El Familiar

El hombre bajó raudamente las escaleras que lo llevaban hasta la calle, no deparó en los inconvenientes de diseño de los escalones bajos y angostos. En el camino golpeó varias veces su cuerpo con las paredes y las barras de contención, pero lejos de pensar que eso lo lastimaba, buscaba afanosamente provocarlo como una forma de sentir su propio cuerpo, de saberse vivo.

Trasponiendo la vieja puerta de madera que se abre hacia la Avenida De Las Flores, reconoció el aire limpio y aromático de la zona, respiró profundamente tratando de incorporar todo el oxígeno posible, cruzó la avenida y se sentó en el banco de la plaza que da justo al frente del edificio, abrió sus brazos sobre el respaldar, se cruzó de piernas y en el jadeo apresurado que aun le provocaba la desesperada corrida, comenzó a recorrer con la mirada cada uno de los rincones de la fachada del "Familiar", antiguo hotel hoy devenido a pensión. Fijó la vista en una y cada una de las quince ventanas, acertando con el pensamiento cual seguía, primero la de cortinas azules, luego la de la jaula del canario y la ventana de Luis Ghia, bajando al cuarto piso ahora tenemos la de los viejitos Zamora llena de macetas cargadas de amapolas y geranios, le sigue la espejada de Don Gregorio y termina con la de la bombita siempre encendida de las chicas de la facultad.

Así siguió describiendo una a una hasta terminar, se incorporó a una posición sentada pero girada hacia atrás y metiendo la mano en el bolsillo delantero del mameluco de Grafa beige, sacó un oxidado cronómetro detenido en tres minutos once segundos seis décimas y dijo "Record barrial!, esta a sido una jornada maravillosa para el Bajador de Escaleras más reconocido de la zona, "Héctooooor Maronni", y mirando hacia el ombú recibió el aplauso de Roque, el linyera, que al mismo tiempo se congratulaba con un "Y yo estuve ahí para verlo!", y sus carcajadas llenaron el espacio de la mañana en Plaza Alberdi, siempre al frente del Familiar, provocando la salida rápida de escena del encumbrado competidor.

Héctor Maronni era un flaco alto, rubiecito, medio peladito, de ojos celestes y cara de gringo bueno, según lo describían las abuelas de barrio Constitución, con las que solía dejar largas horas de charla en la verdulería de Ramón o en el mercadito de doña Lola y desde alguno de ellos en el camino a casa de una u otra viejita, haciendo la atención de llevarles la pesada bolsa de las compras. Claro que esto fue hasta que cumplió sus doce años, cuando tomó la decisión de vida que tomó.

Era el hijo de Carlos y nieto de Giovanni Maronni, primeros dueños y creadores de un lugar tan digno como el Familiar, hotel para inmigrantes italianos con familia que buscaban trabajo en la Argentina de los primeros años del siglo XX. El Familiar les brindaba albergue barato hasta que el empleo llegaba y con sus valijas los gringos salían tras una nueva ilusión a otra parte. Cada evento de esta naturaleza era casi trágico, ya que cada familia que se despedía dejaba un espacio vacío, "como ver partir a los hijos" decía don Giovanni.

En ese lugar nació y se crió toda la familia Maronni, aunque el único heredero de la tradición hotelera fue Carlos, quien se hizo cargo del negocio, cuando papá Giovanni partiera a dejarse morir a su Bari natal.

Los tiempos cambiaron y las corrientes inmigrantes también, ahora ya no eran los italianos que cruzaban el Atlántico los que llegaban al Familiar de paso a alguna localidad del interior del país, sino sus hijos o nietos que rehacían el camino en dirección contraria, buscando el sustento en la gran ciudad.

De hotel a pensión, en un soplo se produjo el cambio, familias de cualquier ascendencia llegaban mes a mes al Familiar, que no solo conservó su nombre sino también aquella actividad de recambio continuo de personas y familias completas, que en cuanto se las comenzaba a querer ya se las tenía que empezar a olvidar o mantener en el recuerdo. En ese constante ajetreo creció Héctor, haciendo y deshaciendo amistades con los chicos que por la pensión pasaban, muchas veces no terminaba de acostumbrarse a sus nuevas amistades que estas ya debían abandonar la pensión, porque sus padres viajaban trasladados por su empleo o bien por haber conseguido un sueldo digno que les permitiera sostener el alquiler de una casa más grande.

Fueron muchas las noches en que su mamá Paula lo escucho llorar en su habitación, la partida de Miguelito primero, Pepe después, el renguito Marcelo, los hermanos Vicenzo, Gonzalito el Rey de las bolitas y de Gomito el mejor buscador de escondites a la hora de la Piedra Libre. Tan grande era el dolor que estas ausencias le provocaban, que el día en que Lucía, su novia en séptimo grado, le comunicó que se marchaba junto a su familia a Rosario, decidió no ir nunca más a clase, recluirse en su dormitorio de la pensión y evitar en adelante conocer o tener contacto con persona alguna.

Así fue como Héctor creció potenciando al máximo las relaciones invisibles. Después de cada baño, al pararse frente al espejo para peinarse, hacía del mismo peine un micrófono que lo entrevistaba como el goleador de la fecha, pasaba largos minutos comentándole a tamaña audiencia como había rematado al arco por sobre el arquero y que se lo dedicaba a todos sus seguidores que domingo a domingo coreaban su nombre en cada estadio que le tocara jugar.

En la propia Avenida De Las Flores, donde diariamente transitan miles de personas, Héctor fue corredor de Fórmula Uno, desde la largada ubicada en la puerta misma del Familiar y por dos vueltas a la manzana hasta llegar nuevamente a la pensión, causaba gozo verlo tomar a paso tendido las curvas en cada esquina o verlo rebasar a Don Orellano justo diez baldosas antes de cruzar la meta final. También fue público el día que en plena recta, la que da al Supermercado Funes, en la zona en que la vereda se achica por la carga y descarga de camiones, no vio venir a Doña Soledad y embistió a su carrito colmado de mercaderías, terminando con severos traumatismos en el cráneo y tórax, según el mismo comentara a la prensa, en el baño del Hospital ltalo-Argentino.

Durante su adolescencia fue cantante de rock, su dormitorio se transformaba en un mega concierto en donde la luz del velador tapada por un papel de celofán verde y amarillo y el radio pasacasete a todo volumen, hacían de telón a sus histriónicas presentaciones frente al espejo de la puerta del ropero, más de una noche entre el público que asistía a sus actuaciones, se encontraba en primera fila Lucía, pecosa y tan hermosa como en el Normal Rivadavia. En una oportunidad se fueron del concierto y pasaron la noche juntos, amándose y recuperando tanto tiempo perdido, al menos así lo dejaba ver la almohada envuelta en las piernas de Héctor al despertar en la mañana.

Una tarde, sentado en la punta de la mesa de la cocina y vestido aún con el traje que traía puesto del entierro de su papá Carlos, fue Presidente de la Nación. Promulgó varias leyes que prohibían separarse a la gente que tuviese una relación de más de un mes de conocidos, decretó la anulación de eventos deportivos que no fueran grupales, por ejemplo el ajedrez o el single de tenis, propició la ley que obligaba a los matrimonios a tener más de un hijo y lloró como nunca cuando vio entrar a mamá Paula sola por el pasillo de la pensión, se puso de pie y concluyó con un "querido pueblo argentino hoy los necesito más que nunca", en solo un segundo Cadena Nacional cerró la transmisión y los canales continuaron con la emisión de sus respectivos programas.

Aunque el Familiar gozaba de muy buena salud, producto de una construcción esmerada y de materiales costosos, la muerte de Don Carlos provocó la salida al mundo de Héctor, ya que a pedido de mamá Paula debió erigirse en el nuevo portero del edificio y además de la limpieza, pintura y arreglo de los lugares comunes como el patio, escaleras, vereda y hall de entrada, debería componer de aquí en más los desperfectos de plomería y electricidad de las habitaciones. Claro que con la complicidad de mamá Paula, ésta se las ingeniaba para quedarse con las llaves de las habitaciones y hacer que Héctor entrase a realizar los arreglos cuando nadie había en ellas.

Fue entonces que Héctor se consagró como el más importante arquitecto de la región, logrando levantar en cada reparación de cañerías o revoque de las habitaciones del Familiar, imponentes rascacielos y los más ingeniosos y reconocidos empalmes de tuberías de todo barrio Constitución, sin olvidar las armoniosas líneas y cadenciosos trazos de su obra artística plasmada en el atelier de cada baño y que se ven aun reflejadas en el limite que separan las paredes blancas de los techos grises.

La soledad de Héctor Maronni era conocida y desde luego admitida en el barrio, nadie puso jamás objeciones a su actuar, incluso más de una vez las parejas de novios que los domingos salían a pasear por Plaza Alberdi se dejaban pasar por Héctor en su envestida final por ganar la carrera de marcha en la que cada fin de semana se proponía participar.

Muchas veces mamá Paula intento contactarse con la amada Lucía, la que puso la gota final que desengañó eternamente a su hijo, para probar si su regreso lograba cambiar algo, todo fue en vano, intentó incluso inventar cartas perfumadas que llegaban de algún lugar lejano, pero éstas nunca fueron abiertas por Héctor, todas y cada una de ellas fueron guardadas en orden de aparición en su mesa de luz y sujetas por una bandita elástica. Nada hizo reformar la posición tomada, todo acercamiento era rápidamente repelido. Esquivo a todo, los besos de mamá debían esperar hasta que el sueño profundo lo habitara.

Una cálida y perfumada mañana, de esas que solo puede brindar la Avenida De Las Flores, en Plaza Alberdi, justo al frente del Familiar, una hermosa mujer de cabellos negros rizados, tez muy blanca y vestida para la ocasión, bajó de un coche deportivo e ingresó como si conociera el lugar por la puerta principal de la pensión. En el pasillo se hallaba baldeando mamá Paula, quien reconoció al instante esos ojos verde profundo, sin mediar palabra señaló al patio y hacia allí se dirigió Lucía.

Saltando una soga, Héctor se hallaba en plena preparación para pelear por el título mundial de los peso mediano, de espaldas a la puerta escuchó un augurio que lo dejó helado.

-Feliz Cumpleaños!

No hubo respuestas, Héctor se quedó inmóvil.

-¿Hoy cumples 28 años, verdad Héctor?

Sin darse vuelta contestó, -y dieciséis años que intento conservar esa voz noche a noche en mis sueños.

-Aquí me tienes, déjame ver cuanto cambió mi carita de ángel.

-No puedo señora, soy un hombre casado y con hijos.

-¿Por qué no te creo?

-Porque nada sabe usted de mi, mi esposa Lucía y yo somos muy felices desde hace años, tenemos dos hijos hermosos que a esta hora deben estar por salir de la escuela.

-No me mientas, no trates de hacerme daño.

-De ninguna manera señora, esa no es mi intención, incluso podría invitarla a que se quede a conocerlos, pero mi interior es implacable y nunca permitiría que usted ingresara para que ellos se esfumaran como todos los que alguna vez estuvieron cerca de mí.

Y así, siempre dando la espalda a Lucía, caminó hacia el pasillo principal y desapareció raudamente por la escalera rumbo a la azotea, es que debía precalentar, en media hora se largaba una vez más la "12° Edición de Bajadores de Escalera de Barrio Constitución", la carrera más importante de los atletas sudamericanos.

 

 Alejandro "Pepa" Castellani

 

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