Sílvia Iserte López
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La sombra acechando

 

Sopesares de luz caían
sobre una tiniebla de olvido,
esperando, impacientes,
su recuerdo de sueño.

De entre la sombra,
se oían rumores de amor y de paz,
rumores escuchados
por un necio sordo.

Surcaba el llanto, en silencio,
de quien no tiene
derecho a amar
y un fin que no discrepar.

Gritando, callado,
en un rincón de la noche,
se consumía por dentro,
solo con la ausencia a su lado.

Y en una ráfaga de hedor eterno
a recuerdos de corazón latiendo,
huir en la sombra tardía y rojiza
es la única opción.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los dos corazones

 

Mi época pasó,
se olvidó de mí,
dejándome nacer después,
condenándome al vacío.

Mi cuerpo pertenece al mar,
a las grandes y espumosas olas
que, despiertas, van a parar
a las arenosas y tranquilas playas.

Mi alma pertenece al aire,
al amanecer rosado y dorado
que se esconde bajo el agua
de un inmenso y alejado horizonte.

Yo pertenezco al mundo,
a un mundo que no vi,
a un mundo que perdí
y que nunca volverá.

Pero mi corazón te pertenece a ti,
debe quedarse aquí,
cerca del tuyo,
para juntos poder vivir.

Tu cuerpo deberá ir al mar,
de mis ojos el más grande,
escondido en el más recóndito lugar,
a tu espera.

Tu alma deberá ir al aire
que suspiro cada día al despertar,
puro y hueco,
hueco de ti.

Tú deberás ser el mundo,
del mío, el único habitante,
viajando a través del tiempo,
siempre a mi lado.

Tu corazón acompañará al mío,
en todo momento, en todo instante,
viajarán juntos
a falta de cuerpo y alma.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El valle de la soledad

 

Necesito irme de este valle,
de esta tormenta que a mi ser atañe,
de esta oscuridad que sobre mi alma nace,
de esta soledad que tan sola me hace.

Miro hacia el cielo negro
y no encuentro más que luces de tus ojos serenos,
y unos viejos y preciados recuerdos
que hoy, tristes, se han vestido de entierro.

Puedo verte a través de mis sueños,
y hablar contigo como nunca lo he hecho,
y lanzarte miradas al centro del pecho,
para ver si descubres todo lo que te quiero.

Dejaré estas montañas y el río, que calle,
que no quiero, jamás, sola, escucharle,
que quiero olvidar todo este paraje,
y que muere de viejo, encerrado con llave.

Subir a lo alto, en la cima del monte,
donde corran los vientos de un nuevo horizonte,
donde se alcance a ver un balcón de nuevos colores,
donde florezcan siempre preciosas flores.

Te esperaré ahí arriba, y el are, que corra,
que reme tus ríos, que rehuya la sombra,
que cuando estés más tranquilo, alma roja,
que vengas conmigo en cien primaveras locas.

Bajar muy despacio, adentrarme en el bosque,
donde estés a mi lado, desnudo de soles,
donde estés tan cercano que respire tus olores,
donde nunca termine la hermosa noche.

Y cuando estén en mi mano
todas las hojas que no tuve el pasado verano,
todos esos reflejos que tanto he añorado
olvidaré para siempre ese valle gastado.

 

 

 

© Sílvia Iserte López

 

Sílvia Iserte López. Cerdanyola al lado de Barcelona), nacida el 3 de noviembre de 2006. En cuanto a mis estudios, he cursado el bachillerato en la modalidad de humanidades y ahora mismo estoy estudiando el primer año de Filología Hispánica, aquí, en la Universidad Autónoma de Barcelona. 

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