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DE LOS CAZADORES-RECOLECTORES PRE TRIBALES A LA SOCIEDAD CLASISTA INICIAL EN LOS ANDES

Luis Felipe Bate*

Para el materialismo histórico, la explicación de los cambios fundamentales de las formaciones sociales se apoya en el supuesto de la correspondencia necesaria de la calidad de las relaciones sociales de producción fundamenta­les respecto a la magnitud del grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Y se entiende que el desarrollo de la contradicción entre las relaciones socia­les de producción y las fuerzas productivas genera períodos de interrupción de la gradualidad de los cambios evolutivos, en los cuales se dan los procesos de revolución social que transforman cualitativamente el modo de producción y, consiguientemente, la totalidad social.

En este nivel hemos discutido y formulado proposiciones básicas para explicar tres grandes estadios históricos, limitándonos, por ahora, a aquellos que, de manera inmediata, nos permitirían tratar con la historia de las sociedades americanas anteriores a la conquista y colonización europeas. Nos referimos a la formación social de cazadores-recolectores pretribales y a la formación tribal -como sociedades comunales primitivas o preclasistas-, y a la sociedad clasista inicial.

Hay que tener presente que, bajo esta concepción, los cambios cualitativos de una formación social a otra ocurren como procesos revolucionarios en los cuales se interrumpe la gradualidad evolutiva del desarrollo histórico, generándose períodos de transición que adquieren también calidades particulares.

LA COMUNIDAD PRIMITIVA DE CAZADORES-RECOLECTORES PRETRIBALES

En tanto comunidad primitiva, esta sociedad se caracteriza por la falta de producción sistemática de excedentes y la ausencia de clases sociales. Lo dis­tintivo de la misma, en cuanto a los contenidos de la propiedad, es que ésta se establece sobre la fuerza de trabajo y los instrumentos de producción. No se ha establecido la propiedad real sobre los objetos naturales de producción. Puede decirse que la apropiación de los medios naturales de producción es resultado del trabajo y no una condición necesaria para la producción. La forma de la propiedad que cualifica las relaciones fundamentales de producción es colectiva, con diversas formas de posesión particular e individual. Los medios naturales de producción son también objeto de formas particulares de posesión consensual.

La unidad del desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción se manifiesta particularmente, en esta formación social, como contradicción entre la precariedad estructural de la economía y las relaciones de reciprocidad que resuelven los riesgos permanentes que aquélla implica, tendiendo a estabilizar conservadoramente el desarrollo social.

La precariedad de las fuerzas productivas obedece a diversos factores:

1. El proceso productivo genera tres clases de bienes: alimentos, instrumentos y bienes de consumo no alimenticio, como vestimentas, viviendas, adornos y otros. La actividad vital, de la que depende rigurosamente la supervivencia, es la procuración de alimentos y es en torno a ella que se estructuran las relaciones sociales fundamentales. Los alimentos se obtienen por apropiación, a través de captura (caza o pesca) y recolección. Esto significa que la sociedad no invierte fuerza de trabajo en el control directo de la reproducción biológica de las especies animales o vegetales, que son la base alimenticia. Por ello, el margen de contingencias climáticas y ecológicas escapa al control social, pudiendo afectar a la productividad mucho más que en las sociedades que producen sus alimentos.

2. Con el fin de evitar descensos catastróficos o extinción de determinadas especies, estas sociedades aprenden a no sobreexplotar el medio ambiente, creando mecanismos sociales que limitan la apropiación a resolver las necesidades de subsistencia, evitando el abuso de los recursos.

3. El sistema de vida es nómada, en el sentido de que la población se desplaza en el territorio para optimizar la obtención de recursos, de acuerdo con los ciclos de vida de las especies alimenticias principales.

4. Tanto por razones de movilidad, como por prescripciones sociales, se tiende a suprimir o a limitar estrictamente el almacenaje y conservación de alimentos.

5. Los ciclos de producción-consumo de alimentos son breves y necesariamente continuos. El alimento obtenido se consume más o menos de inmediato, lo que obliga a nuevos procesos de trabajo que no pueden ser aplazados por lapsos mayores que la necesidad de nuevo consumo.

La economía es precaria en el sentido de que siempre pueden ocurrir con­tingencias que incidan en la falta de disponibilidad de recursos cuando se les requiere o en la interrupción de los ciclos de producción-consumo.

Hay que hacer notar que las comunidades pre tribales se organizan en unidades domésticas, las cuales se agrupan en «bandas mínimas» u «hordas»." Las unidades domésticas constituyen las unidades básicas de producción y consumo y están integradas por las diversas posiciones de la división de] trabajo, según sexo y edad. Tienden a coincidir con las unidades de repro­ducción biológica.

Ahora bien, para resolver el riesgo de carencias, se establecen relaciones de reciprocidad entre los miembros de las unidades domésticas, entre unidades domésticas, entre las bandas mínimas y entre las diferentes formas de organización mayor que pueden darse en estas comunidades. La reciprocidad es, a la vez, un derecho y una obligación. Derecho a ser asistido, a recibir, en situación de carencia; el cual se adquiere junto con el compromiso de asistir, de dar, a quienes estén sometidos a privación. Los actos de dar y recibir se extienden también a toda clase de bienes, servicios o favores. Los intercambios de regalos, aun sin que alguien se encuentre necesitado, son formas sociales de refuerzo de los compromisos de reciprocidad. La reciprocidad se realiza, generalmente, como un sistema de intercambios inmediatos y diferidos, en diferentes plazos.

La reciprocidad es la expresión aparente, en las esferas de la distribución y el cambio, de las relaciones colectivas de propiedad. Es que el derecho y la obligación de recibir o dar no es un compromiso individual, lo cual no resolvería los problemas eventuales de la precariedad. El riesgo de carencias vitales es previsible en general. Pero no se puede prever quiénes estarán sometidos a privación en qué momento o quiénes, en ese momento, estarán en posición de resolver esas carencias. La reciprocidad es así un compromiso colectivo, es decir, con cualquier otro miembro de la comunidad.

Lo cual significa que cada uno tiene el derecho a disponer sobre el uso de los instrumentos y la fuerza de trabajo de los demás para obtener lo que necesita con el fin de satisfacer carencias. Y, recíprocamente, está obligado a poner a disposición de cualquier otro que lo requiera la fuerza de trabajo y los instrumentos que posee. Por lo tanto, aunque la posesión de los elementos del proceso productivo sea individual o particular, la capacidad de disponer de ellos, es decir, la propiedad sobre los mismos, constituye una relación social comunal, colectiva.

Por ello, y por el hecho de que la producción -que sólo cubre las necesidades subsistenciales- no genera sistemáticamente excedentes transferibles de unos grupos sociales a otros, en estas sociedades no existen clases sociales.

En cuanto a las superestructuras, hay poca diferenciación histórica entre las instancias institucionales y de la conciencia o reflejo social. Por una parte, la precariedad económica es un factor suficientemente compulsivo como para asegurar cierta efectividad de los mecanismos sociales de coerción; por otra parte, la economía es suficientemente simple como para funcionar sin necesidad de un organismo especial de administración. Es decir que, en general, la reproducción del sistema social se da normalmente a través de la incidencia, en la conducta cotidiana, de una concepción de la realidad altamente normativa de las relaciones sociales. Por lo demás, cada unidad doméstica o cada banda mínima se ocupa de que sus miembros observen un comporta­miento socialmente aceptado, para no correr el riesgo de ser excluidos de los circuitos de reciprocidad.

Las concepciones de la realidad, estructuradas en torno a la reciprocidad y reforzadas en la conducta cotidiana o a través de rituales, se proyectan ana­lógicamente también hacia la naturaleza. Así como no se puede abusar de los congéneres, tomando más de lo necesario, cuando es necesario, tampoco se puede abusar de la naturaleza, que podría privar a los seres humanos de sus dones.

LA REVOLUCIÓN TRIBAL

Este modo de producción llega a su fase de transición revolucionaria cuando el tipo de relaciones de reciprocidad y la organización social no permiten resolver desigualdades críticas entre las necesidades de mantenimiento y reproducción de la población y la disponibilidad de recursos accesibles a través de la tecnología apropiadora de alimentos bajo un sistema nomádico.

La revolución tribal surge generalmente en el seno de sociedades que resuelven la crisis del modo de producción cazador-recolector por la vía del desarrollo de una economía de producción de alimentos (mediante técnicas de domesticación de plantas o animales), o con sistemas de preservación y almacenaje, para lo cual se requiere un nuevo tipo de organización social.

La revolución tribal como un proceso en cadena que afecta a diversas comunidades en relación de vecindad es, por lo general, impulsada, inicialmente por comunidades productoras de alimentos. No obstante, la tecnología de producción de alimentos no será una condición necesaria para la existencia de una sociedad tribal.

LA COMUNIDAD PRIMITIVA TRIBAL

El modo de producción de la comunidad tribal se caracteriza porque, si bien se mantienen las formas colectivas de la propiedad, ésta se constituye también en propiedad efectiva sobre los medios naturales de producción, tales como la tierra, el ganado, los cotos de caza o las áreas de pesca o recolección.

Cuando se desarrolla la producción de alimentos, la sociedad invierte fuerza de trabajo en los objetos naturales de producción, interviniendo en el control de la reproducción biológica de las especies alimenticias. Pero, para poder estabilizar una economía sobre esas bases, se requiere asegurar la propiedad real sobre tales objetos de trabajo, con el fin de impedir su apropiación por otros pueblos. En esta sociedad, la apropiación de la naturaleza no es sólo un resultado de la producción, sino una condición para la misma.

Una de las formas de garantizar la propiedad comunal sobre todos los elementos del proceso productivo, como condición para la producción, es el crecimiento demográfico, posibilitado por la elevación de la productividad media del trabajo. Sin embargo, para que este mayor número de población adquiera cualitativamente la capacidad efectiva de defender la propiedad comunal, se requiere de una nueva forma de organización social que comprometa recíprocamente a los miembros de toda una comunidad, en un sistema de relaciones de mayor escala. Esta es, en sentido estricto, la organización tribal.

La organización tribal se estructura sobre un modelo analógico de las relaciones de parentesco que, en parte, regula la distribución de la fuerza de trabajo a través de la filiación real. Pero, en realidad, es una organización multifuncional.

En principio, el «parentesco» clasificatorio sobre el cual se organiza la estructura tribal es, de hecho, la forma particular que, en estas sociedades, adquieren las relaciones fundamentales de producción.

En la práctica del ser social, la unidad doméstica es, a la vez, la unidad básica de producción y consumo, así como de reproducción de la población. Por ello es fácil, en el nivel de la conciencia social, proyectar por analogía las relaciones de reciprocidad solidaria que comprometen a los parientes consanguíneos hacia las relaciones sociales de producción. Con ello se logra, en la conducta de la vida cotidiana, la reproducción del compromiso necesario de reciprocidad a gran escala entre miembros de una comunidad que difícilmente guardan ya relaciones reales de filiación y, tal vez, ni siquiera se conocen entre sí. La mitificación de las relaciones sociales de producción bajo formas de parentesco es una eficaz forma superestructural de reproduc­ción del ser social de la comunidad tribal.

Por otra parte, la estructura tribal funcionando en sus instancias de re­presentación y en distintos niveles, según la magnitud o naturaleza de los pro­blemas a resolver, cumple algunas actividades institucionales que se han hecho necesarias. Por lo pronto, organiza la defensa bélica de la propiedad comunal -cuando es requerida- y se encarga de las relaciones cas o de intercambio con otras comunidades; pero, además, administra el funcionamiento de una economía algo más compleja y de mayores proporciones que la de una sociedad cazadora-recolectora (rotación de tierras, distribución de agua, intercambio, etc.) y se ocupa de zanjar eventuales problemas inter­nos, de la administración de justicia y demás asuntos similares.

La comunidad tribal tiene algunas fases que se corresponden, en general, con el desarrollo de las fuerzas productivas y, en lo particular, con las características de diferentes modos de vida. Como ya hemos señalado, la revolución tribal como proceso en cadena es generalmente iniciada por sociedades productoras de alimentos, cuyo crecimiento económico y demográfico se apoya inicialmente en la ampliación del uso de las técnicas de producción agropecuarias hacia nuevos ámbitos geográficos, con el consiguiente establecimiento de la propiedad comunal sobre los medios naturales de producción de su interés; lo cual ocurre generalmente a expensas de los medios natura­les explotados por comunidades vecinas de cazadores-recolectores. La migración de estos pueblos --que es una opción- tiene un límite, porque éstos, a su vez, tendrán que presionar sobre otras comunidades similares y habrá necesariamente un punto en que la disponibilidad de recursos de apropiación, para comunidades demográficamente comprimidas, hará entrar en crisis a su economía cazadora-recolectora. Entonces, cuando no ocurre antes, a estas comunidades presionadas no les quedará otra alternativa que elevar su pro­ductividad, crecer demográficamente y generar una estructura social que les permita asentar la propiedad efectiva sobre sus medios naturales de producción, limitando la ampliación territorial de aquellas sociedades ex­pansionistas. Es decir, se habrán convertido en formaciones socioeconómicas tribales. Con lo cual se genera el proceso «en cadena» que transforma a di­versas sociedades cazadoras-recolectoras en tribales, proceso que conocemos como «revolución neolítica». Cuando la extensión territorial de las forma­ciones tribales se ve así limitada, sigue siendo necesario su crecimiento eco­nómico para asegurar la permanencia de un cierto equilibrio intercomunal de fuerzas. Se da entonces una intensificación del desarrollo de las fuerzas productivas. Se experimenta la domesticación de una amplia variedad de plan­tas o animales; se desarrollan de manera importante las artesanías, ensayán­dose la transformación de los más diversos recursos naturales disponibles en objetos de trabajo con valor de uso, lo que lleva a una división social del tra­bajo entre productores directos de alimentos y artesanos. Muchos de estos productos son potencialmente intercambiables con otras comunidades, con el fin de obtener aquellos que requieren materias primas a las que ya no se tiene libre acceso.

En términos muy generales, hay una fase inicial que llamamos comunidad tribal no jerarquizada y una fase desarrollada o terminal -que requiere de una estructura efectiva de toma de decisiones, así como de la organización de la fuerza de trabajo y la circulación de productos- que es la comunidad tribal jerarquizada o cacical.

LA REVOLUCIÓN CLASISTA

En la fase cacical se agudizan las contradicciones de la sociedad tribal. In­ternamente, se hace cada vez más difícil compatibilizar la coparticipación en las decisiones sobre disposición de los elementos del proceso productivo y la distribución igualitaria en que se objetiva la propiedad colectiva, con una es­tructura social jerarquizada que mantiene a un grupo de trabajadores especia­lizados (controlando la circulación de sus productos o el uso de su trabajo) y que decide sobre el uso de la fuerza de trabajo de la comunidad. Externa­mente, el equilibrio de fuerzas en las relaciones intercomunales -que se mantiene gracias a sistemas de inntercambios equilibrados y al potencial defensivo de cada comunidad- tiene un límite, que terminará por ceder a las presiones de unas sobre otras por la obtención de recursos desigualmente distribuidos en la geografía y de acceso limitado por las propiedades comunales. El desarrollo de las desigualdades internas y externas conducirá a la crisis de la comunidad primitiva y al proceso de conformación de clases sociales y Estado.

LA SOCIEDAD CLASISTA INICIAL

El factor de desarrollo de las fuerzas productivas que agudiza las con­tradicciones internas de la formación tribal cacical, generando la necesidad de un nuevo sistema de relaciones sociales de producción, es el surgimiento del conocimiento especializado, con el que se establece una nueva división social del trabajo, entre el trabajo manual de los productores directos y el trabajo intelectual. El campo del conocimiento especializado, cuyo uso se convierte en factor de desarrollo de la productividad del trabajo, puede ser cualquier clase de fenómenos naturales o sociales que resulten estratégicos para la sociedad: medición del tiempo y predicción de eventos climáticos claves para la agricultura, procesamiento de metales, construcción de sistemas de irrigación, manejo de los procesos de intercambios extracomunales, organización militar, etc.

Para mantener estos especialistas, cuya actividad se hace necesaria y es monopolizada por la organización central de la sociedad, se requiere que los productores directos transfieran parte de su producción. Esto se asegura a través del sistema jerarquizado de toma de decisiones y uso de la fuerza de trabajo que, en principio, está posibilitado por la estructura cacical. Con lo cual la transferencia permanente de plustrabajo o plusproducto se convierte en un sistema social de enajenación de excedentes, es decir, de explotación clasista.

En el intento de caracterizar el modo de producción de estas formaciones sociales, ha sido necesario discutir el concepto de «modo de producción asiá­tico», debido al supuesto generalizado de que se trataría de la propuesta de Marx para explicar las primeras formaciones clasistas, a lo cual él mismo dio pie en el famoso prólogo. Sin embargo, lo hemos descartado por ser su formulación teóricamente inadecuada e históricamente restringida. Pensamos más bien que se refiere a las particularidades de una de las líneas o vías de desarrollo -un modo de vida- de las primeras sociedades clasistas.

Dado que se trata de una formación social clasista, su modo de producción se cualifica a través de la relación entre las clases fundamentales, aunque éste llega a ser un sistema complejo, integrado también por diversos tipos de relaciones sociales de producción secundarios.

Proponemos que las clases fundamentales son:

a) La clase explotadora, económicamente dominante, propietaria principalmente de la fuerza de trabajo del campesinado agroartesanal y de una parte limitada pero estratégica de los instrumentos de producción: el conocimiento especializado.

En la división social del trabajo, sus miembros están retirados del trabajo manual directo y desarrollan diversas actividades intelectuales: manejo político e ideológico de la sociedad, administración, estrategia militar, estudios sistemáticos de fenómenos naturales ligados a la producción, ingeniería de sistemas constructivos varios, procedimientos terapéuticos, etc.

Se apropian del excedente productivo enajenado bajo la forma de tributos en trabajo vivo o pasado.

b) La clase explotada, económica y políticamente subordinada, propietaria de los objetos de trabajo, siendo la tierra el principal, y de los instrumentos de producción directa. Sus integrantes están organizados en comunidades de producción agraria (o pecuaria) y artesanal y, en tanto miembros de una comu­nidad, son copropietarios de los medios de producción de que ésta dispone.

En cuanto a la forma de la propiedad, pensamos que, al menos en las primeras fases del desarrollo de estas formaciones, predominó la propiedad particular. Es decir, las clases fundamentales estaban integradas por copropietarios, en tanto miembros de la clase, de determinados tipos de elementos del proceso productivo. Los elementos del proceso productivo -o contenidos de la propiedad- cuya capacidad real de disposición se detentaba de tal forma eran los que distinguían a una clase de otra. En algunas sociedades, la lucha de intereses en el seno mismo de las clases -especialmente de las clases explotadoras- llevó a una más acelerada transformación de la propiedad particular en privada, cual es el caso del esclavismo clásico grecorromano. En otras sociedades, en cambio, parece ser que el predominio de la forma par­ticular de la propiedad de las clases fundamentales se mantiene aún hasta la época feudal, cuando el contenido principal de la propiedad de la clase dominante pasa a ser el objeto de trabajo básico, es decir, la tierra.

De cualquier manera, el modo de producción clasista inicial llegó a integrar una gran diversidad de tipos de relaciones de producción secundarias, caracterizadas por distintas formas y contenidos de la propiedad y la posesión de los elementos del proceso productivo. Para mencionar sólo algunos ejemplos más o menos comunes, observaremos que hubo sociedades en que la propiedad de determinados recursos naturales -objetos de trabajo-, como los metales preciosos o ciertas presas de caza selectas, fue monopolizada por la clase dominante. Su explotación, sin embargo, suponía disponer de la fuerza de trabajo tributada por las comunidades. Hubo también formas similares a la esclavitud clásica, en cuanto a la existencia de trabajadores enajenados de toda propiedad, que sólo poseían su fuerza de trabajo, la cual era generalmente destinada a la realización de obras públicas y sujeta a la copro­piedad particular de la clase dominante; aunque también pudo estar destinada al servicio personal de los miembros de esta clase. Existieron igualmente formas de servidumbre, en que los productores agrarios pagaban renta en pro­ductos o en servicios y podían retener parte de su producción en tierras de propiedad particular o privada de la clase dominante. En fin, se podría hacer un largo inventario de tipos de relaciones de producción secundarias. Sin embargo, la calidad del modo de producción está dada por las relaciones fundamentales que rigen a los procesos económicos como una totalidad.

Como en toda sociedad clasista precapitalista, la coerción que permitía la enajenación del excedente productivo se dio a través de mecanismos extraeco­nómicos. La clase dominante generó formas de coerción ideológica y militar y, sobre todo, mecanismos políticos de dominación de los conflictos potenciales y reales que implica la oposición desigual de intereses de clase.

Para tal efecto, las clases dominantes debieron desarrollar instituciones especializadas en las actividades coercitivas, en particular manteniendo cuer­pos militares y policiales permanentes e imponiendo y reproduciendo concepciones ideológicas justificadoras de la existencia de las clases y la explotación económica. Necesitaron, asimismo, controlar y regular la nueva red de relaciones políticas entre clases heterogéneamente organizadas bajo diversos tipos de relaciones sociales, y administrar un no menos complejo sistema económico, desde las tecnologías de producción a las formas de distribución -especialmente la recaudación del tributo-, la regulación de los intercam­bios y del consumo.

La conformación y establecimiento de este sistema institucional, que es condición y consecuencia del desarrollo de las sociedades clasistas, es el pro­ceso de formación del Estado. Es el Estado la superestructura institucional que sirve a las clases económicamente dominantes que lo controlan política­mente, mediando las relaciones políticas entre las clases.

En cuanto a la conciencia social, se conforma la ideología de las clases do­minantes, las cuales necesitan justificar un nuevo tipo de relaciones sociales que rompen objetivamente con la igualdad distributiva de las comunidades, violando las concepciones igualitarias y de reciprocidad que les corresponden y están profundamente arraigadas entre los productores campesinos. Las ideologías dominantes falsifican la realidad, no tanto por el hecho de que la reflejan y la norman valorativamente a través de representaciones míticas o fantásticas, sino porque, en su contenido, justifican lo injusto.

Sobre la base de las cosmovisiones de formas míticas de la mayoría de los productores de origen comunal, se desarrolla la religión. En ella se proyectan analógicamente las nuevas relaciones sociales. La religión se distingue del mito comunal en que las relaciones entre el portador del mito religioso y las «divinidades» no son ya de reciprocidad, sino de subordinación. Por lo general, además, los reproductores institucionales del mito religioso -al menos en las altas jerarquías- ya no representan los intereses de los hombres frente a los dioses, sino a los dioses frente los hombres. Y es común, en las religiones primitivas, que los mismos representantes de las clases dominantes sean divinizados. Bastante heterogéneas debieron de ser las formas en que las reli­giones oficiales se impusieron y articularon a las cosmovisiones comunales o locales, implicando procesos de yuxtaposición, sincretismos, resistencias, desplazamientos o cambios que pudieron reflejar hasta las situaciones políticas coyunturales.

Hay que decir que, si bien no se puede desarrollar un sistema de explotación clasista sin un aparato estatal con capacidad represiva y coercitiva, tampoco es posible ejercer el poder político exclusivamente a través de la represión militar y policial o la manipulación ideológica. Particularmente en las primeras fases del desarrollo clasista, con un nivel de excedentes todavía no muy importante como para sostener un aparato estatal suficientemente fuerte, creemos que la principal forma de cooptación de las comunidades de­bió de ser el consenso político. Más aún, pensamos que difícilmente se pudo desarrollar un Estado incipiente mediante el ejercicio despótico del poder. El Estado, por lo tanto, debió de aparecer como retribuyendo los tributos a tra­vés de servicios que beneficiaran objetivamente a las comunidades productoras. Entre tales servicios puede mencionarse el desarrollo de tecnologías más eficaces en la producción, la organización de trabajos a gran escala para crear obras de infraestructura, predicción de eventos naturales y climáticos inci­dentes en la producción agraria, mantenimiento de reservas alimenticias para sustentar a comunidades sometidas a carencias por déficits productivos, re­gulación de los procesos de intercambios intracomunales y extracomunales, imposición y garantía de la paz entre comunidades que, de otro modo, vivirían en conflicto potencial por la disponibilidad diferencial de recursos natu­rales, etc.

Otra característica de estas sociedades es que, una vez conformada la es­tructura clasista, las clases dominantes se vieron en la necesidad permanente de extenderse, subordinando a nuevas comunidades o casas estatales, con el fin de concentrar un mayor volumen de tributos, no sólo para aumentar sus privilegios de consumo, sino para asegurar su existencia fortaleciendo el aparato estatal.

Esto condujo a situaciones críticas desde que, mientras más se alejaban las fronteras de los centros de dominación, era más costoso mantener un aparato militar y administrativo. Para solventarlo, resultaba más fácil cargar el peso del tributo a las poblaciones cercanas al centro; con lo cual se agudizaban los conflictos potenciales, llegando a traducirse en alianzas y rebeliones exitosas que, en algunos momentos, llevaron al derrocamiento de los aparatos imperiales.

La recomposición relativamente rápida de las comunidades liberadas en torno a casas estatales, en aguda y necesaria competencia, generó nuevamente Estados centrales fuertes, con aparatos militares cada vez más poderosos. Es posible que, en las fases más desarrolladas de estas formaciones sociales, el ejercicio despótico del poder alcanzara una elevada generalización.

El tema es muy extenso y nos hemos propuesto sintetizar en la forma más condensada posible estos planteamientos. Por lo que nos limitaremos a des­tacar algunos puntos en que nuestra proposición difiere de ciertos lugares comunes en las discusiones en torno al llamado «modo de producción asiático», así como de algunas afirmaciones de los clásicos del marxismo que hoy pueden replantearse a la luz de la nueva información:

1. Se cualifica al modo de producción de estas formaciones a través de las relaciones de producción fundamentales, definidas por relaciones de propiedad que permiten una clara distinción respecto a la particularidad del esclavismo clásico y al modo de producción feudal.

2. Se introduce el concepto de propiedad particular que, en nuestra opinión, es la forma histórica de transición de la propiedad colectiva a la propiedad privada. Como es sabido, en la concepción de los clásicos, el origen y constitución de las clases sociales se daría bajo la forma de propiedad privada. De hecho, tal es la forma que adquieren las clases dominantes bajo el esclavismo clásico, que no era la primera sociedad clasista de la historia, pero fue aquella para la cual tanto Marx como Engels dispusieron de mejor documentación.

3. Permite explicar el surgimiento de relaciones sociales clasistas a partir de cualquier tipo de comunidad tribal (germánica, antigua, eslava, «andina» y otras) y no solo de la comunidad de tipo oriental, que es lo que implicaría aceptar que el «modo de producción asiático» fue la única primera forma de sociedad clasista.

4. Se puede explicar la constatada persistencia de las relaciones comunales, que constituyen las unidades básicas de producción material y reproducción de la fuerza de trabajo, regulando el acceso a la propiedad particular de los medios de producción por los productores directos. La pertenencia a las comunidades de productores agroartesanales pudo darse por vínculos gentilicios o de vecindad y no son necesariamente «supervivencias» de la comu­nidad tribal, sino, muchas veces, comunidades creadas por necesidades del nuevo sistema socioeconómico.

5. Pensamos que la base de la soberanía estatal es fundamentalmente política y que sólo en torno a los centros urbanos o en fases desarrolladas de la formación social el Estado se caracteriza por «la agrupación de sus súbditos según divisiones territoriales», como planteara Engels.

6. El ejercicio despótico del poder del Estado sólo se referiría a una forma y no al tipo general de Estado de las primeras sociedades clasistas. El despotismo no sería una característica necesaria sino, más bien, propia de algunas vías particulares de su desarrollo, o modos de vida, en fases relativamente avanzadas.

*Para su divulgación entre nuestros estudiantes de La Cantuta, nos hemos permitido extractar este artículo del reciente libro de Luis Felipe Bate, que con el título “El proceso de investigación en Arqueología”, ha publicado la Editorial Crítica en Barcelona, el año 1998 (pp. 83-94). En la primera página del mismo Bate cita a Principio Evenflo señalando: “Quien teme que le roben una idea teme, en realidad, no ser capaz de producir otras nuevas”.

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