Cartas a Laila
Tentación de apostasía
Andrés
Cepadas
Mi apasionada Laila: Nunca te
enfades conmigo como lo haces con la jerarquía católica porque te veo muy
afectada, aunque la verdad es que no me extraña. Comprendo tu apasionado cabreo
con el sanedrín de tartufos que es la Conferencia Episcopal y me parece
consecuente tu intención de apostatar. Y tienes razón en que deberíamos hacerlo
todos los que en realidad hemos dejado la Iglesia, porque o no somos ya
católicos o hemos dejado de ser creyentes. Pero sobre todo porque los obispos
están utilizando miles y miles de nombres apuntados en sus registros, que en
realidad no son católicos ni practicantes, para apuntalar su pretendido derecho
a chupar del presupuesto.
Estoy seguro de que muchos bautizados lo
haríamos encantados si no nos diera una tremenda pereza el papeleo kafkiano a
que obligan o la intranquilidad que podríamos crear en familiares y amigos
nuestros, que están de buena fe ligados a la religión católica. Imagínate la que
armarían esos viejos tíos y abuelos, que queremos tanto, si apostatáramos. Si
arman el cristo que arman cuando no bautizamos a nuestros hijos o nos casamos
por lo civil, figúrate si apostatamos. Para nuestros piadosos y no tan piadosos
parientes la ligazón a la fe católica es algo supersticioso y social. Por lo
primero creen que, si no bautizamos al niño, puede pasarle algo, porque les
predicaron un Dios punitivo y cruel, capaz de castigar a una criatura para
vengar nuestro descreimiento. Y por lo segundo, se sentirían mal vistos por su
entorno católico. Además, nuestro tiempo de militancia ha quedado atrás y nos
hemos hecho perezosos. Por eso, por pereza fundamentalmente, no apostatamos los
que ahora somos no practicantes, o descreídos, o agnósticos o ateos y para nada
nos sentimos católicos.
Tampoco te inquietes mucho con la salida a la
calle de los obispos y curas más reaccionarios y fundamentalistas, "en comunión"
con sus organizaciones de masas y con su partido. Fíjate, si no, como han
evolucionado. Siempre actúan contra la izquierda, pero con Felipe González,
obispos y curas actuaron subrepticiamente lanzando por delante a los suyos y
quedándose ellos en palacio y en sus sacristías. Ahora son ellos mismos los que
se tiran a la calle. Se les ve un tanto a la desesperada porque parece que
presienten la pérdida inexorable de su batalla por la ocupación del Estado.
Tienen que estar muy jodidos para implicarse como lo hacen, porque estos
elementos son refractarios al ágora y a la calle y prefieren el despacho, el
vericueto burocrático y la distancia corta con el poder, la conspiración
sigilosa, el cabildeo y la presión, muy discreta pero muy brutal, para conseguir
lo que siempre pretenden en el fondo: el privilegio, el dinero y la influencia
máxima posible sobre el poder.
Lo que pasa es que no dejan de ser
dañinos porque retrasan la normalidad democrática y pretenden ser un estado
dentro del Estado para parasitarlo y acabar imponiendo el derecho canónico y la
moral católica como derecho común de todos los españoles.
Ocupar la
escuela pública, civil y aconfesional es ahora su objetivo, pero detrás está
todo lo demás.
Por eso conviene avanzar en el laicismo del Estado, que
es el gran signo de nuestro tiempo, la única fórmula para la convivencia cívica
y democrática de todas las creencias e ideologías, y para garantizar los
derechos de todos los individuos y la mejor vacuna contra todo fundamentalismo.
Y tú, mi apasionada amiga, apostata si quieres pero, en todo caso,
empuja confiada porque inexorablemente las creencias y las convicciones volverán
a verse como atributos de la conciencia de cada individuo, lugar del que nunca
debieran haber salido.
Un beso Andrés
Artículo
extraido del periódico "La Opinión de A Coruña", el sábado 12 de Noviembre de
2005.
Ver
el artículo en "La
Opinión de A Coruña"
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