Érase una vez en tiempos de Maricastaña un joven de nombre Ingenuo, al que
don Telesfónico citó para una entrevista. (Toc- toc/Adelante.Siéntese).
Don Telesfónico, con la mirada perdida en lo que parecía un currículum y
sin mirar a Ingenuo, diole la enhorabuena: Acaba usted de conseguir el
privilegio de incorporarse como productor a una gran empresa, qué digo
empresa, una gran familia a la que todos, desde su presidente hasta la más
joven mensajera, llamamos “la Compañía”. ¿Qué le parece, señor Iluso?
Porque usted se llama Iluso, ¿no es cierto?. Sin esperar respuesta y
sin mirarle a la cara, continuó: Bueno, y ¿qué espera usted de nuestra
Compañía?. Pasóle el brazo por los hombros, apretólo contra sí en
actitud paternalista, y, sin mirarle a los ojos, siguió: ¿Un trabajo
para toda la vida?. Lo tendrá. ¿Seguridad para usted y los suyos en caso
de enfermedad? La tendrá. ¿Una vejez sin sobresaltos? La tendrá. Todo esto
lo tendrá a poco que colabore, señor Iluso, Porque usted se llama
Iluso,¿no es cierto? Y el pobre Ingenuo, que no se llamaba Iluso pero
lo era, creyó a pies juntillas todo lo que don Telesfónico le dijo sin
mirarle a la cara, pensó que los dioses estaban con él, se levantó y,
contento como unas castañuelas, salió tras una orden de don Telesfónico.
Alguien le explicó que la Compañía, por interés propio (pero eso a él le
importaba tres pepinos) tenía conciertos con la Seguridad Social, a la que
suplía en la asistencia sanitaria y en el pago de las jubilaciones,
plasmados en la Empresa Colaboradora y en la ITP.
Y pasaron muchos años sin que nada pasara, e Ingenuo, en su
candidez, creyó que don Telesfónico era un hombre de palabra y que su
dicha no tendría fin, pero, mira por dónde, un buen día recibió una carta
de don Telesfónico en la que le decía, más o menos, que la Compañía no
podía hacer frente a lo que llamaban la ITP porque siendo muchos los que
salían y pocos los que entraban, carecía de futuro. Y, a cambio de
eliminarla, le ofrecía esto. Ingenuo y los Sindis no estuvieron de acuerdo
y armaron la de dios. Entonces don Telesfónico y un Sindi se pusieron de
acuerdo y ofrecieron esto y esto. Pero Ingenuo y los otros Sindis tampoco
estuvieron de acuerdo y volvieron a montar la de dios.
Pero don Telesfónico y los Sindis principales se pusieron de acuerdo, y le
ofrecieron esto, esto y esto . O nada. Esto, esto y esto era
un plan de pensiones, en el que participarían don Telesfónico y los Sindis,
y que, invirtiendo aquí, allá y acullá, acabaría dando tanto, tanto y
tanto cuando Ingenuo llegara a la jubilación. Cansado de luchar, acabó
claudicando, y como era Ingenuo, creyó que el plan, puesto que la bolsa
funcionaba, le iba a dar, efectivamente tanto, tanto y tanto, para hacer
esto, eso y aquello.
Y pasaron algunos años sin que nada pasara: un trabajo seguro, una
asistencia sanitaria correcta y un plan de pensiones lanzado... Pero un
mal día sale en la prensa que don Telesfónico pretende eliminar equis
miles de puestos de trabajo. Don Telesfónico, por supuesto, lo niega.
Pero, mira por dónde, un día para olvidar, Ingenuo recibe un carta de don
Telesfónico, en la que, más o menos, le dice que la Compañía debe
adaptarse a la nueva cultura empresarial y a los embates de la competencia
y que sólo será viable si Ingenuo la abandona a cambio de tanto. Ingenuo,
que aún es y se considera joven y que está dispuesto a adaptarse a lo que
sea, discrepa. Los Sindis también, porque no se ha contado con ellos. Don
Telesfónico abandona su aire paternalista y amenaza, de una forma
sibilina, pero amenaza. Los Sindis sólo pueden montar escaramuzas porque
Ingenuo no los sigue, escarmentado y quemado por el papel de aquellos en
el fiasco de la ITP. Y muchos compañeros de Ingenuo, unos por hache y
otros por be, dejan la Compañía.
Y no pasó ni un año sin que nada pasara, y don Telesfónico volvió a
la carga, pero esta vez del brazo de los Sindis.Y le ofrecen a Ingenuo
tanto y tanto por abandonar. Y en el tanto y tanto no entra la aportación
de la Compañía al plan de pensiones, que queda congelado, como congelado
se queda Ingenuo. El ambiente se ha enrarecido, la Compañía ha
dejado de ser la gran familia pretendida por don Telesfónico, las
condiciones mejoran ligeramente las anteriores, el futuro se vislumbra
incierto, el fatalismo de que nada se puede hacer se apodera de la
mayoría... Total, que Ingenuo claudica otra vez. Reflexiona que hasta los
60 años podrá ir tirando con la indemnización y después tendrá que tirar
del plan de pensiones, que sigue viento en popa y que, como le
prometieron, le va a dar tanto, tanto y tanto cuando se jubile. Y el pobre
Ingenuo, que así se llamaba y lo era, y que un día creyó que el plan sería
el complemento de su pensión, deduce que en cinco años se lo va a pulir.
¡Menos mal que don Telesfónico le ha asegurado la asistencia sanitaria de
por vida!.
Y pasó un suspiro sin que nada pasara, y llegó un momento en que
los vientos financieros comenzaron a soplar al revés y las previsiones de
multiplicar por equis el plan de pensiones están lejos de cumplirse.
Ingenuo, constata, desesperado, cómo su plan se tambalea. Él, Ingenuo,
¡ay!, que se creyó el cuento de la lechera, observa ahora el cántaro hecho
añicos. Pero los gestores del Plan le dicen que tranquilo, que es el mejor
administrado y que volverán las oscuras golondrinas de tu balcón... y
blablablá, blablablá, blablablá... Y la moral de Ingenuo, como el plan,
comienza también a tambalearse.
Y pasó nada sin que nada pasara y... lo que le faltaba: don
Telesfónico se ampara en una supuesta deuda de la Seguridad Social con él
y en un dictamen del Ministerio de Trabajo para liquidar lo que hace
tiempo pretendía: la Empresa Colaboradora y el modelo sanitario pactado.
Don Telesfónico está negociando (sí, esta es la palabra) de nuevo con los
Sindis y ni para el uno ni para los otros cuenta la opinión de Ingenuo. Y
el 27 de febrero, llegan a un preacuerdo y en el cambio, como siempre,
Ingenuo sale perdiendo. Pronto recibirá una póliza en la que deberá firmar
aquí y aquí si quiere esto y esto. Y si esto y esto no le parece bien,
nada.
El 28 de febrero, camino del CAP para solicitar médico de cabecera, llega
a sus oídos la canción de moda No me llames iluso en el coche de un
horterilla, e Ingenuo recuerda que así lo bautizó don Telesfónico en
tiempos de Maricastaña,aquel día que, sin mirarle a la cara y pasándole un
brazo sobre los hombros, le habló de una gran familia, y le prometió
trabajo para toda la vida, seguridad en la enfermedad para él y los suyos
y una vejez sin sobresaltos. Sin pretenderlo, aquel viejo paternalista
(ahora se le ocurre algo más gordo, pero no es su estilo) acabó, maldita
sea, dando en el clavo.
Y colorín colorado, este cuento ¿se ha acabado?
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