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COLORÍN COLORADO
 un artículo
Publicado en La Nostra Revista Número 9– març 2003 editada por la 
ASSOCIACIÓ DE PREJUBILATS I JUBILATS DE TELEFÓNICA A CATALUNYA

Érase una vez en tiempos de Maricastaña un joven de nombre Ingenuo, al que don Telesfónico citó para una entrevista. (Toc- toc/Adelante.Siéntese). Don Telesfónico, con la mirada perdida en lo que parecía un currículum y sin mirar a Ingenuo, diole la enhorabuena: Acaba usted de conseguir el privilegio de incorporarse como productor a una gran empresa, qué digo empresa, una gran familia a la que todos, desde su presidente hasta la más joven mensajera, llamamos “la Compañía”. ¿Qué le parece, señor Iluso? Porque usted se llama Iluso, ¿no es cierto?. Sin esperar respuesta y sin mirarle a la cara, continuó: Bueno, y ¿qué espera usted de nuestra Compañía?. Pasóle el brazo por los hombros, apretólo contra sí en actitud paternalista, y, sin mirarle a los ojos, siguió: ¿Un trabajo para toda la vida?. Lo tendrá. ¿Seguridad para usted y los suyos en caso de enfermedad? La tendrá. ¿Una vejez sin sobresaltos? La tendrá. Todo esto lo tendrá a poco que colabore, señor Iluso, Porque usted se llama Iluso,¿no es cierto? Y el pobre Ingenuo, que no se llamaba Iluso pero lo era, creyó a pies juntillas todo lo que don Telesfónico le dijo sin mirarle a la cara, pensó que los dioses estaban con él, se levantó y, contento como unas castañuelas, salió tras una orden de don Telesfónico. Alguien le explicó que la Compañía, por interés propio (pero eso a él le importaba tres pepinos) tenía conciertos con la Seguridad Social, a la que suplía en la asistencia sanitaria y en el pago de las jubilaciones, plasmados en la Empresa Colaboradora y en la ITP.

Y pasaron muchos años sin que nada pasara, e Ingenuo, en su candidez, creyó que don Telesfónico era un hombre de palabra y que su dicha no tendría fin, pero, mira por dónde, un buen día recibió una carta de don Telesfónico en la que le decía, más o menos, que la Compañía no podía hacer frente a lo que llamaban la ITP porque siendo muchos los que salían y pocos los que entraban, carecía de futuro. Y, a cambio de eliminarla, le ofrecía esto. Ingenuo y los Sindis no estuvieron de acuerdo y armaron la de dios. Entonces don Telesfónico y un Sindi se pusieron de acuerdo y ofrecieron esto y esto. Pero Ingenuo y los otros Sindis tampoco estuvieron de acuerdo y volvieron a montar la de dios.
Pero don Telesfónico y los Sindis principales se pusieron de acuerdo, y le ofrecieron esto, esto y esto . O nada. Esto, esto y esto era un plan de pensiones, en el que participarían don Telesfónico y los Sindis, y que, invirtiendo aquí, allá y acullá, acabaría dando tanto, tanto y tanto cuando Ingenuo llegara a la jubilación. Cansado de luchar, acabó claudicando, y como era Ingenuo, creyó que el plan, puesto que la bolsa funcionaba, le iba a dar, efectivamente tanto, tanto y tanto, para hacer esto, eso y aquello.

Y pasaron algunos años sin que nada pasara: un trabajo seguro, una asistencia sanitaria correcta y un plan de pensiones lanzado... Pero un mal día sale en la prensa que don Telesfónico pretende eliminar equis miles de puestos de trabajo. Don Telesfónico, por supuesto, lo niega. Pero, mira por dónde, un día para olvidar, Ingenuo recibe un carta de don Telesfónico, en la que, más o menos, le dice que la Compañía debe adaptarse a la nueva cultura empresarial y a los embates de la competencia y que sólo será viable si Ingenuo la abandona a cambio de tanto. Ingenuo, que aún es y se considera joven y que está dispuesto a adaptarse a lo que sea, discrepa. Los Sindis también, porque no se ha contado con ellos. Don Telesfónico abandona su aire paternalista y amenaza, de una forma sibilina, pero amenaza. Los Sindis sólo pueden montar escaramuzas porque Ingenuo no los sigue, escarmentado y quemado por el papel de aquellos en el fiasco de la ITP. Y muchos compañeros de Ingenuo, unos por hache y otros por be, dejan la Compañía.

Y no pasó ni un año sin que nada pasara, y don Telesfónico volvió a la carga, pero esta vez del brazo de los Sindis.Y le ofrecen a Ingenuo tanto y tanto por abandonar. Y en el tanto y tanto no entra la aportación de la Compañía al plan de pensiones, que queda congelado, como congelado se queda Ingenuo. El ambiente se ha enrarecido, la Compañía ha dejado de ser la gran familia pretendida por don Telesfónico, las condiciones mejoran ligeramente las anteriores, el futuro se vislumbra incierto, el fatalismo de que nada se puede hacer se apodera de la mayoría... Total, que Ingenuo claudica otra vez. Reflexiona que hasta los 60 años podrá ir tirando con la indemnización y después tendrá que tirar del plan de pensiones, que sigue viento en popa y que, como le prometieron, le va a dar tanto, tanto y tanto cuando se jubile. Y el pobre Ingenuo, que así se llamaba y lo era, y que un día creyó que el plan sería el complemento de su pensión, deduce que en cinco años se lo va a pulir. ¡Menos mal que don Telesfónico le ha asegurado la asistencia sanitaria de por vida!.

Y pasó un suspiro sin que nada pasara, y llegó un momento en que los vientos financieros comenzaron a soplar al revés y las previsiones de multiplicar por equis el plan de pensiones están lejos de cumplirse. Ingenuo, constata, desesperado, cómo su plan se tambalea. Él, Ingenuo, ¡ay!, que se creyó el cuento de la lechera, observa ahora el cántaro hecho añicos. Pero los gestores del Plan le dicen que tranquilo, que es el mejor administrado y que volverán las oscuras golondrinas de tu balcón... y blablablá, blablablá, blablablá... Y la moral de Ingenuo, como el plan, comienza también a tambalearse.

Y pasó nada sin que nada pasara y... lo que le faltaba: don Telesfónico se ampara en una supuesta deuda de la Seguridad Social con él y en un dictamen del Ministerio de Trabajo para liquidar lo que hace tiempo pretendía: la Empresa Colaboradora y el modelo sanitario pactado. Don Telesfónico está negociando (sí, esta es la palabra) de nuevo con los Sindis y ni para el uno ni para los otros cuenta la opinión de Ingenuo. Y el 27 de febrero, llegan a un preacuerdo y en el cambio, como siempre, Ingenuo sale perdiendo. Pronto recibirá una póliza en la que deberá firmar aquí y aquí si quiere esto y esto. Y si esto y esto no le parece bien, nada.
El 28 de febrero, camino del CAP para solicitar médico de cabecera, llega a sus oídos la canción de moda No me llames iluso en el coche de un horterilla, e Ingenuo recuerda que así lo bautizó don Telesfónico en tiempos de Maricastaña,aquel día que, sin mirarle a la cara y pasándole un brazo sobre los hombros, le habló de una gran familia, y le prometió trabajo para toda la vida, seguridad en la enfermedad para él y los suyos y una vejez sin sobresaltos. Sin pretenderlo, aquel viejo paternalista (ahora se le ocurre algo más gordo, pero no es su estilo) acabó, maldita sea, dando en el clavo.
Y colorín colorado, este cuento ¿se ha acabado?


 

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