Tragedia en la USB: Escándalo y silencio

Nuevamente, como si no fuese suficiente su vergonzoso comportamiento en abril del 2002, el periodismo venezolano nos da una muestra más de manipulación y fariseísmo. Recientemente ocurrieron dos hechos lamentables para la familia venezolana: La muerte de un soldado en el Fuerte Mara de Maracaibo y la muerte de tres personas en los campos deportivos de la Universidad Simón Bolivar (un joven deportista, integrante del Grupo Cumbre; una gerente bancario y su hija, una niña de dos años de edad). Una torre mal armada se precipitó sobre los espectadores. El tratamiento a la información ha sido diferente en uno y otro caso, tal como dignamente lo ha señalado Walter Martínez en su programa Dossier, clásico de buen periodismo, no sólo en nuestros predios sino en la aldea planetaria. En el primer caso, las televisoras comerciales han agotado sus recursos en averiguar los más mínimos detalles que evidencien culpabilidad por parte de las fuerzas armadas y del gobierno nacional. Se ha mentido, se aceptan como verdades irrefutables rumores y sospechas y, los periodistas, en típica actitud tartufiana, piden a voz en cuello castigo ejemplar para los pretendidos culpables. La muerte del soldado y las heridas de sus compañeros, en sus manos y pese a la gravedad del suceso, son simples instrumentos para atacar al gobierno y a la institución armada. Sin embargo, en el caso de la muerte de las tres personas en el campus universitario de la USB se extiende un ominoso y cómplice silencio. Ni se tomaron la molestia de reseñarlo como simple noticia de sucesos. Apenas unas líneas en el Universal –distorsionada además; pués, ¿quién puede imaginarse una niña de dos años practicando rapel?- donde se mencionan las muertes; pero, sin siquiera llenar la elemental fórmula de la noticia –qué, cuando, quienes, dónde, porqué-. No hay responsables, no hay señalamientos de las condiciones de seguridad en que debió realizarse un evento deportivo con la presencia de centenares de personas, no se menciona si existían o no servicios paramédicos que atendieran la eventualidad de un accidente, tal como efectivamente ocurrió el sábado 4 de abril y si la actuación de tales servicios pudo o no salvar la vida de las personas afectadas. Nada de esto fue investigado o informado por la prensa. ¿Cuál es la razón de tal comportamiento? Simple y terrible: El promotor del evento es Banesco, una poderosa institución financiera, pródiga en jugosos avisos publicitarios. La verdadera historia es que hay responsabilidad en Banesco como organizador del evento, hay responsabilidad en la Universidad Simón Bolívar al prestar sus instalaciones para espectáculos de riesgo sin la debida garantía de seguridad y hay en quienes directamente estaban encargados de armar la torre que se vino abajo. Al momento del accidente, no había un servicio paramédico que auxiliara de inmediato a los heridos; que fueron trasladados en vehículos inapropiados, pués, no había ni una sola ambulancia; que la niña sufrió un paro cardio-respiratorio y que si hubiese sido revivida de inmediato y no cuarenta minutos después, cuando llegó a la clínica, no se le hubiese producido el daño cerebral irreparable que condujo a su muerte tres días después y, que de haberse tomado las previsiones adecuadas en su momento, tal vez estos tres venezolanos estarían hoy con vida. Decir que la prensa venezolana es manipuladora y que muchos de los periodistas venezolanos relajan los principios deontológicos -que deben regir su quehacer informativo- a niveles realmente vergonzosos, es llover sobre mojado. Son cotidianos e innumerables los ejemplos que ilustran ambas conductas. Las críticas, más que conducir a la rectificación y la enmienda, tienen como respuesta comportamientos cínicos y una asombrosa desfachatez. Inútil ha resultado hasta ahora recordar casos como el silencio de los medios ante la muerte de decenas de campesinos asesinados por el sicariato de los terratenientes, ante la muerte de los niños en la Plaza de Toros de Valencia en un espectáculo organizado por Venevisión, quien además tuvo la impúdica indolencia de continuar el show, simultáneamente al retiro de los cadáveres. Todos estos hechos “Pasaron como sombras, como viajeros que van en posta”, como dice el frontispicio del cementerio de Puerto Cabello, sin que la desvergonzada prensa dijera nada. Su método es el escándalo sesgado y la supresión de la realidad por el silencio. Todo tarifado. Son hombres de la prensa, “hombres honrados de mi país que parirán cuando convenga” ¡Ojalá las posiciones de periodistas honestos y cabales como Walter Martínez y otras honrosas excepciones, puedan servir de anclaje para rescatar esta valiosa profesión de manos de palangristas y traficantes del silencio!

Carlos Aníbal Hernández

Diputado a la Asamblea Nacional


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