llenas.
¿Qué podía contestarle? Tampoco yo lo sé.
Quizás sea el emblema de mi alma tejida con verdes esperanzas.
O imagino que es el pañuelo de Dios, cual regalo fragante que me
arroja a propósito;
y que en uno de sus extremos lleva un nombre bordado para que al
verlo digamos: "¿de quién es?"
O será la hierba misma es un chiquillo, un recién nacido de la
vegetación.
¿Es tal vez un jeroglífico uniforme cuyo significado es brotar por
igual en tierras vastas y estrechas,
o crecer entre negros y blancos?
Al canadiense, al piel roja, al senador, al inmigrante; a todos los
recibe y se les da por igual.
Y ahora se me antoja que es la hermosa y larga cabellera de las
tumbas.
Te usaré con ternura, dulce hierba rizada,
pues quizás has brotado del pecho de los jóvenes,
y acaso los hubiese amado de haberlos conocido.
Tal vez brotaste de los ancianos o de aquellos niños separados muy
pronto de sus madres,
y ahora es tú el regazo de esas madres.
Pero esta hierba es demasiado oscura para ser de los cabellos de las
ancianas madres,
es muy oscura para ser la descolorida barba de los viejos,
demasiado oscura para provenir de tiernos y rosados paladares.
¡Ah! Percibo al fin tantas lenguas que me hablan,
y comprendo que no han surgido en vano de sus desarticuladas voces.
Quisiera poder traducir lo que cuentan de los muchachos y de las
muchachas muertos,
y lo que insinúan sobre los viejos y las madres, y de aquellos niños
que quedaron muy pronto sin protección.
¿Qué crees que ha sido de los jóvenes y de los viejos?
¿Qué crees que ha sido de las mujeres y de los niños?
Todos están sanos y a salvo, y en algún lugar nos esperan,
aún el más pequeño retoño es una prueba de que la muerte no existe,
y si alguna vez existió, dejó paso a la vida, y nos está esperando al
final del camino para deternerla:
ya que dejó de existir desde el momento en que existió la vida.
Todo crece y se desarrolla; nada, pues, se destruye,
y morir es distinto de lo que suponemos, y más afortunado.
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