La Heráldica, Nobleza y Genealogía

LA HERÁLDICA.

Entre los símbolos que representan las distinciones de personas o entidades, ocupan un lugar preferente los llamados escudos de armas, cuyo estudio es objeto de la ciencia heráldica. La heráldica, o ciencia del blasón, es para la Real Academia "el arte de explicar y describir los escudos de armas de cada linaje, ciudad o persona". Y blasonar será disponer el escudo de armas, según las reglas del arte, esto es, disponer convenientemente los blasones, nombre que igualmente reciben cada figura, señal o pieza de las que se ponen en un escudo, el cual, a su vez, no es sino el campo, la superficie o el espacio de distintas figuras en que se pintan los blasones de un reino, ciudad o familia.

La elaboración sistemática y con ella la historia de la heráldica, datan propiamente de la época en que este asunto empezó a preocupar a los hombres de ciencias, especialmente a los juristas y a los clérigos. Los heraldistas más antiguos fueron el eminente profesor de leyes, Bartolomé de Sassoferrato, en Perusa, y Juan Rothe, en Turinga (Alemania). A Bartolomé de Sassoferrato corresponde el tratado "De armis et insigniis", que se reprodujo varias veces y que ejerció gran influencia durante algunos siglos; en él se trata de las diversas cuestiones relacionadas con el blasón, sobre la manera de pintar y dibujar las armerías, de los conceptos de flanco derecho e izquierdo y del simbolismo de los colores. "Ritterspiegel" (espejo de Hidalgo) es la obra principal de Rothe. Trata, en primer lugar del origen del blasón, pero explica también el simbolismo de los esmaltes, así como criterios para la formación del escudo. Dentro del ámbito germánico, cabe señalar asimismo, a Félix Hemmerlein, que en su tratado "De nobilitare et rusticitate" (1.440 aprox.), dedicó un capítulo especial a la ciencia heráldica, calcado en los trabajos de Sassoferrato.

Sin embargo, será Francia el país que más contribuya a la elaboración y desarrollo del lenguaje heráldico, en parte por haber quedado postergada esta cuestión en Alemania. En este sentido podemos destacar a tratadistas como Clemente Prinsault, quien en 1.416 fija ya muchos de los términos que estarán vigentes hasta hoy, no sólo en la heráldica francesa, sino en la de muchos otros países que no encontraron vocablos adecuados para sus lenguas. En el siglo XVI, Bartolomé Cassaneo logra en su "Catalogos Gloriae mundi", la fusión de las diversas tendencias expuestas. Más tarde, en el XVII, continuará la evolución heráldica con autores como Jorge Felipe Harsdorfer quien habló por primera vez de la participación del escudo, además de introducir en la literatura alemana gran número de voces técnicas. A partir del siglo XVIII crece el número de publicaciones dedicadas a la heráldica, incluso en España, con obras como "Declaración de las empresas, armas y blasones con que se ilustran y conocen los principales reinos, provincias, ciudades y villas de España", que tuvo como autor a Antonio Moya, en 1756. Tampoco han faltado en la historia moderna recopilaciones, como la de De Renesse, titulada "Dictionaire des figures heraldiques" (1985), así como tratados sistematizados, como el "Tratado de Genealogía, Heráldica y Derecho Nobiliario", obra de Vicente Cadenas, publicada en 1961. Y numerosas obras más recientes. El blasón fue utilizado en su origen casi con un fin único, a saber, distinguir a las personas y sus linajes. Con el tiempo, su uso se ha ido multiplicando, aplicándose a reflejar cosas de muy distinta naturaleza. Por eso se ha dicho que en nuestros días todo símbolo o signo de distinción debe considerarse como representación heráldica.

Y esa variedad de símbolos, utilizados por distintas personas y entidades, es la que nos va a permitir reunir sus diversos usos, para agrupar las múltiples aplicaciones de la armería. Las clasificaciones que de las armerías han hecho quienes han consagrado su atención a cuestiones heráldicas suelen ser muy extensas y, en cambio, no parecen obedecer a una correcta sistemática, pues se limitan a hacer una enunciación de las distintas personas o colectividades que a través de la Historia, han hecho uso de sus escudos de armas, mezclada con la enunciación de las actividades sociales que han utilizado también tales símbolos. Y así se ha hablado de heráldica real, de heráldica de la nobleza, de heráldica gentilicia, femenina, eclesiástica, nacional, municipal, profesional, industrial, deportiva, militar, etc. Clasificaciones que obedecen a una realidad histórica o actual.

Conforme a esta interpretación para clasificar, que podría sustentarse en la idea del sujeto que utiliza los símbolos heráldicos, combinado con el fin para los que son utilizados, es posible hablar de símbolos heráldicos que utiliza el sector público para representar sus distintas instituciones y de los que utiliza el sector privado, ya cuando actúa agrupado para la consecución de fines supraindividuales, ya cuando se desenvuelve en su dimensión personal. Podemos hablar, pues, de los siguientes grupos:

- 1. Heráldica del sector público o herálddiica oficial: Estatal, regional, provincial y municipal.

- 2. Heráldica del sector privado, en la qquue, a su vez, debe distinguirse la que utilizan las agrupaciones (corporaciones, asociaciones), llamada heráldica colectiva, y la que utilizan las personas físicas, que se identifica con la llamada heráldica gentilicia o familiar.

La heráldica y los símbolos a ella sujetos no sólo no fenecen sino que nacen todos los días. La heráldica oficial es creciente, pues creciente es la vida pública y la eclosión de nuevas comunidades de signo territorial o institucional. Lo mismo podría comentarse en torno a las Corporaciones públicas con base privada, que se multiplican continuamente, así como las asociaciones de interés público. Todas estas entidades utilizan símbolos que están en la mente de todos, y que se ajustan a las reglas de la heráldica en su composición. Y otro tanto podría afirmarse de las asociaciones privadas. Es importante hacer constar que existen determinadas clases sociales, que conservan con mayor dedicación sus símbolos heráldicos, perfeccionándolos y haciendo uso de ellos en mayor medida que otros. Tal es el caso del Ejército y de la Iglesia católica. En ocasiones, las personas físicas utilizan en su documentación personal o profesional, armerías pertenecientes a corporaciones, cuerpos o entidades de las que forman parte. Cuando en ellas tienen intervención, como miembros de sus órganos de gobierno, aquel uso se hace más frecuente.

Gracias a estas múltiples aplicaciones, la heráldica sigue vigente, los libros que tratan sobre ella se utilizan y son demandados por lectores interesados, y lo que es más importante, mantiene su función identificativa como representación de personas e instituciones. Pese al nacimiento de otros métodos de representación figurada, basados en técnicas más aptas a la publicidad (anagramas) y logotipos, la indudable utilidad de la heráldica la permite afrontar el futuro como ciencia viva.

NOBLEZA.
Origen y evolución de la Nobleza.
Dice el insigne tratadista Francisco de Cadenas y Allende, Conde de Gaviria, desarrollando su lección «Génesis de la Nobleza», del Curso de Grado, de la Escuela de Genealogía, Heráldica y Nobiliaria (Instituto «Salazar y Castro» del Consejo Superior de Investigaciones Científicas), que la Nobleza es tan antigua como la sociedad; porque en cuanto los hombres sintieron la necesidad de unirse, precisaron también, naturalmente, de un jefe que les guiase en la guerra, y que les dirigiera y dirimiera sus contiendas en la paz, y así se realizaron los dos origines históricos de la Nobleza que podemos considerar más ciertos el patriarcado y el caudillaje; el primero como más antiguo atisbo de la Nobleza transmisible, y el segundo como embrión o esbozo de la personal.
Para Bernabé Moreno de Vargas en su «Discursos de la Nobleza de España» la palabra noble, entre nosotros, se deriva de las latinas notable o noscibile, que significan respectivamente notable y conocido y en ambos casos, notable y conocido por bueno y virtuoso, según conviene al citado autor al que siguen otros muchos tratadistas. Pero se hace necesario inmediatamente distinguir entre dos diferentes momentos de perfeccionamiento de la Nobleza, una vez aceptada su etimología, no sin algunas reservas; nos referimos a esa dualidad que existe entre lo que de antiguo viene llamándose nobleza moral y la que se designa como nobleza civil o política. A Mariano Madramany en su «Discurso sobre la Nobleza de Armas y Letras» le parece que nobleza civil o política la concedida por el Príncipe o por sus leyes, como legítima declaración de la primera.
Moreno de Vargas va aún más lejos en sus distinciones, pretendiendo la existencia de cuatro tipos de Nobleza que designa sobrenatural o teológica, natural primera, natural secundaria o moral y política o civil. La primera es para él la que tiene el hombre que está en Gracia de Dios, teniendo Fe y Caridad y guardando los Preceptos Divinos y Eclesiásticos; pero evidentemente esta nobleza sobrenatural o teológica de Moreno de Vargas se escapa a nuestro propósito, tanto meramente etimológico como conceptual, pues quién practique esas dos virtudes teologales apuntadas será no solamente noble, sino santo. La nobleza natural primera es para el autor que comentamos la que competía a todas las cosas y a todos los animales que se hicieran notables por sus cualidades físicas; la crítica inevitable a esta definición está en que el hecho de que una cosa o una persona, o incluso un animal irracional, sobresalga en algún sentido o en alguna actividad, no comporta necesariamente nobleza a favor de ella, y parece claro que ese sobresalir ha de ser en sentido positivo y no negativo, ya que de no sentar tal principio estaríamos reconociendo nobleza a quiénes se distinguieran haciendo el mal; no hay pues que tomar en consideración para nuestro propósito esta nobleza natural primera. En cuanto a la natural secundaria o moral es la que compete a sólo los hombres que mediante sus virtudes personales se dieran a conocer, cobrando estimación o ventaja sobre los otros. Por lo que respecta a la nobleza civil o política, Moreno de Vargas, recogiendo la doctrina de Bártulo de Sassoferrato, considera que sólo puede alcanzarse por dos caminos que establece la Ley 12, Título XXI, Partida II del famoso Código del Rey Sabio: A) Por el saber, donde incluye la práctica de todas las Ciencias y Artes liberales, y B) Por bondad de costumbres donde incluye los hechos notables de los hombres realizados en la guerra o en la paz; estos dos caminos sólo pueden originar nobleza política, cuando hayan sido declarados por el Soberano.
Para el propósito que nos guía comentaremos, afirmando con Cadenas Allende, que nobleza civil o política es el reconocimiento efectuado por el Soberano, o por la ley, a favor de una persona, de la concurrencia en ella, en grado extraordinario y notable, de todas o algunas de las virtudes cardinales, proyectadas al exterior en el beneficio de la Patria o de la comunidad, y transmisible como virtualidad en algunos casos, a todos sus descendientes directos.
Por lo que respecta a la evolución de la Nobleza, y siguiendo con nuestra cita inicialmente apuntada del Conde de Gaviria, advertimos que no es fácil fijar en compartimentos estancos las mudanzas experimentadas por una Institución eminentemente cambiable, variadísima en sus especies, y de la que no se ha tenido tampoco en una misma época igual concepto en todos los países. Para conseguir alguna claridad en la metería, es preciso diferenciar entre la evolución de la Nobleza considerada en el mundo, y los principales cambios que experimentó en España a partir de la individualización de nuestra Patria. Dijimos al principio que la Nobleza se originó de dos maneras diferentes: el patriarcado y el caudillaje, y es esta una regla general para todos los países. Llegó un momento impreciso en el cual los jefes de familia o de tribu extienden su jurisdicción sobre otros clanes; sus jefaturas se convierten en hereditarias, y con el correr del tiempo se establecen en ciudades y hacen conquistas; este es el momento en que comienza a perfilarse la nobleza política, personal y transmisible, con unas características peculiares que se han mantenido en lo sustancial vigentes hasta nuestros idas.
En opinión de Manuel Torres López en su estudio sobre «Las Clases Sociales» en la Historia de España, editada por Espasa Calpe y dirigida por Menéndez Pidal, la organización sociológico-política de la Roma antigua se basó en la diferenciación entre los patricios y los plebeyos, apareciendo luego, como elemento intermedio, los equites que pasaron pronto con los primeros a integrar la Nobleza. Junto a ésta que podemos llamar Nobleza de Privilegio, y luego de Sangre, aparece y se va consolidando la Nobleza de Cargo, que al convertirse estos durante el Imperio paulatinamente en hereditarios, origina otra forma de Nobleza transmisible. En el Bajo Imperio se diferencian dos tipos de Nobleza, integrado cada uno de ellos, a su vez, por varias clases; en primer lugar, y con una mayor consideración, los potentiores a los que cabe considerar como Nobles de Sangre; en segundo, los mediocres, que constituían, en términos generales de Nobleza de Cargo; desde un punto de vista jurídico, la circunstancia que los hermanaba, diferenciándolos de la Plebe, era la exención del tormento.
«En la España Visigótica - afirma Cadenas Allende- convivieron, de un lado, la Nobleza de Sangre Goda; de otro, la Hispanorromana; de otro, la originada sucesivamente por el ejercicio de Cargos Públicos y Eclesiásticos; de otro, la Nobleza Personal y Transmisible a que daban lugar dichos cargos, y de otro lado, por fin, la Nobleza Territorial, que venía a ser una manifestación de la de Privilegio y que también podía desembocar en la de Sangre».
Con el comienzo de la Reconquista empieza a tener vida la Nobleza típicamente española. El Cardenal Mendoza en «Origen de los villanos de España» afirma, que esta Nobleza estuvo constituida, en los primeros siglos de la Reconquista, de un lado, por los primeros nobles godos e hispanorromanos, ya para entonces perfectamente indiferenciados y confundidos, y de otro, por el común de los habitantes del Reino Visigodo, nobles de secundaria importancia y libres, que se retiraron a las Montañas con los primeros monarcas reconquistadores; y tanto los descendientes de los unos como los de los otros fueron llamados primero Infanzones, y andando el tiempo, en León y Castilla, Hidalgos.
En su trabajo aparecido en el número 12 de la Revista «Hidalguía», titulado «El Hidalgo y el Caballero» venia a decir el Marqués de Siete Iglesias, citando a fray Prudencio de Sandoval en su «Historia de San Millán», que la sociedad en los finales de la Monarquía Asturiana, estaba constituida por el Rey, los Condes y Potestades, los Infanzones y los Villanos y Plebeyos. De aquí deduce el Conde de Gaviria que todos los compañeros de Don Pelayo, tenían originalmente igual calidad nobiliaria, ya que los títulos de Conde y Postestad, aunque comenzaron pronto a ser hereditarios, no eran aún más que simples cargos que atribuían una mayor nobleza personal a sus detentadores, pero nunca una superior nobleza de sangre.
No otra cosa parece deducirse de la afirmación que hace en la Historia de España, época musulmana, García Torres, para el cual la Monarquía Asturiana residió, a fin de cuentas, en un pequeño grupo de nobles godos que, retirándose a las Montañas, eligieron Rey a Don Pelayo, uno entre ellos, como hemos visto al reseñar la Genealogía de la Casa Real en la Parte I de este Diccionario.
A partir de este momento inicial de la Reconquista sólo nos corresponde hacer un ligerísimo examen de la evolución de la Nobleza en nuestra patria, destacando los cambios institucionales; mas señalados que experimentó en las distintas épocas. De que hubo una Nobleza, privilegiada sí, pero sujeta a determinadas obligaciones, y de que permanecieron casi idénticos privilegios y obligaciones desde que se tiene noticia hasta que finalizó la Reconquista, son prueba tanto el Fuero de Ayala, cuanto la organización de la Curia Regia.
En cuanto a la aparición de la Nobleza de Cargo, si exceptuamos a concedida desde los más remotos principios al clero, debió de ser bastante tardía, encontrándose, sin embargo, bien regulada su adquisición en las Leyes de Partidas, por lo que hay que suponer que, para entones, ya se llevaba algún tiempo concediendo privilegios particulares y generales, y considerando, aunque sin una fijeza absoluta, nobles a los que llegaban a ostentar determinados cargos.
Con el fin de la Dinastía Trastamara, de tal manera se intensifica la concesión de mercedes nobiliarias a los plebeyos, que todas las Cortes, que por aquella época se celebraron, elevaron representaciones a los Reyes con objeto de que cesasen en lo que se consideraba un abuso del poder Real, y no solo se abstuviesen de conceder nuevos privilegios, sino que declarasen por nulos los ya otorgados; y, en efecto, fueron oídas las peticiones y cumplidas por Pragmática de Juan II y otros preceptos de los Reyes Católicos y de Carlos I. En la Ley dictada por este último está la principal causa de la proliferación de los pleitos de Hidalguía durante los dos últimos tercios del siglo XVI, al verse los nobles de sangre en la necesidad de probar esta cualidad para seguir disfrutando de sus exenciones y derechos, perjudicados por los municipios que, lógicamente. hubieron de apoyarse en las antedichas disposiciones para empadronarlos en el «Estado de los Hombres Buenos Pecheros». Esta proliferación vuele a producirse en la mitad del sigo XVIII, como consecuencia de las sucesivas supresiones de los llamados Privilegios de Exención de Pechos y de la puesta en Marcha del Padrón-Castastro del Marqués de la Ensenada. Con Carlos III y Carlos IV adquiere un gran incremento la que podemos denominar Nobleza Mercantil, y se reconoce la forma democrática de adquisición desde mucho tiempo atrás caída en desuso.
Después de varias supresiones y reconocimientos alternativos, que se corresponden con los períodos liberales y absolutistas del reinado de Fernando VII, tiene lugar, durante la minoridad de Isabel II, la definitiva liquidación de los privilegios de la Nobleza no titulada, fenómeno conocido con el nombre de Confusión de Estados, que ha originado el que muchos, equivocándose lamentablemente, tomaran esta supresión de privilegios por verdadera supresión de la Nobleza en sí, cuando está plenamente demostrada la pervivencia de esta Institución, no derogada por ninguna ley, y de la que se conocen matrículas realizadas en el presente siglo. Por consiguiente, el período de lo que podríamos llamar suspensión total del reconocimiento público de la Nobleza de Sangre, abarca solamente cincuenta años en nuestra Patria, ya que la Diputación Foral de Alava ha restablecido y la de Régimen Común de Alicante establecido, con fecha 18 de noviembre de 1958 y 16 de julio de 1959, respectivamente, para los ámbitos territoriales de sus respectivas provincias, los Padrones de Distinción de Estados.

GENEALOGÍA.
Libros de bautismos, matrimonios, fallecimientos, confirmaciones de la Parroquia de Blanca.
Sería interesante que el contenido de estos libros pudiese estar a disposición de cualquiera que lo deseara, lo que actualmente es imposible porque, aparte de la dificultad que entraña su comprensión, su manejo por muchas personas llevaría a su deterioro y posible destrucción. Para ello habría que seguir los siguientes pasos:
1. Fotocopiarlos libros.
2. Actualizar su redacción de manera que puedan ser entendidos sin dificultad.
3. Realizar un Fichero con todas las personas que aparecen y los hechos que se relatan.Como es comprensible es una labor imposible de conseguir de forma individual. Con la ayuda económica de la Comunidad Autónoma, Ayuntamiento, Bancos... y la dedicación desinteresada de algunos voluntarios, en el transcurso de unos pocos años se podría ofrecer a todos los blanqueños un trabajo que se podría utilizar en la búsqueda de datos familiares, creación de "árboles genealógicos" o simplemente, para conocer un poco de la historia de Blanca.
PARRA VALIENTE, ANTONIO (1990). Libro de fiestas de Blanca.
Mención aparte merece aquí el actual párroco de Blanca, Don Jesús Ruiz Gómez, el cual ha salvado muchos libros eclesiásticas del polvo y el olvido. Gracias a su incansable labor, entusiasmo y dirección, Blanca podrá contar en breve con una base de datos que estará puesta al día con los datos de todos los bautismos, matrimonios, fallecimientos y confirmaciones. De esta forma, cualquier persona podrá saber su verdadero origen. Gracias a su labor y tenacidad Blanca va a ser pionera en esto y no me extrañaría que fuera uno de los pocos pueblos murcianos que dispongan de tantos datos, desde 1566 hasta hoy en día, salvados de una posible pérdida posterior. No podemos olvidar que muchos pueblos ya no tienen sus libros eclesiásticos, debido a las varias guerras pasadas, falta de interés y el hecho de que los moriscos intentaban destruir los libros para evitar su posible identificación. Es realmente un milagro que la iglesia de Blanca aún tenga estos tesoros y a la vez tenemos que admirar a nuestros antepasados, los moriscos blanqueños, que no eran tan malos, -como se decían de çellos-, puesto que los blanqueños primitivos supieron siempre respetar su iglesia, a pesar de sus enormes dificultades con los cristianos.

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