Miriam Díaz
[email protected] 

Volver a Narrativa

 

La Generosa

 

 

Era noche de tormenta, de gotas acribilladas sobre el asfalto, de galope de caballos, de tacones en el tablado, de manos avivando a los gitanos. Era la lluvia de diciembre que nos dejaba a la muchedumbre en silencio mientras esperábamos los trenes.

La estación estaba atestada de valijas, de apurados pasos y sonrisas que se llenan de agua. No sé que hago aquí, yo no viajo a ninguna parte, debo estar soñando. En realidad ya viajé hace varios días. Pasé por aquí, tomé el tren y volví a casa. Crucé medio país como tantas veces antes. No tengo equipaje, ni boleto, ni siquiera este abrigo es mío; estoy soñando sin lugar a dudas, sin lugar de ninguna clase.

¿Por qué ese viajero está con su paraguas roto en medio de la lluvia? Unos pocos pasos y estaría bajo techo, como todos nosotros, los cobardes, los prudentes, los que ya estamos muertos de algún modo. Lleva poca cosa: una cabellera hasta la cintura, la barba de los tristes y tres sortijas, una de ellas es de oro.

Enciendo un cigarro y desde la lluvia me hace un gesto de deseo por el pequeño objeto. Aprovecho la ventaja.

 

- Es tuyo, ven por el.

 

Y viene, desarticulando en forma mínima todo su cuerpo, es un vudú, un brujo. Ya lo he visto antes.

 

- Gracias, sos muy generosa. No enciendas otro. Los amigos comparten los cigarrillos. Que bonito pelo tienes y que ojazos, demasiado grandes para ti.

 

- Y los tuyos demasiado pequeños. O quizás sean las pestañas tan largas que casi no veo tus ojos.

 

- Es verdad, ¿Qué se puede hacer? Tengo ojos pequeños y manos perfectas ¿o no?

 

Sonríe con la picardía de un desamparado. Manos perfectas y zapatos rotos. No puedo evitar la acostumbrada invitación:

 

- ¿Quieres un café?

 

- Me encantaría, pero no tienes que tomar el tren?

 

- No viajo a ninguna parte, estoy soñando. No tendremos que pagar el café. ¿Y vos a dónde vas?

 

- A tu casa.

 

- ¿Qué?

 

- Voy a tu casa. No debería explicarte nada. ¿Quién te manda a soñar con cosas que todavía no has vivido?

 

- ¿Yo te conozco?

 

- Todavía no. Al menos no para vos. Pero para mí ya nos conocemos hace mucho tiempo y hemos fumado mucho juntos. Además te encantan mis manos y estas son tus sortijas.

 

- ¿De qué hablas?

 

- Y ese abrigo que llevas es mío. Pareces la mujer del diablo con el, hicimos el intercambio en una noche de tormenta como esta, no muy lejos de aquí.

 

- ¿Qué es todo esto? No entiendo lo que dices. ¿Cuándo pasó todo eso?

 

- Para mí hacen seis meses, para vos, faltan seis meses. Será el 24 de junio del año que se inicia. Es que los sueños tienen puertas peligrosas. Pero no te preocupes, los tiempos nunca se mezclan, solo nosotros nos asomamos por un rato, pero luego nos despertamos.

 

- ¿Cómo te conocí?

 

- En el "canela" a la medianoche. Hacía demasiado frío, pero no quisiste faltar al ritual del café irlandés después de la función. Habían varias personas contigo, yo estaba en una mesa cercana a la que escogieron. Tomaba un pequeño café y estaba decidido a suicidarme esa noche. Me quedaba un cigarrillo y estaba a punto de encenderlo cuando te escuché: ¿Quién tiene un cigarrillo?, me levanté sin darme cuenta y en un par de pasos estaba cerca de ti, poniendo el cigarrillo en tu boca. Cuando lo encendí vi tus ojos y me di cuenta que esa noche me salvarías.

 

- La verdad es que no me resulta extraño eso que dices, porque suelo encontrarme con gente como vos, quiero decir…

 

- Ya sé, con miserables como yo. No te preocupes, ambos sabemos que es así. Esa noche, encendí el cigarrillo y me volví a mi mesa. Me mirabas de cuando en vez y yo lo hacía todo el tiempo. Que ganas de morir que tenía en ese momento. Brindaron muchas veces, cantaban, todo había salido bien, estaban felices, pero yo acababa de poner una pluma en tu corazón. Cuando decidieron irse, te acercaste a mi mesa y dejaste el pañuelo rojo con tu número. Yo no estaba para tus saltos, yo necesitaba algo más. Te tomé el brazo, desesperadamente:

 

- No dejes que me mate.

 

- Ven conmigo, compraremos cigarrillos.

 

- Así nos separamos de tus amigos y caminamos horas bajo la lluvia, buscando cigarrillos. Te di mi abrigo, me diste tus sortijas.

 

- Los gritos en la estación nos giraron las cabezas.

 

- Debo irme, se va mi tren, debo llegar a tu casa.

- Espera, dime al menos como te llamas.

- Que raro, que siendo tan generosa te importen las pequeñas cosas.

 

 

 

 

 

 

© Miriam Díaz

 

 

Miriam Díaz
Nacionalidad Argentina - Salta
Edad: 39
Profesión: Actriz de teatro independiente, dramaturga, psicóloga.
www.tnazasteatro.com.ar 
http://lopeordelmercado.blogspot.com 
http://temiroparaverme.blogspot.com 

Atrás

Revista Literaria Remolinos