Justicia, la mala palabra
He leído con suma atención e interés el trabajo que aquí se
publica, de Alfonso Rumazo González. ¿Novela? No sé mucho de géneros
literarios ni reglas del buen decir, lo que encuentro en el trabajo
es una cosmovisión de la región a la que el escritor ecuatoriano y
más que ecuatoriano bolivariano, ha dedicado toda su vida: Bolívar,
Sucre, Miranda, San Martín, Bello, Manuela Sáenz, Martí y Simón
Rodríguez. ¡Cuánto he aprendido en la lectura de estas
extraordinarias biografías históricas! Grandes próceres de nuestra
América que a partir de su peculiar realidad e identidad, de su
'pequeño género humano' del que habló Bolívar, se universalizaron
mostrando la posibilidad de una Nación de naciones, una Cultura de
culturas y una Raza de razas, cuyos entresijos ha sacado a flote
Alfonso Rumazo.
Recientemente me encontré con el maestro
bolivariano en Caracas, su Caracas, porque también lo es de Bolívar
y varios de los próceres que su pluma ha hecho emerger en su más
amplia dimensión. Se daba a conocer el nombre del agraciado del
Premio Simón Bolívar creado por el gobierno venezolano para honrar
la memoria de El Libertador en el Bicentenario de su Nacimiento. Me
pregunto ¿por qué no se ha otorgado este reconocimiento a Alfonso
Rumazo que tanto ha hecho por patentizar el extraordinario mundo que
con su acción dio origen a la acción libertadora de Bolívar?
'Justicia, la Mala Palabra', es el título del escrito que
aquí se presenta. Esta novela tiene como escenario un avión
estadounidense Jonás-18. Los pasajeros que lo abordan en el
aeropuerto Simón Bolívar están un tanto azorados por la presencia de
fuerzas armadas que buscan y vigilan la nave. Existe amenaza de
bomba. Algo ya cotidiano en la liberada tierra de Simón Bolívar.
Parte de la violencia que vive Venezuela y otras partes de la región
que se autodenomina Latinoamérica. 'Venezuela - dice Rumazo -
zarandeada por la violencia política, expresa internacionalmente,
tiene hoy en América Latina, casi siempre signo de odio a los
yanquis, se desenvuelve la teoría de la indignación al imperialismo,
y a la vez se estimula el áspero fermento de la revolución de tipo,
ahora, maoísta'. Pero ¿existe o no existe la bomba? ¿Es amenaza o
realidad? La angustia hace dudar de la eficacia de los instrumentos
que existen para garantizar la seguridad.
La trama y el
mecanismo que hacen patente la cosmovisión que se expresa en la vida
concreta de cada uno de los pasajeros que abordan el avión. Cada uno
tiene su propia y concreta vida, como cada uno ha de tener su propia
y concreta muerte. Y esto último es lo que está en entredicho, ya
que la violencia, el terrorismo desatado impondrá a esta gente una
muerte que no es la propia; muerte ajena, extraña y por serlo
negadora de la propia vida. Cada pasajero hace expresa su propia
visión del mundo y de la vida que el relato de Rumazo nos muestra
como un rico abanico de la múltiple y rica identidad de la América
por la que luchó Bolívar y otros próceres de la región. Y a su lado
viajan gentes de otras regiones de América, de Estados Unidos y de
Europa que su presencia y palabras perfilan aun más la identidad de
esta nuestra región.
El terrorismo tiene su origen en la
resistencia de algunos hombres a los reclamos de justicia de otros,
haciendo de la Justicia, una mala palabra que deberá ser sacada del
léxico propio del sistema institucionalizado. Resistencia de la
mojigatería que defiende los intereses creados en nombre de la
decadencia del buen hacer y el buen decir. Habrá que desterrar malas
palabras que puedan afectar el orden creado en el cual todos y cada
uno de sus miembros tienen el lugar que les ha sido previamente
asignado.
Son dos las figuras centrales de esta novela,
Ricardo Andrós que lleva a cuestas su propia, próxima y ya
ineludible muerte: cáncer de sangre. Su tiempo es cada vez menor. La
amenaza de bomba no le afecta, le alegra, pues servirá para
adelantar su propia y peculiar muerte. La otra es Wanda Palacios,
que ha sido su amante y se reencuentra con él. Ella está enajenada
con la lectura de 'El Cuento de Quel' que tiene como escenario las
hermosas regiones del Sur de esta América, Chile. Pero en la noticia
que se da de un sacudimiento terrestre en la misma región surge la
figura del hermano de Ricardo Andrós, Tristán. Tristán que es la
contrapartida de Ricardo que está haciendo de su vida un reto
permanente de muerte, la muerte propia del subversivo, el
guerrillero que busca imponer por la violencia el ineludible sonido
de la mala palabra, la Justicia. A Tristán no le aqueja mal físico
alguno sino el ansia por hacer realidad la Justicia y acabar con la
mojigatería de los que condenándola bendicen sus propios y mezquinos
intereses. Son los mismos empeños de los próceres de la libertad
biografiados por Alfonso Rumazo.
Los terroristas que han
puesto la bomba que ha de estallar en el Jonás 18, esperan que el
estallido, como un gran campanazo, se haga oír a lo largo y ancho de
esta nuestra América. Tristán Andrós desde Chile trata, por su
parte, también de hacer estallar una poderosa y gran revuelta que
ensordezca a quienes no quieren oír la palabra Justicia.
En
otros pasajeros que el autor va destacando, se hacen patentes
diversos enfoques de la vida de esta región, de sus inquietudes, sus
anhelos, pero también sus pequeñas mezquindades. También entre ellas
las de los extranjeros que con los latinoamericanos se dirigen a
Lisboa atravesando el Atlántico. Artes, filosofía y política, pero
también temores y anhelos diversos van desfilando en la
multifacética humanidad que está dentro del avión condenado que
amenaza convertirse en un gran féretro. Aparece el mundo maravilloso
de esta América con el relato de la Maligna y del Barco Blanco. Se
habla del petróleo, el cual lejos de hacer la felicidad de los
pueblos en donde brota los llena de calamidades. Herencia del
Diablo, dice el poeta mexicano Ramón López Velarde.
'El
petróleo y sus dólares - se dice - irán a parar a los Estados
Unidos, que son los que compran al más bajo precio posible; nos
roban todo, así lo han hecho en muchas partes de América', dice un
personaje de la novela. 'El petróleo es la maldición para el campo
que se quedará sin hombres; hasta ahora hemos vivido en paz, en el
futuro lo que nos espera son problemas, y nos joderemos'. ¿Por qué?
¿somos pueblos flojos? 'No creo que seamos flojos. No hemos tomado
conciencia de nuestros derechos, nada más; hemos de rechazar los
sistemas contemporizadores y de compromisos con capitalistas y
burgueses'.
Dentro de este horizonte de injusticia está la
presencia de dos comerciantes griegos que fueron a vender telas a la
región. Comerciantes ávidos de ganancias como todos los
comerciantes, pero que encuentran en la región inesperado y amplio
horizonte para esta avidez. 'En general, dice uno de los
comerciantes, en mercancías nos vemos obligados a cargar el
trescientos por ciento, por los impuestos fiscales que nos imponen'.
En Latinoamérica además 'se paga fácilmente un sobreprecio de hasta
un quinientos por ciento'. ¿Qué podemos hacer? ¡Los gobiernos nos
cargan impuestos! No 'cabe que trabajemos por trabajar, que sufra el
comprador y no nosotros'. Estos comerciantes, siempre prácticos, se
preparan así para el logro de una fabulosa ganancia, lo que sólo
también la fabulosa América, donde la Justicia es una mala palabra,
puede hacer posible.
Otro pasajero, un honorable inglés que
se encuentra sentado al lado de una matrimonio mulato con dinero. El
inglés se siente incómodo pero piensa 'Yo no soy racista; ninguna
persona inteligente puede serlo'. Sin embargo en la cercanía con
otra gente hace patente que existen ineludibles diferencias. Arthur
Joule, aun con toda su buena voluntad y educación encuentra que es
gente que no se le asemeja. No son sus iguales ni podrán serlo.
Fácilmente se hacen patentes las diferencias. 'De estos vecinos
evidentemente me distingo en que limpio mi dentadura cuatro veces
más y uso desodorante de alta calidad, me baño diariamente
cambiándome cada vez de ropa interior y a veces hasta dos
ocasiones'. 'Estos vecinos pueden ser felices en su matrimonio, así
lo considero, pero a su lado me ha sido imposible almorzar pues
mordían el pan y pidieron a la aeromoza palillos de dientes'. El
hombre 'sacó del bolsillo una peinilla y se peinó; ella duerme la
siesta, resoplaba'. 'Sin embargo hay que amar al prójimo como a sí
mismo'. Pero el mulato pensaba a su vez: 'Este inglés que no
almuerza, no sabe seguramente lo delicioso de una ternera llanera y
un whisky con agua de coco'. La mulata dice a su marido: 'este
inglés no me gusta'. '¿Por qué?' '¡Pues porque no me gusta!'. 'Eres
mala cristiana, hay que amar al prójimo'.
Pero ¿qué pasa con
el avión amenazado? Los terroristas esperan el estallido que servirá
de altavoz para imponer la mala palabra. No se encuentra la bomba,
pero un terrorista apresado dice que existe pero no dónde se
encuentra. Tripulantes y pasajeros se lanzan en su busca. No así
Ricardo Andrós. No quisiera que encontraran así su muerte natural,
su propia muerte sería acelerada con la explosión. ¡Ojalá y exista
la bomba y no sea encontrada! 'Cuando se haga pedazos en el aire -
piensa - y se esparza volatilizándome toda mi sangre, no habrá sino
la nada'. Considera que su vida ha fallado, ¿por qué no adelantar lo
que considera su propia y natural muerte? Pero ¿y los otros
pasajeros que viajan con él? Para él no existen. 'Sólo recuerda al
lejano hermano'. ¿Por dónde andará mi hermano? Su hermano Tristán
que ha ligado su vida y la que será su muerte a la vida y la muerte
de los otros, de los que sufren injusticias, también ha fracasado,
pero es el fracaso de los Bolívar, Sucre y tantos otros. ¡Muerte y
resurrección!, mientras la mala palabra tome su lugar en la
gramática del hombre consciente de su misma esencia.
El
avión llega a su meta, Lisboa. Los pasajeros salen precipitadamente.
Ricardo Andrós falla en su intención de suicidarse dentro del avión
y sale acompañado de Wanda y juntos reanudan viejos amores. Los
terroristas han fallado por minutos. El avión, ya sin pasajeros,
salta hecho añicos. La historia termina. Alfonso Rumazo ha logrado
su propósito describiendo el mundo que tanto conoce, un mundo con
egoístas como Ricardo Andrós y su generoso hermano Tristán. El mundo
de Wanda devorando los Cuentos de Quel. La cosmovisión hecha patente
a lo largo de la obra de Alfonso Rumazo se eleva a una imaginación
que es simplemente proyección de la realidad en la fantasía. La
fantasía que permite conducir personajes reales pero en una
dimensión supuestamente extrarreal. Los anhelos y los desencantos de
esta nuestra América están allí presentes. Son realidades que se
explayan en imaginarias discusiones.
Tal es lo que encuentro
en la obra de mi querido amigo Alfonso Rumazo que entra ahora en el
campo imaginario que es el de su querida hija Lupe, en cuyos relatos
la realidad también se expresa en supuestos imaginarios.
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