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Prólogo.

Antonia San Juan

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Conozco a Alicia hace tan poco tiempo como la protagonista a Kasandra.

             Kasandra es un acuerdo entre lo imaginario y lo real, una historia que juega con lo ambiguo y los símbolos para ser certera e inquietante.

             Amor, soledad y búsqueda entre dos personajes, Kasandra y Ana, que hacen de espejos para ver su propio reflejo. ¿Quién soy yo?, se preguntaba de forma repetitiva Ana, Ana María, Anita, Anicita, en la soledad de la cocina. Y Kasandra vive entre cromos antiguos, marionetas y pirámides. Niñas que piden la protección de la madre. Cromos antiguos, marionetas colgadas, pirámides, casa de muñecas y éxtasis...

             Ana María ve en la ausencia del beso de Kasandra el autocastigo de ésta, pero Kasandra, a pesar del miedo, se desnuda mostrando sus sueños: “tu pintura me recuerda un sueño que tengo con frecuencia”. Ni siquiera cuando busca a Ana se abre tanto.

            Identidad clara y sentimientos confusos por temor al compromiso.

             Pintura, sueños, música y paralelismos de infancias. Donde Kasandra es la reina roja, la que transgrede, y Ana es Alicia, tatuada, marcada, que insiste en ser la venida del otro lado porque se aferra a los rituales, a la repetición que le hace creer que todo sigue igual y que no ha cruzado el espejo.

             Ana es el Ave Fénix, como ese lugar que frecuenta y donde se encuentran todos esos personajes alegres y siniestros, sin moralina, donde para poder entrar hay que dar una contraseña, pero es la primera sorprendida ante el amor y lo seguirá siendo. Kasandra no soporta en los demás la negación del paso del tiempo: “Es como caminar por una galería del museo de cera”. Ana se dice, le dice a Kasandra, que quiere aprender a quererse, quererla.

             “El casco viejo de la ciudad”, como los pensamientos caducos, está ahí acechando: calles estrechas, pensamientos angostos. Por eso Kasandra pide desatarse del pasado, y el cambio que efectúa Ana cuando traspasa el espejo, el anhelo de algo pasado que no se efectuó y que se deseaba en el presente, se hace increíble. Ana traspasa el espejo y “Tchaikowsky ordena a las montañas despertarse”, luz, sexo a oscuras y todo con apariencia de normalidad.

             Kalem es el reloj, el avisador, el que no duerme, el que interpreta; es el consciente que aturde, el que sabe que Ana aceptará la vida a pesar de su huida, de la ausencia elegida, para revivir un repaso por todo, desde la Ana niña hasta la mujer, para poder encajar lo que viene.

 A pesar de que acercarse a la vida produce el mayor acercamiento a la muerte, dime mi nombre, nómbrame y dime. Cuéntame las partes del cuerpo que tocas y dime que de esta batalla he salido entera, que no he perdido ni pierna, ni brazo, ni CABEZA...

             Escándalo, Baúl de los recuerdos, But will be together...

Antonia San Juan

                                                                        

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