EL
AMULETO DE PAULO VI Y SUS IMPLICANCIAS EN RELACIÓN CON EL
JUDAISMO
IMPORTANTE: La inclusión de este texto no
indica nuestra adscripción al sedevacantismo
Por el R. P Joaquín Sáenz y Arriaga.
En su "CONTRA-REFORMA",
el Abbé Georges de Nantes publicó, en el número de noviembre de
1970, un artículo de gran impacto en toda Europa, titulado "EL
AMULETO DEL PAPA". De este artículo me permito
transcribir lo siguiente:
"En el PARIS MATCH del 29 de agosto 1970, en el artículo
de Robert Serrou 'El próximo Papa será un francés', aparece una
ilustración de una gran fotografía del Papa y del Cardenal
Villot. Observé esos dos rostros herméticos, en los que se
oculta el destino de la Iglesia... Pero, ¿qué es eso, que se
descubre sobre el pecho de Paulo VI, encima de su Cruz pectoral?
Una curiosa joya, que, me parece, no haber visto nunca a ningún
Papa. El objeto debe ser de oro, cuadrado, adornado con doce
piedras preciosas, dispuestas en cuatro hileras, tres por tres.
Aparece suspendido, en forma muy peculiar, por un cordón, que se
añade alrededor del cuello a aquel otro del que pende la Cruz de
Cristo.
"Siento miedo de comprender. Sin embargo, no cabe duda
alguna. Para describir el objeto, he empleado las mismas palabras,
que en el capítulo XXVIII del Exodo, describen el EFOD DEL
GRAN SACERDOTE JUDÍO. He aquí, pues, sobre el corazón del
Papa, atado a su cuello, el 'Pectoral del Juicio', que el Sumo
Sacerdote Aaraon y sus sucesores debieron llevar como ornamento
ritual, y sobre las doce piedras del cual estaban inscritos los
nombres de las doce tribus de Israel, "para evocar
continuamente su recuerdo en presencia de Yahveh". (Ex.
XXVIII, 29). Paulo VI lleva la Insignia de Caifás.
¿Quién
sabe cuándo, por qué y de quién la ha recibido? ¿Quiere el
Papa significar con ello que es el heredero directo del Sacerdote
Levítico, como Pontífice de la Iglesia Católica convertido en
el nuevo y único Israel de Dios? o ¿es caso que prepara una
restauración del judaísmo, como religión del monoteísmo puro,
del Libro más sagrado, de la Alianza universal?
"En el Katholikentang (las fiestas anuales de la Alemania Católica)
se ha desarrollado este año un culto judío sabático, y en
Bruselas, el Cardenal Suenens ha anunciado un próximo CONCILIO,
que él llamó CONCILIO DE RECONCILIACIÓN, que tendrá
lugar en Jerusalén. y recordemos que la B'nai B'rith y los
francmasones sueñan igualmente en la construcción de un 'TEMPLO
DE LA COMPRENSIÓN', en la Ciudad Santa, semejante al que ya
existe en Nueva York. Una maqueta de ese futuro Templo fue
ofrecido al Papa hace ya tiempo, como signo de amplio ECUMENISMO.
¡Todo converge!
"¿Quién
nos informará a nosotros, soldados de fila, sobre ese 'Pectoral'
y sobre tantos otros puntos oscuros, que encierran designios
tenebrosos? ¿Quién tiene, entre nosotros, derecho a saber si el
Papa, al revestirse con el 'Efod' de Caifás, pretende asumir el
antiguo rito judío, sin temor del Israel, según la carne, o si
tiene el proyecto de conducir las iglesias cristianas al 'judaísmo
universal' y de restaurar en Jerusalén el Sacerdocio Levítico?
Ambigüedad de la mirada y del gesto, de los discursos y del
'amuleto'... Hasta este día, el Crucifijo no había compartido su
puesto con ningún otro signo ritual. ¿Será que pronto, sin
-ruido, sin palabras, va a desaparecer de sobre el corazón del
Papa? Será entonces, cuando en el Vaticano cantará el gallo por
última vez...
"¿Qué
sabemos nosotros? Nosotros, rebaño católico, nada sabemos de los
lejanos proyectos de nuestros Pastores...
Georges
de Nantes.
El servicio que el
Abbé de Nantes ha prestado a la Iglesia en publicar lo que ya se
murmuraba en los corrillos eclesiales, con gran escándalo y con
extraordinaria sorpresa, acerca de esa insignia ritual, propia del
Gran Sacerdote Levítico, que, desde su viaje a Tierra Santa,
aparece en casi todas las fotografías de Paulo VI, es, a no
dudarlo, un servicio extraordinario, cuya importancia, tal vez,
todavía no podemos ni prever, ni mucho menos precisar. Quizá en
esta señal encontremos la clave para explicarnos toda esa
subversión en la Iglesia de Cristo, esa que el mismo Papa Montini
llamó la "autodemolición" del cristianismo. En Roma,
el BORGHESE, revista de gran circulación, en su número
del 18 de noviembre de 1970, pág. 603, publicó un sensacional arículo,
con estos títulos llamatívos: "El Portón de Bronce".
"PAULO VI: ¿PAPA O 'GRAN SACERDOTE'?":
Vaticano, noviembre. - "La impresión en el
Vaticano ha sido enorme, casi un choque. Los rumores
circulaban hacía tiempo, en los corrillos vaticanos,
sin que hubiera nadie que se atreviese a denunciar el
hecho. Así las cosas, ha poco tiempo, el Abbé Georges
de Nantes difundió la noticia de que el Pontífice Máximo
de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana lleva en
algunas ocasiones sobre la muceta y con la Cruz pectoral
la insignia del "GRAN SACERDOTE HEBREO"
Caifás. El eco de esta noticia ha sido enorme detrás
del Portón de Bronce.
"Y, sin embargo, no cabe la menor
duda: la forma, el color, el ornato de esa insignia
corresponde a la descripción dada en el Libro de los
Libros. Ningún Papa, en los dos mil años anteriores,
había llevado una joya, como esa, minuciosamente
descrita en el capítulo XXVIII del Exodo, uno de los
libros de la Biblia. Juan Bautista Montini sí la lleva.
Y ¿por qué? Nadie se atreve a decir los oscuros
motivos, que han dado base a esta decisión, pero todos
están de acuerdo en afirmar la posibilidad de un
intencional equívoco de parte del Pontífice. El
objeto, de oro puro, es cuadrado, adornado con doce
piedras preciosas, dispuestas en cuatro hileras, de tres
en tres, suspendido del cuello de modo muy particular,
gracias a un cordón también aureo, hecho de anillos
entrelazados que terminan en una borla. Las doce piedras
preciosas son de diverso color.
"En suma, se trata, hablando con toda
propiedad, del 'EFOD DEL GRAN SACERDOTE HEBREO,
conocido como el "PECTORAL DEL JUICIO",
que Aaraón y sus sucesores debían llevar como
ornamento ritual, y cuyas piedras preciosas corresponden
a las doce tribus de Israel. La descripción de este
objeto singular está contenida en el Exodo...
Exactamente, como se puede ver hoy, en muchas fotografías
de Paulo VI...
"Mas, ¿desde cuándo aparece esta
increíble unión de la Cruz pectoral con la 'insignia'
del Gran Sacerdote Hebreo? Para responder a esta
pregunta, hemos examinado centenares de fotografías; así
hemos podido precisar que la primera aparición de este
extraño 'amuleto' sobre el pecho del Papa romano data,
por lo menos, de 1964, es decir, unos meses después de
su visita a Palestina. Parece lógico deducir que el
ornamento ritual, de que tratamos, le fue dado en esas
circunstancias, ya que Paulo VI estuvo también en
territorio de Israel.
"No se trata de un caso aislado, de
una alucinación. El emblema del 'GRAN SACERDOTE
LEVITICO' es visible, claramente visible, sobre todo
cuando Paulo VI usa la 'muceta', es decir, esa especie
de manteleta roja bordada de armiño blanco; en esas
ocasiones, en las fotografías, no se ve muchas veces la
Cruz pectoral, por las manos juntas con que el Papa
parece encubrirla; pero siempre aparece la insignia de
Aaraón, porque está unida a un amplio cordón de oro.
Sólo en una ocasión el extraño emblema cuelga sobre
el hábito blanco de Paulo VI, sin la 'muceta'. Fue
cuando el Pontífice romano estuvo en la India y los fotógrafos
le sorprendieron seguido y rodeado de niños hindúes.
"En las diversas fotografías, tomadas
durante las visitas de Paulo VI a los lugares santos de
la cristiandad, en los varios Santuarios, el
"Efod" es siempre visible: así, por ejemplo,
con ocasión de su viaje a Fumone, cuando quiso visitar
la tumba del Papa Celestino V, la tumba del 'gran
refugiado'; en Santa Sabina, en el Aventino el miércoles
de ceniza, cuando se cantaron las letanías de los
Santos, innovadas por la liturgia bugniniana, que ahora
comienzan con un 'Sancte Abraham'...; en la Plaza de
España, en el homenaje a la Inmaculada; en Santa Inés;
en Santa María del Transtévere, y así en otros casos,
en los que el Papa lleva esta insignia ritual, es algo
raro, por lo menos, si no sospechoso, y que origina
dudas que están exigiendo una respuesta distinta de la
que estamos acostumbrados a recibir, del silencio equívoco.
¿Estamos, pues, delante de un hecho masónico
o delante de un oscuro designio? Es necesario que
alguien esclarezca qué significa todo esto. Porque, en
verdad, es desconcertante el hecho de que al lado o en
lugar de la Cruz pectoral del Sucesor de Pedro (que
todavía y no obstante la contestación de los nuevos teólogos
es el Vicario de Cristo) aparezca sobre el pecho del
Romano Pontífice un emblema que no es cristiano y que
por ser tan rico está en contradicción con los
postulados de la "Iglesia de los Pobres".
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No sabemos qué explicación pueda darse a ese objeto ritual del
gran sacerdote levítico, usado ahora por Paulo VI, el Pontífice
Máximo de la Iglesia Católica. La primera explicación, que
benignamente insinúa el Abbé de Nantes, no parece ser muy
convincente, porque no puede ser admitida. Entre el judaísmo,
religión de la promesa y catolicismo, religión. del cumplimiento
de esa promesa, no hay propiamente una continuidad, porque el judaísmo
actual niega contumazmente el cumplimiento de las divinas promesas
en el advenimiento del Cristo prometido; Jesús, el Hijo de Dios y
el Hijo de María. El judaísmo, religión actual, niega los dos
dogmas fundamentales de nuestra religión, el misterio de la Santísima
Trinidad y el misterio de la Encarnación. ¿Cómo es posible que
se quiera unir la religión judaica con el verdadero cristianismo
basado en esos dos dogmas fundamentales? La promesa, la preparación
perdieron su razón de ser, al venir Cristo y todo el judaísmo
religión perdió su legitimidad, al fundar Jesucristo su Iglesia,
el nuevo Israel, no el Israel según la carne, sino el Israel según
el espíritu.
Ahora
bien, el "efod" era una insignia eminentemente judaica,
que simbólicamente representaba en las funciones rituales del
judaísmo religión a las doce tribus de Israel, el Israel según
la carne. No hay, pues, nada que justifique el uso de ese objeto
ritual en un Papa, que es cabeza visible del nuevo pueblo de Dios,
de los hijos de la nueva Alianza. Ya el hecho cierto de que ningún
Papa, en los 2000 años de historia de la Iglesia haya usado ese
objeto ritual del judaísmo religión, parece demostramos que hay
una absoluta incompatibilidad entre la profesión de nuestra fe
católica y el uso del "efod" y del "pectoral del
juicio", descritos minuciosamente en el Exodo, como propios y
exclusivos del "Gran Sacerdote Levítico".
Al
usarlo públicamente Paulo VI, tenemos derecho y aún obligación
grave en conciencia de investigar el por qué de esa decisión
pontificia. Con razón el Abbé de Nantes sentía miedo al
comprender o vislumbrar siquiera la única explicación
satisfactoria, que, por otra parte, está en perfecta coherencia y
armonía con otros hechos inexplicables del Papa Montini, con todo
su paradójico pontificado y con toda esa subversión y
autodemolición que vemos en la Iglesia. Juan Bautista Montini usa
el "efod", porque en su corazón más que Papa, es un
"Gran Sacerdote Levítico". Consciente o
inconscientemente -Dios todo lo sabe- el parece asociado con el
judaísmo internacional, con sus poderosos dirigentes, con sus
instrumentos destructores, el comunismo y la masonería. Por otra
parte, en su ascendencia genealógica encontramos raíces ciertas
de su origen judío, así como en otros de los cardenales y monseñores
y teólogos que han planeado esta espantosa revolución en la
Iglesia de Dios. Sí, yo denuncio al judaísmo como la causa
activa y eficacísima que, con sus inmensos recursos, ha preparado
esta tragedia, que no solamente ha afectado a la Iglesia y a las
almas, sino a los Estados y a los pueblos, sembrando la confusión,
la inconformidad, la lucha de clases, las guerras intestinas y las
guerras internacionales, que han cubierto de sangre y de dolor al
mundo entero.
Duele
en el alma tener que llegar a estas conclusiones; pero hay un
dilema ineludible, en el que tenemos que escoger: o salvamos la
Iglesia o nos obstinamos en seguir defendiendo obstinadamente a
dos Papas y un Concilio, que han venido a romper la unidad de la
Iglesia.
En el
artículo de LOOK al que nos referimos antes, Roddy dice:
"EL DESCUBRIR ESTAS CONFERENCIAS SECRETAS EN LA CIMA HIZO
QUE LOS CONSERVADORES EMPEZASEN A SEÑALAR A LOS JUDÍOS
NORTEAMERICANOS COMO EL NUEVO PODER DETRÁS DE LA IGLESIA".
Y tenían razón los conservadores que desde entonces empezaron a
sospechar una inmensa y universal infiltración en todos los
organismos de la Iglesia, de judíos, de masones, de comunistas,
de falsos hermanos, que entraron en los seminarios, noviciados y
organismos católicos, con la consigna y los compromisos de
procurar escalar discretamente los puestos de comando, para
dirigir, desde esos puestos, la revolución interna, que había
sido planeada en los antros tenebrosos de la conspiración
judeo-masónica-comunista. ¿Hechos? ¿pruebas? Sobran para los
que no se obstinan en negarlos.
Tenemos, en primer término, el muy conocido caso del P. Tondi, S.
J., que, siendo miembro activo del Partido Comunista Italiano en
su juventud, fue seleccionado por los dirigentes del Partido para
hacer esta labor de infiltración activa en la Compañía de Jesús.
El cripto-comunista pasó con tal éxito todas las pruebas de su
formación jesuítica e hizo tan felizmente sus estudios, que, al
terminar su tercera probación -el último reto que que la Compañía
da a sus operarios-, fue elegido por los superiores al cargo de
tanta responsabilidad de Prefecto de Estudios de la Pontificia
Universidad Gregoriana, el centro filosófico y teológico más
importante de los jesuitas y quizá también de la Iglesia. En ese
puesto importantísimo, el oculto comunista, siguiendo ¡lealmente
las directivas secretas de sus verdaderas jerarquías, inició y
desarrolló felizmente la revolución ideológica, que, más
adelante, habria de corromper el pensamiento teológico-filosófico
de ese tan importante Centro del saber. Al fin, se descubrieron
las conexiones ocultas del jesuita con los altos dirigentes del
Comunismo Italiano e Internacional.
En
otra parte de su comentado artículo, Joseph Roddy escribe estas
palabras reveladoras: "Una agencia publicitaria,
suficientemente cercana al Vaticano para obtener la dirección en
Roma de los 2.200 Cardenales y Obispos que de afuera habían
acudido al Concilio, entregó a cada uno de ellos un libro de 900
páginas 'Il Complotto contra la Chiesa' [Complot contra la
Iglesia] . Entre las infamatorias páginas del libro, HABÍA
ALGUNOS VESTIGIOS DE VERDAD. La afirmación, que dicho libro
hace, de que la Iglesia había sido infiltrada por los judíos,
era una intriga eficaz para los antisemitas; PERO ES UN HECHO
INNEGABLE QUE MUCHOS JUDÍOS, ORDENADOS DE SACERDOTES, ESTABAN
TRABAJANDO EN ROMA ESA DECLARACIÓN EN FAVOR DE LOS JUDÍOS.
Entre ellos estaba el P. Baum, como también Monseñor Juan
Oesterreicher, miembros del Secretariado de Bea. Y el mismo
Cardenal Bea, según el Diario del Cairo 'Al Gornhuria' era un judío
llamado Bejar".
Ante
la evidencia de los hechos, la judería internacional y su vocero
Roddy no pueden negar el hecho palpable de la infiltración,
aunque, como es natural, se guardan mucho de darnos todos los
nombres de los infiltrados.
Bea,
Baum, Oesterreicher son tan sólo unos nombres, a los que
podriamos añadir otros de crípto-judíos, cripto-masones y
cripto-comunistas, hábilmente infiltrados en la Iglesia, que,
hace ya tiempo, fueron preparando la subversión presente, y
lograron escalar los altos puestos, para hacer su acción más
eficaz. Con su capacidad personal -los escogidos para esta
trascendente labor debían estar dotados con aptitudes optimas-,
con la influencia de las altas jerarquías, oportunamente
trabajadas, por su aparente entrega, sus oportunas adulaciones y
sus bien administrados obsequios, debían los escogidos ganarse la
confianza y alcanzar así sus progresivos ascensos. En la intriga,
la falsedad y la destreza para la infiltración, los judíos sólo
son superados por el diablo. Y, en esta intriga, la mafia judia
contó con valiosos instrumentos, no judíos, sino católicos,
como el R.P. Thimothy Fitzharris O'Boyle, S. J., quien, instalado
en el Instituto Bíblico, protegido por la sombra tutelar del
valiosísimo Cardenal Bea, miembro, por otra parte, de la ínclita
Compañía de Jesús, pudo servir de enlace de información entre
todos los que estaban comprometidos en la infiltración masiva de
la Iglesia.
Como
se desprende del artículo de Roddy, el judaísmo puso en juego
toda su táctica, todos sus más valiosos elementos, todos sus
inmensos recursos económicos, para asegurar el golpe definitivo,
que ellos querían descargar contra el cristianismo, para poder
después dedicarse, sin enemigo de importancia al frente, a
realizar los sueños de su "mesianismo materialista"
en el gobierno del mundo y en el establecimiento del sincretismo
religioso, que eliminase para siempre todo vestigio de Cristo y de
su religión. La labor fue lenta, discreta y, a no dudarlo, de éxitos
progresivos y sorprendentes. No creo posible, para los no judíos,
el llegar nunca a investigar todos los secretos de esta secular
conspiración. Por eso esta confesión de parte de Mr. Roddy,
aunque incompleta, tiene un valor excepcional, que parece
indicarnos el por qué Paulo VI usa el "efod" del
Gran Sacerdote Levítico.
La
famosa "apertura" hacia la izquierda del Pontífice de
la Tolerancia no sólo había abierto el "diálogo salvífico"
con los "hermanos separados", que jamás han pensado en
convertirse a nuestra religión, con los "comunistas",
con los que él soñaba establecer "una coexistencia pacífica
y mutuamente comprensiva", sino también con los judíos, que
ya no tan invisiblemente estaban dirigiendo la subversión, sin
que el bondadoso Papa se diese cuenta de la tremenda conspiración,
que amenazaba la vida misma de la Iglesia. Juan XXIII, el Papa de
la Tolerancia, no sólo había recibido al yerno de Krushev, sino
que había establecido, como nos dice Roddy, un gran diálogo con
el Comité Judío-Americano, con la Liga Anti-Difamatoria de la
B'nai B'rith y con otros organismos judaicos. La conspiración
estaba en marcha y contaba con la ayuda de prominentes eclesiásticos,
infiltrados oportunamente en la Iglesia Católica, entre los
cuales destacaba la figura del Cardenal Agustín Bea, S. J., la
figura gris del Vaticano en estos años de transición y de
Concilio.
"Aunque Mateo, Marcos, Lucas y Juan hayan sido mejores
evangelistas que historiadores -escribe Roddy- sus escritos, según
el dogma católico, fueron divinamente inspirados, y alterarlos
sería tan imposible, por lo tanto, como cambiar el centro del
sol". Con verdadera insensatez el escritor judío pretende
negar la historicidad de los Santos Evangelios, para eliminar así
su testimonio sobre la responsabilidad colectiva del pueblo de
Israel, en la pasión y muerte de Jesús; pero, no por eso deja de
reconocer lo que los "expertos' del Cardenal Bea olvidaron,
la inspiración divina del texto sagrado, que garantiza el
testimonio histórico y de fe de los evangelistas. Sí; alterar
los evangelios, aunque sea so pretexto de ecumenismo, es naufragar
en la fe. Y en la inviolabilidad de la Sagrada Escritura está la
inconsistencia y la equívoca posición de la célebre declaración
del Vaticano II sobre los judíos.
Sorprende grandemente, al que con detención lee el artículo de
Roddy, la multitud de judíos, que, durante el Concilio,
estuvieron trabajando en favor de la famosa declaración conciliar
de su exoneración de toda responsabilidad en la pasión y muerte
del Señor. El Comité Judío Americano, la B'nai B'rith, el
Congreso Mundial. Judío, la Anti-Dífamation Ligue, etc., etc.
Aparentemente, las cosas no marchaban muy bien en Roma, donde
Shuster llenaba las páginas del "New York Times", el
diario judío de más circulación en el mundo, para preparar la
opiníón pública. Fritz Becker, del Congreso Mundial Judío,
escribió por esos días: "Nosotros no tenemos los mismos
puntos de vista de los Nortemericanos, para pretender llevarlos a
la imprenta". Como si dijera: "debemos obrar con más
discreción". Sin embargo, el Vaticano empezó a ver con
buenos ojos el que estos temas se llevasen a la prensa, ya que el
viaje de Paulo VI a Tierra Santa acababa de ocurrir, y era
necesario desviar la opinión pública de los verdaderos objetivos
del Pontífice. Escribe Roddy: "Un experto en relaciones públicas
hubiera dicho que la Santa Sede -no la Santa Sede, sino Paulo VI-
se había mostrado poco experta en Tierra Santa. Cuando Paulo oró
al lado del Patriarca barbado ortodoxo Atenágoras en el sector de
Jordania, la visita pareció muy bien. Pero, cuando entró en
Israel, tuvo palabras tajantes para el autor del
"Vicario" (la obra difamatoria de un judío contra Pío
XII) y un discurso encaminado a la conversión de los judíos. Su
visita fue tan corta que ni siquiera llegó a mencionar públicamente
al joven país que estaba visitando".
Era
necesario disimular diplomáticamente, con el velo de una piadosa
peregrinación, los pasos de Paulo VI, cuyos objetivos en ese
viaje no debían ser entonces conocidos. Solamente el tiempo y los
eventos sucesivos irían poco a poco descubriendo, ante los
observadores diligentes, los secretos designios del Papa Montini
en su viaje a la Tierra Santa. Por eso Paulo VI estuvo más tiempo
en Jordania; por eso aparentó ignorar a Israel; pos eso habló de
la conversión de los judíos, aunque de una manera superficial y
delicada. Era lo menos que como Papa, sucesor de Pedro, podía
hacer. Sin embargo, después de esa visita, empezó a ostentar
sobre su pecho el "efod" y el "pectoral
del juicio" del Gran Sacerdote Levítico. La frase de
Roddy, en su artículo, no viene sino a completar la maniobra del
sigilo: "Los observadores del Vaticano, que estudiaron todos
los movimientos de Paulo en Tierra Santa, consideraron que había
menos esperanza para una declaración en favor de los judíos".
Pero,
esa frase, que quiere darnos la impresión de cierto desacuerdo en
los criterios y las acciones de los diversos elementos del judaísmo
internacional, que estaban comprometidos en esa labor de
convencimiento entre los Padres Conciliares, no es sino una típica
maniobra de la astucia judaica, que con diversos frentes quiere
darnos la impresión de que hay división entre sus filas. Por eso
añade Roddy: "Las cosas se veían con más optimismo en el
Waldorf Astoria de Nueva York. Allí, con motivo del aniversario
del Beth Israel Hospital, los invitados se enteraron de que al
Rabino ABBA HILLEL SILVER (el apellido Silver, en español
Plata, es característicamente judío y propio de los elementos más
iniciados y más aptos para la conspiración judeo-masónica), años
atrás, había expresado el Cardenal Francis Spellman los intentos
hechos por Israel para obtener un asiento en las Naciones Unidas.
Spellman había dicho que, para ayudar a esta causa, él
personalmente se dirigiría a los gobiernos de Sud-Améríca, para
invitarlos a que compartiesen con él el profundo deseo de que
Israel fuera admitido en esa mundial Organización. Más o menos,
por ese tiempo. el 'Papa Americano' (Spellman) dijo, en una reunión
del Comité Judío Americano, que era "absurdo mantener que
exista o pueda existir cualquiera culpabilidad hereditaria".
Desde luego esta afirmación del Cardenal neoyorkino es falsa e
indica carencia de conocimientos teológicos e históricos. Todos
los hombres, que por generación ordinaria descendemos de Adán,
venimos a la vida con esta "culpabilidad hereditaria".
"In quo omnes peccaverunt", dice San Pablo, en Adán,
todos pecamos. La culpabilidad personal no se hereda, pero, aun
entre los hombres, sí se hereda la culpabilidad colectiva.
Los hijos de los supuestos criminales de guerra en Alemania siguen
todavía pagando a Israel los daños que los judíos dicen haber
sufrido durante el régimen de Hitler.
La Iglesia Católica
de los Estados Unidos, más pragmática que teológica, fue, sin
duda, la que secundó y patrocinó y apoyó con más eficacia las
pretensiones judías, hasta lograr sacar la famosa declaración
conciliar. Mons Higgins de la National Catholic Welfare
Conference de Washington, D.C. logró obtener una entrevista
personal al judío Arthur J. Golberg, quien era entonces Juez de
la Suprema Corte de Justicia, con Paulo VI. Y el Rabino Heschel,
patrocinado por el Cardenal de Boston, Cushing, obtuvo otra
audiencia personal acompañado de Shuster. "La audiencia del
Rabino con Paulo en el Vaticano, así como la reunión de Bea con
los miembros del Comité Judío Americano en Nueva York, fueron
concedidas, bajo la condición de que serían conservadas en
secreto. Pero, el descubrir estas secretas conferencias en la cima
hizo que los conservadores empezasen a señalar a los Judíos
norteamericanos como el nuevo poder detrás de la Iglesia".
En el
Concilio, los Cardenales de San Luis y de Chicago, Joseph Ritter y
Albert Meyer exigieron volver al esquema más fuerte y Cushing
demandó que el Concilio negase que los judíos habían incurrido
en el crimen del Deicidio. El Obispo Auxiliar de San Antonio,
Steven Leven pidió: "Nosotros debemos arrancar esa palabra
(Deicidio) del vocabulario cristiano, para que así nunca pueda
ser usada de nuevo en contra de los judíos". Pero la
historia y la Sagrada Escritura no pueden ser enmendadas por el
capricho o los compromisos de hombres reunidos en un Concilio
Pastoral.
Según
la ya conocida manera de proceder de Paulo VI, en la que afirma en
la palabra lo que condena con la acción y viceversa, el Papa, el
domingo de Pasión, en una Misa al aire libre en Roma, habló de
la crucifixión diciendo que los judíos fueron los principales
actores de la muerte de Jesús. En Segni, cerca de Roma, el Obispo
Luigi Carli escribió dos profundos artículos, publicados en
sendos folletos, probando con argumentos escriturísticos y teológicos
que los judíos del tiempo de Cristo y sus descendientes hasta
nuestros días, eran colectivamente culpables de la muerte de
Jesucristo. Sin embargo, el cardenal Bea, de origen judío, después
de afirmar que su secretariado tenía completo control sobre la
declaración que estaba preparándose en favor de los judíos,
dijo que el Papa había predicado para la gente sencilla y
piadosa, no para gente instruída, y que la manera de pensar del
Obispo de Segni definitivamente no era la manera de pensar del
Secretariado, que el presidía y manejaba en secreta conexión con
los organismos judíos. En otras palabras, la predicación del
Papa no debía tomarse muy en serio, porque no había hablado para
la gente culta, sino para los ignorantes: una es la verdad para
los primeros y otra es la verdad para los sencillos e ignorantes.
En cuanto a lo que escribió Monseñor Carli, sin refutación
alguna, debía rechazarse, porque no era el pensamiento
"infalible" del Secretariado por la Unidad Cristiana y
de su Suprema Autoridad el Cardenal tudesco Agustín Bea, S.J.
Naturalmente, en esta conspiración estaba también de acuerdo el
Consejo Mundial de las Iglesias, al que más tarde Paulo VI debía
hacer una escandalosa visita pronunciando un discurso todavía más
escandaloso. "En Génova, el Dr. Willem Visser't Hoff, cabeza
de dicho consejo, manifestó a dos sacerdotes norteamericanos
-para presionar de esta manera la opinión de los Padres
Conciliares- que si los relatos de la prensa (sobre la famosa
declaración en favor de los judíos, por aquel entonces no tan
halagüeños) eran verdaderos, el movimiento ecuménico seria
frenado". El Cardenal Cushing presionaba en Roma; mientras en
Alemania un grupo anónimo trabajaba en favor de la amistad
judeo-cristiana. "Hay ahora, escribían estos desconocidos,
una crisis de confianza vis a vis hacia la Iglesia Católica".
Otro
jesuita el P. Gus Weigel, viejo amigo de Heschrel, fue uno de los
que trabajó en la sombra por la ansiada declaración. "Yo le
pregunté, escribió más tarde el rabino, si él creía realmente
que fuese ad Maiorem Dei Gloriam el que no hubiese más
sinagogas, ni comida de los 'sederes', ni oraciones en
hebreo". Weilgel está ya en su tumba, y Heschel se guardó
de darnos su respuesta. En todo este 'affaire', como en el 'diálogo'
de reconciliación con los masones, los jesuitas ocuparon un
puesto decisivo. El estudio sereno de estos incidentes plantea un
problema más hondo sobre las graves crisis que en su historia ha
tenido la Compañía de Jesús, así externas, como internas.
Los
elementos judíos, interesados vivamente en obtener la famosa
declaración conciliar, pensaban que por cuatro años el pueblo de
Israel estuvo en el banquillo de los acusados y que los Padres
Conciliares se hallaban profundamente divididos en su opinión.
"Esta demora, dice Roddy, era perfectamente comprensible, si
se tenía en cuenta las razones políticas, pero pocos fueron los
que quisieron atribuirla a motivos religiosos. La actual cabeza de
la Santa Sede (el Papa), estaba firmemente convencido de que debía
buscarse una votación mayoritaria o unánime, cada vez que se ponía
a discusión un tema importante. Por el principio de la
Colegialidad, según el cual todos los obispos ayudan al Papa en
el gobierno de toda la Iglesia, cualquier tema importante dividía
al Colegio Episcopal en dos grupos: el progresista y el
conservador. El papel del Papa consistía en reconciliar a estas
dos alas. Para remediar estas dívisiones en el Colegio Episcopal,
el Papa tenía que acudir bien fuese a la persuación, bien fuese
a la imposición, que trastornaba el principio de contradición.
Cuando una facción decía que la Escritura sola era la fuente de
la enseñanza de la Iglesia, la otra defendía que eran dos
fuentes: la Escritura y la Tradición. Para poner un puente entre
las dos opiniones, la Declaración (en favor de los judíos) fue
de nuevo redactada con toques personales de Paulo, en las que se
afirman las dos fuentes de la revelación, no sin dejar de dar a
entender que el otro punto de vista merecía estudio. Cuando los
oponentes a la Declaración sobre la Libertad Religiosa decían
que ella podía oponerse a la antígua doctrina de que el
Catolicismo es la única y verdadera Iglesia, una solución
parecida bajó del cuarto piso del Vaticano al aula conciliar.
Ahora esa Declaración sobre la Libertad Religiosa comienza con la
doctrina de la única verdadera Iglesia, que, a juicio de los
conservadores, satisfechos con esa parte de la Declaración, salva
la doctrina tradicional de la Iglesia, sin darse cuenta que el
resto de la Declaración es una contradicción o negación de la
afirmación inicial".
Este
es Paulo VI, ambiguo siempre, indeciso siempre, que parece
establecer un puente entre la afirmación y la negación, entre el
ser y el no ser. En realidad, esas dos Declaraciones del Concilio
son una prueba evidente de que el Espíritu Santo no estuvo en el
aula conciliar, porque al declarar Juan XXIII que el Concilia era
puramente pastoral, cerró las puertas al Espíritu Santo. La
Iglesia postconciliar se enfrentó a la doctrina cierta,
inmutable, infalible de la Iglesia preconciliar. La indiscutible
habilidad y política del Papa Montini no fue tanta, que pudiera
identificar los polos opuestos de una contradicción. Lo que sí
consiguió Paulo VI es establecer un cisma permanente en la
Iglesia de Cristo. Nuestros mismos enemigos, a pesar de sus
propias conveniencias, de las enormes ventajas que la política de
Paulo les ha dado, reconocen que el consentimiento universal de
esas famosas declaraciones de Bea y del Concilio no se ha
obtenido. Tal vez hoy, cuando la mayoría del Episopado es ya del
bando abiertamente progresista, cuando los estudios serios de la
teología han sido sustituídos por la pastoral, cuando nos hemos
acostumbrado, en virtud de claudicaciones sucesivas, a aceptar con
pronta obediencia las cosas más opuestas a la verdad revelada, la
discusión hubiera sido menos violenta en el Concilio y la votación
más unánime. Sin embargo, la Iglesia seguiría inmutable en su
doctrina recibida en las fuentes apostólicas.
La Declaración promulgada el 28 de octubre de 1965 dice
así: "Aunque las autoridades judías y aquéllos
que las seguían presionaron para obtener la muerte de
Cristo (cf. Juan 19,6), sin embargo, lo que sufrió
Cristo en su pasión no puede ser atribuído, sin distinción
alguna, a los judios, que entonces vi vían, ni a
los judíos de hoy. Aunque la Iglesia es el nuevo pue
blo de Dios, los judíos no deben presentarse como
rechazados de Dios o malditos, como si esto se siguiese
de la Sagrada Escri tura. Vean, pues, todos, que en la
obra catequística o en la pre dicación de la palabra
de Dios no se enseñe nada que sea in consistente con la
verdad del Evangelio y con el espíritu de Cristo.
"Más todavía, la Iglesia que rechaza
cualquier persecución (contra cualquier hombre,
teniendo presente el común patrimo nio con los judíos
y movida no por razones políticas, sino por el
espiritual amor del Evangelio, deplora el odio, las
persecucio nes y los movimientos del antisemitismo, que
hayan sido pro movidos contra los judíos, en cualquier
tiempo y por cualquier persona".
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¡Lamentable Declaración, aun sin tener en cuenta las enseñanzas
de la Escritura y de la Tradición de la Iglesia! El sofisma
quiere encubrir, ya que no puede destruir la realidad histórica y
teológica. Todos sabemos que en el pueblo judío, el pueblo en
otros tiempos de las predilecciones divinas, había una cierta
solidaridad, establecida por Dios mismo, así en las bendiciones
como en las maldiciones divinas. Es evidente que no todos los judíos,
que vi vían en tiempo de Cristo, estaban presentes en el pretorio
de Pilatos, ni personalmente pidieron la crucifixión y muerte del
Señor. Es también evidente que los mismos judíos que estuvieron
presen tes no tienen todos la misma personal responsabilidad, que
la de sus dirigentes, que no sólo presionaron, sino se hicieron e
hicieron al pueblo responsable del drama del Calvario. No fueron
ellos, claro está, los que azotaron a Cristo, los que le pusieron
la corona de espinas, los que le crucificaron. Pero, ellos son los
autores in telectuales del deicidio, ellos los principales
responsables de todo lo que el Señor sufrió en su Sagrada Pasión.
Y es, finalmente evidente, teniendo en cuenta la elección divina
de Israel y la ingratitud colectiva de ese pueblo, que la
responsabilidad solidaria recae to davía sobre los que hoy, como
ayer siguen negando la divinidad de Cristo; los que hoy, como
ayer, volverían a pedir su Pasión y Muerte.
Si la Iglesia es el nuevo Israel, como lo reconoce el Concilio, síguese
que el antiguo Israel ha perdido sus privilegios, es ahora un
pueblo desechado por Dios. Y esto se sigue de la Sagrada Es
critura, si no queremos cambiar su sentido. O estamos con Cristo o
estamos en contra de Cristo.
Me
permito copiar algunos conceptos, que escribí en mi libro
"CON CRISTO O CONTRA CRISTO": "Es conveniente
insistir aquí en un punto básico, sobre el cual, con sofisma
manifiesto se pretende exonerar de toda responsabilidad al pueblo
judío de la muerte de Cristo. Empezaremos, pues, por precisar
conceptos, aunque tenga mos que repetir ideas ya expuestas. Una es
la responsabilidad personal y otra es la responsabilidad
colectiva. La responsabilidad personal solamente existe cuando hay
un pecado o un crimen per sonal; en cambio, la responsabilidad
colectiva puede darse y de he cho se da, aun en la justicia
humana, cuando las colectividades por sus jefes o representantes
lesionan gravemente los derechos inalienables de los individuos o
de otras colectividades agredidas. Así, por ejemplo, aunque no
todos los alemanes fueron personal mente responsables de las
atrocidades atribuídas a la guerra de Hitler, sin embargo, todo
el pueblo alemán fue considerado respon sable, con esa
responsabilidad solidaria, hasta exigirle pagar es trictamente
todos los daños y perjuicios de los que se consideraban
agraviados y especialmente de los judíos. La solidaridad nacional
impuso a todos y cada uno de los alemanes la responsabilidad co
lectiva de los crímenes atribuídos a Hitler y a su gobierno;
aunque, como es evidente, no todos los alemanes que vivieron
entonces ni mucho menos todos los alemanes que viven ahora pueden
tener la responsabilidad personal de esos supuestos crímenes. Los
niños de aquel entonces tuvieron que asumir las agobiantes penas
im puestas sobre todo el pueblo por aquélla responsabilidad
colectiva.
Así
también, ante Dios, existe una doble responsabilidad: la
responsabilidad personal, que cada uno de nosotros tenemos por los
pecados propios o individuales, y la responsabildad colectiva que
recae sobre las colectividades humanas, sobre todo cuando existe
de por medio una cierta solidaridad o unión en esas
colectividades, por un plan divino que abarca y encierra a esas
colectividades. En el lenguaje bíblico, los jefes de raza son
identificados con sus respectivas descendencias, que forman con
ellas una mis ma persona moral. Esta solidaridad es más compacta
y universal, cuando ha sido establecida por Dios mismo -como ya
indicamos- en orden a la realización de los planes divinos. Así
fue la solidaridad que Dios quiso que hubiese entre Adán y todos
sus descendientes, en orden a nuestra elevación a la vida divina;
y así también es la solidaridad que Dios estableció en el
pueblo hebreo, que, como ya dijimos, estaba colectivamente
destinado a la preparación del advenimiento de Cristo.
Los
mismos hebreos han reconocido siempre y han defendido celosísimamente
la solidaridad racial, que existe entre ellos, por institución
del mismo Dios. Cualquier libro judío, incluso el Talmud, nos
habla de esta solidaridad sagrada. Pero el gran sofisma del judaísmo
y del Vaticano II está en defender esta solidaridad en las
bendiciones solamente y no en las maldiciones y castigos del Señor,
a quien con sus infidelidades han ellos provocado.
Si el
mesianismo divino, el plan redentor y la elección divina para
preparar los caminos del futuro Mesías, con que Dios favore ció
al pueblo de Israel, fue para todo el pueblo fuente de las divinas
bendiciones y fundamento de todas sus grandezas; el mesianismo judío,
que es la negación y ataque a los derechos divinos, fue, es y será
para ese pueblo signo de reprobación y castigo de un Dios
traicionando y ofendido. O Cristo con sus bendiciones o el anti-
Cristo con sus maldiciones: el dilema es ineludible.
La
solidaridad en las bendiciones, que, en el plan divino, alcanzaban
a todos los Israelitas, descendientes de los Patriarcas, exige lógicamente
la solidaridad también en los castigos o maldiciones divinas, a
los que colectivamente se hizo digno el pueblo hebreo por la
incredulidad agresiva de sus dirigentes. Esas divinas bendiciones,
esas promesas del amor divino, no fueron absolutas, sino
condiciones. No fue Dios quien falló; fue Israel el que, por sus
cabezas, abandonó a Dios. Su infidelidad atrajo sobre sí las
maldiciones divinas.
Dios
había prometido a su pueblo sus bendiciones, si guarda ban sus
mandamientos: "Si de verdad escuchas la voz de Yavé, tu
Dios, guardando diligentemente todos sus mandamientos, que hoy te
prescribo, poniéndolos por obra, Yavé, tu Dios, te pondrá en
alto sobre todos los pueblos de la tierra"... Pero esas
bendiciones di vinas eran condicionadas; exigían la observancia
fiel de la ley divi na. Si el pueblo de Israel no aceptaba prácticamente
los preceptos de Dios, si quería sacudir el yugo de su ley
divina, el Señor tam bién lanzaría sobre él el furor y los
castigos de su justicia infinita: "Pero, si no obedeces la
voz de Yavé, tu Dios, guardando todos sus mandamientos y todas
sus leyes que yo te prescribo hoy, he aquí las maldiciones que
vendrán sobre tí y te alcanzarán: Maldito serás en la ciudad y
en el campo, Maldita tu canasta y maldita tu artesa. Maldito será
el fruto de tus entrañas, el fruto de tu suelo y las crías de
tus vacas y de tus ovejas. Y Yavé mandará contra tí la maldición,
la turbación y la amenaza en todo cuanto emprendas hasta que seas
destruído y perezcas bien pronto, por la perversidad de tus
obras, con que te apartaste de Mí..." (Deuteronomio
XXVIII,15-19).
La
palabra de Dios escrita está. Los cielos y la tierra pasarán,
pero esa palabra no pasará.
En la
parábola del padre de familias que dejó a los campesinos en
arrendamiento su viña, cuando mandó el dueño a sus siervos a
recoger sus frutos, los mataron. Y cuando, al fin, el padre de fa
milia envía a su propia hijo, los campesinos le echan mano, le
sacan fuera de la viña y le dan muerte infame. Es una clara alusión
del Divino Maestro a la ingratitud y perfidia con que el puebla de
Israel pagó las predilecciones divinas. Por eso termina Cristo: Auferetur
a vobis regnum, Dei, et debitur genti facienti fructus eius:
Se os quitará el reino de Dios y será dado a la gente que dé
sus frutos. (Mateo, XXI, 43).
La
masa de los judios y especialmente sus dirigentes resistie ron a
las invitaciones de Cristo y frustraran los esfuerzos de los Apóstoles
para su conversión, por lo cual quedaron fuera de la Igle sia, la
viña, el Reino de Dios, a la cual afluyen los gentiles de todas
partes. Jehová se había proclamado cien veces el Libertador, el
Salvador de su pueblo; el Mesías había de ser, en primer término,
el Redentor de los judíos: Sión estaba señalada de antemano
como centro de la Teocracia Mesiánica y punto de convergencia de
las naciones infieles. Pero, al rechazar los judíos el mesianismo
divino, al proclamar su mesianismo materialista, al dar
muerte al Salvador, solamente entran los gentiles en la Iglesia,
sin pasar por la Sinago ga; entran casi solos, mientras que los
judíos quedan excluídos, a pesar de que sus derechos parecían
preponderantes y, a su juicio, exclusivos.
En
tres capítulos de su Epístola a los Romanos trata San Pablo de
resolver este enigma. Sin negar San Pablo las indiscutibles pre
rrogativas, con las que Dios quiso favorecer a ISRAEL, afirma, sin
embargo, que los gentiles, quienes parecían ser nada para Dios y
para quienes Dios era nada, fueron los llamados a la fe, mientras
que fue excluído el Pueblo Santo, la Raza Sacerdotal, la Casa de
Jehová. Los herederos naturales son desheredados, los hijos legíti
mos son suplantados por intrusos; parecen olvidadas las prome sas
de Dios y violados los pactos. ¿ Cómo conciliar todo esto con la
Fidelidad de Dios y la Justicia Divina?
Las
pretensiones judías descansan en la torcida interpreta ción que
ellos han dado siempre a las promesas del Señor. Invo can el
nombre de Abraham como si fuera una garantía absoluta para
ponerlos al abrigo de todo mal, cualquiera que fuese su con ducta;
y piensan que la sangre de Israel, como una especie de Sa
cramento, debe salvarlos ex opere operato, sin consideración algu
na a las disposiciones personales. Hay en esto cierto paralelismo,
cierta semejanza entre las pretensiones judías y las pretensiones
luteranas: para los hebreos, la sola sangre de Abraham; para los
protestantes, la fe sola son prenda de salvación. Pero se olvidan
los hebreos que hay un Israel, según la carne -los que tienen la
sangre de Abraham- y hay un Israel, según el espíritu. Al
primero no se le debe nada; al segundo pertenece la Promesa.
"No todos los que llevan el nombre de Israel son Israel, ni
todos los que descien den de Abraham son hijos de Abraham. (Rom.
IX, 6-7).
La
incredulidad de los judíos ha sido causa de que la Antígua
Alianza quedase rota y que naciera la Nueva Alianza, el Nuevo Tes
tamento, que recogiese todas las antíguas bendiciones en la
Iglesia fundada por Jesucristo, en el nuevo "pueblo de
Dios", qui non ex sanguinibus, neque ex voluntate carnis,
neque ex voluntate viri, sed ex Deo nati sunt, que está
formado no por la sangre, ni por volun tad de la carne, ni por
voluntad del varón, sino por los que han nacido de Dios (a la
vida sobrenatural, a la vida divina).
Por
otra parte, la dureza de corazón, la incredulidad judía ha sido
tradicional en ese pueblo. Ya Isaías se quejaba de esta dureza,
cuando decía: "Señor, ¿quién ha prestado fe a nuestro
mensaje?... Todo el día he extendido las manos hacia un pueblo
que se niega a creerme y me contradice. (Is. LXV, 2). La presente
incredulidad, objeto de tanta admiración y de tanto escándalo,
no es sino un caso más en los anales de la apostasía del pueblo
judío.
Después
de lo que sumariamente hemos dicho, resulta incom prensible la
famosa declaración del Vaticano II, cuando nos dice: "los
judíos no deben presentarse como rechazados de Dios o mal dítos,
como si esto se siguiese de la Sagrada Escritura". Necesita
mos mudar o suprimir los libros sagrados para admitir esa pos tura
pastoral del Concilio, que parece querer a todo trance, -in cluso
contradiciendo a la Escritura, al dogma, a la Tradición, a los
escritos de todos los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, a la
verdad histórica- exonerar la responsabilidad judaica, para com
placer las exigencias de nuestros mortales enemigos, que, por otra
parte, se mantienen en su posición de rebeldía y negación en
contra de Cristo y de su Iglesia .
Por lo
demás, debemos recordar, como lo afirma San Pablo que la
desgracia de Israel no es ni total, ni defintiva. No es total,
porque siempre ha habido sinceros conversos del judaísmo -(no
hablamos de los marranos, los falsos, los criptojudíos)-, que, al
reconocer el Mesianismo y la Divinidad de Cristo, han ingresado en
la Iglesia, han formado parte del Israel espiritual y han vuelto a
ser hijos de la predilección. No es definitiva, porque, como lo
afir ma San Pablo, la conversión del pueblo judío ha de ser uno
de los signos que vendrán antes del nuevo advenimiento del
Redentor, para juzgar a vivos y muertos.
Tan
absurdo es afinnar que todo judío, por el hecho de ser judío, es
un criminal, como, cambiando los calificativos, el afir mar que
todo judío, por el hecho de ser judío, es incapaz de crimen
alguno, incluso, del crimen de los crímenes, del crimen del
deicidio.
Es
necesario precisar bien el sentido de los términos, para no
sufrir sofísticas propagandas, que quisieran desorientar la opi
nión pública e impedir de esta manera las necesarias defensas de
todo lo que somos y todo lo que creemos. Una cosa es el anti
semitismo -que, como ya dijimos, no existe, ni nunca ha existido,
ese crimen ya elevado a la categoría de lesa humanidad, acaso a
crimen de lesa divinidad- porque, ante los crímenes supuestos que
se suponen han sido cometidos contra los judíos, se borran o no
existen los crímenes perpetrados por ellos con categoría de
genocidios milenarios o millonanos, sí las víctimas son
cristianas-, y otracosa totalmente distinta es la reacción del
mundo libre ante las atroces y seculares fechorías del judaísmo
kabalista y talmú dico. El antisemitismo de tipo racista,
determinista, materlaliste -del que se quejan los enemigos- nunca
ha existido entre cris tianos. Judío, en cuanto hombre, fue
Jesucristo, judíos han sido no sólo los apóstoles y los
primeros fieles de la Iglesia, sino innumera bles y preclaros
defensores de la causa cristiana. El judío, por el hecho de ser
judío, no está impulsado fatalmente al mal; puede ser y, en
muchos casos, es sujeto del bien. También por ellos murió
Cristo; también ellos, aun antes que nosotros, recibieron la voca
ción divina de la fe y de la salvación. La Iglesia Católica
condena ese llamado antisemitismo, como condena toda discriminación
ra cia1, como condena todos los crimenes del judaísmo, del
comunis,mo y de la masonería.
Pero,
-no lo olvidemos- el cristianismo es la antítesis del Kabalismo y
el talmudismo: lucha secular en contra de Cristo: del Cristo
Redentor y del Cristo Místíco; ambición de dominio universal
sobre todos los pueblos y naciones; perpetuación de la Si nagoga
de Satanás, de aquel Sanedrín que condenó a muerte a Jesús de
Nazareth.
Después
de estos breves comentarios, que, a la luz que nos dio el artículo
de Roddy, hemos hecho sobre el problema judío en la Iglesia de
Dios, creemos que el uso del "efod y del pectoral del jui
cio" del Gran Sacerdote Levítico, que las fotografías
nos presentan sobre el pecho de Paulo VI adquiere una importancia
excepcional y decisiva, sobre todo si se tienen en cuenta las
secretas relaciones que personalmente y por sus asociados ha
mantenido el Papa Mon tini con los dirigentes de la mafia judía
desde el principio de su pontificado.
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