Santa Cruz que llevó Fray Francisco a Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela, años de 1643 - 1646

RELATO PRIMERO:

Desengañado de que tampoco era su vocación para el Orden de nuestro Padre San Francisco, dio el sayal para que se hiciese el hábito y se diese de limosna para enterrar un pobre, y se fue a Alcalá en ocasión que se hacían fiestas al glorioso San Diego, y mientras duraron estuvo en el convento del Carmen, donde tenía muchos Religiosos conocidos por la asistencia que había tenido en el de Madrid. En esta ocasión se trató entre todos que pidiese el Hábito del Carmen, que se le facilitaría mucho, respecto de que todos le conocían y querían bien; y aunque la tentación de no pedirle, porque no le merecía, respecto de haberle desestimado, le hacía fuertes repugnancias, no obstante, se determinó a pedirle al P. Maestro Fray Juan Elías, que se hallaba en Alcalá. Vino a Madrid, y con tal intercesor se persuadió de ganar la voluntad del Padre Provincial, como sucedió; y desechadas ya las dificultades de la tentación, y saliendo bien lo que se obraba contra ella, cada hora que se tardaba en recibir el Santo Hábito le parecía un siglo. El Padre Prior de Madrid hizo pretensión de que le tomase en su convento; pero la licencia del Padre Provincial era para que se le diese en Alcalá, y con ella fue recibido en 2 de febrero de 1617, día de la Purificación de Nuestra Señora.

El gozo con que se halló no se puede decir, ni imaginar, porque le pareció que ya había llegado el fin de su peregrinación. Callen todos los deseos conseguidos de pretensiones humanas, con el que tiene un alma cuando goza de los medios que encaminan al Sumo Bien. El Padre Prior, viéndole que procedía en todas sus cosas con religión, modestia y afabilidad, le mandó que cuidase de la despensa, y juntamente del regalo de los enfermos. No es creíble la puntualidad y alegría con que asistía a todo. Este año fue muy estéril, y Francisco (aunque Novicio) tenía en la villa opinión de Siervo de Dios, y era muy compuesto en lo exterior, con que se hacía estimar, y fue causa, al ver su proceder humilde, para que muchas personas socorriesen al convento. Los pobres que acudían a la portería eran muchos, y sin faltar a las ocupaciones de la obediencia, él disponía el tiempo de suerte que los socorría a todos. Los Religiosos le estimaban y encarecían su virtud, su agrado y asistencia: no había en aquella Familia quien no estuviese muy enamorado de Francisco y dijese mucho bien de él a todas horas. Él estaba sumamente contento con el Hábito y con los Religiosos; a todos los ayudaba, a todos los servía, a todos los amaba; cuando se le representó al entendimiento una visión, que le dio a entender que a los diez meses le habían de quitar el Santo Hábito y echar del convento; y estando con gran tristeza y recelo para desestimar aquella aprensión, oyó la voz que le solía hablar, que le dijo: -Francisco, no es aquí. Causóle extraña novedad ver que aquella voz, en las ocasiones antecedentes de elegir estado, siempre le hubiese prevenido antes del empeño de llegarle a tomar, y ahora le avisase después de tomado y estando en posesión de su Sagrado Hábito, que no trocara él por todos los reinos del mundo; con que llanamente se persuadió a que era tentación para perturbar la conformidad en que se hallaba y entibiarle en el ejercicio de las virtudes religiosas, y para vencerla procuraba rendirse con profunda humildad en el Divino acatamiento y fervorizarse más en lo que le ocupaba la Santa Obediencia; pero nada bastó, porque había determinación celestial en contrario; y así, luego que cumplió los diez meses que le previno la visión, toda la Casa se le mudó, y él también se mudó con ella; empezó a ser desagradable a los Religiosos, a proceder con tardanza en sus ministerios, a hallarse todos mal con él, y él consigo y con todos. Los que aplaudían su virtud, ya decían que era hipocresía; los que estimaban los socorros que por su causa hacían al convento personas principales de la villa, decían que había sido desatino atribuir a un Lego lo que se hacía por Nuestra Señora del Carmen; los que sentían bien de la continua alegría de su rostro, decían que era arte y afectación; los que reconocían que desde que asistía a la portería se hacía más limosna, decían que daba más que lo que alcanzaban las fuerzas del convento; los que alababan la puntualidad con que acudía a todo en la iglesia, decían que era demasiada libertad para un Novicio; él, por otra parte, cuando había de acudir a los enfermos, se dormía; si ayudaba a Misa, se perturbaba y no respondía a tiempo; si llevaba aceite para las lámparas, se le caía sobre los hábitos; con que el demonio, por permisión Divina, le traía todo desbaratado y descompuesto; él lo hacía para arrancar aquella planta de la tierra fértil del Carmelo, y Nuestro Señor lo permitía, para que, trasplantada en ella misma, diera mayores frutos, y para que saliese soldado experimentado en las batallas, en que después se había de ver, con su Divina gracia, triunfador de todas las huestes infernales. En fin, el desabrimiento de todos crecía, y Francisco sin querer le fomentaba; con que el Padre Prior de Alcalá, habiendo dado cuenta al Padre Provincial, y con orden suya, le llamó una noche muy a deshora, y haciéndole poner su vestido secular, le quitó el Hábito y despidió del convento.

 

De lo que le sucedió después de que le quitaron el Hábito.

¡Cuál se hallaría en la calle, y a deshora, y solo, con acontecimiento tan inopinado, Francisco! No puede haber palabras para poderlo significar, porque ni fue prevenido para que se enmendase, ni en su conciencia había habido que enmendar, aunque los Padres obraron con dictamen de razón; y fue la razón mayor el impulso del dictamen.

Viéndose de aquella suerte, le pareció, y con justa causa, que no era bien quedarse en Alcalá, y a aquella hora tomó el camino de Madrid. Al demonio, grande acechador de los instantes, y aun de los átomos de Francisco, le pareció buena ocasión para aventurarlo todo al suceso de una batalla, pareciéndole que, en el caso presente, haciéndole guerra en el afecto que más predominaba, no había fuerzas en la naturaleza para la resistencia; y así que salió de la villa y venía por el camino de Madrid, a orillas del Henares le quiso cerrar por todas partes los socorros, para obligarle a una desesperación, proponiéndole que ningún hombre sobraba en el mundo sino él; que el único remedio que le había quedado por intentar era el de la Religión, y ese, por su culpa, le había malbaratado, y justamente habían echado de ella a un hombre tan indigno; que mirase en cuántos oficios no había cabido, qué auxilios no había atropellado, qué pecados no había cometido ni qué confianza le quedaba a un hombre que había negado tres veces a su padre y con una desobediencia tan escandalosa le había desamparado; y así que, para estorbar los baldones que había de tener, el acto más heroico y de reputación que podía intentar era echarse en el Henares, para que de una vez dejase de ser testigo de sus afrentas, y de hombre tan infeliz tuviese fin la memoria. Todas estas cosas forcejeaban a apoderarse del entendimiento y de la resolución de Francisco, y todas tenían bastante fuerza para atropellarle, si él de su voluntad se hubiera puesto en aquel estado; pero como Nuestro Señor, por sus soberanos motivos, le puso en él, en él le socorrió; dándole claridad para que, con la divina gracia, rompiese su voz, diciendo: - "Todas estas culpas son mías, pero ¡válgame la Sangre de Jesucristo y la intercesión de su Madre!" – con que el que no pudo desatar los lazos, los rompió, y su enemigo, a este bote de lanza perdió tanta tierra, que, dejando la guerra de la vida y del alma, la convirtió en la de las aflicciones del cuerpo, contentándose por entonces con cualquier género de venganza.

Francisco, por el camino de Madrid (ilustrado cada instante más su entendimiento), venía diciendo: -"Nunca he conocido tanto mi corta capacidad como ahora. Quisiera saber de qué me acongojo. ¿Por ventura yo he de huir las manos del Altísimo ni vivo ni muerto? ¿Por ventura se hace nada sin su voluntad? Pues a mí sólo me toca el no cometer pecado, y por la bondad de Dios, desde que hice la confesión general última juzgo que grave no le he cometido: que caigan rayos del Cielo y me hagan ceniza; que la tierra se abra y me reciba en su centro; que la Religión me arroje de sí; que sea el desprecio y abatimiento del mundo; que viva en perpetua deshonra; que sea afligido en cuerpo y alma, ¿qué importa todo, si en ello no interviene pecado? Concédame Dios el que yo esté en amistad suya, y cáiganse los montes sobre mí y el Infierno se conjure sobre mí, pues yo no debo temer sus penas en comparación de mis culpas" Con estos celestiales sentimientos vino caminando a Madrid y, habiendo ya amanecido, entró por la Puerta de Alcalá; y estando descansando y discurriendo la vereda que había de tomar, el demonio, que no le perdía de vista procurando hallar ocasión de vengarse de él, dispuso que unos aguadores, sobre quién había de llenar en una fuente primero, se trabaron de pendencia; Francisco, como naturalmente era caritativo y nada cobarde, se llegó a ponerlos en paz, a tiempo que uno tiró una piedra, la cual le dio en una sien, hiriéndole de peligro; al ruido y voces de los aguadores y gente que se llegó acudió la justicia, y prendió al que tiró la piedra; Francisco se les hincaba de rodillas, bañado el rostro en sangre, pidiendo por amor de Dios que no prendiese a aquel pobre hombre que a él le había herido casualmente, sin querer herirle. Los alguaciles porfiaban en que se fuese a curar y en llevar su preso, cuando también, al mismo ruido, se llegó el P. Fray Juan Maello, que aquella mañana (como andaba siempre achacoso) había salido a hacer ejercicio; y viéndole herido y en aquel hábito, le extrañó todo; y usando de su acostumbrada piedad, le hizo curar, asistió a la cura y luego se le llevó consigo al convento del Carmen.

RELATO SEGUNDO:

Era Francisco (aunque de natural rústico) hombre que, en llegando a tratar cosas virtuosas y espirituales, disimulaba el poco talento y todo lo que era en orden a su alma, y llegarse a Dios le hacía mucha fuerza; y así, cuando discurría con el dictamen de su natural, en lo que pide alguna disposición humana, no sólo lo erraba en la disposición, sino también en la explicación, porque se daba mal a entender; pero en llegando a los sentimientos en que rompía su espíritu, o para la execración de las culpas, o para la deprecación de la divina misericordia, o para la intercesión de la Reina de los Ángeles (con quien en todos tiempos tuvo cordial afecto), entonces lo que hablaba era a tiempo y con estilos; era propio, abundante y devoto; y así por el camino para Madrid venía discurriendo en el único negocio que tenía, que era disponer su vida temporal de suerte que le fuese instrumento para la eterna en el cumplimiento de sus votos, a que nunca faltó, y principalmente en qué estado había de ser el suyo.

Por cualquier parte que echaba, parece que tenía un ángel delante con una espada que le embarazaba el paso, y sólo cuando pensaba en ser Religioso del Carmen se le allanaban los caminos. Bien es verdad que, considerando el tiempo que fue Religioso en Alcalá, y que estando con mucha paz de su alma tuvo locución de que no era allí en aquel convento, y que ahora, en esta ocasión, se le ofreció un discurso con más claridad al entendimiento, que le dio a entender que aquella voz era de Dios, y que bien podía ser su vocación para aquella Religión y no para aquel convento; y que por esta causa, en las demás Religiones que pretendió, la voz le alumbró antes de tomar el hábito, y en la del Carmen después de haberle tomado, con que se persuadió a que no había duda que Nuestro Señor quería servirse de él en la Religión del Carmen. A esto ayudaron los efectos que se siguieron en su alma, porque luego que le fue dada esta inteligencia se halló en un mar de gozos y en una quietud sobrenatural; y así luego se puso a considerar medios por donde poner en ejecución el volver a tomar el Hábito Sagrado de la Virgen del Carmen. Hasta aquí parece que obraba en la distinción que dimos de Francisco lo espiritual y lo devoto, y desde aquí lo natural.

Parecióle que era cosa muy proporcionada y puesta en razón echar rogadores para que supliesen con su autoridad lo que a él le faltaba de merecimiento; y pensando en quién podía ser medianero de más respeto y de más autoridad, le pareció que ninguno lo haría tan bien como el Rey; y esto le hizo tanta fuerza, que apresuró el viaje para venir a echarse a los pies de Su Majestad para que mandase que le recibiesen por Religioso del Carmen en otro convento que no fuese el de Alcalá.

En estos discursos se le pasó el camino y llegó a Madrid; y aguardando a que fuese día en que el Rey saliese a la Capilla, llegó el primero de fiesta, y muy prevenido de razones se fue a Palacio, con una seguridad más dichosa que fundada, en busca del Rey; subiendo la escalera de Palacio, al llegar al último escalón vio que venía un caballero con muchos criados de hacia el cuarto por donde el Rey sale a la Capilla, y repentinamente se le ofreció el entendimiento que para intercesor bastaría aquella persona de tanta autoridad, y sin más advertencia ni reparo se echó a sus pies diciendo que no se había de levantar de ellos sin que primero le ofreciese de ampararle con los Religiosos del Carmen para que le recibiesen por Lego de aquella Religión. El caballero, admirado de caso tan extraordinario, juzgando al principio si en aquel hombre era enfermedad aquella demostración, le dijo que en ningún convento podía ser él medianero para tan santo propósito como en el Carmen, porque en él tenía muchos amigos; y haciéndole algunas preguntas, reconoció que aquel impulso era nacido de un amor fervoroso a la Religión; con que se resolvió de ir al convento y le mandó que le siguiese. Llegaron a él y a la celda del Padre Provincial, el cual dijo al caballero después de haberle oído:

-Señor mío: en casa todos queremos a Francisco muy bien, y en el convento de Alcalá tuvo nuestro Santo Hábito por diez meses, pero al fin de ellos todos los Religiosos se hallaban disgustado con él por causa de que era puerco y tonto, y yo, por concurrir a su dictamen, le mandé quitar el Hábito, creyendo que, habiéndole ellos experimentado aquel tiempo, no convendría, pues Religiosos de virtud y celo así lo significaban; pero él, en lugar de apartarse de nosotros, no hace sino tomar diferentes veredas y luego se nos vuelve a casa; donde reconocemos su verdad y buen trato, y que es hombre bien nacido y nunca se le ha hallado cosa que desdiga de su sangre.

El caballero (que entonces no se atendió a hacer memoria de quién era y ahora no se puede averiguar), dijo al Padre Provincial:

-Cierto que las culpas que le ponen no son muy atroces, y que si algo se debe suplir es esto, y los Padres de Alcalá se destemplaron rigurosamente; porque para las ocupaciones que este hombre puede tener en la Religión, ¿qué importa que sea puerco ni que sea tonto, si en lo que se le manda no hay repugnancia? Y cierto que reparando en sus fervorosos deseos, cuando él no fuera para ocupación alguna en la Religión, yo le recibiera para Santo.

El Padre Provincial ofreció hacer lo que el caballero le pedía; con que, despedido cortésmente, envió a llamar al Padre Maello, y después de haber tratado entre los dos esta materia, dijo el Padre Provincial a Francisco:

-Mire, hermano: él que se ha criado entre labradores; ¿sabrá dar buena cuenta si yo le pongo en convento en que haya labranza?

A lo cual respondió:

-Con el favor de Dios y de la Virgen Santísima procuraré dar buena cuenta de aquello en que me pusiere la santa Obediencia, y principalmente en ese ejercicio, porque es conforme a mi natural.

Entonces le dijo el Padre Provincial:

-Pues prevéngase y disponga el Hábito, porque ha de ir a tomarle a nuestro convento de Santa Ana del Alberca

RELATO TERCERO:

En la forma referida entró en Narbona, y después de haber hecho su acostumbrada estación en la iglesia mayor de la villa, fue a su convento, donde por el concurso se vieron obligados aquellos santos Religiosos a cerrar las puertas: dijéronle que en la Francia la Religión del Carmen es de reformados, y él entonces tomó unas tijeras y cortó la capa dejándola como la de los otros Religiosos; este pedazo cortado de la capa le tienen en aquel convento en estimación por haber sido de este Siervo de Dios, de que es buen testigo el Hermano Fray Roque Serrano, Corista, hijo de la casa de Alcalá, que viniendo de Roma y pasando por Narbona, en aquel convento le enseñaron la parte de la capa dicha, y asimismo en la puerta del coro una estampa de Fray Francisco de la Cruz, hincado de rodillas, con su Cruz a cuestas delante de una Imagen de Nuestra Señora, en memoria de la aparición que tuvo en Francia de esta Soberana Reina de los Ángeles, y en un cuadro de la misma estampa Fray Francisco caminando con su Cruz y dos caballeros que le iban acompañando a caballo, y al pie de la estampa un letrero que decía: Effigies Fratris Francisci a Cruce Carmelitaní Hispani.

RELATO CUARTO:

Estando Fray Francisco de la Cruz en su convento de la Alberca, luego volvió a la distribución de sus horas en los continuos ejercicios referidos, sin tener rato de ociosidad. Los Religiosos de aquella conventualidad le solían decir: -¿Es posible que no descanse algún instante, aunque sea por recobrarse para trabajar? A lo que él respondía: él estando sentado? En otra ocasión, hablando un día con el Hermano Fray Gregorio Roca, siendo conventual de Santa Ana, le dijo a Fray Francisco los deseos que tenía de servir mucho a la Religión. A que le respondió: -Si sale de una enfermedad que ha de tener después de cumplidos cuarenta años, ha de ser de mucho servicio en ella. La cual tuvo por el mismo tiempo, y hoy es Procurador del convento de Alcalá de Henares.

RELATO QUINTO:

Ya se dijo cómo después de metida la caja en que está el cuerpo de Fray Francisco de la Cruz en el nicho que tenía dispuesto la Religión debajo del Relicario, se tabicó, el cual después se dio de yeso en la igualdad que está la iglesia. Después de pocos días que allí fue depositado se apareció en la misma parte la efigie del Siervo de Dios, de la suerte que como estaba en la caja cuando le hicieron el Oficio de Difuntos. Dibujada su figura, tan perfecta, que todos los que le veían y conocían decían que era él mismo, y el dibujo estaba hecho con rasgos, al parecer, formados con algún carbón o lápiz sutilmente, a la semejanza de un dibujo hecho en papel blanco, y estaba tan propio, que si aquellas señales se cubrieron de colores, saliera un retrato muy parecido del difunto.

Asimismo toda la distancia que ocupaba el retrato dibujado estaba cubierta de un género de mancha como de aceite, que en llegando las manos a ella se reconocía algún género de humedad jugosa, de la suerte que en Alcalá de Henares está la piedra en que fueron degollados los Santos Mártires Justo y Pastor; y no habiendo sido esta obra hecha por modo natural, es forzoso que sea por Artífice Soberano; y aunque sus juicios son incomprensibles, lo que puede rastrear nuestra cortedad parece que es haber querido socorrer a los pueblos que frecuentan el sepulcro del Santo Varón, para que, ya que no le gozan vivo, se consuelen viéndole de alguna manera; el cual dicho dibujo, en la misma disposición que se ha referido, duró muchos años, y aun al presente se reconoce, aunque algo en confuso.

 

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