EL MANTO DE LA REINA MORA

 

“ Entre Lerilla y la Cotorra se encuentra el manto de la Reina Mora”

 

Lerilla y la Cotorra son dos lugares distanciados en 10 km, aproximadamente en línea recta:

            Lerilla, situada en la zona de Zamarra y Gatos, donde se ha encontrado algún resto de fortificación.

            Cotorra, zona de Robleda, al este de la finca de Posadillas.

En medio, Herguijuela de Ciudad Rodrigo, una zona de terreno separada del contorno por ríos y abruptos riscos en “V” y con grandes pendientes.

Por un lado, el río Águeda, al este el río Agadones y, por el oeste, el río Navacervera, más pequeños estos dos últimos pero igualmente con considerables riscos; solamente a Herguijuela había un acceso natural por el sur. Todo ello, claro está, antes de que la mano del hombre modificara estos parajes.

Pues bien, una vez situados y sin olvidar que el río Águeda, con su risco desde la zona de Ciudad Rodrigo hasta Robleda, era un obstáculo natural muy grande, les paso a narrar una historia curiosa y que, desde los ancestrales años, nuestros antepasados han venido comentando de boca en boca.  

 

La leyenda dice que en Herguijuela existió un Castillo Moro regentado por la Reina Mora y cuando fueron perseguidos, al huir, lo quemaron, y se desplomó al ser su construcción de pizarras y maderas. Ante tal precipitada huida enterraron el manto de la Reina Mora que era de Oro: de ahí el dicho:

“ Entre Lerilla y la Cotorra se encuentra el manto de la Reina Mora”

Una amplia zona, sin duda, para buscarlo. El Castillo aparece en la actualidad como un promontorio de piedras entre el Río Águeda y la desembocadura del Rio Navacervera (el que pasa por Sahugo), de forma circular y situado en una zona estratégica y de fácil defensa, pues se apoya en dos ríos con sus riscos. Se supone que en la orilla había una cueva que se comunicaría con el interior del Castillo.

Río Águeda arriba había un puente de un solo ojo llamado Los Pontones, a través del cual se accedería a la zona del Bodón y que también fue destruido en la precipitada huida.

Su dedicación era la ganadería y el pastoreo, teniendo toda la zona de Herguijuela a su disposición y sin problema de que se les dispersaran los ganados, dados los obstáculos naturales en tres de las cuatro partes.”

 

En la actualidad vemos lo siguiente:

Un promontorio circular con cantidad de piedras de pizarra a su alrededor y muchas de ellas quemadas, con porosidades y muy similares a las volcánicas, donde se ha construido un huerto utilizando las mismas piedras y aprovechando las cenizas para favorecer el crecimiento de las algarrobas.

También se ha encontrado algún fragmento de vasija, pues el que suscribe da fe de ello.

Con el paso del tiempo, las encinas y espinos han surgido de entre las piedras y lo van bordeando como si quisieran enmarcarlo. Desde entre promontorio se divisa perfectamente la confluencia de los ríos, el abrupto escarpe de más de 120 m del Águeda y sus riscos inhóspitos y salvajes salpicados de encinas y robles, sin duda bellos y que invitan a la tranquilidad y regocijo.

La cueva no se ve, pues habría sido tapada por la crecidas del Águeda.

Los Pontones, aún hoy puede apreciarse parte de dicho puente en las orillas.

Queramos o no, tenemos que reconocer y aceptar que hubo una fortificación, grande o pequeña, pues la zona se llama “El Castillo” y los nombres no se los inventa alguien porque sí. Por otra parte, el tema “El Castillo” se recoge y comenta en el “I Tomo de Prehistoria y Edad Antigua de Salamanca”, dirigido por D. José Luis Martín, Presidente del Centro de Estudios Salmantinos.

 

En Herguijuela hay varios temas relacionados con los “moros”:

En otra parte y no lejos de la zona, pasado el puerto de Perales, tenemos un pueblo llamado Moraleja.

Me pregunto, ¿huyeron hacia allí o hubo otra Mora vieja, fea o sin  corona?

O ¿fue todo fruto de un temblor de tierra , resquebrajándose la zona en grandes grietas por las que ahora transcurren los ríos y regatos, y el promontorio fue una erupción volcánica y de ahí las piedras volcánicas?

 

* Extraído de la revista ANAHE, redactada por Plácido Jorge, año 1999.

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