Los montes
Anapurna y Everest fueron el premio místico
del europeo así como los inaccesibles
lamasterios y conventos-fortalezas eran las
rutas místicas del pueblo nativo.
Más arriba de
la selva y el abeto, en los vertiginosos
campos de las nieves eternas, resulta casi
imposible describir el paisaje. La altura es
superior a los cinco mil metros, y sin
embargo se tiene la sensación de estar sobre
colinas y tierras planas, suavemente
onduladas, que aquí y allá tropieza con los
grandes montes vedados para el hombre. Sólo
dos o tres rutas pueden hallarse,
practicables únicamente bajo las más
propicias condiciones climáticas, para los
maiestuosos gigantes.
En aquel
paisáje impera una fauna zoológica que ha
sido satisfactoriamente estudiada. Pero
también hay allí otros moradores para
quienes los Lamas, sacerdotes de las
diversas formas del budismo, tienen nombres
inquietantes: los Tchang-Po, "devoradores
del aliento vital", demonios que
persiguen implacablemente a los desdichados
que se extravían en aquellas soledades, y
que acechan también a los agonizantes para
"cazarles el alma y comérsela".
Es allí, en
los venerables montes Himalaya, donde sin
duda alguna está la Patria del Yeti, el
"Abominable Hombre de las Nieves", el "Metoh
Kangmi", de los porteadores nativos.
Fue
precisamente Sir Edmund Hillary, el primer
conquistador del Monte Everest, quien
difundió al mundo el nombre "Yeti" para
designar al "Metoh Kangmi". Según refiere el
valeroso explorador británico, fue cuando
habían sobrepasado ya las últimas filas de
abetos tibetanos y se adentraban en la
desolación de la blancura eterna, que las
presencias extrañas comenzaron a dejarse
sentir, aunque sin dar ninguna muestra
visible o audible de su existencia. Era más
bien una sensación de estar siendo
observados, que afectaba tanto a los nativos
como a los europeos de la expedición.
Sólo la gran
fatiga, el esfuerzo sostenido que exigía
centrar toda la atención en cada paso,
impidió que se posesionara de todos una
neurosis colectiva. El cansancio dejaba muy
poco lugar para el enervamiento.
Sin embargo,
una noche el campamento fue visitado
mientras todos dormían extenuados. Algunos
admitieron haber sentido ruidos leves,
semidormidos, pero no atinaron a reaccionar.
No obstante, al amanecer, descubrieron en
torno del campamento una serie de huellas
enormes que habían roto la gruesa costra de
nieve endurecida.
Aunque la
nieve no resultaba un buen material para
preservar con nitidez la forma de las
huellas, éstas daban la impresión de
corresponder a enormes pies desnudos, casi
desprovistos de arco plantar, con un dedo
mayor muy pronunciado y al parecer sólo tres
dedos más. Sir Edmund y varios de los otros
europeos eran hombres habituados a las
montañas de muchas latitudes del mundo, y no
confundirían fácilmente las huellas de un
gran oso con las de pies humanos desnudos.
Tampoco los Sherpas que hacían de guías
baqueanos. Por otra parte, fuera de un oso
de gran tamaño, no había ningún otro animal
conocido que tuviera una corpulencia y un
peso tan grandes como para romper la costra
de nieve sólida en la cual los pasos humanos
apenas sí dejaban un tenue rastro con las
botas reforzadas.
A la vista de
las huellas, los porteadores nativos se
dieron a la fuga, contra los esfuerzos y
amenazas de los europeos que veían con
desesperación cómo equipos y alimentos
valiosos quedaban abandonados y perdidos. De
los sherpas, sólo se mantuvo al lado de los
europeos su jefe, Ten Sing, quien por
orgullo y sentido de la lealtad se sobrepuso
al temor.
Mientras huían, los
porteadores gritaban llenos de pavor: -¡Yeti!...
¡Yeti!
El Yeti es la
bestia-humanoide, el "pithecanthropus" mejor
conocido, mas también es uno de los menos
vistos. No obstante, hay una gran cantidad
de huellas, recogidas por viajeros a quienes
muy difícilmente imaginarla uno en ánimo de
andar gastando bromas.
Entre los
primeros relatos occidentales al respecto,
está el publicado en 1889 por el Coronel
británico L.A. Waddell, bajo el título "Among
The Himalayas", en que reporta sus
experiencias al efectuar la travesía de la
región montañosa entre el Darjeeling, en la
India, y el Sikkim, donde Persia y China se
fundieron durante siglos. El Cnel. Waddell
informa así sus propios hallazgos de las
huellas del Yeti:
"Cruzaban
nuestro camino, alejándose hacia las cimas
más altas, algunas huellas grandes en la
nieve. De acuerdo con los nativos, se
suponía que eran los rastros dejados por
hombres salvajes y peludos que se cree viven
en las nieves perpetuas, así como los
míticos leones blancos cuyo rugido tiene
fama de hacerse oír durante las tormentas.
Todos los tibetanos creen en esas
criaturas".
Hay abundantes
relatos posteriores de europeos que
encontraron nativos y sacerdotes que
afirmaron haber vista directamente a las
misteriosas criaturas que dejaban tales
huellas. Mas por ahora prestemos atención a
los rastros mismos.
En 1972, una
fundación norteamericana de protección e
investigación sobre la vida silvestre envió
una expedición á los Himalayas, encabezada
por los doctores en zoología E.W. Cronin y
Howard Emery. En el reporte de su
investigación, que titularon "Evidencia
Reciente sobre el Yeti, un Primate
desconocido de los Himalayas", informaron
que a tres mil seiscientos metros de altura,
al Oriente del Nepal, en la región llamada
Kongmaa Laa, su campamento amaneció rodeado
de extrañas huellas; de 25,5 centímetros de
largo, en que se evidenciaban claramente un
grueso dedo gordo, cuatro dedos más pequeños
y un talón ancho y redondeado. Calcularon
que se trataba del rastro de un ser bípedo
de un peso aproximado de 75 kilos. Ambos
zoólogos concordaron en que habían recibido
la visita de un Yeti de pequeño tamaño.
En 1975, los
integrantes de una expedición polaca al
Monte Everest reportaron haber hallado
huellas semejantes aunque mucho mayores:
cuarenta y dos centímetros de largo.
El jefe de
equipo de esta expedición, Andrew Dzávada,
hizo el siguiente comentario a los
periodistas, en marzo de 1975:
"Las huellas eran
claras durante más de una milla, y
constatamos que pertenecían a una criatura
muy pesada que caminaba normalmente en dos
pies. En mis 29 años de experiencia como
escalador en Europa y Asia, he visto huellas
de muchas clases, y por cierto también las
huellas de diferentes clases de oso, pero
esas huellas que vi en la base del Everest
me obligan a creer en lo increíble".