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.:: Leyendas ::.

 

El Yeti

 

La India milenaria se encarama hacia Oriente, rompiéndose y empinándose en desfiladeros, cordones de elevados riscos, selvas colgantes que acaban por meterse resueltamente en los comienzos de las altas nieves, donde reina el Abeto Tibetano, ese árbol que llega a crecer más arriba que ningún otro. También la India se rompe en reinos e historias distintas, hasta que llega a compartir los Himalayas con Nepal, China y el Tibet. Los Himalayas, esa majestuosa cordillera que ostenta las cumbres más elevadas del planeta, fueron siempre motivo de fascinación y desafío para los occidentales.

Los montes Anapurna y Everest fueron el premio místico del europeo así como los inaccesibles lamasterios y conventos-fortalezas eran las rutas místicas del pueblo nativo.

Más arriba de la selva y el abeto, en los vertiginosos campos de las nieves eternas, resulta casi imposible describir el paisaje. La altura es superior a los cinco mil metros, y sin embargo se tiene la sensación de estar sobre colinas y tierras planas, suavemente onduladas, que aquí y allá tropieza con los grandes montes vedados para el hombre. Sólo dos o tres rutas pueden hallarse, practicables únicamente bajo las más propicias condiciones climáticas, para los maiestuosos gigantes.

En aquel paisáje impera una fauna zoológica que ha sido satisfactoriamente estudiada. Pero también hay allí otros moradores para quienes los Lamas, sacerdotes de las diversas formas del budismo, tienen nombres inquietantes: los Tchang-Po, "devoradores del aliento vital", demonios que persiguen implacablemente a los desdichados que se extravían en aquellas soledades, y que acechan también a los agonizantes para "cazarles el alma y comérsela".

Es allí, en los venerables montes Himalaya, donde sin duda alguna está la Patria del Yeti, el "Abominable Hombre de las Nieves", el "Metoh Kangmi", de los porteadores nativos.

Fue precisamente Sir Edmund Hillary, el primer conquistador del Monte Everest, quien difundió al mundo el nombre "Yeti" para designar al "Metoh Kangmi". Según refiere el valeroso explorador británico, fue cuando habían sobrepasado ya las últimas filas de abetos tibetanos y se adentraban en la desolación de la blancura eterna, que las presencias extrañas comenzaron a dejarse sentir, aunque sin dar ninguna muestra visible o audible de su existencia. Era más bien una sensación de estar siendo observados, que afectaba tanto a los nativos como a los europeos de la expedición.

Sólo la gran fatiga, el esfuerzo sostenido que exigía centrar toda la atención en cada paso, impidió que se posesionara de todos una neurosis colectiva. El cansancio dejaba muy poco lugar para el enervamiento.

Sin embargo, una noche el campamento fue visitado mientras todos dormían extenuados. Algunos admitieron haber sentido ruidos leves, semidormidos, pero no atinaron a reaccionar. No obstante, al amanecer, descubrieron en torno del campamento una serie de huellas enormes que habían roto la gruesa costra de nieve endurecida.

Aunque la nieve no resultaba un buen material para preservar con nitidez la forma de las huellas, éstas daban la impresión de corresponder a enormes pies desnudos, casi desprovistos de arco plantar, con un dedo mayor muy pronunciado y al parecer sólo tres dedos más. Sir Edmund y varios de los otros europeos eran hombres habituados a las montañas de muchas latitudes del mundo, y no confundirían fácilmente las huellas de un gran oso con las de pies humanos desnudos. Tampoco los Sherpas que hacían de guías baqueanos. Por otra parte, fuera de un oso de gran tamaño, no había ningún otro animal conocido que tuviera una corpulencia y un peso tan grandes como para romper la costra de nieve sólida en la cual los pasos humanos apenas sí dejaban un tenue rastro con las botas reforzadas.

A la vista de las huellas, los porteadores nativos se dieron a la fuga, contra los esfuerzos y amenazas de los europeos que veían con desesperación cómo equipos y alimentos valiosos quedaban abandonados y perdidos. De los sherpas, sólo se mantuvo al lado de los europeos su jefe, Ten Sing, quien por orgullo y sentido de la lealtad se sobrepuso al temor.

Mientras huían, los porteadores gritaban llenos de pavor: -¡Yeti!... ¡Yeti!

El Yeti es la bestia-humanoide, el "pithecanthropus" mejor conocido, mas también es uno de los menos vistos. No obstante, hay una gran cantidad de huellas, recogidas por viajeros a quienes muy difícilmente imaginarla uno en ánimo de andar gastando bromas.

Entre los primeros relatos occidentales al respecto, está el publicado en 1889 por el Coronel británico L.A. Waddell, bajo el título "Among The Himalayas", en que reporta sus experiencias al efectuar la travesía de la región montañosa entre el Darjeeling, en la India, y el Sikkim, donde Persia y China se fundieron durante siglos. El Cnel. Waddell informa así sus propios hallazgos de las huellas del Yeti:

"Cruzaban nuestro camino, alejándose hacia las cimas más altas, algunas huellas grandes en la nieve. De acuerdo con los nativos, se suponía que eran los rastros dejados por hombres salvajes y peludos que se cree viven en las nieves perpetuas, así como los míticos leones blancos cuyo rugido tiene fama de hacerse oír durante las tormentas. Todos los tibetanos creen en esas criaturas".

Hay abundantes relatos posteriores de europeos que encontraron nativos y sacerdotes que afirmaron haber vista directamente a las misteriosas criaturas que dejaban tales huellas. Mas por ahora prestemos atención a los rastros mismos.

En 1972, una fundación norteamericana de protección e investigación sobre la vida silvestre envió una expedición á los Himalayas, encabezada por los doctores en zoología E.W. Cronin y Howard Emery. En el reporte de su investigación, que titularon "Evidencia Reciente sobre el Yeti, un Primate desconocido de los Himalayas", informaron que a tres mil seiscientos metros de altura, al Oriente del Nepal, en la región llamada Kongmaa Laa, su campamento amaneció rodeado de extrañas huellas; de 25,5 centímetros de largo, en que se evidenciaban claramente un grueso dedo gordo, cuatro dedos más pequeños y un talón ancho y redondeado. Calcularon que se trataba del rastro de un ser bípedo de un peso aproximado de 75 kilos. Ambos zoólogos concordaron en que habían recibido la visita de un Yeti de pequeño tamaño.

En 1975, los integrantes de una expedición polaca al Monte Everest reportaron haber hallado huellas semejantes aunque mucho mayores: cuarenta y dos centímetros de largo.

El jefe de equipo de esta expedición, Andrew Dzávada, hizo el siguiente comentario a los periodistas, en marzo de 1975:

"Las huellas eran claras durante más de una milla, y constatamos que pertenecían a una criatura muy pesada que caminaba normalmente en dos pies. En mis 29 años de experiencia como escalador en Europa y Asia, he visto huellas de muchas clases, y por cierto también las huellas de diferentes clases de oso, pero esas huellas que vi en la base del Everest  me obligan a creer en lo increíble".

 

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