Cuando el movimiento del F-227 cesó hubo un instante de silencio. Después lentamente, de
todas partes del desorden comenzaron a oírse señales de vida. El primero en liberarse fue Gustavo
Zerbino, estudiante de primer año de medicina. Roberto Canessa otro estudiante de medicina, acudió a la
ayuda de un compañero para liberarlo de todos los asientos que se habían soltado al frenarse el avión. Así comenzaron a rescatar a sus compañeros.
        Canessa y Zerbino hacían lo que podían para auxiliar a los heridos. Al ver a Parrado, (otro de los
rugbiers del equipo) que yacía inconsciente en el piso y tenía la cara manchada de sangre, lo dieron por
muerto aunque percibieron un débil latido.
        Uno de los pasajeros fue en busca de Zerbino ya que tenía un tubo incrustado en el estómago. Al
examinarlo el estudiante de medicina le dijo que no era gran cosa y que lo vería mas tarde, en cuanto el
accidentado se descuidó Zerbino le arrebató el metal de un tirón, sin causarle grandes problemas al
paciente, aunque días mas tarde lo tuvieron que volver a operar.
        Gran parte de los chicos estaban heridos en las piernas, lo que sucedió al soltarse los asientos. Javier Methol, uno de los más grandes entre los pasajeros, no estaba herido pero sí muy afectado
por la altitud. Tenía dolores de cabeza y si bien ayudaba, casi no se podía mover.
        Otro de los pasajeros, Pedro Algorta padecía amnesia total y no sabía que les había pasado ni en
donde estaban, pero al igual que Methol, colaboraba con los heridos.
        Pensaron que el rescate sería más fácil si podían transmitir mensajes por radio. Como la entrada
de la cabina estaba bloqueada por los asientos, Ramón Sabella llegó a ella caminando por la nieve.
Descubrió que Ferradas y Lagurara estaban atrapados en los asientos y los instrumentos habían penetrado en sus cuerpos. Ferradas estaba muerto, pero Lagurara aún estaba con vida y le suplicaba a Sabella que lo auxiliara. Este trató inútilmente de hacer funcionar la radio pero nunca lo logró.
        Aquellos a quienes habían conseguido liberar, estaban afuera tendidos en la nieve y los que eran
capaces de trabajar limpiaron de chatarra el interior del avión. Pero ya estaba oscureciendo, así que
volvieron a meter a los heridos. Mas tarde, los treinta y dos supervivientes se dispusieron a pasar la noche dentro del destruido Fairchild.



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