De Alfonso Barrera Valverde

Para una Biografía de América

Liminar del volumen, de próxima aparición, de la Biblioteca Ayacucho dedicado a Alfonso Rumazo González

Las 'Ocho grandes biografías' entregadas a sus lectores por Alfonso Rumazo González y editadas por la Presidencia de la República de Venezuela constituyen una colección muy importante. Digamos, de paso, que Alfonso Rumazo González y su hija Lupe son dos nombres que representan con toda dignidad a la cultura del Ecuador en Caracas.

Concretamente, en el caso de estas 'Ocho grandes biografías', los gruesos volúmenes comprenden toda una etapa - la más honrosa - en la gestación de nuestras repúblicas. El conglomerado de perfiles que Rumazo González talla con sus palabras configura nada menos que un retablo donde se reúnen todos los libertadores de nuestra América.

Debo reconocer que algunos críticos esperaban otra actitud estilística, acaso más actual, y una sucesión apretada de hechos con menos elogios a los protagonistas y con menor retórica. Por mi parte, encuentro que en las páginas de Rumazo González queda transcrito honestamente el estilo imperante en los años de entre siglos (del XIX al XX), porque la gesta libertaria se definía a sí misma con ese lenguaje. Las repúblicas por entonces gestadas, las iberoamericanas, las temidas en sus años iniciales por las monarquías de Europa, no pueden expresarse en la forma de los años posteriores a 1990.

Además, como nota accesoria, creo que debemos precisar los calificativos literarios. En las páginas de Rumazo González encuentro la apología, a la cual son propensos los espíritus generosos, apología muy distinta al ditirambo. Si hay exaltación del autor, es la del convencido y apasionado de los méritos de aquellos a quienes ama y a quienes debe - debemos - una ruta dignificadora de nuestras vidas, ruta que nos hemos negado a hacer nuestra.

No sé el criterio con el cual están ordenadas estas biografías. El autor ha preferido que en el tomo I constaran Simón Bolívar, Manuela Sáenz y Antonio José de Sucre; en el segundo, Francisco de Miranda, José Martí y Daniel F. O'Leary; por fin en el tercero, José de San Martín y Simón Rodríguez. No me detengo en explorar tal interrogación, porque no es definitoria. Pero la señalo si permite enunciar otras posibilidades. Me explico. Luego de mi recorrido por todos los volúmenes me di cuenta de la significación tanto del mapa continental como del período, trazados muy diestramente en el libro. Desde luego, en uso de las atribuciones típicas de cualquier lector, mi nómina de los personajes poseería distinto orden. Empezaría con el carácter visionario de Simón Rodríguez y con la perspectiva cosmopolita de Francisco de Miranda, para recoger los pasos de los otros próceres y desembocar, finalmente, en el gran resumen que es José Martí. El es quien declara recibir y ejecutar el legado y el mandato de todos los actores previos, incluido Bolívar, a quien admira hasta límites de excelsitud.

De Bolívar a San Martín

Son muchos los méritos del libro de Rumazo González. Con un calificativo generalizador, digamos categóricamente que esos volúmenes suyos son fundamentales para el conocimiento de la historia continental. Pero los adjetivos casi siempre necesitan precisiones. En tal sentido, cabe registrar que estas 'Ocho grandes biografías', como ya se dijo, constituyen una colección. ¿De qué? En contra de cuanto podría suponerse en una apología, dicha colección viene exenta de elementos decorativos y está llena de hechos y personajes sustanciales, que definen una gran época de nuestro continente, el cual tarda aún hoy en seguir el rumbo trazado por ellos.

Pero, dicho todo esto, conviene enunciar algo más de su contenido. Para traer en pocas líneas de una columna algún resumen válido del espíritu de los tres gruesos volúmenes, uno de los cuales necesitó cerca de mil páginas, yo recurriría a dos de los ocho nombres: José Martí y Daniel Florencio O'Leary. ¿Por qué? Porque el irlandés constituye el cabal ejemplo del actor de la historia a cargo de escribirla. Y el cubano, porque, en cumplimiento de su propia decisión, fue el formidable seguidor de la gesta bolivariana, pues la tomó, completa, para asumirla como propuesta, a fin de que germinase en Cuba. Fue bolivariana, llevada por Martí y cuidada, predicada, practicada, regada con la sangre del mártir cubano, la semilla que brotara ante el poder español en el siglo XIX y ante las intervenciones extranjeras en el XX.

Historiadores verdaderos y falsos

Nos consta a algunos participantes ocasionales de la vida pública de nuestros países que, en épocas de carencia de investigadores, un mero literato puede pasar por hombre culto y el especulador de los acontecimientos (especulador en términos de interés personal) suele utilizar cualquier dosis de prestigio para emitir sentencias. Esta anotación es aquí imprescindible para valorar el papel de los historiadores, el uno de época de gestas, Florencio O'Leary, y el otro de época de lecturas pauperizantes, Alfonso Rumazo González, autor de enriquecimientos de la memoria social y de rectificaciones que deberían ser meditadas por algunos de nuestros pretendidos intelectuales que fungieron o fungen de historiadores.

Al estudiar los papeles de Martí, el ejemplar esfuerzo de Rumazo González deja de ser una biografía y se convierte en un documento social, un gran registro de los hechos de la independencia cubana, consistente en convocaciones, reuniones, arengas y diligencias. Gracias a Rumazo González, se comprende por qué la sangre de Martí constituye la flor de colores más vivos, la más noble y humildemente depositada sobre los restos de Bolívar, en nombre de las islas de las Antillas. En una de éstas, el Libertador de los Andes redactó la famosa carta de Jamaica y allí Florencio O'Leary, su edecán para la vida y la muerte, supo ordenar los papeles y la memoria de los años más queridos de nuestra América.

Digámoslo sin ambages: una vez publicadas las ocho grandes biografías de Rumazo González, ya los estudiosos no tienen la posibilidad de escribir sobre la gesta libertaria sin consultarlas y sin una referencia a ellas. Una referencia respetuosa, con el respeto que nos inspira la verdad.

La verdadera dimensión de Guayaquil

Entre los valiosos volúmenes aquí registrados, señalo de modo sobresaliente la biografía de Florencio O'Leary, porque Rumazo González logra definir y perfilar con maestría a uno de los notables irlandeses de todos los tiempos. El Ecuador, que tiene el privilegio de contar entre sus geógrafos a Humboldt, tiene también el de una historia notablemente enriquecida con la presencia, la cultura, la honestidad y el testimonio de las memorias del gran compañero de Bolívar, prolijo, preciso, objetivo, que supo registrar los acontecimientos vividos por él en Venezuela, Colombia, Perú, Chile y en las ciudades de Guayaquil y Quito. Con particular referencia a nuestro querido puerto, las 'memorias' del ejemplar amigo de Bolívar son, a fines del siglo XX, más necesarias que nunca. A cualquier separatista, a quien desee negar los vínculos de la Gran Colombia con Guayaquil, a quien mantenga dudas sobre la importancia atribuida por San Martín y por nuestro Libertador al mayor puerto del Pacífico sudamericano, se le debería facilitar el tomo II de este libro de Rumazo González, aun si el lector puede no desembocar en los originales de Florencio O'Leary y en la magna recopilación de documentos bolivarianos a los cuales el irlandés dedicó no solamente su lucha sino también buena parte de su existencia de hombre ilustrado.

Con el único pedido adicional de guardar también el mayor de los respetos a la imagen de San Martín, venerable como pocos, yo sugeriría al lector guayaquileño recorrer con lentitud las páginas 754 y siguientes de la biografía de Daniel Florencio O'Leary por Rumazo González. Quizá podría allí descifrar algo de uno de los actos más admirables del Libertador del Sur; su renunciamiento. Luego de la entrevista de Guayaquil, él decide, en Lima, abandonar la vida pública, no prestarse para la utilización de los intereses divisionistas y subalternos.

En esas páginas, el lector hallará la historia de las relaciones de Guayaquil y de sus prohombres con Bogotá y con Lima durante los años inmediatamente posteriores a la obtención de la libertad. Encontrará también el documento de los episodios vinculados a Sucre y al luchador irlandés en la Batalla de Tarqui y en el Tratado de Guayaquil de 1829.

Difícil, para mí, traer noticias dignas de un gran libro con tantos personajes conductores y con tantos hechos decisivos.

Escogidos Martí y Daniel O'Leary, destaquemos en aquél la reverencia con la que el mártir cubano rememora a los quiteños del 2 de agosto de 1810. El hombre que dijo: 'sudo sangre, pero vamos llegando', quien se proclamó vigía de todas las Antillas ante el vecino del norte en cuyas 'entrañas' se produjeron las reuniones de los emigrados que trabajaban para la libertad, ese escritor cuya vida puede condensarse en la parquedad de sus actos y en la abundancia de sus cartas y versos, todos ellos transparentes y diáfanos, ése es un hermano espiritual del irlandés avecindado en los Andes que llegara a Kingston y recogiera allí los pasos dados por la libertad en otras latitudes y echara maldiciones sobre alguna de las islas, el despedirse de ella para no volver y para confesar que el trabajador intelectual posee no sólo espíritu sino también un cuerpo que necesita comodidad y misericordia. A lo largo de los peregrinajes del noble irlandés, Riva Agüero, Torre Tagle, La Mar son los protagonistas peruanos examinados. Por desgracia, Florencio O'Leary llega a Chile cuando ya no es O'Higgins su conductor. Sobre los dos países y sobre los indios peruanos, sus informes contienen apreciaciones que deberíamos leer por ser útiles para todos nosotros a fines del siglo XX.

Las '24 razones' de O'Leary para admitir la renuncia de Bolívar al poder político son un resumen del credo del admirable general irlandés y puede verse en la página 835 del libro de Rumazo.

Las citas con las cuales Rumazo González encabeza algunos de los capítulos merecerían, ellas solas, un estudio, porque son extraídas de las más lúcidas y disímiles vivencias de la humanidad, desde las de Catón a las de Carlyle, Goethe, Fray Luis de León y Miller. El historiador inglés, notable estudioso de los hechos, se refiere al pensador alemán para recordar, como los chinos, que manejar el fracaso es menos difícil que soportar la prosperidad (confieso que los cambios y juegos de nombres y verbos son una de mis diversiones).

Pero, de todas las citas, me interesa sobre manera aquella que menos conocía yo, la de Henry Bordeaux, tomada de 'El cruce de los caminos' (página 839 de Rumazo): 'La política es la historia que está haciéndose o deshaciéndose'.

La mayoría de los ecuatorianos sabemos que éste es el caso de nuestro país. La actual clase política no lo admite y aun llega a simular cierta cultura.

A todos, a ellos y a nosotros, nos queda, pues, afrontar la dura verdad de que frecuentemente, en la pública del Ecuador y en su narración histórica, sólo existe simulación de méritos. En un país donde hemos tenido a historiadores de la talla de Florencio O'Leary y González Suárez, dos grandes testigos de dominaciones y de epopeyas, en este país al cual pertenece el gran investigador que es Rumazo González, ahora hace falta aquel historiador venidero, que sea capaz de escudriñar y desentrañar la tragedia cotidiana de la República.

La de seres que encontraron, a veces, palabras que no vienen hechas para el entendimiento del pueblo, perturbadas como están por quienes deberían estudiar a Rumazo González y a autores de su categoría, para enriquecerse con los fundamentos de sus libros.

A fin, también, de que los 'conductores' de la vida pública de nuestras naciones se pregunten de dónde y hacia dónde se 'conducen' ellos mismos.

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