De Leopoldo Zea

Homenaje a Alfonso Rumazo en Cuadernos Americanos, No. 98
"Alfonso Rumazo"

Justicia, la mala palabra

He leído con suma atención e interés el trabajo que aquí se publica, de Alfonso Rumazo González. ¿Novela? No sé mucho de géneros literarios ni reglas del buen decir, lo que encuentro en el trabajo es una cosmovisión de la región a la que el escritor ecuatoriano y más que ecuatoriano bolivariano, ha dedicado toda su vida: Bolívar, Sucre, Miranda, San Martín, Bello, Manuela Sáenz, Martí y Simón Rodríguez. ¡Cuánto he aprendido en la lectura de estas extraordinarias biografías históricas! Grandes próceres de nuestra América que a partir de su peculiar realidad e identidad, de su 'pequeño género humano' del que habló Bolívar, se universalizaron mostrando la posibilidad de una Nación de naciones, una Cultura de culturas y una Raza de razas, cuyos entresijos ha sacado a flote Alfonso Rumazo.

Recientemente me encontré con el maestro bolivariano en Caracas, su Caracas, porque también lo es de Bolívar y varios de los próceres que su pluma ha hecho emerger en su más amplia dimensión. Se daba a conocer el nombre del agraciado del Premio Simón Bolívar creado por el gobierno venezolano para honrar la memoria de El Libertador en el Bicentenario de su Nacimiento. Me pregunto ¿por qué no se ha otorgado este reconocimiento a Alfonso Rumazo que tanto ha hecho por patentizar el extraordinario mundo que con su acción dio origen a la acción libertadora de Bolívar?

'Justicia, la Mala Palabra', es el título del escrito que aquí se presenta. Esta novela tiene como escenario un avión estadounidense Jonás-18. Los pasajeros que lo abordan en el aeropuerto Simón Bolívar están un tanto azorados por la presencia de fuerzas armadas que buscan y vigilan la nave. Existe amenaza de bomba. Algo ya cotidiano en la liberada tierra de Simón Bolívar. Parte de la violencia que vive Venezuela y otras partes de la región que se autodenomina Latinoamérica. 'Venezuela - dice Rumazo - zarandeada por la violencia política, expresa internacionalmente, tiene hoy en América Latina, casi siempre signo de odio a los yanquis, se desenvuelve la teoría de la indignación al imperialismo, y a la vez se estimula el áspero fermento de la revolución de tipo, ahora, maoísta'. Pero ¿existe o no existe la bomba? ¿Es amenaza o realidad? La angustia hace dudar de la eficacia de los instrumentos que existen para garantizar la seguridad.

La trama y el mecanismo que hacen patente la cosmovisión que se expresa en la vida concreta de cada uno de los pasajeros que abordan el avión. Cada uno tiene su propia y concreta vida, como cada uno ha de tener su propia y concreta muerte. Y esto último es lo que está en entredicho, ya que la violencia, el terrorismo desatado impondrá a esta gente una muerte que no es la propia; muerte ajena, extraña y por serlo negadora de la propia vida. Cada pasajero hace expresa su propia visión del mundo y de la vida que el relato de Rumazo nos muestra como un rico abanico de la múltiple y rica identidad de la América por la que luchó Bolívar y otros próceres de la región. Y a su lado viajan gentes de otras regiones de América, de Estados Unidos y de Europa que su presencia y palabras perfilan aun más la identidad de esta nuestra región.

El terrorismo tiene su origen en la resistencia de algunos hombres a los reclamos de justicia de otros, haciendo de la Justicia, una mala palabra que deberá ser sacada del léxico propio del sistema institucionalizado. Resistencia de la mojigatería que defiende los intereses creados en nombre de la decadencia del buen hacer y el buen decir. Habrá que desterrar malas palabras que puedan afectar el orden creado en el cual todos y cada uno de sus miembros tienen el lugar que les ha sido previamente asignado.

Son dos las figuras centrales de esta novela, Ricardo Andrós que lleva a cuestas su propia, próxima y ya ineludible muerte: cáncer de sangre. Su tiempo es cada vez menor. La amenaza de bomba no le afecta, le alegra, pues servirá para adelantar su propia y peculiar muerte. La otra es Wanda Palacios, que ha sido su amante y se reencuentra con él. Ella está enajenada con la lectura de 'El Cuento de Quel' que tiene como escenario las hermosas regiones del Sur de esta América, Chile. Pero en la noticia que se da de un sacudimiento terrestre en la misma región surge la figura del hermano de Ricardo Andrós, Tristán. Tristán que es la contrapartida de Ricardo que está haciendo de su vida un reto permanente de muerte, la muerte propia del subversivo, el guerrillero que busca imponer por la violencia el ineludible sonido de la mala palabra, la Justicia. A Tristán no le aqueja mal físico alguno sino el ansia por hacer realidad la Justicia y acabar con la mojigatería de los que condenándola bendicen sus propios y mezquinos intereses. Son los mismos empeños de los próceres de la libertad biografiados por Alfonso Rumazo.

Los terroristas que han puesto la bomba que ha de estallar en el Jonás 18, esperan que el estallido, como un gran campanazo, se haga oír a lo largo y ancho de esta nuestra América. Tristán Andrós desde Chile trata, por su parte, también de hacer estallar una poderosa y gran revuelta que ensordezca a quienes no quieren oír la palabra Justicia.

En otros pasajeros que el autor va destacando, se hacen patentes diversos enfoques de la vida de esta región, de sus inquietudes, sus anhelos, pero también sus pequeñas mezquindades. También entre ellas las de los extranjeros que con los latinoamericanos se dirigen a Lisboa atravesando el Atlántico. Artes, filosofía y política, pero también temores y anhelos diversos van desfilando en la multifacética humanidad que está dentro del avión condenado que amenaza convertirse en un gran féretro. Aparece el mundo maravilloso de esta América con el relato de la Maligna y del Barco Blanco. Se habla del petróleo, el cual lejos de hacer la felicidad de los pueblos en donde brota los llena de calamidades. Herencia del Diablo, dice el poeta mexicano Ramón López Velarde.

'El petróleo y sus dólares - se dice - irán a parar a los Estados Unidos, que son los que compran al más bajo precio posible; nos roban todo, así lo han hecho en muchas partes de América', dice un personaje de la novela. 'El petróleo es la maldición para el campo que se quedará sin hombres; hasta ahora hemos vivido en paz, en el futuro lo que nos espera son problemas, y nos joderemos'. ¿Por qué? ¿somos pueblos flojos? 'No creo que seamos flojos. No hemos tomado conciencia de nuestros derechos, nada más; hemos de rechazar los sistemas contemporizadores y de compromisos con capitalistas y burgueses'.

Dentro de este horizonte de injusticia está la presencia de dos comerciantes griegos que fueron a vender telas a la región. Comerciantes ávidos de ganancias como todos los comerciantes, pero que encuentran en la región inesperado y amplio horizonte para esta avidez. 'En general, dice uno de los comerciantes, en mercancías nos vemos obligados a cargar el trescientos por ciento, por los impuestos fiscales que nos imponen'. En Latinoamérica además 'se paga fácilmente un sobreprecio de hasta un quinientos por ciento'. ¿Qué podemos hacer? ¡Los gobiernos nos cargan impuestos! No 'cabe que trabajemos por trabajar, que sufra el comprador y no nosotros'. Estos comerciantes, siempre prácticos, se preparan así para el logro de una fabulosa ganancia, lo que sólo también la fabulosa América, donde la Justicia es una mala palabra, puede hacer posible.

Otro pasajero, un honorable inglés que se encuentra sentado al lado de una matrimonio mulato con dinero. El inglés se siente incómodo pero piensa 'Yo no soy racista; ninguna persona inteligente puede serlo'. Sin embargo en la cercanía con otra gente hace patente que existen ineludibles diferencias. Arthur Joule, aun con toda su buena voluntad y educación encuentra que es gente que no se le asemeja. No son sus iguales ni podrán serlo. Fácilmente se hacen patentes las diferencias. 'De estos vecinos evidentemente me distingo en que limpio mi dentadura cuatro veces más y uso desodorante de alta calidad, me baño diariamente cambiándome cada vez de ropa interior y a veces hasta dos ocasiones'. 'Estos vecinos pueden ser felices en su matrimonio, así lo considero, pero a su lado me ha sido imposible almorzar pues mordían el pan y pidieron a la aeromoza palillos de dientes'. El hombre 'sacó del bolsillo una peinilla y se peinó; ella duerme la siesta, resoplaba'. 'Sin embargo hay que amar al prójimo como a sí mismo'. Pero el mulato pensaba a su vez: 'Este inglés que no almuerza, no sabe seguramente lo delicioso de una ternera llanera y un whisky con agua de coco'. La mulata dice a su marido: 'este inglés no me gusta'. '¿Por qué?' '¡Pues porque no me gusta!'. 'Eres mala cristiana, hay que amar al prójimo'.

Pero ¿qué pasa con el avión amenazado? Los terroristas esperan el estallido que servirá de altavoz para imponer la mala palabra. No se encuentra la bomba, pero un terrorista apresado dice que existe pero no dónde se encuentra. Tripulantes y pasajeros se lanzan en su busca. No así Ricardo Andrós. No quisiera que encontraran así su muerte natural, su propia muerte sería acelerada con la explosión. ¡Ojalá y exista la bomba y no sea encontrada! 'Cuando se haga pedazos en el aire - piensa - y se esparza volatilizándome toda mi sangre, no habrá sino la nada'. Considera que su vida ha fallado, ¿por qué no adelantar lo que considera su propia y natural muerte? Pero ¿y los otros pasajeros que viajan con él? Para él no existen. 'Sólo recuerda al lejano hermano'. ¿Por dónde andará mi hermano? Su hermano Tristán que ha ligado su vida y la que será su muerte a la vida y la muerte de los otros, de los que sufren injusticias, también ha fracasado, pero es el fracaso de los Bolívar, Sucre y tantos otros. ¡Muerte y resurrección!, mientras la mala palabra tome su lugar en la gramática del hombre consciente de su misma esencia.

El avión llega a su meta, Lisboa. Los pasajeros salen precipitadamente. Ricardo Andrós falla en su intención de suicidarse dentro del avión y sale acompañado de Wanda y juntos reanudan viejos amores. Los terroristas han fallado por minutos. El avión, ya sin pasajeros, salta hecho añicos. La historia termina. Alfonso Rumazo ha logrado su propósito describiendo el mundo que tanto conoce, un mundo con egoístas como Ricardo Andrós y su generoso hermano Tristán. El mundo de Wanda devorando los Cuentos de Quel. La cosmovisión hecha patente a lo largo de la obra de Alfonso Rumazo se eleva a una imaginación que es simplemente proyección de la realidad en la fantasía. La fantasía que permite conducir personajes reales pero en una dimensión supuestamente extrarreal. Los anhelos y los desencantos de esta nuestra América están allí presentes. Son realidades que se explayan en imaginarias discusiones.

Tal es lo que encuentro en la obra de mi querido amigo Alfonso Rumazo que entra ahora en el campo imaginario que es el de su querida hija Lupe, en cuyos relatos la realidad también se expresa en supuestos imaginarios.

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