RONDA, CIUDAD CON HISTORIA

 

    La ciudad de Ronda se sitúa sobre una meseta, que, aunque no supera los 700 metros de altitud media, está rodeada de una cadena de macizos calcáreos, que por su alineamiento, resultan difícilmente accesibles salvo por determinados pasos naturales. Tal circunstancia le ha dado a través de milenios un carácter de reducto militar, potenciado por lo extremadamente abrupto de todo el sistema montañoso que lleva su nombre, Serranía de Ronda.

    La singularidad del emplazamiento sobre el que se asienta el enclave urbano de Ronda, es debida a los fenómenos geológicos de ruptura y sedimentación de la época terciaria, modificados por las posteriores acciones erosivas de una red fluvial que producirían la tal geografía espectacular de precipicios y gargantas.

    La afición del hombre por Ronda y sus alrededores se remonta, como mínimo, a los 25000 años que tienen las pinturas rupestres de las cuevas del Gato y de la Pileta. Desde entonces es una de las ciudades más buscadas por su magnetismo, nada fácil de describir y que embrujó a Orson Wells, a Hemingway, o Juan Ramón Jiménez o Rainer María Rilke entre otros.

Historia de Ronda.

    Los restos arqueológicos que reflejan la importancia de pasado de la ciudades, en Ronda son excepcionales, sobre todo desde que a comienzos del s. XX se descubrieron las pinturas rupestres de la Cueva de la Pileta entre las que destacan la yegua preñada o el pez; imágenes de enorme fuerza expresiva y poder de síntesis que las sitúan entre lo mejor del Paleolítico superior. Ocho siglos antes de nuestra era ya se fabricaban espadas por estos pagos, porque, como confirman fuentes históricas, durante siglos éste fue el escenario donde se decidieron las hegemonías. Pero cuando se habla de Ronda hay que incluir la Arunda celta, o la Acinipo romana, también llamada Ronda la Vieja situada a unos kilómetros de la actual y en la que ha sobrevivido un espléndido teatro.

    Los musulmanes la llamaron Izn-Rand Onda y de aquí surgió, poco antes del año 900, Omar ibn Hafsún, el primer gran guerrillero conocido desde Viriato que puso en jaque y estuvo a punto de derrotar al primer califa de Córdoba, el temible Abderramán I, en lo que fue una lucha entre la nobleza visigoda superviviente y la nueva clase de dirigentes musulmanes.

    Ronda fue capital de un reino taifa e inexpugnable plaza del reino nazarí granadino hasta que Fernando el Católico, con ayuda de maquiavélicas estrategias militares, consiguió burlar a sus enemigos y tomarla en el año 1485. Desde entonces, conoció un auge entre los siglos XVII y XVIII, basado en una incipiente burguesía aristocrática y la crisis de la Guerra de la Independencia.

Ronda y su conjunto monumental.

    La ciudad de Ronda con su Serranía forman una unidad que siempre se ha distinguido por su carácter independiente y peculiar, el apego a formas culturales ancestrales en las que se mezclan lo más genuino de la herencia árabe, el senequismo más andaluz y el escenario de sus montañas.

    Al acercarse a Ronda desde cualquier punto cardinal, ésta surge como una aparición blanca en medio de un anfiteatro de montañas labradas por algún ciclópeo Vulcano. Situada a 770 m de altitud y a tan sólo 50 km del mar, domina la meseta que durante muchos siglos fue paso obligatorio de recuas, caravanas, ejércitos o contrabandistas. Como era usual, tras la conquista se cristianó la antigua mezquita, de la que queda el mihrab y parte del alminar, para luego transformarla en la principal iglesia: Sta. María la Mayor, con vocación de catedral, curioso ejemplo de integración de espacios góticos y renacentistas rematados en el exterior por una doble balconada sobre arcos cerrando la Plaza Mayor al modo castellano. De los árabes quedan además el precioso minarete de San Sebastián y unos baños públicos (s. XIII-XIV) al lado del río, la interminable escalera de la Mina con 365 escalones en la Casa del Rey Moro o la coetánea Casa del Gigante, ejemplo significativo de vivienda noble nazarí, una de las pocas que ha llegado a nuestros días y el Palacio de Mondragón, residencia de emires transformado después en botín de guerra y adornado con patios y jardines mudéjares y renacentistas por los reyes cristianos.

    Tras la conquista, Ronda también sufrió la recesión que siguió a la rebelión de los moriscos (1501) que se prolongó más de un siglo. Ya el rey católico d. Fernando, feliz por su conquista, mandó construir en la muralla por la que penetró en la ciudad, al lado de la Puerta de Almocábar, la iglesia del Espíritu Santo formando parte del cinturón amurallado que aún subsiste. El resto de la defensa lo formaba la insalvable garganta del río Guadalevín y los imponentes "acantilados" a los que asoma la Ciudad. Pero fue en los siglos XVII y XVIII, con la Ilustración, en los que, sin renunciar a su herencia andalusí, se forjó la Ronda que nos ha llegado, adaptándose a cada nueva época y moda. El hecho de ser el centro agrícola y comercial de la comarca dio lugar a que la incipiente burguesía y la nobleza levantaran palacetes, iglesias y conventos así como la primera Plaza de Toros, construida toda ella en piedra (1784) y el Puente Nuevo acabado en 1793, ambas obras del arquitecto Martín de Adehuela. El coso tiene unas medidas excepcionales con doble arcada de columnas toscanas. Los rondeños que contaban con la Real Maestranza de Caballería más antigua, fundada en el s. XVI, también formalizaron, jerarquizaron y regularon por primera vez la trágica danza con la muerte que es el toreo a pue, lo que presupone la existencia de una clase social señorial y ganadera. El Puente Nuevo necesitó más de 40 años para elevarse casi 100 m sobre la base del Tajo superando los dos puentes anteriores y uniendo la Ciudad y el Mercadillo por la distancia más corta; alberga además una habitación que fue antigua prisión "de alta seguridad".

    Durante la guerra de la Independencia surgieron por toda la Serranía las partidas de insurrectos que "reinventaron" la forma de enfrentarse a los ejércitos franceses por medio de las guerrillas, palabra española que desde aquí se ha internacionalizado. Acabada la guerra, la crisis económica consecuente y la estructura social basada en el latifundismo y el caciquismo dieron origen en esta comarca a los personajes de corte romántico: el contrabandista y el bandolero. Entre los edificios modernos más destacables están: el Arco de Felipe V, el Palacio del Marqués de Salvatierra, con interesante fachada barroca de dos cuerpos. Tras es balcón de la forja rondeña inconfundible, unas simpáticas e inusuales cariátides con figuras de aztecas, "indiátides" coloniales, sostienen el tímpano que centra el escudo de la familia. Un amplio zaguán conduce al patio interior con arcadas y a un bucólico jardín abierto a los campos de Ronda. Aquí crece el pinsapo, fósil botánico vivo de la era terciaria, exclusivo de las sierras rondeñas, del Atlas y de los Urales. Al fondo de la empinada cuesta, la muy rondeña Fuente de los Ocho Caños del s. XVIII, preside la plaza de Nuestro Padre Jesús con su iglesia gótico renacentista cuya fachada es la propia torre. Calle arriba, no muy lejos, está la posada de las Ánimas que alojó a Cervantes. Pero si se desciende desde aquí el camino lleva por los puentes viejos hacia los Baños Árabes de época nazarí que están muy bien conservados. La ciudad extramuros que se extiende hacia el sur constituye el tercer barrio histórico y se llama así: el Barrio e incluye la Puerta de Almocábar con la iglesia del Espíritu Santo y sobre todo el tradicional barrio de San Francisco y su iglesia con la fachada de estilo isabelino.

Ronda cuenta con un gran número de casas señoriales levantadas en los comienzos del siglo XX, como el Hotel Reina Victoria con unos jardines dedicados a Rilke que son un balcón sobre la Serranía, o la Casa de Don Bosco, un balcón sobre el Tajo. Los Jardines son el complemento de plazas y palacetes hasta el punto que los de la Casa del Rey Moro Abd-al Maliq fueron diseñados por Forrestier. Cualquier rincón ofrece una nueva perspectiva de la ciudad, por eso se dice que "Ronda está llena de las mejores vistas de Ronda", a las que se ha venido a sumar, en las últimas décadas del siglo pasado las del Parador.

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