EL VATICANO EN LA POLÍTICA MUNDIAL

CAPÍTULO 14

POLONIA Y EL VATICANO

La invasión alemana a Polonia

La Segunda Guerra Mundial estalló cuando Hitler atacó Polonia el 1 de septiembre de 1939, sólo unos meses después de que Checoslovaquia había desaparecido. Polonia luchó valientemente pero desesperadamente contra las divisiones blindadas de Alemania, y después de aproximadamente cuarenta días ella perdió su independencia ante dos poderosos países: la Alemania Nazi y la Rusia comunista. A lo largo de la Segunda Guerra Mundial los ejércitos polacos continuaron combatiendo a la Alemania Nazi; mientras que en el campo político un desastre parecía seguir a otro tanto en la política interna como en la externa, frente a frente con varios grandes Poderes, especialmente la Rusia soviética.

Polonia, la clásica nación mártir de Europa, estaba continuando su poco envidiable pasado. Pero detrás de todo su heroísmo defendiéndose contra la Alemania Nazi, y en su lucha por la independencia, la situación al estallar la Segunda Guerra Mundial no era tan simple como parecía. Intereses políticos, raciales, y religiosos de largo alcance habían conformado la política de Polonia, que luego le hicieron víctima fácil de la agresión de Hitler. Sólo dando un vistazo al trasfondo en el que Polonia condujo su política interna y externa es posible entender, siquiera superficialmente, las razones para los desastres que alcanzaron a la nación.

Antes de seguir adelante nos gustaría enfatizar el hecho de que éste no es el lugar para entrar en las complejas causas sociales, raciales, territoriales, y políticas que moldearon Polonia, especialmente en el período entre las dos guerras mundiales. Sólo podemos intentar examinar la tragedia polaca en aquel aspecto que nos interesa aquí -a saber, el religioso. Y, naturalmente, el Vaticano entra en el cuadro, porque debe recordarse que Polonia es un país sumamente católico. De hecho, uno incluso podría decir que, en su fanatismo y piedad ciegos, Polonia, como nación, es el país más católico de toda Europa.

En Europa del norte, durante siglos, sólo un país permaneció fiel al Vaticano católico, Polonia. Y desde el tiempo cuando su Rey francés volvió a Francia (1574), "tomando con él los diamantes de la corona y dejando tras sí a los Jesuitas", como Michelet dice tan pintorescamente, Polonia ha seguido siendo un baluarte del Catolicismo.

Con razón se ha dicho que la Polonia católica fue en el pasado la Irlanda de Europa del norte. Ella resistió la brutal opresión del Zar ruso y sus intentos para erradicar el amor del pueblo por su nación y su religión. Debido a su pérdida de libertad nacional, y a muchos otros factores, Polonia, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, era todavía un país muy retrógrado en todos los campos del esfuerzo humano. A través de todo este período, y a pesar de la persistente y cruel persecución, la Iglesia Católica era el factor dominante en el país. Los obreros polacos eran los más pobremente pagados y con las peores viviendas en toda Europa (ver Spivak, Europe Under Terror).

La segunda característica de Polonia era su piedad. Los polacos, de hecho, eran tan intensamente religiosos que su despliegue de piedad en las calles de sus pueblos era incluso mayor que la que podía encontrarse en los pueblos más atrasados de Chile y Perú (ver Revue des deux Mondes" 1 de febrero de 1933). Esta última característica de los polacos no se habría mencionado aquí para detenernos sólo en esto: relatamos esto para mostrar cuán grande debe haber sido la influencia de la Iglesia católica sobre la población. Tal piedad no era en grado alguno menor entre las clases altas, las cuales, desde que Polonia recuperó su independencia política, han sido las más devotas seguidoras del Vaticano en asuntos sociales y políticos.

Esto era porque las clases altas polacas consistían de los elementos más reaccionarios (principalmente grandes hacendados) que podían ser encontrados en esa parte de Europa. Los intereses de estos sectores reaccionarios eran, por supuesto, paralelos a los de la Iglesia católica. Su política se apoyaba en una bisagra principal: el intenso odio a Rusia como país y más aun el intenso odio a Rusia como el centro del Bolchevismo. En esto los elementos reaccionarios polacos y la Iglesia Católica estaban en completo acuerdo. Los polacos, por lo tanto, como polacos y como católicos amoldaron su política en el constante boicot a la Rusia soviética, y aunque, como una nación independiente, ella tenía razón para temer un redespertar de Alemania, Polonia concentró no obstante todo su odio sobre su otro vecino.

Para llevar a cabo sus respectivas políticas, los polacos católicos y el Vaticano primero tenían que fortalecer su posición dentro del país. Porque dentro de Polonia había problemas por resolver que, en una escala pequeña, eran los mismos grandes problemas que la Polonia católica y, sobre todo, el Vaticano querían resolver en el escenario de la política europea. Esta política interna era la de mantener el estatus quo de los hacendados ricos y la aristocracia en la esfera social, la de "Polonizar" todos los elementos extranjeros, y la de convertir al Catolicismo a todos los que no pertenecían a la verdadera religión. Los objetivos prácticos de esta política eran prevenir la propagación del Socialismo y el Comunismo y, si fuera posible, aplastar a ambos, oprimir a todas las minorías, especialmente a los Ucranianos, y hacerlas "polacas" a todas, erradicando al mismo tiempo la religión Ortodoxa y sustituyéndola por la Católica.

En la medida que estaban involucrados los asuntos interiores de Polonia, el Vaticano, aunque teniendo los mismos objetivos, tenía más vastas metas, que planeaba alcanzar con la ayuda de la Polonia católica, una de su muchos socios. Planeaba destruir el ateo país de la Rusia soviética, también exterminar la religión Ortodoxa y suplantarla por el Catolicismo. Veremos cómo el Vaticano intentó llevar a cabo estos planes con Lenín después de la Revolución rusa -planes que fueron reforzados por los deseos de los nacionalistas polacos que nunca se cansaban de soñar con la expansión territorial a expensas de la Rusia soviética. Este sueño había comenzado inmediatamente después de que Polonia fue resucitada por el Tratado de Versalles, y en tal deseo Polonia tenía varios aliados que, como ella, odiaban intensamente al Bolchevismo.

Paderewski fue enviado a Francia, y con muy poca persuasión indujo a los franceses a fortalecer al enemigo del Bolchevismo -a saber, la nueva Polonia- separando dos grandes provincias de Rusia y dándoselas a Polonia, y al mismo tiempo les indujo a debilitar a Alemania tomando de ella una tajada de Silesia por medio de un plebiscito fraudulento.

Es interesante que los polacos católicos que durante siglos habían sido sometidos a la esclavitud extranjera, una vez libres, adoptaron los métodos más antidemocráticos para satisfacer sus aspiraciones nacionalistas y religiosas. En el caso de Silesia, parte de esa región era tan esencialmente alemana que incluso los responsable del Tratado de Versalles vacilaron en dársela a Polonia: ellos decidieron que se llevara a cabo un plebiscito. Se enviaron a la provincia tropas francesas e italianas para salvaguardar la libertad de los votantes. Pero los polacos, y particularmente la Jerarquía católica, comenzaron una campaña de intimidación sumamente violenta y extensa, sólo comparable a las usadas más tarde por el Fascismo y el Nazismo en sus "plebiscitos libres". (Ver el escritor católico francés, Rene Martel, en La France et la Pologne.) Es significativo que a la cabeza de esta campaña de terror político estaba un Alto Prelado católico, el Obispo de Posen. Los polacos obtuvieron lo que ellos más querían -a saber, cinco sextos de las minas y varios grandes pueblos que habían votado por Alemania. Pero eso no fue todo. Después de haber incorporado dos provincias a su territorio, ambicionaron algo más -la extensión de sus fronteras a expensas de la Rusia soviética.

Por supuesto, los polacos no estaban solos en su deseo de destrucción del Bolchevismo. Lejos de eso. Poderosas fuerzas en el Occidente habían decidido aniquilar a los Rojos por la fuerza de las armas. Los Aliados victoriosos, de hecho, fueron tan lejos como para organizar una expedición militar en alianza con los ruso Blancos para provocar la caída del régimen bolchevique. En esta primera cruzada antiroja los que más entusiastamente se unieron a la arriesgada empresa fueron los polacos. Debe recordarse que en ese momento el representante del Vaticano en Varsovia era Monseñor Ratti, el gran enemigo del Comunismo que más tarde fue elegido como el Papa Pío XI.

Pilsudski, en el transcurso del tiempo, fue llevado rápidamente a las mismas puertas de Varsovia bajo el impacto de los ejércitos Rojos, mientras (lo que debe haber parecido muy extraño a los supercatólicos polacos) el Papa estaba cortejando a Lenín. Este cortejo, sin embargo, habiendo fallado, frustró las esperanzas del Vaticano de llevar adelante sus planes en la Rusia soviética. Para 1925 el Gobierno soviético le había prohibido al representante Vaticano que entrara al país. Fue desde allí en adelante que la verdadera campaña católica por "las Atrocidades soviéticas contra la Religión" empezaron a inundar al mundo entero. Esta campaña fue justificada por el hecho de que muchos sacerdotes católicos fueron encarcelados y fusilados; pero lo que la propaganda católica nunca dijo fue que prácticamente todos ellos fueron sentenciados, no debido a su fe religiosa, sino porque eran agentes políticos del Gobierno polaco que nunca dejó de complotar contra su "vecino ateo".Desde ese período, el odio por la Rusia soviética, despertado por causas históricas, nacionales, y raciales, fue infinitamente aumentado por el incentivo religioso.

Entretanto, los polacos católicos, que habían sido obstaculizados en su plan para destruir la Unión Soviética, empezaron a exterminar a todos aquellos elementos dentro de la nueva Polonia que podrían tener las mismas ideas que los Rojos. La Democracia, el Liberalismo, el Socialismo, y el Comunismo, todos eran aborrecidos por los polacos y la Iglesia. Los socialistas polacos, durante los primeros años de la República, fueron ultrajados por la conducta tiránica del Gobierno, y especialmente por los crímenes contra las minorías y por la persecución religiosa iniciada por los reaccionarios católicos. En 1923, después de que una gran muchedumbre se había reunido frente a la Catedral griega en Leopol, en protesta contra la persecución religiosa, las tropas polacas la dispersaron con rifles y espadas. Los representantes Socialistas en el Parlamento estaban tan indignados por este ultraje que protestaron vehementemente en el Sejm [la Cámara Baja] y en el Senado.

Tanto los reaccionarios católicos como la Iglesia católica se alarmaron temiendo que sus planes salieran mal debido a la interferencia Socialista. Ambos estudiaron los medios para impedir esto, y un día Pilsudski, con el más caluroso apoyo del Vaticano y de la Jerarquía polaca, exterminó al gobierno parlamentario, encarceló a los Socialistas, destruyó cualquier vestigio de democracia o libertad, y se estableció a sí mismo como un dictador. Así la Polonia católica fue uno de los primeros países en Europa, después de la Primera Guerra Mundial, en volverse una dictadura. Desde ese momento los grandes planes de los nacionalistas y reaccionarios polacos católicos y de la Iglesia Católica avanzaron rápidamente.

Ya hemos dicho que después de la Primera Guerra Mundial, Polonia rebanó grandes porciones de Rusia y de Alemania, a las cuales en toda justicia ella no tenía derecho. En estas tierras habían grandes poblaciones que eran cualquier cosa menos polacas. Había más de 1,000,000 de alemanes (casi todos protestantes), y entre 7,000,000 y 8,000,000 de rusos Blancos y ucranianos de los cuales aproximadamente la mitad pertenecía a la Iglesia Ortodoxa rusa. Había también aproximadamente 1,000,000 de polacos católicos, 1,000,000 de judíos, 4,000,000 de griegos uniatas (que, aunque practican Ritos griegos, reconocen al Papa), y más de 4,000,000 de Ortodoxos católicos antipapales.

Antes y después de la anexión de estos territorios (que Rusia iba más tarde a retomar durante la Segunda Guerra Mundial) los polacos prometieron solemnemente a los Grandes Poderes que respetarían los derechos raciales, sociales, políticos, y religiosos de estas minorías. Pero desde el mismo comienzo los católicos polacos llevaron a cabo una doblemente cruel campaña, patrocinada por el intenso nacionalismo y el fanatismo religioso, para "Polonizar" completamente a los ucranianos y para destruir a la Iglesia Ortodoxa. Ellos empezaron a privar a los ucranianos de sus libertades, una por una, con fuerza brutal; intentaron suprimir sus costumbres e instituciones nacionales, y aun su idioma. Paralelamente con esto, intentaron convertirlos a la "única y verdadera religión de Dios". El Vaticano instruyó la Jerarquía polaca y al ultracatólico Gobierno polaco para que la "conversión" se provocara, no tanto por presión sobre los campesinos, sino por la "eliminación" del clero de la Iglesia Ortodoxa. En un tiempo relativamente breve fueron arrestados más de mil sacerdotes Ortodoxos; en una sola prisión hacinaron a 200 de ellos junto a 2,000 prisioneros políticos (en su mayoría demócratas y socialistas).

Los carceleros recibieron instrucciones especiales de maltratar al clero. Hubo miles de ejecuciones entre los ucranianos. "Pueblos enteros fueron despoblados por la masacre." (Ver Les Atrocities Polonaises en Galicie Ukrainienne , por V. Tennytski y J. Bouratch). La Iglesia católica lo aprobó. De hecho, uno de sus altos dignatarios, un obispo, fue designado por el Concejo para empezar a ejecutar este plan. En 1930 había más de 200,000 ucranianos en la cárcel. Los polacos católicos emplearon las torturas más espantosas: torturas que no serían un ápice menos comparadas con aquellas que ocurrirían después en los campos de concentración Nazis. Cuando una expedición militar era enviada a castigar a los "rebeldes ucranianos", los sacerdotes católicos acompañaban a cada regimiento de soldados polacos, quienes, mientras que eran muy piadosos, oyendo Misa regularmente, yendo frecuentemente a la iglesia, y llevando imágenes sacras con ellos, no dudaban en cometer los horrorosos crímenes de la tortura y la violación, de las quemas de iglesias Ortodoxas y de la ejecución de miles y miles. "La mayoría de las iglesias griegas son saqueadas por soldados polacos y usadas como establos para sus caballos, y aun como letrinas". (Ver Atrocities in the Ukraine, editado por Emil Revyuk).

Estos hechos pueden ser nuevos para la mayoría de los lectores y pueden causarles sorpresa. Pero además de muchos libros documentales imparciales hay también el testimonio de periódicos muy conocidos que relataron estos horrores y persecuciones, como el Manchester Guardian, el Chicago Daily News, el New York Herald Tribune, así como el imparcial libro escrito por un católico francés, ya citado: La France et la Pologne (1931) por Rene Martel.

Esta persecución duró más de quince años, y empezó a ser aflojada sólo cuando la Alemania Nazi mostró sus agresivas intenciones en Europa.

A estas alturas debe notarse que el Gobierno polaco acusó a los ucranianos de ser "rebeldes".Es importante estudiar el lado religioso del problema, en cuanto estas minorías no sólo fueron consideradas "rebeldes" porque se negaron a entregar sus instituciones nacionales, sino, sobre todo, porque se negaron a abandonar su fe Ortodoxa; las autoridades católicas polacas, y detrás de ellas el Vaticano, presionaron para la rendición de su religión más fieramente que como lo habían hecho alguna vez las fuerzas políticas y nacionalistas.

Los obispos polacos fueron los líderes de esta persecución religiosa, y los laicos católicos polacos y las instituciones católicas organizaron campañas y reunieron fondos para que esta persecución pudiera llevarse a cabo tan a fondo como fuera posible. Además de esto, docenas de visitas oficiales del Vaticano llegaban regularmente a Polonia para examinar el progreso hecho; los inspectores eclesiásticos constantemente iban y venían desde Roma, llevando completos informes y estadísticas de la campaña. El Nuncio Papal en Varsovia, que estuvo allí desde el mismo principio, estaba estrechamente conectado con la Jerarquía polaca y trabajaba de la mano con ella, además de estar en estrecho contacto con ciertos generales católicos franceses, particularmente con el General Weygand que luchó contra el Bolchevismo en favor de los polacos. Tendremos ocasión de mencionarlo de nuevo, al tratar sobre Francia.

Hemos descrito el trasfondo de las actividades políticas y religiosas polacas para dar énfasis a los puntos que tienen una íntima relación con los eventos internacionales que condujeron al estallido de la Segunda Guerra Mundial, especialmente con respecto al Vaticano, que lanzó una persistente campaña contra la Rusia Atea y el Comunismo en general, inundando al mundo con innumerables historias de crueldad, horrores, e injusticias perpetradas contra la religión, siendo el propósito despertar el profundo odio de los países, sobre todo, de los países católicos, del mundo contra un régimen que no permitía la libertad religiosa. Esto fue hecho mientras el Vaticano sabía lo que estaba pasando en Polonia; de hecho, mientras el Vaticano era el agente principal detrás de toda la persecución religiosa en aquel país.

Para todo observador imparcial de su política exterior, la posición de Polonia durante el período entre las dos guerras mundiales era una muy delicada; de hecho, tan delicada que el propósito de sus políticos sólo debió haber sido seguir una política en favor de los intereses su país -una política no influenciada por ningún odio ideológico o religioso. Cuando el Nazismo alcanzó el poder, y cuando se hizo obvio, por un colosal aumento de su maquinaria militar, cuáles eran las intenciones de los Nazis, debió haber sido la preocupación de Polonia hacerse una estrecha aliada de Rusia, porque, debido a la posición geográfica de Polonia, sólo Rusia habría sido capaz de darle ayuda inmediata cuando fue atacada.

Polonia en cambio, siguió la política completamente opuesta de odio intenso y continuado hacia Rusia y de amistad siempre más estrecha con el Nazismo.

Es verdad que, en los primeros años del Nazismo, Polonia fue el primer país en pedirle a Francia que interveniera contra Hitler por la ocupación de Renania. Eso era entendible, porque Polonia era una nación joven que temía que Alemania pudiera renovar sus reclamos sobre ella. Pero, después de eso, Polonia se amarró al carro de Hitler. En asuntos interiores ella se volvió cada vez más fascista y totalitaria en el sentido más estricto de la palabra, aunque en el campo extranjero ella se volvió una fiel aliada de la Alemania Nazi. De hecho, ella incluso ayudó a Alemania para llevar a cabo su agresión contra Checoslovaquia. No sólo apoyó a la Alemania Nazi durante esa crisis, sino que unió su voz a la de Hitler, y fue una de las primeras naciones en pedir una porción tras la muerte checoslovaca.

Aun antes que Munich, Polonia se había vuelto una verdadera Alemania Nazi en miniatura. Además de seguir a Hitler en su saqueo, ella empezó a vociferar y a agitar el sable, en la misma manera Hitleriana, repitiendo los mismos eslóganes de los Nazis. Ella empezó a hablar de lebensraum [espacio vital] para los polacos, y si no les daban colonias, ella igualmente las obtendría. Hitler, en ese momento, estaba vociferando exactamente las mismas palabras, y cuando Polonia proclamó que obtendría colonias, quiso decir, por supuesto, que las obtendría después de que fueran conquistadas por Hitler. Ella se burló abiertamente de la democracia, e incluso amenazó a la Rusia soviética en muchas ocasiones, insinuando que en Rusia, también, había suficientente lebensraum para el exceso de polacos y suficientes materias primas para sus industrias.

Para abreviar, y como el Ministro de Relaciones Exteriores polaco dijo después, los polacos habían realizado una verdadera alianza con la Alemania Nazi (Coronel Beek, enero de 1940). ¿De dónde había venido la inspiración? En el campo interno, de las causas ya mostradas; en la esfera internacional, de los Poderes Occidentales y del Vaticano, todos los cuales esperaban que Hitler pudiera volverse contra Rusia.

Ya hemos relatado los eventos preliminares al estallido de la Segunda Guerra Mundial, con especial atención a la situación del Vaticano, Hitler, y Polonia, el acuerdo alcanzado por Pío XII y Hitler sobre el carácter temporal de la ocupación alemana de ese país, el grandioso plan detrás de todo esto, y la gran estrategia del Vaticano, teniendo como su meta principal el ataque sobre la Rusia soviética, y Polonia era vista como un instrumento conducente a esta última meta. Como nos encontraremos con el asunto al tratar sobre Francia y el Vaticano, nos contentaremos aquí con citar las palabras de un hombre que conocía, quizás, más que nadie la magnitud de la responsabilidad del Vaticano por la tragedia polaca -a saber, el Ministro de Relaciones Exteriores de Polonia, el Coronel Beek, en un tiempo un gran amigo de Goering y Hitler, que dirigió la política exterior polaca siguiendo al Nazismo en los años previos a la guerra. Después de que Alemania y Rusia habían ocupado su país, y de que el Coronel Beek tuvo que huir al extranjero, desilusionado y enfermo, él pronunció las siguientes significativas palabras que resumen el papel desempeñado por la Iglesia católica al dirigir la política de esa nación:

Uno de los mayores responsables por la tragedia de mi país es el Vaticano. Demasiado tarde me doy cuenta de que hemos seguido una política exterior en favor de los fines propios de la Iglesia católica. Nosotros deberíamos haber seguido una política de amistad con la Rusia soviética, y no una de apoyo a Hitler. (Cita de una carta enviada a Mussolini por el Embajador fascista en Bucarest (febrero de 1940), quién dijo ser uno de aquellos a quienes el Coronel Beek habló.)

¿Podría haber una acusación más sorprendente de la interferencia de la Iglesia Católica en la vida de una nación moderna? Sin embargo aquellos individuos y partidos que, después de la ocupación de Polonia, formaron un Gobierno polaco en Londres, debido a una suma de factores raciales, sociales, políticos, y religiosos, continuaron comportándose exactamente como sus predecesores, en la medida en que estaban involucradas sus relaciones con el Vaticano y la Rusia soviética, la ahora aliada de Polonia. Desde 1940 hasta el mismo fin de la guerra, en 1945, las interminables intrigas con el Vaticano y los Aliados continuaron siendo tejidas en Londres por los polacos exiliados, quienes, mientras dirigían sus principales esfuerzos para expulsar a los Nazis del territorio polaco y para levantar ejércitos para luchar lado a lado con los de los Poderes Occidentales, nunca perdieron una oportunidad para oponerse a la Rusia soviética. Esta política culminó en la lamentable y trágica rebelión de Varsovia en 1944, cuando miles de vidas fueron inútilmente sacrificadas. La insurrección había sido planeada para impedir que los soviéticos, quienes se estaban aproximando a la capital, la ocuparan. Los polacos católicos pensaron que así tendrían el derecho a rechazar "cualquier interferencia política de los rusos".

A principios de 1945 Polonia tuvo su "quinta partición", como fue llamada, por la cual una cierta porción de la anterior Polonia fue devuelta a Rusia. No es para nosotros juzgar si esta partición fue justa o incorrecta, o si una victoriosa Rusia soviética imitó o no a Hitler en su trato con los vecinos más pequeños. El hecho permanece que Polonia, después de veinte años de implacable hostilidad, no podía esperar que sus vecinos del Este -principalmente gracias a cuyos esfuerzos Polonia fue liberada- no tomaran precauciones para asegurar que el pasado no se repetiría.

La desautorización, por Moscú, al Gobierno polaco expatriado en Londres, y la formación de un nuevo Gobierno Izquierdista en la golpeada Polonia en la primavera de 1945, eran más que movimientos de la Rusia soviética para asegurar el futuro. Aunque pensados para obstaculizar los esfuerzos de los elementos reaccionarios que habían gobernado Polonia entre las dos guerras mundiales, esos movimientos estaban dirigidas principalmente contra el gran rival, el Vaticano. Porque Moscú, al igual que el Vaticano, saben muy bien que, en el futuro, Polonia está obligada a volverse otra vez un instrumento en las manos de cualquiera que controle su política doméstica y exterior, para ser empleada en una más amplia batalla cuyo premio es la conquista, no de un solo país, sino de todo un continente.

Capítulo 15

 

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