Capítulo 9 continuación....

No habían pasado muchos meses desde la completa subyugación de la primera víctima fascista (avanzada la primavera de 1936), cuando una segunda batalla estalló, esta vez en Europa.

En el verano de 1936 la Guerra Civil española se desató sobre la Península Ibérica (16 de julio de 1936).

Ya hemos examinado el papel que Mussolini desempeñó en la preparación para la Guerra Civil, y la ayuda que él dio a Franco. El Vaticano movilizó a la Jerarquía española así como a la italiana -la primera para ayudar a Franco, la segunda para aumentar el apoyo a Mussolini quien estaba ayudando en la guerra contra los Rojos. Nos limitaremos a citar sólo un típico ejemplo del entusiasmo de la Iglesia Católica en favor de Mussolini en este período.

A principios de 1938, 60 arzobispos y obispos y 2,000 sacerdotes, después de haber asistido a una ceremonia relacionada con la agricultura, pidieron ser recibidos por Mussolini. Precedidos por banderas llevadas por sacerdotes, ellos no sólo fueron frente a la estatua del soldado desconocido, sino que también rindieron homenaje en el monumento erigido a los muertos en la Revolución Fascista. Antes de ser recibidos por el Duce, los obispos y arzobispos lideraran una procesión, y cuando por fin estuvieron ante él, estallaron en una frenética aclamación. El Arzobispo de Udine leyó un discurso en el que, entre otras cosas, declaró: "¡...Duce, pueda Dios protejerlo! Todos oraremos a Él, para que le ayude a ganar todas las batallas que usted está dirigiendo tan sabia y vigorosamente para la prosperidad, la grandeza, y la gloria de la Roma Cristiana, el Centro de la Cristiandad -de esta Roma que es la Capital de la Roma Imperial."

Después de esto un sacerdote leyó un Orden del Día, aprobado de antemano por toda la asamblea, repitiendo la voluntad de los arzobispos, obispos, y sacerdotes de cooperar con el régimen fascista, "para la campaña del trigo así como para la conquista del Imperio ...a fin de que Italia esté espiritual, económica, y militarmente preparada para defender su paz contra los enemigos de su grandeza Imperial." El clero de Italia está invocando la bendición del Señor sobre su persona, sobre su trabajo como creador del Imperio, y del régimen fascista. Duce, los sacerdotes de Cristo le honran y le juran su obediencia."

Los arzobispos, obispos, y sacerdotes empezaron entonces a repetir, "Duce, Duce, Duce". Cuando por fin se le permitió a Mussolini hablar, él afirmó que la colaboración entre la Iglesia Católica y el Fascismo había producido grandes frutos para todos. Él les recordó, con la más profunda gratitud, de "la eficaz cooperación dada por todo el clero durante la guerra contra los abisinios ... recordando con particular simpatía el ejemplo de patriotismo mostrado por los obispos italianos que trajeron su oro a las oficinas locales del Partido Fascista, mientras los sacerdotes de las parroquias estaban predicando a los italianos para que resistieran y lucharan." Cuando Mussolini acabó, los arzobispos, y obispos, después de haber invocado repetidamente la bendición de la Providencia Divina sobre Mussolini, empezaron a aclamarlo entusiastamente y de nuevo diciendo "Duce, Duce, Duce" (Corriere della Sera, 10 de enero de 1938).

En la primavera del año siguiente Pío XI murió. El Cardenal Pacelli fue elegido Papa, y asumió el nombre de Pío XII (12 de marzo de 1939).

El cambio del gobernante supremo de la Iglesia Católica no afectó en lo más mínimo la política del Vaticano hacia el Fascismo. Esto por la misma razón de que el nuevo Papa había estado dirigiendo la política exterior del Vaticano durante los diez años precedentes y fue principalmente responsable de haber ayudado a Hitler a asumir el poder, como veremos dentro de poco. Él siempre había estado de acuerdo con Pío XI, la única diferencia entre los dos era que Pío XII estaba más inclinado hacia la diplomacia que su predecesor.

El comienzo del reinado del nuevo Papa coincidió con el decreto de Mussolini para la expulsión de los judíos de Italia (aproximadamente 69,000). El nuevo Papa guardó silencio, y cuando, algunas semanas más tarde, la Italia fascista invadió Albania, el Papa protestó, no porque un país había sido atacado injustificadamente, sino porque la agresión se había llevado a cabo en Viernes Santo.

Un par de semanas después de la Pascua, 1939, el Papa recibió una carta tan secreta que sólo a su Secretario de Estado le fue permitido ver su contenido (según su biógrafo, Rankin). Allí siguió una "febril actividad" con los representantes de varios Poderes, especialmente Polonia, Francia, y Alemania. No muchos días después Hitler dio el primer golpe mortal que fue desintegrar Checoslovaquia. La tormenta de la guerra estaba acercándose rápidamente, y finalmente, el 1 de septiembre de 1939, la Alemania Nazi invadió Polonia, y dos días más tarde Francia y Gran Bretaña le declararon la guerra.

El Papa hizo varias propuestas para la paz, sin éxito; y cuando, después de que Polonia fuera aplastada y dividida entre Alemania y Rusia, una tensa calma descendió sobre Europa, Pío XII siguió cortejando a la Italia fascista. Él acabó ese año fatal dando el inaudito paso de recibir al Rey y a la Reina de Italia en una recepción oficial en el Vaticano, e inmediatamente después dirigiéndose al Quirinal [la residencia real].

Había varias razones por las que el Papa quería dejar a la Italia fascista fuera de la guerra: para que no se extendieran las hostilidades; a fin de no complicar la situación con los Poderes Occidentales mientras existiera una chance de paz; para que Italia pudiera ayudar después, cuando se produjera la guerra contra la Rusia soviética; y, por último pero no menos importante, porque si el Fascismo hubiese colapsado, a través de la derrota militar o la revolución interior, la Iglesia Católica se habría encontrado en una poco envidiable condición.

Inmediatamente Alemania atacó Polonia, el Vaticano notificó al Gobierno italiano de su satisfacción de que Italia fuera neutral. El Conde Ciano, [el ministro de Asuntos Exteriores], le dijo al sacerdote Tacchi Venturi -un Jesuita intermediario entre el Vaticano y Mussolini- que era intención de Italia permanecer fuera de la guerra; y el 29 de febrero le dijo al Nuncio Papal en Italia: "Tengo la impresión de que una gran ofensiva está a punto de estallar ... Alemania hará el máximo esfuerzo para llevarnos a la guerra." ( La Obra de la Santa Sede para la Paz en Italia, publicado por el Vaticano, junio de 1945).

El 24 de abril, el Papa, en una carta autógrafa a Mussolini, le pidió para que pudiera evitársele la guerra a Italia.

Entretanto Hitler estaba preparándose para atacar en el Oeste, y envió a Ribbentrop para que calmara al Vaticano acerca del Pacto Nazi-Soviético. Y cuando Hitler invadió a Holanda y a Bélgica, el Papa por primera vez envió una suave protesta en la forma de cartas al Rey de Bélgica y a la Reina holandesa, desaprobando el hecho de que sus países habían sido invadidos "contra su voluntad".

Sobre esto Hitler ordenó a Mussolini que mantuviera callado a Pío XII. El Duce, amenazando represalias e invocando el artículo 24 del Tratado Laterano, impuso silencio sobre el Vaticano, que no podía soportar la idea de la alianza entre Alemania y Rusia. El Osservatore Romano dejó de publicar opiniones políticas.

La primera notificación de que Italia había decidido entrar en la guerra se hizo el 22 de mayo al Arzobispo Borgongini-Duca por el Subsecretario de Estado fascista, y repetido por Ciano el 28 de mayo. Algunas semanas más tarde, cuando Francia yacía postrada, Mussolini llevó a Italia a la guerra (10 de junio de 1940).

Una vez que el país se hubo unido al conflicto, la Iglesia Católica de nuevo se alineó del lado del Fascismo. Sólo nueve días después de la declaración de guerra el Papa, después de haber recibido algunos cientos de parejas italianas recién casadas, les dijo que era su "deber orar por su nación, la cual, hecha fecunda por el sudor y la sangre de sus antepasados, esperaba que sus hijos la sirvieran fielmente."

El 4 de septiembre de 1940, el Papa dirigió un discurso a 5,000 miembros de la Acción católica y les exhortó a estar listos a dar sus propias vidas por su país.

Cuando Mussolini atacó Grecia, el Papa no sólo no condenó la invasión, sino que ni siquiera la mencionó. Dos días después, sin embargo, él otorgó audiencia a 200 oficiales italianos uniformados "que representaban al Ejército italiano", y declaró que era sumamente gratificante para él bendecir a hombres "que sirven a la querida Madre Patria con lealtad y amor". El siguiente febrero el Papa recibió a 50 pilotos alemanes y a 200 soldados italianos, todos uniformados, y manifestó que estaba "feliz de recibirles y bendecirles ".

En mayo de 1941 él recibió al Duque de Spoleto, el día antes de que éste último fuera proclamado Rey de Croacia; y el día después de la ceremonia recibió a una comisión croata liderada por Ante Pavelich, el Dictador fascista de Croacia que había sido condenado a muerte en Francia por haber tomado parte en el asesinato del Rey de Yugoslavia.

El 13 de agosto de 1941, Pío XII recibió a 3,000 católicos y a 600 soldados italianos, a quienes dijo: "Hay gran heroísmo hoy en los campos de batalla, en el aire, y en el mar. Aunque la guerra es horrible, sin embargo uno no puede negar que ella muestra la grandeza de muchas almas heroicas que sacrifican sus vidas para seguir los deberes impuestos sobre ellas por la conciencia Cristiana" (ver Il Vaticano e il Fascismo, por G. Salvemini).

El Papa tenía que ser cauto en su aliento a los soldados fascistas, sabiendo que era observado por millones de católicos en los países aliados, pero lo que que no podía decir el Papa mismo, lo decía la Iglesia Católica. Su apoyo y entusiasmo por la guerra superaba incluso al mostrado durante la campaña abisinia. La Iglesia era una con el Fascismo, incitando a los italianos a apoyar la nueva aventura. Curas párrocos, obispos, arzobispos, e incluso cardenales, predicaban y escribían exaltando la gloria de luchar y morir por la Italia fascista, enfatizando el deber de cada ciudadano y católico de obedecer al Gobierno. Como antes, el Cardenal de Milán, seguido por los obispos de toda Italia, hizo una gira por diversas bases militares, bendiciendo a los soldados que partían, ametralladoras, aviones de combate, y submarinos; colgando medallas sacras en los pechos de los fieles; distribuyendo imágenes religiosas en las que las legiones fascistas se representaban marchando hacia la segura victoria, guiadas por ángeles, o la imagen del Arcángel Gabriel matando al dragón, representando Gabriel al poder fascista y el dragón a sus enemigos. Oraciones y Misas se repetían por todas partes. La Iglesia Católica, de hecho, no escatimó su apoyo a la Italia fascista, y este entusiasmo fue tan lejos que el propio Vaticano en numerosas ocasiones debió refrenar a la Jerarquía italiana.

El Papa siguió recibiendo y bendiciendo a los soldados italianos y alemanes hasta mayo de 1942, cuando las audiencias fueron reducidas, hasta que, finalmente, fueron completamente suspendidas. El cuadro había cambiado grandemente desde 1940.

La Rusia Soviética, que Hitler había prometido aplastar antes del final de 1941, estaba lejos de ser derrotada, y de hecho estaba contragolpeando. La batalla de Stalingrado dijo al mundo y al Vaticano que Alemania estaba a la defensiva. Una victoria nazi que en 1940-1 parecía casi segura, empezó a volverse cada vez más dudosa. Con el debilitamiento del ímpetu del ejército alemán, la derrota en África, la casi completa eliminación de los ejércitos fascistas, y finalmente la invasión de la propia Península italiana, la situación había cambiado completamente. Por lo tanto, el Vaticano se dispuso a tomar las medidas apropiadas para asegurar que, si el Fascismo caía, el Bolchevismo no absorbería a Italia.

Meses antes de la invasión a su país el pueblo italiano se había puesto cada vez más inquieto y organizó amenazantes huelgas. La propaganda socialista apareció en el norte industrial. El gran peligro del Socialismo, que había empezado a barrer el país, hizo mover al Vaticano.

Se ideó un plan para afrontar la nueva situación después de que el Vaticano hubo contactado a los Aliados (Gran Bretaña y los Estados Unidos de América) y a ciertos elementos fascistas y militares en Italia, encabezados por la Monarquía italiana. El plan simplemente consistía en anticiparse a la caída de Mussolini, vuelta inevitable por el estado interno del país, la incapacidad del régimen para defender el suelo italiano, y, sobre todo, por los objetivos de guerra de los Aliados victoriosos que incluían la destrucción del régimen de Mussolini.

El Vaticano y los Aliados Occidentales, a fin de cuentas, tenían el mismo temor de que las fuerzas revolucionarias en Italia pudieran tomar ventaja. Por lo tanto ellos llegaron a un acuerdo por el cual, aunque Mussolini sería derribado, la estructura general del régimen, con las modificaciones debidas, permanecería intacta. Así se evitaría el vacío que habría quedado por su desaparición y que habría dado una oportunidad excelente a los enemigos de orden social y de la religión para aprovecharse de la situación. El plan fue desarrollado a principios de la primavera de 1943, siendo los principales gestores:

Monseñor Spellman, Arzobispo de Nueva York, quien fue escogido como el intermediario entre el Papa, el Presidente Roosevelt, y los conspiradores italianos.

El ex-embajador fascista en Londres, el Conde Grandi (ver el capítulo sobre Alemania).

Y el Ministro fascista Federzoni.

Durante su estancia en Roma, a principios de la primavera de 1943, las actividades de Monseñor Spellman consistían mayormente en contactar a los principales conspiradores fascistas, al Conde Grandi, a Federzoni, y al Rey de Italia (el 22 y el 23 de febrero), y en informar minuciosamente el progreso de sus conversaciones al Papa y al Presidente Roosevelt.

Después de que sus planes fueron implementados, Monseñor Spellman viajó por Europa y fuera de Europa, dividiendo su tiempo entre bendecir bombarderos antes de que salieran para dejar caer sus cargas mortales sobre pueblos alemanes (por ej. el 6 de abril de 1943), y viendo a la gente que estaba ejecutando la nueva política en la que el Vaticano, Gran Bretaña, y los Estados Unidos de América estaban tan estrechamente preocupados. Él visitó especialmente al Embajador norteamericano en Estanbul y a los dos representantes Papales cuando estuvo en esa ciudad (Monseñor Pappalardo de la Iglesia Oriental, y Monseñor Clarizio de la Secretaría de Estado del Vaticano).

El Vaticano empezó a dar los primeros cautos pasos en la propia Italia ante el estallido de huelgas organizadas por socialistas y comunistas en el Norte de Italia, quienes demandaban la caída del régimen y la abolición de la Monarquía, que serían seguidas por la revolución social. Altos Prelados empezaron a aconsejar a los italianos que fuesen fieles a la Monarquía. Por ejemplo, ya el 30 de marzo de 1943, el Arzobispo de Milán dijo a los italianos que ellos debían "recordar que la garantía de la unidad nacional es la Monarquía de la Casa de Saboya".

Las noticias de las negociaciones secretas, sin embargo, se filtraron, y la primera insinuación pública de ellas fue dada el 12 de mayo de 1943, por el periodista francés Pertinax, quien estaba en sumamente íntimas relaciones con la Delegación Vaticana en Washington. Pertinax dijo que "el Vaticano está profundamente preocupado con las conmociones sociales que en la península es probable que serán el resultado de la derrota militar de ultramar y de la destrucción ilimitada por los ataques aéreos en casa."

Algunos días más tarde (18 de mayo de 1943), el New York Times publicó las noticias desde Berne de que

"...el Vaticano había informado a los gobiernos británico y norteamericano que un colapso italiano ahora tendría resultados desastrosos a menos que Italia fuera neutralizada en seguida u ocupada inmediatamente por los ejércitos Aliados."

El corresponsal de The Times, Mr. Brigham, el 19 de mayo de 1943, manifestó que se había enterado por medio de una "fuente Vaticana bien informada" que un "plan" había sido "elaborado en un mensaje especial del Papa Pío al Arzobispo de Nueva York Francis J. Spellman, en la actualidad en el Medio Oriente." El plan apuntaba a hacer posible "la voluntaria colaboración italiana en el desalojo del régimen fascista" y "de inmediato un armisticio". El partido fascista como tal sería inmediatamente disuelto. Ninguna provisión se hizo en el primer plan, continuó Mr. Brigham, "para el arresto o la entrega a los Aliados de algún líder fascista".

La doble campaña del Vaticano para ayudar a prevenir una revuelta popular contra el régimen, y al mismo tiempo para prevenir una revolución social, creció en intensidad, y el mismo Papa habló con toda su autoridad en una reunión de trabajadores italianos aconsejándoles que se apartaran de la revolución, (13 de junio de 1943).

El resultado de todos estos planes fue pronto evidente. En la noche del 25-26 de julio de 1943, Grandi lideró una revuelta contra Mussolini dentro del Gran Consejo Fascista. La resolución de Grandi proponía que el Rey debía tomar el control supremo de todas las fuerzas armadas. Esto fue aprobado por diecisiete miembros y rechazado por ocho. Mussolini fue a ver al Rey, y se le dijo que él no era más el Primer Ministro. Luego Mussolini fue arrestado. La caída del régimen fue tan simple como eso.

Uno de los conspiradores, el Mariscal Badoglio, quien tomó el mando, declaró: "La guerra sigue." Pero, detrás de la escena, las negociaciones estaban teniendo lugar para la rendición militar de Italia y la preservación del régimen fascista disimulado.

Hubo cambios menores en el Gobierno; fascistas se mantuvieron en sus posiciones anteriores; mientras las fuerzas clandestinas revolucionarias salieron a la luz, sólo para ser inmediatamente refrenadas otra vez por el nuevo Gobierno. Los periódicos comunistas tuvieron dos días de libertad, y luego fueron suprimidos. Badoglio llamó a los italianos a ser "leales al Rey y a toda las otras instituciones estables y antiguas." La Iglesia y sus obispos hablaron contra los elementos revolucionarios y Bolcheviques, y prohibieron la oposición al nuevo Gobierno.

Hubo grandes actividades en el Vaticano, el Papa y su Secretario de Estado mantuvieron reuniones con el Embajador portugués, el español, el alemán, y él británico. Como las negociaciones siguieron y aumentaba el peso de las incursiones aéreas Aliadas sobre Italia, el Papa se puso impaciente, teniendo miedo de que "el pueblo italiano podría volverse presa del Bolchevismo". El Vaticano acosó a Gran Bretaña y a Estados Unidos de América por términos generosos, "porque en la hermosa tierra de Italia, la amenaza del Comunismo, en lugar de disminuir, está aumentando." "La prolongación de la guerra", repitió el Papa, "crea el peligro de que la generación joven pueda ser conducida a los brazos del Comunismo ... Moscú está esperando el momento cuando Italia se fusionará con la unión estatal europea bajo la supervisión comunista."

Mientras el Papa continuaba recalcando a Roosevelt que "el bombardeo engendra Bolchevismo", Badoglio empezó una persecución a los Rojos, apoyada entusiastamente por la Jerarquía católica y el Vaticano.

Por fin, el 3 de septiembre de 1943, Italia se rindió incondicionalmente. Mussolini había desaparecido; se habían suprimido los rasgos más destacados del régimen; las democracias Occidentales habían sido satisfechas porque el Dictador no gobernaría más; en su lugar quedó la estructura fundamental de un régimen autoritario, gobernada por un General y un Rey.

Con el Rey y un General en el campo doméstico, y Gran Bretaña y Norteamérica en el extranjero, Italia se había salvado de la revolución interior bolchevique y de la presión política exterior bolchevique desde Rusia. El primer gran contragolpe político del Vaticano y sus aliados laicos había tenido éxito.

Poco después Italia se volvió un inmenso campo de batalla donde los ejércitos Aliados debieron combatir dolorosamente en su camino hacia el norte contra los nazis en retirada, trayendo destrucción incalculable y caos social, económico, y político con ellos.

Mientras los ejércitos batallaban, el Vaticano y los Aliados Occidentales no perdieron tiempo en llevar a cabo la segunda parte de su plan en el territorio liberado de la península -a saber, el de impedir que las fuerzas revolucionarias tomaran ventaja.

Los Aliados llevaron a cabo esta política a través de la organización que ellos establecieron en la Italia libre (A.M.G.O.T. [Allied Military Government of the Occupated Territories]), que prohibió las reuniones políticas, la libertad política, o la organización de partidos antifascistas, al mismo tiempo que prohibiendo la purga de fascistas de las posiciones públicas. Los principales pilares administrativos del pasado régimen fascista (los prefectos) fueron mantenidos en sus posiciones anteriores, mientras los altos oficiales civiles y militares fueron protegido por una Comisión Aliada, que no sólo impidió cualquier esfuerzo por purgar el país de ellos, sino que admitió dentro del redil norteamericano-británico a fascistas que habían estado "activos" hasta el momento de la derrota.

La política del Vaticano de animar y apoyar directa e indirectamente a todas aquellas fuerzas Conservadoras, con especial consideración hacia los elementos militares que deseaban la preservación de la Monarquía contrariamente a la voluntad del pueblo italiano, salió repentinamente a la luz en mayo de 1944. En aquel tiempo, "investigadores especiales" del Ejército norteamericano interceptaron mensajeros cerca de las líneas en Italia del sur, y abrieron una bolsa de correo del Vaticano. En ésta se encontró evidencia documental de que el Vaticano estaba comprometido en activas y muy secretas maquinaciones para preservar la Casa de Saboya.

La preservación de la Monarquía se había vuelto el propósito principal del Vaticano y tuvo el caluroso apoyo del Conservador Primer Ministro británico, Churchill, quien, a fin de llevar a cabo sus planes, visitó personalmente Roma y fue recibido en audiencia privada cuatro o cinco veces por Pío XII (agosto de 1944), y al año siguiente cuando, aunque no era más Primer Ministro, tuvo extensas entrevistas con el Nuncio Papal ante el nuevo Gobierno italiano. (Septiembre de 1945).

Con el fin del régimen fascista italiano, la segura derrota de la Alemania nazi, y el derrumbe del Fascismo en toda Europa, el fracaso de la política que el Vaticano había seguido durante más de veinticinco años se volvió más que obvio. Una nueva política, nuevos métodos, y nuevas tácticas apropiadas para las cambiadas condiciones tuvieron que ser adoptados a fin de salvarse del desastre lo más posible.

Los Poderes que habían derrotado al Totalitarismo Fascista profesaban estar basados en principios democráticos, y, lo que era más, proclamaron su deseo de ver adoptados tales principios en la liberada Europa. Los enemigos que el Vaticano había combatido durante y después de la Primera Guerra Mundial no sólo habían sobrevivido, sino que se habían vuelto más fuertes y más osados que nunca. La Rusia Soviética, contrariamente a lo que había sido el caso después de la Primera Guerra Mundial, emergió de la Segunda Guerra Mundial como una de las vencedoras, con prestigio fortalecido, como un Poder mundial cuya influencia política se extendió por toda Europa Oriental y del sur hasta las mismas fronteras de Italia, donde el Bolchevismo había crecido a pasos agigantados.

Para contrarrestar estos grandes cambios el Vaticano tuvo que adoptar dos líneas definidas e interdependientes, las cuales formaron juntamente la nueva gran estrategia de la Iglesia Católica en el período de post Segunda Guerra Mundial. La política internacional de largo alcance era combatir a la Rusia soviética por todos los medios disponibles, y con este fin el Vaticano, como en el pasado, tenía que aliarse con las democracias Occidentales que no eran menos ávidas que la Iglesia Católica para ver que la influencia de la Rusia soviética fuera atemperada y, si era posible, detenida.

La política de corto alcance, referente a la vida doméstica de las naciones, consistía en organizar a todos los elementos antirojos en un sólido bloque, liderado por los católicos, dirigidos por el Vaticano, y unidos en la lucha contra los partidos políticos. Estas fuerzas tenían que tratar con las cuestiones económicas y tenían que combatir al Socialismo, no sólo en el terreno político, sino también en el social. Fue entonces cuando el Vaticano nuevamene dio permiso a los católicos para organizarse en un movimiento político.

Gracias a la nueva política adoptada por el Vaticano, uno de los primeros nuevos partidos católicos en aparecer en la Europa post-fascista salió a la luz en Italia y adoptó el nombre de Partido Demócrata Cristiano. Se eligieron cuidadosamente líderes que eran devotos de la Iglesia y pronto empezaron a amoldar la política de la Nueva Italia, obstaculizando no sólo los esfuerzos de los renacidos Partidos Socialista y Comunistas, sino también los de de un inquieto sector de católicos que empezaban a mostrar alarmantes señales de espíritu revolucionario.

Así en los años inmediatamente después del cese de hostilidades, una inquieta Italia observaba a un muy ávido Vaticano zambullirse directamente en la vida política del país, organizando abiertamente poderosos partidos católicos, acusando a cualquier movimiento político que consideraba no estando en armonía con la doctrina católica, condenando al Socialismo, y estigmatizando al Comunismo, con un celo que no había perdido nada de su antiguo fuego sino que, al contrario, se había vuelto más feroz aun, desde que, con la desaparición de Mussolini, el peligro Rojo había surgido más amenazantemente que nunca.

El Papa y sus cardenales, obispos y sacerdotes de pequeñas ciudades todos predicaban desde las iglesias, la Prensa, y la radio, no sólo sobre cuestiones religiosas, sino también sociales y políticas, intentando llevar a las descarriadas masas italianas por un camino trazado para ellas por la Iglesia. El Vaticano apoyó abiertamente a instituciones y hombres que habían sido responsables del surgimiento del Fascismo. Éste mandó a los italianos que fuesen leales al Rey Víctor, el hombre que había puesto a Mussolini en el poder; y aunque los italianos, por medio de un plebiscito, habían votado abrumadoramente por una República, éste fue contra la voluntad del pueblo haciendo repetidos intentos por preservar la Casa de Saboya.

Además de sus esfuerzos por conservar la Monarquía, el Vaticano, siguiendo su vieja política, apoyó indirectamente a movimientos que tenían todo en común con el antiguo Partido Fascista excepto el nombre. Un ejemplo típico fue el partido derechista Uomo Qualunque (Hombre Común) que en la elección general de 1946 registró más de 1,000,000 de votos. Su líder, hasta muy poco antes un ateo, viendo la simpatía con la que el Vaticano miraba a su movimiento, se apresuró en este período, con toda la solemnidad, a entrar a la Iglesia Católica. La Radio Vaticana dio las noticias (el 10 de junio de 1946) de que el Signor Gianini fue bautizado, tuvo su primera Comunión, recibió la confirmación, y fue casado en la Iglesia del Sagrado Corazón en Roma, mientras el Papa le había enviado sus buenos deseos y bendición.

Esto, bastante significativamente, cuando varios católicos, incluso sacerdotes, fueron amonestados o aun excomulgados, por el Santo Oficio por no promover doctrinas sociales en conformidad con las de la Iglesia -es decir, las doctrinas socialistas (por ej. Fernando Tartaglia, un sacerdote Florentino, excomulgado por decreto de la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio; Radio Vaticana, 12 de junio de 1946).

Al mismo tiempo, aquellos católicos y sacerdotes que estaban ayudando al movimiento fascista clandestino nunca fueron públicamente amonestados por las más altas autoridades eclesiásticas. Atestigua esto la ocasión cuando el cuerpo de Mussolini, que había sido enterrado en secreto en un cementerio de Milán, fue robado por fascistas y varios meses después se encontró que había sido ocultado por los monjes en el Monasterio de Pavía (la noche del 12-13 de agosto de 1946), habiendo sido guardado previamente por los monjes de otro monasterio (San Angelo). Fueron arrestados varios fascistas fanáticos y varios monjes como cómplices en el robo del cuerpo.

Pero estos dos casos, no obstante ser significativos, palidecen frente a otros dos movimientos, inspirados directamente por el Vaticano que más que cualquier otra cosa desde el final de la guerra dieron las señales inequívocas de la política en la que la Iglesia se había embarcado definitivamente.

Estos movimientos se conectaban con la creación de dos nuevos partidos políticos que, aunque formados por católicos, eran polos opuestos, a pesar del hecho de que, además de tener en común la misma religión, ambos eran de una naturaleza extremista.

El primero era un partido católico con una marcada tendencia izquierdista, y que, aunque era defensor de la Iglesia, reclamaba radicales reformas sociales y económicas similares a las propugnadas por el Socialismo. Originalmente fue llamado Partido Comunista Católico y seguidamente Partido Italiano de Izquierda Cristiana. Después de algunas semanas el movimiento fue denunciado ante el Cardenal Secretario de Estado, que ordenó a los miembros católicos que lo disolvieran. Sobre su disolución la Radio Vaticana hizo los siguientes comentarios:

"Otro partido ... ha desaparecido. Éste tenía el monstruoso nombre de "Izquierda Cristiana" y pretendía llevar el nuevo mundo a Dios por medio de la guerra de clases -es decir, llevar a los obreros cristianos en ayuda del socialismo y la herejía. Por supuesto esto no fue logrado. Por medio de esta política la Izquierda Cristiana cometió suicidio. Esta es la tragedia de un partido pequeño pero dinámico compuesto por jóvenes entusiástas que se llamaron a sí mismos Apóstoles de Cristo pero hablaron y actuaron como seguidores de Marx (enero de 1946).

Pero no habían pasado muchos meses antes de que otro partido católico con tendencias extremistas apareciera en la escena apoyado por el Vaticano, (agosto-septiembre de 1946). Se llamó Partido Cristiano Nacional, y proclamó abiertamente que pertenecía al Centro, o más precisamente a la Izquierda. Esto porque "el referéndum demostró la necesidad de la separación de la Democracia Cristiana que estaba táctica e ideológicamente incluida con los Partidos Marxistas (el Partido Socialista Italiano y el Comunista)." (Dr Padoan, citado por Radio Roma, el 24 de agosto de 1946.)

A pesar de los esfuerzos de todo el Vaticano, no obstante, en los primeros años después de la Segunda Guerra Mundial los socialistas y comunistas habían aumentado sus filas de una manera sumamente alarmante; Italia fue inundada desde un extremo al otro por una gigantesca ola Roja. Fue la primera gran ola de las fuerzas populares liberadas que estaban prestas a volverse Rojas, no sólo en Italia, sino también en Francia y Bélgica. En 1948 el Partido comunista italiano, exceptuando al ruso, era el Partido Comunista más grande del mundo.

Después de la Primera Guerra Mundial el primer movimiento fascista había nacido en Italia, donde por primera vez un Partido católico fue destruido por el Vaticano en prosecución de una nueva política. Después de la Segunda Guerra Mundial el primer Partido católico en renacer y en ser lanzado contra los adversarios de la Iglesia Católica en la arena social y política de una época desapacible apareció, bastante significativamente, en la península italiana. Ello no fue mera coincidencia. Considerando el tiempo oportuno para un cambio de tácticas, el Vaticano había girado una nueva hoja de su política, una hoja que, desde el mismo principio, dio señales inequívocas de que era sólo la política antigua bajo un nombre diferente, proseguida de una manera diferente debido a los cambiados tiempos y circunstancias, pero apuntando más implacablemente que nunca al mismo antiguo objetivo; el adelanto de la supremacía de la Iglesia en la vida del pueblo italiano.

Capítulo 10

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