Políticas de reducción de daños: ¿ Un futuro inevitable?


En los últimos tiempos circula insistentemente la difusión de las llamadas políticas de reducción de daños ocasionados por las drogas, como el aporte más reciente aplicado a la problemática de las adicciones. Sobre todo desde Europa, pero también desde Australia, Canadá o EEUU, se han comenzado a desplegar por el mundo entero las ventajas de este modo de abordaje, como un enfoque pragmático que supera las barreras que no permitían hasta ahora este tipo de aproximación a la realidad de los llamados usuarios de drogas. Sin embargo, es posible que tal pragmatismo consista sencillamente en una aceptación definitiva de la necesidad de convivir con las drogas, inclinando la balanza hacia la reducción de los costos sociales en detrimento de las políticas de prevención. Los mensajes pueden traducirse como: Si quiere drogarse, hágalo, pero tome precauciones, aprenda a inyectarse, consuma droga de buena calidad, el Estado le proveerá agujas y jeringas gratuitamente, y metadona si quiere dejar la heroína, y un lugar confortable para poder inyectarse. Y esto, que en sí mismo no es cuestionable en tanto busca el cuidado de sujetos en serio riesgo, se transforma en un serio error de enfoque cuando comienza a crecer como estrategia ante las políticas preventivas, y va arrinconando a estas últimas hacia un lugar residual, cuestionando su relación costo-beneficio y haciendo una admisión en voz baja de que se ha perdido la batalla por evitar el ingreso de más personas a las adicciones, de que la edad de inicio en el consumo de drogas ilegales seguirá bajando y de que resultan vanos los esfuerzos puestos en prevenir la amplitud de esta problemática.

¿De qué se componen estas políticas de reducción de los daños? Se trata de todas aquellas medidas que buscan limitar las consecuencias que acarrean los usuarios de drogas, en particular los consumidores de heroína. En el listado se incluyen las infecciones de VIH o hepatitis provenientes del uso indiscriminado de jeringas, los delitos asociados al consumo de drogas y la marginalidad resultante de ese modo de vida. Las estadísticas que esgrimen suelen resaltar los éxitos obtenidos.

Por ejemplo, la provincia británica de Merseyside, lugar en donde se iniciaron las primeras experiencias de aplicación de políticas de reducción de daños, muestra con orgullo que, pese a tener el porcentaje más alto de adictos registrados en Inglaterra (1.718 por cada millón de personas, cuando la media nacional es de 288 por millón) es la segunda región más baja en usuarios de drogas inyectables con VIH positivo: seis personas por cada millón (1). La Oficina Federal de Salud Pública Suiza, por su parte, apunta que en los seis años que van de 1992 a 1998, el número de muertes ocasionadas por consumo de drogas (mayormente sobredosis de heroína) descendió de 419 a 209 (2). La ciudad de Amsterdam (Holanda) reporta que en los últimos tres años el número de heroinómanos ha descendido de 6.600 a 5.000.

¿A qué se deben estos indicadores? A la implementación de una serie de medidas que van desde el suministro gratuito de jeringas a los usuarios de drogas inyectables, la apertura de lugares de provisión de metadona en reemplazo de la heroína, la distribución masiva de preservativos, hasta locales ubicados estratégicamente y ómnibus que recorren los barrios de adictos proveyendo una serie de servicios tales como lugares para inyectarse, duchas calientes, refrigerios, etc.

Esto argumentan los responsables de estos programas a la hora de hacer balances:

Consecuentemente, especialistas de esos países (Inglaterra, Suiza, Australia, Holanda, etc.) han comenzado a difundir los éxitos obtenidos y se aprecia un creciente interés en todo el mundo, también en Argentina, por los programas de reducción de daños. Sin embargo, cabe hacer algunas puntualizaciones a la hora de considerar la adopción de esas estrategias.

No sería una buena estrategia la oposición en bloque a estas políticas simplemente resaltando las diferencias entre esos países y la Argentina. En cambio es posible obtener algún provecho si se analiza la relación de las políticas de reducción de daños con las políticas de prevención del consumo y los riesgos de caer cerradamente en uno u otro reduccionismo.

En la última Conferencia Internacional sobre Reducción de Daños Relativos a las Drogas llevada a cabo en marzo de este año en Ginebra, fue notable el desbalance con respecto a los programas preventivos, los que quedaron notablemente disminuidos frente a una abrumadora argumentación a favor de la reducción de daños. Una que otra pálida referencia a la necesidad de prevenir la demanda quedaron sepultadas ante las conferencias, paneles, debates, talleres y ponencias a favor de adoptar y ampliar los programas de reducción de daños. Inclusive fue notoria la activa participación de varias organizaciones de usuarios de drogas interviniendo en los debates. Uno de los paneles llevaba precisamente por título "El futuro de los movimientos de usuarios de drogas", aunque en otros momentos de la Conferencia también se advertía la presencia de estas organizaciones presentando ponencias o coordinando mesas de discusión. Obviamente, el objetivo de máxima de estas asociaciones era abogar por la liberalización del comercio de drogas en todo el mundo. No hubo, en cambio, propuestas consistentes ante el crecimiento del mercado y el uso de drogas, o frente a la disminución de la edad de inicio en las adicciones.

Frente a tanto presupuesto y tanta energía puestos en los programas de reemplazo de jeringas o suministro de metadona, cabe preguntarse si ya se da la batalla por perdida, si se debe aceptar como natural la existencia del abuso de drogas, alcohol o psicofármacos. El posicionamiento de los organismos que han adoptado las políticas de reducción de los daños se afirma en un pragmatismo irrefutable: las cifras parecen darles la razón. Efectivamente bajan las muertes, las infecciones o los delitos asociados con drogas.

Sin embargo, es posible que en países como el nuestro sea factible luchar contra la demanda de drogas, implementar programas preventivos audaces y creativos, lograr que la comunidad tome en sus manos la organización de la prevención, generar movimientos alternativos, promover valores solidarios, desarmar los tabúes, instalar ámbitos de contención, organizar espacios de debate e intercambio. ¿Por qué esto puede ser posible? Simplemente porque aun estamos a tiempo, porque estamos donde Europa estaba hace diez años. Si advertimos esto, tal vez podamos evitar la alternativa de tener que elegir entre reducción de daños o prevención, entre pragmatismo o utopías y podamos contar con programas que ayuden a reducir los daños en el marco de un abordaje integral de un fenómeno que caracteriza, como pocos, el flanco más doloroso de nuestra época. Intentarlo vale la pena.

(1) La Reducción de los daños relacionados con las drogas. Pat O´Hare y otros. Grup Igia, Barcelona, 1995. Pag. 17

(2) The Swiss Drug Policy. Swiss Federal Office of Public Health. Berna. Marzo de 1999. Pag. 11


Publicado en la revista El Puente. Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico. Numero 7, septiembre de 1999

Buenos Aires, agosto de 1999

© Lic. Francisco Ferrara

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