Hijitos,
hijitas: estoy entre vosotros como Madre de Mis Almas
Consagradas.
Os
digo: sed templos vivientes, abrid vuestros corazones, recibid a
mi pueblo y enseñad a mis más pequeños. Renovad el amor a
Dios. Sabed encender sus corazones y llenad su espíritu.
Convertios en fieles soldados de Cristo, para que junto a
vosotros sean testimonio vivo de su presencia.
HIJOS
MIOS: Dios Padre os ha encomendado el tesoro más grande de
vuestras vidas: compartir el Cuerpo y la Sangre de mi Hijo Jesús.
Sabed que está vivo y presente. Enseñad a adorar el Sacramento
de la Eucaristía: su permanencia en el Sagrario es fuente de
vida para quien lo ama, se entrega en oración y comparte con El
toda su vida. Donde está el Hijo allí está la Madre.
Debéis
continuar en la tierra la obra divina de salvar almas; obra que
tendrá mayores frutos si vosotros seguís el camino de la
fidelidad y del amor a mi Hijo Jesús.
Mi
Hijo Jesús tiene sed de almas y de vuestra generosidad para su
salvación.
Orad
unidos...
orad muy unidos y sed todos uno, como el Padre, el Hijo
y el Espíritu Divino, unidad indivisible. Orad para que
la humanidad se convierta y vuelva su corazón a Dios.
Entregaos a la oración. Es el tiempo de Dios y el vuestro, no
permitáis que se os interrumpa.
Hijitos,
hijitas: ¿por qué dais juicios y señaláis tan ligeramente?
No os corresponde a vosotros juzgar a vuestros hermanos sino a
Dios. Debéis rechazar de vuestros corazones toda amargura,
mezquindad y tristeza.
Llenad
este rinconcito con el amor de vuestra Madre y buscad en el prójimo
la presencia viva de Dios.
El
alma resplandeciente ha conocido la hermosura de Dios y al mismo
tiempo que obra se entrega a las gracias, a los méritos y a las
virtudes.
Os
tengo en mi corazón.
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