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Las casas y las habitaciones están llenas de perfumes, también los
anaqueles están impregnados de perfumes.
Aspiro su fragancia, la conozco y me gusta,
pero su aroma puede embriagarme, y eso no he de permitirlo.


El aire no es un perfume, no tiene ningún aroma, no huele a nada,
está hecho para mi boca, y me he enamorado de él;
iré hasta la ribera, junto al bosque y, desnudo,
gozaré como loco cuando roce mi cuerpo.


Me gusta el vaho de mi aliento,
los ecos, las olas, los susurros silvestres, las raíces amorosas, los
hilos de seda y las horquetas donde la vid descansa.
Mi aspirar y espirar, el latir de mi corazón, el paso de la sangre y el
aire que inundan mis pulmones.
El olor que emana de las hojas verdes y las hojas secas, la costa con
sus rocas oscuras y el heno en el pajar.
El sonido de mis palabras perdiéndose en los remolinos del viento,
algunos besos fugaces, unos breves abrazos, un recorrer con mis
manos la silueta de un cuerpo.
El jugar de las luces y sombras entre los árboles al mecer de sus
dóciles ramas,
la alegría de estar solo, el gozar del bullicio callejero o el vagar por
campos y colinas.
La sensación de estar sano, la plenitud del mediodía, la luna llena,
mi canción matinal al levantarme y saludar al sol.


¿Creías que mil acres son muchos? ¿Qué la tierra es demasiado
grande para ser abarcada?
¿Te ha costado tanto aprender a leer que te sientes orgulloso de
captar el significado de cualquier poema?
Quédate conmigo este día y esta noche y poseerás el origen de
todos los poemas.
Poseerás todo lo bueno que hay en la Tierra y en el Sol (y aún
quedan millones de soles),
y nada aceptarás que venga de segunda o tercera mano, ni mirarás
con los ojos de los muertos, ni te alimentarás con los espectros
de los libros,
ni siquiera mirarás con mis ojos, ni aceptarás las cosas que he
aceptado, oirás todas las opiniones y serás tú quien las filtre por ti mismo.




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