Ángel Pérez Pueyo?

            -Nada en especial ¡Palabra! Soy como la mayoría una persona normal, del montón. Quienes me conocéis y, especialmente, los que me queréis lográis enrojecerme al destacar en mi persona la cercanía, la sencillez, la capacidad de escucha, la tenacidad y la pasión que pongo en las cosas. ¡Ojalá fuera verdad! Aunque ya sabes, José Benito, que al tercer halago, no hay quien se resista... Bromas aparte, lo que sí puedo decirte es que soy muy feliz como sacerdote y como operario.

2. -¿Por qué precisamente sacerdote?

            -Realmente no lo sé. Te aseguro que no ha sido por méritos propios. A medida que van pasando los años -22 ya de presbítero- voy tomando más clara y viva conciencia del valor de las mediaciones de las que Dios se ha valido. Han sido en mi vida verdaderas “semillas” que han logrado fecundarla y colmarla de esperanza y plenitud. 

 

            -¿Te refieres a tu familia?

            -No sólo. En los cuarenta y cinco años de vida han sido muchas las personas que -aunque no lo crean- han servido de mediación privilegiada para ayudarme a descubrir y potenciar aquellos rasgos del buen pastor que Dios dejó impresos en mi corazón. Mi familia, mis amigos, mis paisanos, los sacerdotes de mi comunidad parroquial, los formadores y compañeros del Seminario y del Aspirantado, los operarios, los aspirantes, las familias de unos y de otros, los amigos y colaboradores de la Hermandad, cada uno de los que fueron confiados a mi cuidado pastoral en el Seminario Menor de Plasencia (Cáceres) y el en Colegio Seminario Menor de Tarragona, en el Aspirantado Menor y en el Colegio Maestro Ávila de Salamanca, como Consejero Coordinador de Pastoral y ahora como Director General. 

 

         -¿Qué debes a tus padres?

            -Todo. Evidentemente la vida y su amor gratuito e incondicional. También su respeto y apoyo en la opción de vida que he tomado pero, sobre todo, les agradezco el que supieran hacer de nuestro hogar una verdadera escuela de humanidad donde me enseñaran -sin muchas palabras- a vislumbrar en las personas y en los acontecimientos humanos las huellas de trascendencia que éstos encierran. 

            -¡Explícate! 

            -Por ejemplo, la enfermedad de mi hermana Conchita a los catorce meses de nacer -polio­mielitis aguda que le va a dejar como secuela una parálisis total en tronco y extremida­des inferiores-, sus veintitantas operaciones en piernas, caderas y columna, y su muerte a los 44 años de edad cuando se recuperaba de la última intervención quirúrgica en la que le extirparon un tumor cancerígeno en un pecho, ha sido para mí -aunque pueda parecer paradójico- la mayor fuente de gracia y unidad familiar. Ella fue enseñándome con su vida a roturar, abonar, escardar y regar mi corazón rociándolo de sensibilidad, ternura, compasión, entereza, capacidad de servicio, de sacrificio, de sufrimiento, de entrega, de superación... que me han ayudado a ir conformando mi corazón pastoral con el de Cristo que se compadece de las necesidades humanas; sale en busca de las "ovejas" perdidas y descarriadas; entrega su vida por ellas; busca servir antes que ser servido... De igual forma podría hablar de tantas personas o de tantos acontecimientos vividos que han dejado una huella profunda en mi vida y que han contribuido a modelar mi corazón con el del Buen Pastor. 

          -¿Y por qué operario?

            Siento poder defraudarte. Tampoco en esto tengo mérito alguno. De ello se ocuparon -sin pretenderlo intencionadamente- los formadores del Seminario de Zaragoza. Hoy entiendo y valoro su prudencia y discreción. No te extrañe, por ello, que tardase en descubrir su identidad específica. Hasta los 20 años no fui al Aspirantado de Salamanca -casa de formación de los operarios diocesanos- para cursar en la Universidad Pontificia los tres últimos años de estudios eclesiásticos. Para mí eran unos sacerdotes más de la Diócesis. Es verdad que, desde chaval, lograron cautivarme por su vida y trabajo en equipo, por su entrega y cariño por todos nosotros (casi 500 alumnos sólo en el Seminario menor y otros tantos en el mayor). Pese a haber sido llamado en la hora nona -como los últimos jornaleros del evangelio-, durante los diez años que estuve en el Seminario de Zaragoza lograron dejar su impronta sacerdotal en mi vida. Te confieso que hoy no sabría ser sacerdote de otra manera.

3.-¿Qué es lo que te marcó tanto?

             Al espíritu de fraternidad que fue lo que inicialmente más me cautivó de la vida y ministerio del operario se unió inmediatamente la misión peculiar que el Señor confió a Mosén Sol y que él, a su vez, nos legó como herencia por medio de la Hermandad a la Iglesia universal.

            Para mí supuso un cambio significativo en mi forma de vivir y ejercer el ministerio presbiteral. Me imaginaba de cura en mi Diócesis de Zaragoza, en unos pueblos pequeños y alejados de la capital. Soñaba entonces poder compatibilizar mi tarea como docente y como pastor. Y sin embargo, una vez más, el Señor cambió de rumbo mi vida haciéndome descubrir una misión cuyo valor y efecto multiplicador me fascinó: servir de señal al hermano -no importa la edad, el sexo o la raza- que le permita descubrir la meta, el sentido y la orientación de su vida (vocación); acompañarlo durante el viaje, equiparlo y sostenerlo a lo largo del camino. 

 

4. -Actualmente eres el Director General de la Hermandad de Sacerdotes Operarios ¿Qué fue lo primero que sentiste al ser elegido?

         -¡Estáis locos! -musitaba cada vez que aparecía mi nombre- ¡Si tengo sólo 39 años! Fueron los minutos más largos y sobrecogedores que he vivido en toda mi vida. En un instante se agolparon en mi corazón un sinfín de sentimientos. Por una parte, de resistencia al descubrir claramente que la misión que mis hermanos trataban de confiarme me desbordaba. Y, al mismo tiempo, un sentimiento de paz y de serenidad al presentir que, en verdad, sería Él quien guiaría y orientaría nuestra andadura. 

 

-¿Qué sientes ahora que concluye el sexenio?

         -¡Me siento conmovido y, al mismo tiempo, sorprendido de cómo Dios se ha valido de mi pobre mediación! Ha sido una nueva experiencia de GRACIA. Por una parte, me ha permitido bucear durante estos años por el corazón de cada uno de los operarios y compartir sus inquietudes y sus preocupaciones, sus dudas, sus miedos, sus luchas interiores, sus miserias y sus posibles fracasos apostólicos, a la vez que sus anhelos e ilusiones, sus  proyectos de futuro, sus esfuerzos y sus frutos pastorales... Esto me ha ayudado a comprender, respetar y querer a cada uno como es. Y, por otra, me ha permitido asomarme y enriquecerme con la cultura de cada uno de los pueblos y comunidades eclesiales a las que servimos ministerial­mente.

 

-¿Qué es lo que más te ha dolido en tu gestión?

         -Mi único pesar en estos años ha sido el sufrimiento que haya podido provocar en algunos operarios a los que no acerté o no supe valorarlos como esperaban y se merecían. También me han conmovido los padecimientos que alguno de ellos han tenido que soportar debido a enfermedades físicas o psíquicas, a problemas familiares, profesionales o pastorales. He procurado, con todo, que las heridas abiertas dejasen de sangrar y que los estigmas y cicatrices  que han quedado marcadas en el cuerpo del apóstol las vivieran como expresión del "martirio incruento" que entraña hoy la tarea evangelizadora. 

 

5. - A tu juicio, ¿qué le faltaría hoy a la Hermandad?

         -¡Buena pregunta! Justamente es lo que en estos meses estamos reflexionando y debatiendo todos los operarios como aportación para la próxima Asamblea General que se celebrará en Roma durante el mes de julio.

        Todo carisma, aunque en su interior se hallan contenidas todas sus potencia­lidades, no es algo estático, acabado, definitivo que únicamente deba ser custodiado, sino algo dinámico que crece, que evoluciona y se desarrolla. Por ello, en cada tiempo y lugar, es necesario, escrutando los signos de los tiempos, desentrañar aquellas virtualidades que nos permitan ofrecer a las nuevas generaciones respuestas creíbles y significativas.

 

6.-¿Tiene futuro la Hermandad?

        Sí, mientras el hombre y la mujer tengan necesidad de búsqueda de sentido y de felicidad.

        Cada operario y la Hermandad en sí misma son hoy para el hombre y para el mundo un verdadero signo de esperanza. Nuestra humilde contribución eclesial es, por una parte, la de seguir siendo "semillas" esparcidas al viento y, por otra, la de preparar a los nuevos "sembradores" laicos, religiosos y sacerdotes y la de recrear un microclima adecuado (comunidades cristianas) donde puedan nacer, crecer y madurar todas las "semillas" (vocaciones). Comunidades de llamados que llaman y acompañan a otras personas llamadas. Comunidades que integran la dimensión vocacional en su vida y en toda la actividad pastoral.

-¿Qué nuevos proyectos se están gestando?

 -Algunos todavía son un sueño realizable, otros en cambio minúsculas "semillas" esparcidas por los campos de la Iglesia que si logran prender tendrán un gran efecto multiplicador y fructificarán copiosamente:

- Un bienio de licenciatura en teología de la vocación;

- Un diseño integral de formación permanente para las diócesis;

- La página vocacional de la Hermandad en la web;

- Un proyecto pastoral diocesano en clave vocacional;

- El acompañamiento personal de cuantos ejercen ya algún ministerio en la Iglesia y la atención física, psíquica y espiritual de sacerdotes y consagrados/as que se encuentran enfermos (estrés, desilusión, incomprensión, desorientación existencial, etc.) o jubilados;

- Escuela de laicos para seglares;

- Etc.

 

-¡Cómo!

           -La clave en los próximos años estará, a mi entender, en concentrar nuestro esfuerzo en aquello que más nos especifica, lo vocacional, y prestar mucha atención a los "márgenes", a las "periferias", a las "fronteras", es decir, a aquellas Iglesias particulares que nos piden desestabi­lizarnos y salir de nosotros mismos.

  

7. -¿Cuál debería ser el perfil de un buen operario?

         -No me gustan los perfiles estándar. El único y verdadero modelo sigue siendo Jesucristo. El Beato Manuel Domingo y Sol y los beatos mártires de la Hermandad supieron modelar y conformar perfectamente su vida y su ministerio con el de Jesucristo, el buen pastor. En cada operario podremos reconocer también la diversidad y la riqueza singular de encarnar el ministerio en cada época y lugar al integrar sus propios valores culturales y subrayar tal o cual rasgo peculiar. Durante estos años, al despedirme de los  hermanos que van falleciendo, he podido percibir con emoción no sólo su talla humana y ministerial sino también su santidad, su magnanimidad de corazón y su fidelidad. 

        Pese a todo, si te empeñas en que subraye algún rasgo te diría como Mosén Sol, que el operario debe ser ante todo hombre -o pueda llegar a serlo- ya que es el fundamento sobre el que se conforma el alma del creyente y del sacerdote; transparente y dúctil a la voz del Espíritu.

  

8.-Por último, ¿qué te gustaría decirles a los aspirantes? 

        Que no perdáis la capacidad de soñar ni de mirar al futuro con pasión y con esperanza. Que os atreváis a ser audaces y creativos. Vuestros sueños de hoy son como el horizonte; nunca llegarán a alcanzarse plenamente pero son los que os mantendrán siempre en camino.

         Os felicito por haber aceptado con gozo ser -como sugiere el lema de la campaña del Seminario- "semillas de esperanza". No deja de ser una provocación para el mundo que un puñado de jóvenes elijan libremente ser sencillamente "semillas al viento" para poder fecundar la vida del hombre y devolverle la esperanza y la alegría.

Roma, 20 de febrero de 2002

 

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