ARQUEOLOGIA

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LA FORTALEZA DE KISKE

Por: Lorenzo Samaniego Román*

El sitio arqueológico de Kiske se ubica en una de las crestas bajas del cerro Monte Parra frente al valle y cerros Pimpón y Motocachi, con dirección norte y a unos 900 metros de la vía asfaltada que va de San Jacinto a Moro, provincia de Santa, de la región Chavín. Para llegar al monumento, desde San Jacinto o de la pista ya mencionada, se debe ir a pie hasta el cerro y luego ascender por el tiempo de casi treinta minutos sin mayor apuro. Desde Kiske la observación es amplísima, por el oeste se denomina hasta la bahía de Samanco y el mar, por el este hasta la Cordillera Negra, y por el norte hasta varios kilómetros interrumpidos por cerros y arenales; el dominio visual es sobre­cogedor.

Kiske es una monumental construcción pétrea, de planta octogonal y orientada hacia el norte. La particularidad de su planta, como de otras similares en la Cuenca de Nepeña o en la del Santa, se debe a su adaptación a la topografía del terreno, manifiesta expresión del desarrolla de la técnica constructiva para los distintos fines de la misma. Los grandes bloques de roca granítica que se usaron proceden del mismo lugar y hay muchos más en la montaña, fueron movidos, levantados y adecuados en los diversos sectores de la construcción con exacta precisión y seguridad. Por eso, los distintos muros se conservan a pesar de los años y de la acción de la naturaleza.

Para mover las voluminosas rocas hicieron uso de la ley de la palanca, el plano inclinado, polines y palos de algarrobo, como sogas de maguey y el importante trabajo colectivo de los hombres. Desde 1973 conocemos que en Sechín los constructores desarrollaron todas las técnicas constructivas.

El orden de los mampuestos y cuñas de piedra, para formar los anchos, altos y sólidos muros de Kiske, tienen afinidad y de hecho pertenecen a la misma tradición constructiva de Pañamarca (primera época), Paredones, Siete Huacas, Kil­way y la lejana arquitectura de Pashas (Cabana, Pallasca). Es más, en Kiske volvemos a observar el detalle de las esquinas y de las jambas formadas con rocas o mampuestos pulidos que enriquecen y embellecen su imponente arquitectura.

La función de este edificio, rodeado de terrazas y plataformas, fue de fortaleza inexpugnable. La capacidad y amplitud de observación desde el sitio a toda la Cuenca de Nepeña, en lo que corresponde a las zonas Costa y Yunga, es innegable y sobrecogedora; de tal suerte, el sitio fue exprofesamente escogido y planificada su construcción, aunque Squier -quien lo visitó en el siglo XIX levantando un buen plano- y el extinto sacerdote Augusto Soriano Infante, afirmaron que la construcción quedó inconclusa.

Es verdad, Kiske no fue concluido, estaba siendo ampliado y consolidado cuando por alguna razón aún desconocida, todo fue abandonado repentinamente. Allí están en el lado sur las rocas de granito listas para la construcción del ambiente de la planta cuadrada en el ángulo suroeste del edificio; asimismo los mampuestos bien alisados o regularmente pulidos para formar las esquinas y los martillos para el trabajo de la piedra, es decir, la cantera y los bloques escogidos quedaron allí detenidos.

Este monumento a 420 m.s.n.m. muestra didácticamente el laborioso trabajo de su constructor, tecnología desarrollada en la Cuenca de Casma durante el señorío de la Cultura Sechín y nos permite conocer la forma de control y defensa del valle por esa época. Veinte metros más abajo hay una terraza rectangular formada con muros de contención, existen otros más y de menor tamaño alrededor del sitio; asimismo, pequeñas casas y muros de contención escalonados para evitar y amainar la velocidad de las aguas que corrían cerro abajo, a causa de lluvias torrenciales por el fenómeno de “El Niño”, que se repite cíclicamente, como se puede comprobar en los cortes de los pozos hechos dentro del edificio por excavadores clandes­tinos. A unos 10 metros hacia arriba hay evidencias de escoria y restos de tallos de achupayas calcinadas. Probablemente allí se fundieron metales aprovechando las corrientes de aire para mantener el fuego.

Para ingresar al edificio hay dos entradas, la principal en el lado norte tiene 1.73 m. de ancho, 2.62 m. de altura actualmente, el corredor tiene cerca de 4.55 m. de largo, no está concluido y el dintel está caído hacia el norte muy cerca. El mortero de barro tiene buen porcentaje de cal para asegurar los mampuestos de las cuñas de piedra, tal como en la For­taleza de Chanquillo (valle de Casma). La segunda entrada está en el lado este, mide 1.68 m. de ancho, 3.20 m. de altura actualmente y 6.40 m. de largo el corredor, que tampoco está concluido. Squier vio las escalinatas de ambas entradas; pero ahora están cubiertas por las piedras caídas de los muros, la mayor parte de ellas a efecto del terremoto del 31 de mayo de 1970.

Hay una construcción de pirca de forma hemicircular en el lado suroeste, como otras más en el sector occidental del edificio. Además de las pitajayas, zapote y achupayas, hay materiales culturales en superficie: tiestos, artefactos líticos, restos de huesos humanos y de animales, como valvas de moluscos marinos.

En suma, no podemos sustraernos a otras funciones subsidiarias que pudo tener el sitio, como atalaya, estudios astronómicos y sentimiento religioso.

Verdaderamente, Kiske es un sitio de avanzada como lo fue Pañamarca (primera época) en la expansión desde la zona Yunga a la Costa, por parte de una cultura que estamos identificando perentoriamente como Virú; no pudiendo denominarla blanco sobre rojo, estilo de cerámica hallado en asociación con los sitios, porque también hay similares tipos ceramográficos hallados en el Palacio de Chanquillo y en las excavaciones de varias tumbas Virú en el Templo-Palacio de Sechín (Cuenca de Casma). Este problema de identificación cultural deberá resolverse con futuras excavaciones arqueológicas en los sitios mencionados y muchos otros que tenemos identificados en Santa, Nepeña, Casma y Huarmey. En suma, Kiske debe tener una antigüedad aproximada de 2,500 años.

*Moro: Historia y Turismo. Municipalidad Distrital de Moro. Chimbote, 1992.

 Plano dibujado por George E. Squier

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