CAPÍTULO 11 continuación....

Desde su ascenso al poder Hitler continuó tratando a la Iglesia católica dentro del Reich como él consideraba apropiado, sin tener en cuenta sus protestas, pero siempre teniendo presente el hecho de que ella tenía gran influencia en otros países y que podría ser útil a sus objetivos políticos tanto dentro como fuera de Alemania.

Las medidas en el Reich estaban dirigidas a centralizar el espíritu y las energías culturales de la nación en un sólido bloque Nazi; y la Iglesia católica, como cualquier otra institución, tenía que someterse en una mayor o menor medida. Pero la fricción incesante era inevitable que surgiera, cuando la Iglesia, un totalitarismo espiritual ella misma, fuera puesta en un contacto tan estrecho con el totalitarismo político de los Nazis. Aunque la Iglesia y el Nazismo tenían los mismos formidables enemigos a combatir -el bolchevismo, la Rusia soviética, la democracia, etc.- su hostilidad mutua en ciertos campos definidos provocó contínuos choques. La causa más común de disensión era el problema vital acerca de cuál de los dos debía educar a la juventud alemana. El Nazismo reivindicaba el derecho y podía imponerlo.

Un ejemplo típico del poder de Hitler para imponer su pretensión fue mostrado cuando ordenó a todos los padres católicos en Munich enviar sus niños a una escuela Nacionalista, ya sea que lo desearan o no. La Jerarquía católica protestó como de costumbre, pero los alumnos de las escuelas católicas, en virtud del voto, disminuyeron de 36,464 a 19,266; mientras que los alumnos en las escuelas nazis aumentaron de 33 a 65 por ciento. Los mismos métodos se usaron en todo Alemania.

Pero las medidas hostiles y la "persecución" a la Iglesia fueron impulsadas por Hitler, no sólo por su determinación de controlar todas las energías del pueblo alemán, sino también para poder forzar a la Iglesia a servirle en su designio político, tanto en la propia Alemania como en otras partes. Otros casos de "persecuciones" similares fueron los juicios de los monjes. A principios del verano de 1936 el Vaticano se enteró que se arrestaron 276 monjes de la orden franciscana, en Westfalia, por acusaciones de sodomía. Después de aproximadamente diez juicios el Papa suprimió una provincia de la orden franciscana "por las irregularidades." A pesar de esto los juicios continuaron, y numerosas otras órdenes fueron afectadas. El imparcial American World Almanac en 1939 afirma que "hasta octubre de 1938 se habían arrestado más de 8,000 monjes católicos y hermanos laicos."

El Papa escribió una encíclica, Mit Brennender Sorge (marzo de 1937) en la que insistía en una concepción cristiana de Dios, la posición de la Iglesia y el Papado y la parte que ellos debían desempeñar; y se quejaba de que Hitler no estaba observando los términos del Concordato. Hitler contestó pidiéndole al Papa que ordenara al Cardenal Mundelein, de Chicago, que acabara sus acusaciones de que los juicios a los monjes estaban basados en falsedades. El Papa se negó. Sin embargo, no obstante todo esto, y las protestas a Hitler, el Vaticano continuó apoyando su régimen.

Para la causa real de esta sociedad es necesario remontarse a la política más temprana de la Iglesia católica, la cual estaba dictada por el temor al Bolchevismo. Una campaña total y mundial contra éste había comenzado por este tiempo (1936). La Iglesia había iniciado una santa cruzada. Para tener éxito en esta campaña necesitaba la ayuda del Fascismo y del Nazismo cuyo odio por el Comunismo era igual al de ella misma.

El cuadro del mundo para la Iglesia católica en 1936 no era muy brillante. El Bolchevismo estaba haciendo progresos dentro y fuera de Europa. En Francia el Frente Popular había venido a la existencia; en España, después de que la sumamente católica Monarquía había sido barrida, una "República Roja" estaba gobernando aquel "sumamente católico país." En América Latina las ideas socialistas y bolcheviques estaban ganando terreno diariamente. Algo tenía que ser hecho para que esto no avanzará más lejos. Las cartas pastorales, la prensa católica, y las fulminaciones del Papa contra el Bolchevismo no eran suficientes. La fuerza de los Poderes temporales tenía que venir al rescate. ¿Y quién podría de mejor y más buena gana dar ayuda que los países fascistas y nazis? ¡La Italia fascista, y, sobre todo, la Alemania nazi, tenían que ser mantenidas en términos amistosos con el Vaticano para ese propósito y no otro! Por tanto era necesario soportar moderadas persecuciones y demandas del Nazismo y el Fascismo con tal de que ellos garantizaran que el Bolchevismo se mantuviera sojuzgado en Italia y Alemania así como en el extranjero.

Es un hecho interesante que, mientras persecución de toda clase en la más grande escala estaba teniendo lugar en Alemania, el Vaticano todavía estaba llamando a la guerra contra Rusia debido a "sus persecuciones religiosas." Después de haber probado todos los medios para refrenar la persecución Nazi de la Iglesia, y de usar todos los medios para la supresión de los juicios a los monjes, el Vaticano adoptó otro método. Se acercó a Hitler con la sugerencia de que ellos debían conjugarse para una cruzada contra el Bolchevismo, primero en Europa, y después eventualmente en Rusia. Pero primero, Europa tenía que ser puesta a salvo del Peligro Rojo. La cruzada debía empezar en la España Roja.

Este acercamiento no fue el único adelanto hecho por el Vaticano. Mussolini también había sido contactado con este fin en vista; y le pidieron actuar como mediador e inducir a Hitler para acabar las hostilidades contra la Iglesia católica. Se hizo notar que si Hitler tomaba parte en la cruzada contra el Bolchevismo eso le ayudaría en su plan sobre el "Estado clerical", es decir Austria. Pero en primer lugar fue sugerido que Hitler, Mussolini, y el Vaticano debían ir en ayuda de Franco y "aplastar a los Rojos" en España. Durante estas negociaciones el Vaticano le dio "certidumbres" a Hitler de que cuando el tiempo estuviera maduro él encontraría un "no desventajoso apoyo" a su demanda para la anexión de Austria. Su plan para anexar Austria de ningún modo había sido abandonado porque el asesinato del Canciller austríaco Dolfuss hubiera fallado. En la oferta del Vaticano, Hitler vio la oportunidad de extender su prestigio en Europa y crear una estrecha alianza con Mussolini; pero, sobre todo, vio la oportunidad de probar su recientemente construido ejército. Él aceptó la oferta.

Inmediatamente, el Vaticano ordenó a toda la Jerarquía católica de Alemania que pidiera a Hitler que cumpliera su aceptación y que cesara toda forma de hostilidad hacia la Iglesia. Ellos fueron a decirle que los católicos alemanes y la Iglesia alemana estarían a su lado en cualquier campaña que él pudiera emprender contra el Bolchevismo. La carta firmada por los obispos alemanes, y que fue publicada en el Nazionale Zeitung del 12 de septiembre de 1936, solicitaba a Hitler en un lenguaje llano que permitiera a los católicos cooperar con él "en la lucha contra la amenaza siempre creciente para el mundo del Bolchevismo que muestra su mano siniestra en España, Rusia, y México."

Ellos fueron más lejos. Además de repetir las palabras citadas arriba, y que el Papa mismo había hablado sólo una semana atrás al dirigirse a los sacerdotes y las monjas de España, los obispos alemanes hicieron su significado inequívoco agregando que Hitler debía entender que ellos querían apoyar su guerra contra la España Republicana así como contra Rusia, y que "los fusiles solos no serían suficientes para combatir al dragón bolchevique; un atinado liderazgo es necesario para asegurar la victoria. . . ... Con estas palabras dirigidas al archienemigo del Bolchevismo, no podía haber error sobre el deseo del Vaticano de comenzar y apoyar una guerra religiosa ideológica.

Pero los juicios a los monjes y la incorporación de la juventud católica en las organizaciones Nazis continuaron como antes. Una vez más Mussolini pidió a Hitler que suspendiera su hostilidad hacia la Iglesia (The Times, 4 de noviembre de 1936). Sólo una semana más tarde el Cardenal Faulhaber tuvo una entrevista con Hitler y repitió en los términos más precisos que todos los obispos alemanes y el clero lo apoyarían en cualquier empresa contra el Bolchevismo, y que el Vaticano usaría toda su influencia en todo el mundo en favor de la Alemania Nazi con tal de que Hitler respetara a la Iglesia católica dentro del Reich. El Cardenal pidió, en particular, que la Iglesia católica retuviera el control de sus escuelas. Hitler fue persuadido. Pero unos días después el Ministro de Educación Nazi indujo a Hitler para cambiar de opinión, porque el Ministro consideraba que el apoyo católico al régimen era ahora insignificante (The Times, 17 de noviembre de 1936). A principios de 1937 todas las escuelas católicas de Bavaria y de otras provincias estaban tomadas por los Nazis.

Una vez más la Iglesia tuvo que someterse, aunque con algunas quejas; pero entretanto Hitler estaba manteniendo su palabra sobre España y había empezado a ayudar al fascista Franco. El Vaticano tenía que decidir cuál era el servicio mayor. Aunque protestando de vez en cuando sobre el antagonismo interior del Nazism hacia la Iglesia, el Vaticano y la Jerarquía alemana, por decir lo menos, cooperaron con Hitler y Mussolini en orden a destruir sus enemigos Rojos e impedirles a otros pueblos aceptar gobiernos democráticos o socialistas.

Mientras Hitler estaba entrenando su nuevo ejército en España, y Mussolini estaba enviando centenares de miles de soldados fascistas a luchar para Franco, con la bendición de sacerdotes católicos, Hitler, con la ayuda del Vaticano, estaba completando su saqueo de Austria. Esto fue preparado y ejecutado con la colaboración de austríacos católicos devotos, incluso un cardenal ordenó que las campanas de Viena repicaran en bienvenida de la ocupación de Hitler, y con el consentimiento final del Vaticano, que ordenó a los católicos eslovacos desestabilizar y debilitar internamente a la República de Checoslovaquia.

Así, en dos años, él ocupó dos países: Austria en 1938, y Checoslovaquia en 1939, en las vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial. ( Ver el capítulo sobre Austria y el Vaticano, y el capítulo sobre Checoslovaquia y el Vaticano.)

El año 1939 amaneció como un año fatal para muchos países, y para el Vaticano. En ese año Albania fue invadida por la Italia fascista, la República española fue finalmente aplastada y Franco comenzó su dictadura católica; Checoslovaquia fue estrangulada, Polonia invadida, y, finalmente, la Segunda Guerra Mundial se desató sobre el mundo.

En el Vaticano, a principios de 1939, el autoritario Papa Pío XI murió. No había duda alguna acerca de quién sería elegido su sucesor. Durante los diez años anteriores la política del Vaticano había sido dirigida por el Cardenal Pacelli, y esa política tenía que continuar. No era mera coincidencia que los partidarios más ardientes de Pacelli, que estaban pidiendo a los otros cardenales que votaran por él, fueran encabezados por el Cardenal Faulhaber, el Cardenal Innitzer, el Cardenal Hlond, de Polonia (cuyo sueño principal era marchar contra la Rusia soviética y dedicar ese país "al Sagrado Corazón de Jesús"), y el Cardenal Schuster, de Milán.

Pacelli fue elegido Papa bajo el nombre de Pío XII. En prosecución de su política establecida, el nuevo Papa inició una gran campaña por la paz. La prensa católica estaba llena de sus palabras sobre paz, la libertad de las naciones, y la necesidad de zanjar disputas sin la guerra.

Pero mientras él hablaba así, actuaba de una manera muy diferente. Continuó estando en estrecho contacto con Mussolini y Hitler que necesitaban de la Iglesia para llevar a cabo sus planes de conquista. El gobierno Nazi especialmente había estado en estrechas y frecuentes deliberaciones secretas con el Vaticano sobre materias de las que nadie conocía el significado exacto. Pero se advertía en el momento que estas negociaciones eran muy similares a aquéllas que habían tenido lugar durante la traición de Austria y Checoslovaquia. ¿Cuál iba a ser la próxima víctima? El tronar de guerra estaba oyéndose continuamente sobre toda Europa, y muchos temieron que otro acto de agresión estaba siendo planeado.

En la avanzada primavera de 1939, después de mucha consulta con Berlín, se envió una carta del representante del Papa allí, por mensajero especial, al Vaticano (el 24 de abril de 1939). La carta era de tal importancia que a nadie en el Vaticano, excepto al Secretario de Estado del Papa, se le permitió saber alguna vez el mensaje que ésta contenía. El Papa se encerró en su estudio durante dos días enteros, cavilando sobre la respuesta que finalmente escribió con su propia mano, para que nadie conociera su naturaleza.

La carta fue a Berlín. Hitler fue inmediatamente informado de su contenido. Esto fue seguido por una febril actividad en el Vaticano. Durante mayo y junio una interminable y muy confidencial correspondencia fue intercambiada entre los Nuncios en Berlín, Varsovia, y París, mientras varios embajadores, notablemente el alemán, el italiano, el francés, y el polaco, visitaban con inusual frecuencia al Papa o a su Secretario de Estado, en un carácter oficial o extraoficial. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué decisión había tomado el Papa?

Hoy, a una distancia de varios años, es posible dar un adecuado relato de lo que estaba sucediendo detrás de la escena durante aquel período fatal. [Después de la Segunda Guerra Mundial numerosos documentos salieron a la luz acerca de las actividades del Vaticano en este periodo, la mayoría de ellos en las manos de los Jueces y la Fiscalía en los juicios de Nuremberg (1946), además de las muchas declaraciones de personas que los conocían -por ejemplo, M. Francois Charles-Roux, el ex Embajador francés ante la Santa Sede.]

El Papa había sido informado de los planes de guerra de Hitler para invadir Polonia. Hitler había dicho su gran estrategia y sus objetivos finales. Él tenía que arriesgarse a una guerra europea para lograrlos, pero ellos valían la pena. El último y principal objetivo era la invasión de la Rusia soviética. Para hacer eso, Hitler necesitaba ocupar Polonia. Checoslovaquia, el primer baluarte que había entreabierto las puertas a Rusia no era suficiente. Polonia, también, tenía que ser puesta a disposición de Alemania. El Papa tendría que usar toda su influencia para persuadir a los polacos -quiénes, en la ruptura de Checoslovaquia, habían cooperado tan íntimamente con los Nazis- para resolver problemas con Hitler, primero con respecto a la cuestión de Danzig (en ese momento el gran problema era Danzig y el Corredor polaco), y después haciendo acuerdos confidenciales con Alemania para la invasión de Rusia.

Si los polacos se rehusaban, Hitler invadiría Polonia. Él le pidió al Papa, primero, que no condenara la invasión, y segundo que no solicitara a los católicos en Polonia que se opusieran a ella, sino que los aunara para una cruzada contra los soviéticos. Hitler hizo dos promesas: esta vez, respetaría todos los privilegios de la Iglesia en Polonia, -y, en segundo lugar, la ocupación de Polonia sería "temporal".

El Papa se enfrentaba a un tremendo dilema. Aquí, por fin, estaba la oportunidad por la que el Vaticano había trabajado desde la Primera Guerra Mundial, y por la que había estado tan ocupado creando regímenes totalitarios reaccionarios donde fuera posible: El Bolchevismo y su símbolo, la Rusia soviética, podrían ser completamente destruidos. Eso no sólo significaría la desaparición de un gran país donde el Bolchevismo ateo gobernaba, sino también la desaparición de un faro de Comunismo para todos los comunistas del mundo. Además, el otro gran sueño del Vaticano -la absorción de la Iglesia Ortodoxa por la Iglesia Católica- también podía hacerse realidad.

Por otro lado, Polonia era un país muy católico, gobernado por una dictadura católica y en contacto íntimo con el Vaticano. ¿Valía la pena sacrificarla por el propósito último de destruir a la Rusia soviética? ¿Y no precipitaría la invasión de Polonia una guerra mundial? ¿Entraría Francia en semejante guerra? ¿Podrían la influencia Papal en círculos católicos franceses, en combinación con todos los otros poderosos elementos favorables al Nazismo y hostiles a la Rusia soviética, ser capaces de contrapesar la influencia de Gran Bretaña? Éstas eran las consideraciones que el Papa debía estudiar. Pío XII tenía que tomar la más grande decisión de su carrera, y, como su predecesor, que había tenido que decidir sobre si sacrificar o no todos los grandes partidos políticos católicos en Europa y favorecer al Fascismo, el nuevo Papa tenía que determinar si debía sacrificar todo un país católico, y quizás también Francia y otros países, así como tomar la responsabilidad de consentir al estallido de una guerra mundial para lograr una meta que era de máximo interés para el futuro de la Iglesia.

Pío XII aceptó. Sin embargo, puso tres condiciones: -

(1) Que debía permitírsele hacer propuestas de paz y dársele tiempo para empezar una campaña de paz en el mundo diplomático; que debían emplearse todos los medios posibles para alcanzar un entendimiento con Polonia y los Poderes Occidentales.

(2) Que, si la influencia Vaticana sobre Polonia fuera inútil, y la invasión de ese país entonces se hiciera necesaria, Alemania debía infligir sobre Polonia el menor daño físico y moral posible, hasta donde fuera compatible con lo necesario; y, sobre todo, que Alemania no debía perseguir a los católicos polacos por su resistencia, y que los intereses de la Iglesia debían ser completamente salvaguardados.

(3) Que no debía hacerse conocido que el Vaticano había discutido con Alemania sobre planes para la invasión de Rusia. El Vaticano, en su carácter oficial, no tendría responsabilidad alguna por toda la cuestión, aunque ejercería presión, primero, para refrenar a Francia de cumplir su pacto con Rusia, y, segundo, para levantar legiones de voluntarios católicos en todos los países católicos del mundo para una cruzada contra los soviéticos. Que Alemania no solicitaría a la Iglesia "en su caracter de madre de todos los cristianos", o formalmente en su carácter oficial, que inicie una "guerra santa" contra Rusia.

Una vez más Hitler prometió todo lo que el Vaticano solicitó.

El Vaticano empezó a ejercer presión sobre el gobierno polaco, a través de los servicios del Cardenal Hlond, y en círculos católicos franceses, para que, si lo peor pasaba, los franceses no entraran en guerra contra Alemania. Las negociaciones fallaron, no porque el Papa no hizo lo mejor de su parte para evitar la guerra con Polonia y los Poderes Occidentales, sino debido a la intransigencia de Hitler, que ya había determinado aplastar a Polonia ya fuera que ese país aceptara o no sus propuestas.

Y así, el 1 de septiembre de 1939, Polonia fue invadida. Luego, el 3 de septiembre, a pesar de todas las fuerzas que habían trabajado contra ello, siendo una de las más importantes de ellas la Iglesia católica, Francia declaró la guerra, seguida por Gran Bretaña. La Segunda Guerra Mundial había comenzado.

El Papa casi se enferma, y durante días se temió que su salud estuviera dañada. Pero mantuvo su promesa a Hitler. Como varios años antes, con Austria y con Checoslovaquia, así ahora con Polonia, en lugar de protestar al mundo contra el ataque alemán, él permaneció completamente mudo. Ni una sola palabra de condenación, ni una insinuación de que la Alemania Nazi debía haber sido, por lo menos moralmente, condenada por la Sede de la Moralidad católica.

Lejos de ello. Mientras proseguía el horror del bombardeo de Varsovia, y los católicos estaban siendo masacrados por la Luftwaffe, los arzobispos y obispos alemanes estaban orando al Dios Omnipotente para que protegiera al Tercer Reich, y para que iluminara a su líder. Citaremos sólo un ejemplo de tales oraciones, que los miles de sacerdotes fueron ordenados por el Obispo von Galen, de Munster, a repetir después de Misa. Comienza así: -

Oremos por la intención del Soberano Pontífice por la repulsión del Ateísmo y por la restauración a la Iglesia de la libertad y la paz. Oremos que Dios proteja y bendiga nuestro pueblo y nuestro país.

Continúa: -

... Protéjenos de toda catástrofe, Dios Omnipotente y Eterno. Toma nuestro país bajo Tu protección.

... Ilumina a nuestros líderes con la luz de Tu sabiduría para que ellos puedan reconocer lo que es provechoso a la nación y con Tu fuerza puedan hacer lo que es justo.

Proteje a todos los soldados de nuestro Ejército y manténlos en Tu gracia. Fortalece a aquellos que están en combate ... Proteje a nuestro país, oh Señor, de los ataques de los enemigos ...etc.

El silencio del Papa estaba en llamativo contraste con su actitud hacia otra invasión que había tenido lugar no mucho antes -la invasión de Finlandia por la Rusia comunista. El órgano oficial del Papado, que, como el Papa mismo, no había condenado una sola invasión fascista o Nazi, estalló en una sublime condenación moral cuando Rusia entró en Finlandia: -

Después de veinte años de tiranía Bolchevique, ahora surge que el Comunismo, que ya había suprimido la libertad política, ahogado la individualidad, reducido el trabajo al estado de esclavitud, y erigido la violencia en un sistema, ha agregado una nueva perla a su diadema. . . después de perseguir a los hombres ahora persigue a las naciones…(Osservatore Romano).

Esto fue seguido por una muy violenta condenación de Rusia por el Vaticano, y por los cardenales, obispos, y católicos de todo el mundo. Luego sucedió que la Rusia soviética se anticipó a Hitler y ocupó casi la mitad de Polonia. Ese fue un golpe que el Vaticano recibió con gran espanto. Pero lo peor estaba por venir: La Alemania Nazi había hecho un pacto con Rusia. El Vaticano había sido debidamente informado de las razones, y el significado del pacto. No obstante, el Papa protestó. El Nuncio Papal en Berlín tuvo una reunión secreta con Ribbentrop quien le dijo que, si el plan original abortaba (es decir aquel plan en el cual Polonia sería ocupada sin la interferencia de Francia y Gran Bretaña), se había hecho necesario realizar un pacto temporal con Rusia para tratar primero con el oeste. Alemania continuaría su plan para la invasión de la Rusia soviética, sólo cuando el oeste se hubiese hecho seguro. El Vaticano otra vez debía tratar de lograr que Francia quebrara su alianza con Gran Bretaña y que llegara a un entendimiento con Alemania.

La tensión de aquellos meses, la tortura de tener que tomar la reponsibilidad moral por asuntos de tan tremenda importancia, el fracaso parcial de sus planes, la caída de Polonia, y el comienzo de otra guerra mundial, fue demasiado para el Papa, quién en noviembre tuvo una seria crisis nerviosa.

A pesar de todo lo que había sucedido, Pío XII esperaba, una vez más, que se evitara una guerra mundial. El mes siguiente (diciembre de 1939) él formuló sus famosos cinco puntos, o condiciones de paz. Era un plan sumamente idealista, lleno de la sabiduría de palabras hermosas sobre la paz, el entendimiento, y la libertad de las naciones. El plan fue aclamado por la prensa católica en todo el mundo, así como por la prensa de muchos países, como la mejor proposición viniendo del Vaticano amante de la paz. ¿Pero cómo podía cualquier persona pensante reconciliar tan hermosas palabras con los hechos reales y con la política que había sido seguida por el Vaticano durante tantos años? Lo más importante del primero de los cinco puntos proclamaba: "El derecho a la vida y libertad de todas las naciones, grandes y pequeñas, poderosas y débiles." ¿Cómo podría alguien reconciliar esto con la aceptación del Vaticano y en muchos casos con el flagrante apoyo a las agresiones y a la destrucción de naciones, como las cometidas por Japón en China, por la Italia fascista en Albania, en España, y en México por las guerras civiles, por Hitler en Austria, Checoslovaquia, y ahora en Polonia?

Es más, ¿cómo podría pensar alguien que el Papa realmente creía las palabras sobre paz que él repetía cada Navidad y Pascua, cuando permitió que los propios puntales de la Iglesia católica apoyaran y alabaran a aquellos mismos hombres que permitieron que la guerra se desatara sobre el mundo?

¿Cómo podría explicar el Papa sus palabras acerca de los derechos de los pueblos cuando el Cardenal Faulhaber, Arzobispo de Munich, había ordenado, y él mismo dirigido, un servicio solemne de acción de gracias en la Catedral de Munich, después del fracasado atentado sobre la vida de Hitler, para dar gracias a Dios porque la vida del Fuehrer había sido preservada para Alemania y el mundo; y cuando todos los obispos bávaros habían enviado un mensaje conjunto de felicitación a Hitler por su escapatoria? (Diciembre de 1939. Ver The Universe).

¿Y por qué el Papa estuvo silencioso durante la invasión a Polonia? ¿No era Polonia un país pequeño que había sido injustamente atacado? Pero, en ese momento, el Papa no condenó el ataque a ese país ni la brutalidad de la actual conquista.

En enero de 1940, durante una transmisión, el Papa mencionó a Polonia, y se quejó por haberse enterado de "infamias de todo tipo", así como de "excesos horribles e inexcusables." ¿Pero a quién estaba refiriéndose? A los rusos. En cuanto a las atrocidades Nazis, hizo el moderado comentario de que "los abusos" no estaban "limitados a los distritos bajo la ocupación rusa." Es verdad que el Vaticano siguió protestando acerca de Alemania, pero sus quejas eran, como de costumbre, por violaciones del Concordato, con vagas acusaciones de paganismo y cuestiones por el estilo.

Después de la conquista de Polonia las actividades diplomáticas del Vaticano se dirigieron hacia el oeste, con particular interés sobre Francia. Se dieron los pasos para contactar a la gente apropiada en Francia para solicitar la paz con Alemania. Pero resultó imposible tomar pasos positivos en esta dirección hasta que la posición cambiara, de un modo u otro.

[Después de la guerra se descubrió que el Papa en este momento era el punto central de un plan de paz que habría privilegiado el derecho y habría resuelto todos los problemas europeos orientales en favor de Alemania. Además de esto, el Papa estaba esforzándose para lograr un compromiso de paz entre los Aliados y Alemania, con vista a persuadir a los líderes alemanes para llamar al "blitz" [ataque relámpago] sobre el oeste, y así provocar una más fácil conciliación entre los beligerantes. Para hacer su plan de paz más aceptable a las naciones occidentales, el Vaticano y los líderes alemanes también contemplaron la posibilidad de sustituir a Goebbels por Hitler como el Fuehrer Nazi de Alemania. “Esto en respuesta a importantes círculos políticos y militares alemanes." Estas negociaciones tuvieron lugar a fines de 1939 y comienzos de 1940, el objetivo principal del Papa era unir las naciones europeas para volverlas hacia el este. (Ver Rude Pravo, Prague, 24 de enero de 1946; también Osservatore Romano, la emisión de Radio Vaticano del 11 de febrero de 1946. Muchos de estos hechos salieron a la luz durante los juicios de Nuremberg, 1946, pero fueron mantenidos en el segundo plano. )

Entretanto, el Vaticano continuaba urgiendo a Hitler a atacar a Rusia, ante lo cual la respuesta invariable de la Alemania Nazi era que ella primeramente tenía que estar segura en el oeste. El Nuncio en París había asegurado al Papa que si Alemania llevaba la guerra al este, Francia no se movería. Él había tenido certidumbres de eso desde lo más elevado y "ciertos sectores" habían prometido que "las hostilidades armadas reales contra Alemania podrían no llevarse a cabo en absoluto" una vez que Alemania invadiera a la Rusia soviética (diciembre de 1939). Una de las principales "autoridades" que había estado en el contacto más estrecho con el Nuncio era el General Weygand, un católico sumamente devoto; también el Mariscal Petain y Laval (éste último poseía una condecoración Papal).

El Mariscal Petain, también un buen católico, había intentado durante años promover un movimiento fascista armado, el más notorio de los cuales fue el de los "Hombres Encapuchados" (Les Cagoulards). Mientras era Embajador en Madrid había complotado con Laval, Weygand, y otros en Francia, primero, para impedir que Francia entrara en la guerra, y, segundo, para hacer que Francia llegara a un acuerdo con Hitler. Petain negoció con Hitler, a través del Vaticano, desde mediados de 1939 hasta mediados de 1940. El Nuncio Papal en Madrid era uno de los principales intermediarios. Franco, también, ayudó en el complot, prestando dinero y agentes a Petain. Un español ayudó en las negociaciones secretas de Petain más que cualquier otro. Éra el Señor Lequerica, Embajador español en Francia, que, durante el régimen de Vichy, fue tan influyente con Petain que de echo asistió a las primeras reuniones de su gobierno.

Así, durante meses las negociaciones secretas entre Petain, Weygand, Laval, los Nuncios Papales en París y Madrid, Franco, Lequerica, y Hitler prosiguieron con éxito variable. Entonces Hitler hizo conocer al Vaticano y los conspiradores católicos que no podía esperar más. Ellos debían hacer algo concreto. Petain, cuando fue consultado por el Nuncio Papal, le dijo que informara a Su Santidad "que había buenas razones para esperar que el derramamiento de sangre entre Francia y Alemania se evitaría." ( Citado en un despacho del Embajador fascista italiano en Madrid, datado el 7 de marzo de 1940.)

El Vaticano hizo que esta respuesta fuera conocida por Hitler (30 de abril de 1940). Hitler quería más detalles, y unos días después se decidió a obtener información de primera mano, porque quería saber "con certeza cuán lejos realmente podía ir el francés para llevar a cabo sus intenciones según se le comunicó por medio del Vaticano." Envió inmediatamente con el Papa a su Ministro de Relaciones Exteriores, quién había estado en muy estrecho contacto con el representante Papal en Berlín. Como Shirer dice, en su Diario de Berlín, "el Nuncio había estado efectuándole visitas calladamente durante semanas en Wilhelm strasse [donde se encontraba la cancillería]."

En el Vaticano, la visita de Ribbentrop fue tomada como un síntoma seguro de que la guerra en el oeste había sido evitada y que Hitler podría ser persuadido, al fin, para llevar la guerra al este. El órgano Papal oficial, el Osservatore, que es normalmente tan reservado y sereno, fue, por una vez jubiloso anunciando la visita del enviado de Hitler. Ribbentrop tuvo una reunión con el Papa a la que a nadie más le fue permitido estar presente. Hubo muchos rumores y especulaciones sobre la visita en el Vaticano y en Europa.

El día siguiente, el 12 de marzo de 1940, Hitler envió un telegrama al

Papa, felicitándole personalmente en el primer aniversario de su elección al Papado.

Pero cuando Ribbentrop dejó Roma el Osservatore estuvo muy callado sobre ello. ¿Qué había sucedido?

Hitler no había considerado suficiente la confianza del Papa, y había hecho conocer que invadiría el oeste primero. Como el Annual Register, una autoridad muy imparcial, dice: "Sabemos de las fuentes Vaticanas que Ribbentrop le dijo al Papa (11 de marzo de 1940) que los soldados alemanes estarían en París en junio y en Londres en agosto." Hitler aseguró al Papa, sin embargo, que si "elementos amistosos" ayudaran la victoria de Alemania, él sería "muy moderado en su hostilidad contra los Aliados, con referencia especial a Francia."

En la primavera de 1940 Hitler, entretanto, había atacado otro débil y pequeño país -Noruega. Lo invadió con un evidentemente falso pretexto. El Papa fue consultado sobre la invasión desde muchos sectores, sobre todo porque hace sólo unos meses él había hecho conocidas sus famosas cinco proposiciones de paz en las que se refería particularmente a los derechos de las naciones pequeñas.

Una vez más el Papa permaneció mudo. Pero, como en el caso de Finlandia, él contestó a través del oficial Osservatore. ¿Cuál fue esta respuesta? Que había sólo 2,619 católicos en Noruega, y que "la Santa Sede debía tener presentes a los 30,000,000 de católicos alemanes en sus actividades" ( Osservatore--citado por el New York Times el 17 de abril de 1940).

Después de la invasión de Polonia por Alemania y por Rusia, y después de la invasión de Noruega, las relaciones entre la Alemania Nazi y el Vaticano se volvieron bastante tirantes en cuanto a la situación interna alemana. Eso fue principalmente un reflejo del tratamiento alemán a los católicos polacos, el fusilamiento de sacerdotes, el arresto de obispos -todo lo cual Hitler había prometido que no haría.

No muchas semanas después de la visita de Ribbentrop al Vaticano, Hitler y Mussolini se encontraron en el Paso del Brennero para planear la invasión del oeste y la puñalada por la espalda a Francia por parte de Mussolini.

El Vaticano se mantuvo bien informado, y, viendo una vez más que Hitler ejecutaría lo que decía, empezó a hacer intercambios amistosos con él, teniendo en mente la posibilidad "de un éxito alemán". Se reanudaron los contactos con los círculos reaccionarios católicos franceses, y se bosquejaron planes para establecer un Gobierno provisional después de la derrota de Francia. ( Para más detalles sobre Francia, ver el Capítulo 16, "Francia y el Vaticano".) Las discusiones siguieron bien, y Hitler y el Papa una vez más cooperaron en el modelado de las cosas por venir.

Mientras todas estas actividades proseguían detrás de la escena, la Alemania Nazi , a principios de 1940, decidió que los sacerdotes católicos, los monjes, etc. no debían ser exeptuados del servicio militar, como había sido decidido en el Concordato. El cardenal Faulhaber, de Munich, protestó, no por la invasión de Noruega, sino por la abolición de la enseñanza religiosa en las escuelas profesionales para muchachos de catorce a diecisiete años de edad. En ese momento se calculó que, desde 1933, 20,000 escuelas católicas, con más de 3,000,000 de estudiantes, habían sido cerradas.

Sin embargo, a pesar de esa fricción entre la Iglesia católica y Hitler, las relaciones de la Iglesia católica y el Nazism comenzaron a mejorar con la sucesión de victorias militares alemanas. Como el Manchester Guardian escribió, el 24 de mayo de 1940: -

El Estado Nacional Socialista, parece, ha sido capaz alcanzar un nuevo entendimento con los líderes católicos.... A pesar de la persecución de laicos y sacerdotes de parte de los Nazis, a pesar de todos los ataques sobre la religión cristiana, se han suscitado nuevas esperanzas entre los católicos alemanes como resultado de estas negociaciones.

¿Cuál era la razón de este súbito cambio? La Alemania Nazi estaba ganando la guerra. Esto parecía ser una cuestión de semanas. El Papa ordenó que toda la Jerarquía alemana dejara de criticar al Reich alemán, y que lo apoyara. Las previsiones del Vaticano, así como de muchos otros círculos políticos, se habían confirmado como correctas: Alemania había ganado en el oeste, los Poderes Occidentales habían sido completamente derrotados. Holanda, Bélgica, y Francia habían capitulado y habían sido ocupadas por tropas alemanas, mientras Inglaterra se retiraba a lamer sus heridas en sus pequeñas islas.

Esta vez el Papa dio el paso de escribir cartas a la Reina de Holanda y al Rey de Bélgica. ¿Contenían estas cartas palabras de condenación por el crimen de Hitler? De ninguna manera. El Papa simplemente desaprobaba, de una forma moderada que los países de estos soberanos hubieran sido invadidos "contra su voluntad." Aparte de eso, las cartas eran meros mensajes de condolencia. Contra el ataque sobre Francia por Alemania y, después, por la Italia fascista, nuevamente el Papa no pronunció una sola palabra de condenación.

Mussolini declaró -y muchas personas responsables en varias partes de Europa y América pensaron lo mismo- que la derrota en el oeste significaba que la Segunda Guerra Mundial había acabado con una victoria alemana final.

Eso era algo con lo que el Vaticano había contado. El Nuevo "Más Grande Reich" tenía un interés aun mayor para el Papa que, quizás, para muchas otras cabezas de Estado. Los intereses de la Iglesia católica estaban siendo impulsados. El Papa abrió negociaciones con Hitler inmediatamente. Gracias al Nazismo, tres países más se habían librado del socialismo y el comunismo: Bélgica, Holanda, y, sobre todo, Francia. Eso era algo por lo cual estar agradecido. El Vaticano ordenó a la Jerarquía alemana que se dijeran oraciones de agradecimiento por el Fuehrer en todas las Iglesias católicas alemanas (Universe, agosto de 1940).

Hitler saludando a un Cardenal - Hitler saludando a dos autoridades católicas

Mientras las iglesias católicas alemanas estaban resonando con oraciones de gracias e invocaciones para la preservación de Hitler, tres obispos alemanes fueron calladamente a Roma y tuvieron largas conferencias con el Papa y su Secretario de Estado ( Basler Nachrichten, 5 de octubre de 1940). Ellos discutieron la mejor manera en la que la Iglesia podría entrar en una realmente "íntima sociedad con el Tercer Reich victorioso." Tras su retorno, la gran Conferencia de todos los Obispos y Arzobispos de Alemania se reunió en Fulda. Se declaró en círculos del Vaticano, así como en Berlín, que la Conferencia tenía que decidir importantes asuntos, en vista del hecho de que los tres obispos habían vuelto trayendo con ellos instrucciones directas del Papa mismo.

¿Qué había estado sucediendo entretanto entre el Vaticano y Hitler en el campo diplomático? Hitler y el Papa estaban conduciendo negociaciones secretas para un nuevo Concordato. Hitler había pedido al Vaticano que ejerciera toda su influencia sobre los católicos de los tres países conquistados, aunándolos para apoyar a los nuevos gobiernos y a las autoridades de la ocupación. A cambio, Hitler prometió dar una posición de privilegio especial para la Iglesia, no sólo en Alemania, sino también dondequiera los ejércitos alemanes conquistaran.

Las conversaciones incluyeron discusiones sobre el status de las Nunciaturas Apostólicas en La Haya y en Bruselas. En Fulda, se dijo a todos los obispos alemanes y a arzobispos (y dieron su aprobación) que ellos debían asociarse a Hitler, y también que debían "esforzarse por brindar un apoyo más estrecho del cuerpo católico alemán por la Alemania victoriosa y por su Gran Fuehrer." Además de esto, ellos tenían que preparar planes para que todas las jerarquías en los países bajo la protección del Tercer Reich, en el futuro, cooperaran con la Jerarquía alemana y eventualmente se amalgamaran con ésta en un único cuerpo.

También se decidió que el primer paso hacia este último plan debía tomarse en el próximo Congreso de la Jerarquía alemana, y que la reunión de los obispos y arzobispos alemanes -que, en el pasado, se había realizado año tras año en Fulda- debía realizarse en el mismo centro del Más Grande Reich, como un símbolo de unión con éste. Este último punto se hizo conocer expresamente por el propio Papa.

Otros menores (pero no obstante importantes) problemas también se discutieron y aprobaron. Un ejemplo típico fue la aprobación del Órgano Oficial de los católicos alemanes, Der Newe Wille (La Nueva Voluntad), cuya edición, bastante significativamente, se dio al Obispo de Campo de las fuerzas armadas. Éste era un periódico descaradamente pro-Nazi e imperialista que urgía a los soldados alemanes a luchar y conquistar para Hitler. La única reserva hecha por los obispos era que "debían cumplirse ciertas condiciones"; es decir, no debían sostenerse "contradicciones" de ninguna clase a los preceptos de la Iglesia católica.

El plan para un Concordato fue, por supuesto, unánimemente aprobado. Se apuntó que, mientras las negociaciones entre la Santa Sede y el Reich alemán seguían adelante, la Jerarquía católica debía "hacerse vital para la nación en la conclusión victoriosa de la guerra." Después de eso decidieron una declaración inmediata de lealtad a Hitler: "Después de la culminación de la victoria alemana, se proclamarán ceremonias especiales de gratitud a las tropas alemanas y de lealtad a Hitler."

Pero el Vaticano, temiendo el efecto sobre los católicos de los varios países invadidos, y, sobre todo, de Gran Bretaña y los Estados Unidos de América, ordenó a los obispos alemanes (contrariamente al procedimiento usual) que no publicaran declaración alguna sobre las actuaciones y resultados de la asamblea. Mientras los obispos alemanes estaban comunicando estas resoluciones en apoyo a la guerra de Hitler, declararon, durante una alocución, que él estaba "apasionadamente interesado en la paz, pero no en ese harapiento sustituto de la paz que consiste en la ausencia de guerra" (transmisión a América del Norte en inglés por la Radio Vaticana en agosto de 1940).

Los beneficios aportados a la Iglesia católica por la victoria Nazi habían empezado a mostrar resultados concretos. En lugar de los gobiernos socialistas democráticos, se establecieron gobiernos totalitarios y, lo que es más, católicos. Fuertes partidos católicos autoritarios fueron formados y estaban dirigiendo sus naciones contra el archienemigo, el Comunismo: El Rexismo en Bélgica, los varios partidos fascistas en Francia, y, sobre todo, el autoritario Estado Corporativo Católico por el muy devoto católico, Mariscal Petain, quien empezó inmediatamente a restaurar los privilegios de la Iglesia que habían sido quitados por los infames republicanos democráticos antes de la derrota de Francia.

En enero de 1941 todos los arzobispos y obispos alemanes se encontraron de nuevo; y esta vez (como se había decidido en Fulda) se encontraron en Berlín. En esta ocasión todos los obispos austríacos también estaban presentes en la capital Nazi. Ellos alcanzaron "muy importantes decisiones." Emitieron una carta pastoral conjunta previendo la victoria final para la Alemania Nazi. En la carta decían que "la lucha final inminente por la libertad del pueblo alemán requerirá grandes sacrificios para todos, pero la victoria de las armas alemanas garantizará la paz durante muchos años por venir." Esta declaración fue leída en todas las iglesias católicas de Alemania. Ésta también decía: "Los obispos alemanes además expresan la esperanza de que la Iglesia católica será adjudicada con una porción en la reconstrucción interior del Más Grande Reich porque, entre otras razones dadas, la Iglesia tiene derecho a ello, en vista del 50 por ciento de aumento en el número de asistentes a la iglesia en tiempos de guerra, particularmente por parte de los soldados."

Pero, a pesar de todo este entusiasta apoyo, Hitler empezó a jugar de nuevo su viejo juego. Excitado con su victoria militar, no quería menos que crear una Iglesia Cristiana Nacional, aplastando primeramente a los católicos así como a las iglesias protestantes.

Los obispos pidieron al Vaticano que interviniera, para detener la campaña religiosa del gobierno. Pero los obispos tuvieron el cuidado de agregar que ellos ni por un momento "dirían algo que desviara las energías de pueblo o que perjudicara su devoción a su país."

Continúa.....

 

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